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Loris Zanatta: “No hay nadie más conservador que un revolucionario que triunfa”

El historiador italiano acaba de publicar en español "Fidel Castro, el último rey católico", una singular biografía del dictador cubano cuya historia y leyenda muchos dan por conocida. Sin embargo, una revisión estricta de su ideología revela otra cosa: la base de su pensamiento es un catolicismo ortodoxo, reaccionario, acendrado

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La revolución llevaba cinco años incubándose clandestina, desde el asalto al Moncada. Sus hacedores no habían encontrado el momento propicio para actuar contra el dictador Fulgencio Batista. Las condiciones no estaban dadas. Muchos en la isla pensaron que el líder de la insurrección estaba muerto. Pero no era así. Por eso, cuando el periodista Herbert Matthews publicó -en 1957- una entrevista con él en The New York Times, la noticia les devolvió la esperanza: Fidel estaba vivo.

El 1 de enero de 1959, los cubanos recibieron el año nuevo con anhelos de democracia. Después de más de 5 años bajo dictadura, las tropas revolucionarias comandadas por Eloy Gutiérrez Menoyo, primero, y Camilo Cienfuegos y Ernesto “Che” Guevara, después, entraron a La Habana. Santiago de Cuba, una ciudad al oriente de la isla, también fue tomada por Fidel. Se consumaba una revolución que había prometido acabar con la tiranía. Estrenando el año, en la isla, se renovó la fe por la libertad.

Siete días después de aquel suceso, cuando entró triunfante a La Habana, Fidel tenía 33 años. La misma edad de Jesús cuando llegó con sus 12 apóstoles a Jerusalén. Otra vez, los barbudos querían ser vistos, tocados y besados por la multitud. Las calles aplaudían y vitoreaban a sus salvadores. El retrato de su líder estaba en muchas casas, colgado en las paredes junto a las imágenes de la virgen de la Caridad del Cobre. A él –quien se creía el redentor del pueblo– eso le gustaba. Se sentía el mesías.

Marchando, vamos hacia un ideal,
sabiendo, que hemos de triunfar
en aras, de paz y prosperidad,
lucharemos todos por la libertad.

Cuando la procesión terminó, La Habana estaba rendida a sus pies. Entonces, como un acto providencial, unas palomas se posaron en sus hombros. ¿El Espíritu Santo lo bendecía? No. Fidel, vestido de militar, las usó para manipular un símbolo religioso. Lo refirió como una señal divina. No fue la única vez.

Fidel era un católico profeso, un hombre de fe que encontró en el marxismo la forma más práctica para expresar su repulsión contra el mundo liberal y contra su mayor exponente: Estados Unidos.

Fue esa imagen la que cuatro décadas más tarde quedó impresa en una estampilla de correos de 1999, a propósito del 40° aniversario de la revolución. Pero Fidel ya no era el salvador, sino el anticristo que los sumió en la miseria, el feroz dictador. Esa imagen también es la que presenta la portada de Fidel Castro, el último “rey católico”, su más reciente biografía escrita por el historiador italiano y profesor de la Universidad de Bolonia, Loris Zanatta, publicada por la Editorial Dahbar en coedición con Edhasa, de Argentina.

—Carlos Marx dijo en 1844: “La religión es el opio del pueblo”. ¿Cómo acoplar el cristianismo con el marxismo-leninismo de Fidel Castro?

—El opio de los pueblos. Muchas veces el destino de los personajes en el imaginario colectivo no depende en sí mismo de la historia de esos personajes, sino de la opinión pública. Aquello que construye la historia y se proyecta sobre esos personajes. Fidel Castro no tuvo al comienzo una formación marxista. Él fue de una formación profundamente religiosa. Los jesuitas siempre lo reconocieron, porque, durante su juventud, ellos fueron su familia. Primero en Santiago de Cuba y después en La Habana. Y eso se nota en todo su recorrido político. Quien lee los discursos de Fidel Castro –yo los leí todos y fue un sacrificio– no puede no notar eso, al menos que no tenga la menor idea de lo que es la cultura católica. Él fue un hombre de sacramentos cotidianos, de misa cotidiana. Toda su visión del mundo está arraigada en las Sagradas Escrituras. Después fue que descubrió al marxismo, porque sería una estupidez decir que no fue marxista. Él se definió a sí mismo como marxista-leninista y lo fue, claro.

Hubo diplomáticos de Europa del Este que sí tenían una formación en materialismo dialéctico y se agarraban los pelos cada vez que hablaban de Fidel Castro. Pensaban que nunca lo iban a transformar en un marxista. Decían, de acuerdo con el lenguaje de la época, que era un pequeño burgués. O usaban otra expresión que creo que es más profunda: decían que era un nacionalista español. Él era un nacionalcatólico, de la tradición del integrismo nacional católico hispánico. De haber nacido 20 años antes habría sido un José Antonio Primo de Rivera. Un falangista hecho y derecho. Fue un hombre que buscó aprender una visión materialista de la historia pero que no estaba en su formación.

Por otro lado, no es tan relevante si Fidel fue marxista-leninista, el tema es qué es el marxismo-leninismo en el contexto histórico cubano y castrista. Todo depende de cómo el marxismo leninismo se asume, se elabora, se traduce. Fidel Castro tradujo el marxismo-leninismo a través de un filtro de un cristiano hispánico, de una cristiandad que no se había hibridado con el pensamiento moderno, con la Ilustración, con el liberalismo. Una cristiandad pura, una utopía religiosa que era la restauración del reino de Dios en la Tierra. Eso es todo: el comunismo de Fidel Castro es una utopía religiosa y, para él, su comunismo era el nuevo cristianismo.

—El punto en común entre ambos polos, entre el cristianismo y el marxismo, es el antiliberalismo. ¿Cómo se incubaron esos valores en Fidel? Él fue distinto a los muchachos de su entorno, burgueses. Pero sus ideas rayaban en la ortodoxia cristiana, casi del Antiguo Régimen.

—Fidel Castro fue un hombre que creció en una familia rica, su papá se había transformado en un gran terrateniente. Una familia rica, no burguesa. Una familia española, profundamente gallega, de un campesino. Por lo tanto, Fidel Castro vive, desde el punto de vista psicológico, el sentido de culpa, el sentido de ser inadecuado de un niño que tenía dinero, con posibilidad de vivir como clase adinerada, pero no tiene una formación burguesa.

Cuando el pequeño Fidel Castro va por primera vez al colegio y se tiene que mudar del campo, donde él vivía con la familia, a Santiago de Cuba, los niños le toman el pelo porque no sabe portarse. Es un niño que es rico, pero no es burgués. Y el antiliberalismo comienza, en ese sentido, como una actitud antiburguesa. De allí una diferencia con el marxismo europeo, donde la modernidad burguesa es entendida de forma positiva. No puede haber revolución proletaria sin modernización burguesa, de la industria. En cambio, esta actitud antiburguesa de Fidel Castro, que es de raíz hispano católica, dice que los valores burgueses están destruyendo la cristiandad tradicional. Por eso, antes de ser antiliberal es antiburgués.

La cristiandad hispánica se mantuvo intacta durante el período colonial. No conoció la reforma protestante, la ruptura. La Ilustración y el liberalismo surgen porque la fractura religiosa abrió el pluralismo político. El pluralismo político es hijo del pluralismo religioso. En la historia colonial americana no hay nada de eso. Mientras que la cristiandad se transformaba en Europa, Latinoamérica se transformaba en un laboratorio de la cristiandad que se quedaba íntegra. Hay que prestar mucha atención porque el riesgo es que se saque la conclusión de que el catolicismo es antiliberal y lleva a regímenes como el de Fidel Castro y no necesariamente es así. En la historia de Europa hay hibridación entre liberalismo y catolicismo. El liberalismo es percibido como la ideología protestante que fragmentó a la cristiandad originaria. Por eso, nacionalismo latino quiere decir, antinorteamericanismo, antiprotestantismo y antiliberalismo. Eso no solo pasó en Fidel Castro, pasó en Perón antes y después pasó en Chávez.

—Hablamos de un católico profeso, un conservador ortodoxo que buscaba preservar la tradición. Pasó de reaccionario a revolucionario.

—No hay nadie más conservador que un revolucionario que triunfa. El revolucionario que triunfa se basa en la forma secularizada de la idea de redención, que es con lo que tiene que ver la palabra revolución. Es la idea típica de la religión, de una visión religiosa del mundo. Es la idea de que la historia tiene una finalidad: la salvación del hombre, eliminar el pecado y devolver al hombre a la tierra prometida. Redención en términos religiosos es revolución en términos seculares.

La revolución que triunfa, como la cubana, piensa en crear un nuevo orden, la tierra prometida. Fidel Castro dijo textualmente “viviremos en el paraíso”. Es decir, estamos frente a una visión providencialista de la historia, que fue estudiada y denunciada por Karl Popper. Y si el providencialismo histórico triunfa y se crea el nuevo orden revolucionario, hay que conservarlo, porque es el orden de Dios en la Tierra. Por eso el orden más revolucionario se transforma en el orden más conservador en el mundo. Por eso, cuando los periodistas le preguntaban a Fidel Castro sobre la transición, él se enojaba terriblemente.

Además, por su raíz tradicionalista católica, Fidel Castro tiene una visión conservadora sobre la moral individual. La idea de la sexualidad, de la familia, del orden social, de todo, es típica de un católico conservador. Es un hombre que pensaba que el orden social no tenía la finalidad de promover la libertad ni el progreso, el objetivo era moralizar al ser humano. Por eso comenzó con la idea de modernizar a Cuba, se dio cuenta de que la modernización era el pecado, y terminó celebrando la santa pobreza de los primeros cristianos. De allí que no haya contradicción entre ser revolucionario y ser conservador. El revolucionario que triunfa es, coherentemente, el hombre más conservador del mundo.

—Antes del 1 de enero de 1959, incluso, después –porque Fidel hizo pública su postura socialista en 1961– ante las sospechas de Estados Unidos, utilizó el cristianismo para ocultar sus intenciones. ¿Con eso quiso ganarse a Cuba, el más hispano de los países latinos?

—Sin duda, durante la etapa revolucionaria, Fidel Castro –del que no se puede decir que no era un hombre inteligente, porque era un genio del mal– era consciente de que había que disimular su idea de crear un orden nuevo, que enterrara definitivamente al orden de tipo liberal democrático en lo político y mercantilista en lo económico. Por eso, la promesa de restaurar la constitución de 1940, de devolverle al país la democracia.

Al mismo tiempo, cuando él triunfó en 1959, es cierto que su disimulación había engañado a muchos. Los revolucionarios de la capital y la gente de la capital, de la clase media que quería la modernización cubana, se fueron del país o tomaron las armas para combatir contra Castro. En cambio, es interesante la reacción de la Iglesia católica y, en un primer momento, también de Estados Unidos. Estaban tranquilos con Fidel, pensaban que habían ganado a uno de los suyos, a un anticomunista. La Iglesia tenía sus razones para festejar la revolución, un proceso que es paralelo al nacimiento del peronismo en Argentina.

El paralelismo no es casual. El peronismo es el padre putativo del castrismo. ¿Qué quiero decir? Cuando llega el peronismo en los años cuarenta, fue muy claro que se había acabado la historia de la Argentina liberal y comenzaba la historia de la Argentina católica. La Iglesia cubana tuvo la clara percepción de que en enero de 1959 se había acabado la Cuba liberal y empezaba la Cuba católica. No casualmente la revolución vino del oriente hispano, rural, tradicionalista, en contra del occidente cubano, de La Habana, de la capital penetrada por el liberalismo. La Iglesia tenía razón: Cuba volvía con la revolución a sus raíces cristianas. Lo que pasa es que el orden cristiano que iba a crear Castro ya salía del horizonte cultural de la jerarquía católica cubana.

—¿Fue entonces cuando vio a la Iglesia como un enemigo que podía cuestionar su poder político?

—Es que la Iglesia cubana estaba formada en aquella época por obispos españoles que tenían una visión falangista, que el nuevo orden cristiano debía basarse en el modelo de Franco: corporativo, tradicionalista. En eso sí Fidel era mucho más moderno que ellos. Él fue de la generación de católicos que en los años cincuenta se dio cuenta de que el nuevo orden cristiano ya no podía ser un orden de tipo corporativo fascista. El fascismo cayó después de la Segunda Guerra Mundial y no había forma de revivirlo. Y vieron en el socialismo la utopía católica. Comenzaron a decir muchos teólogos “el socialismo es el orden más parecido al evangelio”. De allí la ruptura de Fidel Castro con la Iglesia cubana y la persecución muy dura. En todo régimen totalitario no hay espacio para dos religiones y la nueva era la de Fidel. Una vez reprimida la jerarquía católica –y esencialmente la jerarquía porque muchos de los adeptos pasaron a la revolución, la más conocida fue Vilma Espín, la mujer de Raúl Castro–, ya en los años sesenta, la Iglesia comienza a darse cuenta que Fidel es hijo suyo, un hijo rebelde, molesto, que se ha aliado con la Unión Soviética, pero hijo suyo, una herejía cristiana.

Comenzó un acercamiento entre Cuba y la Santa Sede. Observaron que se trata de un régimen con características típicas de un orden cristiano: fusiona la política y la ideología, es un orden de tipo orgánico, corporativo, no es liberal democrático. Está basado en un Estado ético, que tiene la función de evangelizar, de convertir a la sociedad. Desde entonces, la Iglesia trata de recristianizar a Cuba. Y lo está logrando: en Cuba, la raíz católica de la nacionalidad cubana es la única fuente de legitimación del orden vigente. El marxismo-leninismo es una cascara vacía, no queda nada de eso, es un discurso ya vacío.

—Cuando dice que edificó un nuevo orden que halló en los fascismos católicos inspiración, y que el marxismo es una cascara vacía, ¿quiere decir, también, que la alianza con los soviéticos fue circunstancial?

—No llegaría a tanto. Pero claro que la Unión Soviética estaba en la historia. El castrismo, no lo olvidemos, nació en un contexto, el de Cuba, donde Fidel Castro no estaba pensando en la Unión Soviética. Además, el castrismo siguió después de la Unión Soviética. Es decir, cuando cayó la Unión Soviética se cayeron todos los regímenes comunistas del este europeo. Cuba no. Esto es una demostración de que las raíces del fenómeno cubano no están en la Guerra Fría ni en la expansión del modelo soviético.

Fidel Castro fue extraordinariamente inteligente en entender que la presencia de la Unión Soviética era una oportunidad impresionante. Él dijo varias veces que de haber triunfado la revolución durante el asalto al Moncada, en 1953, hubiera sido aplastada. Porque en 1953 los soviéticos no tenían el poderío estratégico para proteger a un aliado en el hemisferio americano. En 1959 el mundo cambió. Se estaba produciendo la descolonización y Cuba pudo vincularse con la corriente histórica antioccidental y pudo ser protegida. Fidel entendió eso y quiso hacer de la isla un símbolo. Una vidriera del comunismo en el mundo occidental.

La alianza con los soviéticos hizo sentir a Fidel vinculado con su protector. Durante los años sesenta, Fidel desafió a Estados Unidos con la estrategia de los focos guerrilleros. La Unión Soviética estaba en contra de eso porque era un desafío demasiado fuerte con relación a Estados Unidos. Pero eso no convenció a Fidel, quien finalmente lo entendió con la muerte del Che Guevara en 1967. En los años setenta, las grandes empresas militares de Cuba –pensemos en Angola, pensemos en Etiopía– están más vinculadas con la convicción de Fidel Castro de exportar su comunismo que era el nuevo cristianismo en todo el mundo.

Hay una frase que él decía: así como los primeros cristianos convirtieron al Imperio romano, Cuba terminará desafiando a Estados Unidos y su ideología, representante en el mundo de la Ilustración, que para él había destruido a la cristiandad.

La Unión Soviética trató de ponerle límites a Fidel Castro en ese sentido. En los años sesenta no lo logró. Brézhnev en los años setenta lo logró un poco más, porque Fidel necesitaba demasiado la ayuda económica para sostener su régimen. Pero, finalmente, sería un gran error pensar que Fidel Castro fue una creación o marioneta de la Unión Soviética, no lo fue.

—Aun así, la Revolución surgió en la Guerra Fría, Fidel se aprovechó de esto por su antiliberalismo. La dependencia económica fue muy importante. ¿Cómo sostuvo su cristianismo ante la Unión Soviética?

—Fidel Castro siempre se proclamó ateo, al menos hasta el final de su vida. Él se proclamaba ateo, decía no ser creyente y que Cuba había eliminado la religión, porque la religión suya era el comunismo que estaba en las Sagradas Escrituras. Su comunismo es la utopía cristiana.

La Unión Soviética podía convivir con él porque finalmente que fuera o no critiano, era perfectamente compatible con su modelo. El único cristianismo que les causaba problemas a los soviéticos era el polaco. Eso sí era problemático, porque estaba vinculado con un nacionalismo antirruso. El cubano no. Para ellos, Fidel era comunista y sus raíces cristianas no le importaban demasiado.

Ahora, ya el último Fidel Castro es uno que teoriza la unión de las grandes religiones, especialmente del cristianismo y del islamismo. Se había enamorado del régimen iraní. Decía que las grandes religiones debían unirse contra el eterno enemigo, la tradición ilustrada que es la constante. Y tenía apoyo.
El hecho de que Fidel Castro haya creado un orden totalitario no nos debe hacer pensar que era un tirano sin consenso popular, la visión totalitaria de los grandes tiranos del siglo XX compartía raíces con una gran parte de la población. A la mayoría de los cubanos, sobre todo a los del mundo rural, no les importaba si Fidel se declaraba marxista, socialista o comunista, para ellos era Jesucristo bajando de la Sierra Maestra. Tenían imágenes religiosas. Es así que se entiende el extraordinario consenso del que ha gozado la Revolución cubana y vale para los mismos Estados totalitarios: la Alemania nazi y la Rusia soviética. El 8 de enero, cuando él llegó a La Habana, se sentía el sacerdote que le estaba hablando a los fieles. Les dijo que no había individuos. Que todos son una sola persona: el cuerpo místico de Cristo, una sola comunidad.

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