Venezuela

Xenofobia, medios y redes

A través de los medios se puede construir una representación negativa de una comunidad de inmigrantes e incidir en la opinión pública del país anfitrión. Esto explica en parte por qué los venezolanos son vistos como una “amenaza” o “factor de perturbación”

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Fotografía: CNN en Español

No es fácil precisar la dimensión real de la xenofobia que experimenta la migración venezolana en diversos países de América Latina, a pesar de la interminable sucesión de videos, noticias y comentarios que abordan el tema en la prensa y las redes sociales.

A veces se tiene la sensación de que los venezolanos no pueden circular libremente ni alzar la voz en las calles de Lima, Quito, Cúcuta, pues podrían sufrir ataques físicos y verbales por parte de turbas chauvinistas enfurecidas. Tal vez estamos ante una percepción irreal, ante un problema sobredimensionado por un manejo inadecuado de la información.

Hace cerca de ocho años, por ejemplo, las cosas eran distintas. La investigadora de la Universidad Católica Andrés Bello, Anitza Freitez, comenta al respecto (2011): “A diferencia de otros casos, la emigración venezolana no ha provocado reacciones en los lugares de destino y, en nuestro seno, el tema sólo ha sido tratado en reportajes de medios de comunicación y en artículos publicados en revistas científicas”.

Sin embargo, el panorama ha cambiado de una manera drástica. Estamos ante un tema que es parte de la agenda internacional, y cuya solución a corto plazo no se ve con claridad.

La visibilidad de un viejo problema

La historia reciente de América Latina está llena de comportamientos hostiles hacia inmigrantes que son percibidos por sectores sociales de los países receptores como una “amenaza” o un “factor de perturbación”.

Es un poco el caso de los bolivianos “cabecitas negras” que a menudo son maltratados en Argentina, de los peruanos repudiados en años recientes en Chile y de otras comunidades de extranjeros discriminadas por razones étnicas, económicas o laborales, entre otras.

Un reportaje de Reuters, por ejemplo, hacía alusión a las incomodidades padecidas por colombianos, ecuatorianos y peruanos en Venezuela (1995): “Allí se culpa a los inmigrantes ilegales, principalmente colombianos, ecuatorianos y peruanos, de haber sobrecargado los servicios públicos, de contribuir al crecimiento del cordón de miseria alrededor de las ciudades y de ser el principal factor del aumento de la delincuencia”.

No obstante, en este país siempre predominó una actitud de tolerancia, pues ni siquiera las recientes noticias respecto a la “xenofobia antivenezolana” han desatado reacciones enérgicas hacia los miles de colombianos, peruanos y ecuatorianos que llevan décadas viviendo en Caracas, Valencia o Maracaibo, aunque en las redes sociales sí se han observado expresiones verbales agresivas y subidas de tono.

El rol de la prensa y las redes

La prensa puede incidir en la forma en que se percibe una comunidad inmigrante en el país anfitrión, tal como ha escrito en reiteradas oportunidades Teun Van Dijk, experto en análisis crítico del discurso.

Dice Van Dijk que a través de las informaciones, los medios construyen una representación de una comunidad de inmigrantes e inciden en las percepciones que de ella tiene la opinión pública del país anfitrión. La prensa, incluso, puede influir en la creación de un consenso social sobre ese grupo social.

A modo de ejemplo, Van Dijk señala que en los años ochenta y noventa del siglo pasado, en gran parte de la prensa conservadora europea los inmigrantes africanos fueron representados como un grupo social asociado a ilegalidad, delitos, pobreza E incluso como una amenaza. Esa idea todavía flota en el ambiente, en la praxis ya es una creencia.

Una sucesión de noticias sobre delitos cometidos por miembros de una comunidad de inmigrantes, sean venezolanos, sirios, peruanos, angoleños o chinos, además de sesgar la percepción que hay sobre este grupo social, puede llegar a crear estereotipos tan negativos y poderosos que la población local comienza a percibir a estas personas como una “amenaza” ante las cuales hay que actuar de manera drástica y rápida.

En Perú, Ecuador y otros países, las frecuentes informaciones sobre venezolanos incriminados en delitos, en particular en escandalosos hechos de sangre, han contribuido a generar o reforzar estereotipos negativos en sectores de la opinión pública, imágenes mentales que obviamente no son representativas de esa comunidad en su totalidad. En contraste, las “noticias positivas” acerca del impacto favorable de estos nuevos huéspedes en la economía local han sido menos frecuentes, por lo cual su influencia también es menor.

Hay que considerar, además, que las noticias económicas son menos dramáticas, emotivas y llamativas que los hechos de sangre, por lo cual suelen tener menor recordación e impacto en el público.

Algunos comentarios informales aparecidos en medios peruanos señalan que de los miles de presos que hay en las cárceles del país andino, menos de 100 son venezolanos, lo cual es insignificante desde el punto de vista estadístico pero hace más paradójico el estereotipo del venezolano como “criminal” y como “amenaza”.

Más allá de los medios y las redes sociales, existen factores reales que probablemente influyen en estas expresiones de rechazo: el volumen de población de los migrantes venezolanos, las profundas diferencias culturales entre éstos y los anfitriones y la competencia laboral entre unos y otros. A ello se añaden las dificultades de los países receptores en cuanto a su capacidad logística y económica para atender una marea poblacional inmensa que ha caído del cielo y está desestabilizando la región.

En estos países, pues, la tolerancia ha cedido espacio a intolerancia. Esto se aprecia en las redes sociales, donde ciertos usuarios gozan de plenas libertades para promocionar el rechazo a los inmigrantes “venecos”, aunque también están quienes que aún apoyan su aceptación y evitan hacerse eco de los excesos.

Si la crisis migratoria se perpetúa en el tiempo, será difícil que en las redes sociales no broten más expresiones de descontento e intolerancia.

Texto: Humberto Jaimes Q.

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