Venezuela

Venezuela muestra su rostro famélico [fotos]

Los gravísimos estragos del hambre en Venezuela se reflejan en los cuerpos de millones de habitantes imposibilitados de nutrirse apropiadamente. Distintos estudios revelan que en el último quinquenio el flagelo de la malnutrición va al galope, minando la salud de los ciudadanos y haciendo prever consecuencias desastrosas para las venideras generaciones      

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Daniel Hernández

Adelgazar para conservar la salud y lograr un peso apropiado es algo muy distinto a enflaquecer por hambre. Son procesos y situaciones diferentes, en los que el organismo humano sufre cambios drásticos que repercuten en la salud personal y, en consecuencia, en el bienestar integral del individuo. El lado pernicioso de esta dantesca realidad afecta hoy a millones de venezolanos. Algunos de ellos nos muestran su rostro famélico, en este reportaje del fotoperiodista Daniel Hernández.

Los números del hambre

La organización no gubernamental Centros Comunitarios de Aprendizaje (Cecodap) se hace eco de los resultados de la más reciente Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi), correspondientes a  junio de 2020.

Estos arrojan que al menos 639.000 niños menores de 5 años padecen de desnutrición crónica. Una cifra alarmante y con tendencia acelerada de crecimiento, debido al deterioro económico generalizado.

El poder adquisitivo está en el suelo y las familias de escasos recursos sufren de malnutrición y, en el caso más doloroso, de desnutrición, en un país que hasta hace 20 años era una potencia petrolera por excelencia.

Vicente Mijares. Vive en 5 de julio, Petare

Actualmente, solo Yemen, la República Democrática del Congo y Afganistán superan los 9,3 millones de hambrientos que una ONG británica estima hay en Venezuela.

Según entidades y organismos internacionales como el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), la desnutrición infantil en este país suramericano alcanza cifras alarmantes.

Para 2017, de acuerdo con Unicef, se reportaba un incremento desmesurado de la subalimentación en Venezuela. Esta pasó de 10,5 % en 2004 a 13 % durante el período 2014-2016.

Consecuencias devastadoras

La organización Cáritas reportaba que para agosto de 2017, 15,5 % de los niños de las comunidades evaluadas en un estudio padecía desnutrición aguda, y 20 % estaba en riesgo de desnutrición. Para el Programa Venezolano de Educación–Acción en Derechos Humanos (Provea) la desnutrición infantil pudo llegar a 25 % en 2018.

La tendencia se ha acentuado en los últimos años y de no corregirse a la brevedad esta situación, la desnutrición, en el mediano plazo, tendrá consecuencias devastadoras en el proceso de maduración, crecimiento y desarrollo de la población infantil.

Un pueblo subalimentado

Los adultos mayores constituyen otro sector de la población altamente vulnerable. No hay información tan detallada como sobre la población infantil. Sin embargo, algunos reportes ilustran una situación muy negativa.

Un informe titulado El Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo 2017, de Unicef, refiere que la subalimentación (una medida del hambre que indica la proporción de población con un consumo de energía inadecuado) alcanzó en Venezuela a 13 % para 2016.

Asimismo, la Encovi 2017, elaborada por universidades públicas y privadas (Universidad Central de Venezuela, Universidad Simón Bolívar, Universidad Católica Andrés Bello), refiere una pérdida de peso no voluntaria de 11 kilogramos en 64 % de la población.

El documento indica, además, que 8,2 millones de personas ingieren solo dos o una comidas de mala calidad al día; 61 % de los encuestados se va a la cama con hambre y se reporta, adicionalmente, que 87 % de la población se encontraba por debajo de los índices de pobreza para el momento en que se hizo la encuesta. En sondeos más recientes, las cifras aumentan.

Dinero escaso, necesidad creciente

En la actualidad, una economía deteriorada por un manejo político equivocado, sueldos que no se adaptan a la realidad de la cesta básica, la partida de venezolanos al exterior dejando aquí a sus familiares, son factores que impulsan las penurias alimentarias del país.

El consumo de proteínas y vitaminas es muy escaso, mientras se eleva la ingesta de carbohidratos. Ya resulta normal y cotidiana la compra de alimentos en dólares. Ello contrasta con la gran cantidad de familias que no perciben divisas por sus servicios o empleos.

Sectores como la educación, la salud y los servicios públicos, remunerados en bolívares, son los grupos laborales más golpeados, porque son ingresos que no permiten comprar ni siquiera un décimo de un mercado familiar. Por ende, muchos productos alimenticios que ocupan anaqueles y refrigeradores, especialmente las proteínas necesarias para una nutrición adecuada y de calidad, se quedan allí.

Genaro, vive en Yaracuy. Foto: María Mercedes Guevara

Organizaciones no gubernamentales como Cecodap, Cáritas, Aldeas Infantiles Venezuela, Plan Buen Vecino, entre muchas otras, redoblan sus iniciativas de asistencia alimentaria, pero no se dan abasto para socorrer a tantos necesitados, en un país con más de 30 millones de habitantes. Se calcula que un tercio de la población está en un severo riesgo alimentario.

Malnutrición: umbral de otras enfermedades   

La mala planificación y la falta de educación son factores que incrementan el hambre. En el contexto actual, habría que considerar también situaciones como la que involucra directamente a sectores de la población como los pensionados. Este grupo está sujeto a un maltrato gubernamental que no ayuda y degenera cada día más la condición de estos ciudadanos de la tercera edad,  ya que la pensión que reciben no equivale ni siquiera a un dólar.

Además de esta crisis económica, se suman las adversas condiciones generales de salud entre la población. Por ejemplo, la diabetes, que se ha incrementado sus cifras  y sus complicaciones, debido al consumo desproporcionado y forzoso de carbohidratos.

Actualmente, la situación de los abuelos que han quedado solos por la partida de sus familiares, que dejaron Venezuela en la diáspora, han quedado en situación de abandono, Muy pocos tienen garantizada la remesa para su manutención.  La reciente muerte, por desnutrición, de los hermanos Sandoval, en el centro de la capital venezolana, fue un caso que impactó a la opinión pública, Sin embargo, el Estado pareciera incapaz de afrontar esa situación, lo que deja al descubierto el terrible panorama del hambre en Venezuela

Semblanzas del hambre

Ángel Escuela es un hombre de 59 años, trabaja como vigilante del urbanismo donde vive, en Paulo VI, municipio Sucre del estado Miranda. Es jovial y conversador. Vive solo y está desnutrido.

Ángel Escuela. Vive en Paulo VI, Petare

Ángel, en un tiempo, fue comerciante. Dice que pudo ver prosperidad en su hogar, pero así como conoció la buena economía, también vio llegar su declive con el gobierno de Nicolás Maduro. Cuenta que nunca tuvo sobrepeso, pero desde hace 4 años ha bajado 15 kilos. El sueldo no le alcanza para adquirir las proteínas necesarias para alimentarse bien. Su dieta se basa en carbohidratos. Ángel no es un adulto de la tercera edad,  todavía, pero su delgadez lo hace ver 10 años mayor.

El antes y después de Marcela Cisneros. Vive en Paulo VI
El antes y después de Marcela Cisneros. Vive en Paulo VI

En el mismo sector vive una mujer de 60 años: Marcela Cisneros. Ella, sus hijas y nietos son de esas familias que no pueden comprar proteínas y llenan el estómago con carbohidratos. Algunos los obtienen de la caja CLAP, cuando les llega. Recibe una pequeñas ayuda del comedor de la escuela Raúl Leoni, de Paulo VI, por ser madre procesadora.  Marcela no tiene una desnutrición marcada en el cuerpo, pero no come bien. Dice haber perdido 15 kilos. Luce demacrada y sus ojeras son visibles. Una de sus vecinas, quién la ayuda en la comunidad, dice que la ha visto perder la velocidad mental que tenemos por naturaleza y eso es algo que le atribuye al hambre.

Los ancianos que se han quedado solos en Venezuela -y más los que no tienen ningún tipo de ingreso además de la pensión del Seguro Social- son los más vulnerables ante esta situación. A ello se suman las enfermedades que aparecen durante la vejez, como le ha pasado a Vicente Mejías.

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Vicente Mijares vive en la zona 5 de julio, en Petare, el barrio más grande de Venezuela

Vicente tiene 73 años y vive solo. Su vivienda es una casa de bloque en el barrio 5 de julio de Petare. Utiliza una sonda uretrovesical posterior, pues presenta imposibilidad para orinar.  Debe practicarse un examen prostático  y no tiene el dinero para hacerlo.  «Todo es difícil y desde que llegó maduro al poder la cosa se hizo insostenible,  no me van a decir que no es así. Ese señor destruyó al país» dice Vicente con voz baja, pero llena de rabia y frustración.

No come bien. En realidad, casi no come. Cuando abre la nevera para mostrarla, solo se ve un huevo en ella y jarras con agua fría. El huevo lo conserva para el almuerzo del día siguiente.

Muchas personas intentan eludir el hambre levantándose tarde. Vicente no. Se para muy temprano, por su costumbre de hacerlo para salir a trabajar, como en  sus años productivos. Su desayuno es una taza de café. Ha perdido 17 kilos, siente una impotencia al levantar su camisa para mostrar su delgadez porque dice que no es justo que la mayoría de los ancianos venezolanos viviendo esta situación.

Aunque aún no se le notan las costillas, su correa muestra que ha perdido tallas y su condición de salud acentúa la pérdida de fortaleza.

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La nevera de Vicente

En todo el país

En el interior de Venezuela el hambre también se refleja en el abandono de los adultos mayores. El señor Genaro vive con su hermana y el esposo de esta, en una humilde vivienda de la comunidad Buena Vista del municipio La Trinidad, en el estado Yaracuy. Perdió la vista a causa de la diabetes. La desnutrición le impide caminar y asearse por sus propios medios.

Lea también: Jubilados, la larga espera por una pensión de hambre 

El hambre castiga a los hogares dónde no hay dólares. El signo monetario nacional, ya pulverizado, es para muchos el único ingreso.

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Las manos de Ángel Escuela

Con fe y voluntad

Antonio Quintana es un fotógrafo de prensa de Guarenas, estado Miranda. No es un anciano y trabaja para un medio nacional y para un organismo público. Sus ingresos no le alcanzan. En 5 años, su calidad de vida y la de su familia ha caído. Antes se redondeaba trabajando de noche en un puesto de comida rápida, pero eso ya no es rentable y ahora le toca más duro.

Pese a todo, dice conservar la fe. Ha rebajado 30 kilos. Relata que antes tenía un poco de obesidad, pero su cambio fue sorprendente. Ello se evidencia cuando muestra una fotografía de hace 10 años.

Para Antonio y su esposa, los hijos son lo primero. Tienen dos: una adolescente de 14 y un escolar, varón, de 7 años. Ellos comen completo, ya que muchas veces sus padres dejan de alimentarse para garantizar la comidas de sus hijos.

Antonio entiende el hambre y, como cristiano, ayuda a su comunidad en campañas alimentarias de su iglesia. Va a las jornadas y junto con su hija ayudan a otras personas, mucho más necesitadas que ellos. Asegura que Dios le da una fortaleza única para seguir. Y pese a no tenerla fácil, mantiene intacto el espíritu y la voluntad de servir a los demás.

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