Venezuela

Varados en Dominicana: el cielo venezolano sigue cerrado para ellos

Un grupo de 168 personas trata de que se autorice un vuelo para regresar a Caracas y se tome en cuenta a todos los venezolanos varados en Dominicana como consecuencia de la pandemia y que ya no pueden ni costear su estadía en la isla. Han ido al consulado, a la cancillería dominicana y hasta a la ONU: siguen esperando

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Más de 50 venezolanos que siguen varados en República Dominicana han ido una y otra vez a tocar puertas: por ellos y por otros más. Y seguirán tocando a las que creen que deben abrirse para ayudarles a solucionar. Esperan abordar un vuelo humanitario, de emergencia, de repatriación, especial o comercial, dispuestos a pagar los gastos asociados al viaje y a cumplir las medidas de bioseguridad que el gobierno disponga una vez aterricen en el país.

Esto, mientras el cierre de operaciones aéreas en Venezuela vigente desde marzo se extiende, al menos, hasta el 12 de septiembre, según informó el Instituto Nacional de Aeronáutica Civil (Inac).

Explica Maleiva Zambrano, vocera del grupo de venezolanos en República Dominicana: “República Dominicana tiene una sección consular operativa. Hemos asistido varias veces, nos atendieron las últimas tres. También fuimos a la Cancillería y a la ONU. El 12 de agosto, nos llamó el embajador Alí Uzcátegui Duque y nos informó que la embajada está haciendo todos los trámites necesarios con Caracas para que se dé el permiso de aterrizaje de este vuelo”.

La primera vez que fueron atendidos el grupo dejó un escrito de puño y letra. En las dos siguientes, entregaron un oficio con la solicitud, así como la lista de los futuros pasajeros y copias de sus pasaportes. Antes, el 4 de agosto, habían entregado una solicitud a la Cancillería solicitando su mediación y el 7 de agosto, la misma petición en la ONU.

“Solicitamos un permiso con una aerolínea dominicana. Fue lo que conseguimos en el momento. Nos ofrecieron un avión para 50 pasajeros e hicimos la lista con los que tenían la disponibilidad inmediata en caso de que se aprobara el permiso. Pero el tema de las aerolíneas le toca decidirlo al gobierno”, relata Zambrano.

El vuelo debía partir el 13 de agosto desde el espacio aéreo dominicano, el cual se encuentra abierto. Pasajeros, equipaje mínimo y la urgencia del retorno abordarían amparados en el artículo 50 de la Constitución venezolana y el artículo 13 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. No hubo vuelo, aunque sí embarque.

En horas de la mañana del 14 de agosto, en la séptima ida a la embajada, Zambrano, en representación del grupo, fue atendida por el primer secretario Iván Salerno. El acuerdo es un nuevo procedimiento.

Para el lunes 17, los venezolanos debían consignar tres listas: la de los varados con pasaje de retorno, la de quienes esperan vuelo de repatriación y que puedan pagarlo, y la de quienes no puedan pagar un vuelo. Cada una con los documentos adicionales requeridos.

Pero éste, el que será el segundo vuelo, sigue sin ser confirmado. Y deberá confirmarse al menos con más de 72 horas de antelación para que cada pasajero pueda realizarse la prueba PCR y recibir sus resultados.

El lunes 17, en efecto, tocaron a las puertas de la embajada: por novena ocasión. Y entregaron todo  lo que les pidieron a Iván Salerno. Y seguirán visitando la sede diplomática hasta lograr su objetivo.

Esos documentos dejan constancia clara de la situación: son 74 venezolanos en condición de «varados» y que tienen sus boletos de regreso; 55 que vivían en Dominicana antes de la pandemia pero que necesitan regresar a Venezuela y están en posición de pagar por sus pasajes; y 39 que también vivían en ese país antes de la pandemia, pero que no pueden pagar por boletos aéreos.

«Somos un grupo de 168 personas que vive una diversidad de condiciones muy duras de salud, económicas, psicológicas, emocionales y familiares que hacen urgente e impostergable nuestro regreso».

Desamparados allá y aquí

Las restricciones aéreas por la pandemia son mundiales y las de vida, personales.

Ricardo Murcia vive en Santo Domingo desde el año 2017. Su padre murió en Venezuela en 2018 y no pudo asistir a sus actos funerarios por falta de dinero. En junio, murió su madre, también en Venezuela. Desde entonces, sus dos hermanos quedaron solos: el mayor con una discapacidad y el menor que ahora no puede trabajar para encargarse de los cuidados del mayor.

“Si me pudiera ir en un barco de carga o un bote, que yo sé que voy a llegar a Venezuela, me voy”, cuenta Ricardo.

Vendía fresas y, tras la medida de confinamiento, se quedó sin trabajo y sin dinero. Tuvo que dejar el espacio en donde prácticamente solo dormía y debe cuatro meses de ese alquiler. Ahora duerme en el piso en casa de un amigo. Esta semana, la Fundación Colonia de Venezuela en República Dominicana (Fundcoverd) le regaló alimentos. Quizás lo ayuden con el alquiler de un espacio para vivir si su permanencia se prolonga. Su tío en Venezuela se encargó de hacer una colecta familiar para el gasto del vuelo. Van 150 dólares.

Al igual que Ricardo, Maryori Salcedo tiene urgencia por regresar: su padre, de 76 años, en julio se cayó y ahora tiene problemas en la cervical y depresión. Sus vecinos cuidan de él, ¿pero quién cuida a Maryori?

Ella es paciente con control antirretroviral y no ha tomado los medicamentos desde que salió a San Felipe (provincia Puerto Plata) en el 2019 para visitar a su hija, yerno y nietos durante un mes. Al enfermarse su hija, se quedó y empezó a vender tequeños para reunir la penalidad del cambio de boleto. Cuando por fin lo logró, la pandemia también logró llegar a República Dominicana. Parte de esos ahorros los ha tenido que usar para pagar los gastos de su papá.

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La salud de Magally de Flores también está riesgo: dado que el medicamento para tratar su hipertiroidismo severo le causa hipotensión y “bajones de azúcar”, logró llegar a Santo Domingo el 10 de marzo para realizarse unos estudios médicos y determinar otro tratamiento. Estaría hasta el 17 de marzo, pero este tipo de estudios quedaron suspendidos. Todo quedó suspendido salvo las atenciones por covid-19.

El dinero para los exámenes y medicamentos ya se le acabó. En Venezuela, su padre de 96 años y su madre de 78, quien además es hipertensa, diabética e hipotiroide, siguen bajo el cuidado de algunos familiares, vecinos y amigos, mientras Magally continúa en casa de un amigo.

“Trato de mantenerme tranquila para aguantar lo más posible, porque a la hora de una emergencia no tengo donde correr”, dice Magally.

Agrega Maleiva Zambrano: “Nos encontramos en una situación crítica y de emergencia. Nuestra salud física y mental está en riesgo y nuestros recursos económicos son cada vez más escasos. Es una situación dramática e insostenible. Hay familias separadas, personas de la tercera edad solas, que han visto morir a sus familiares en una video llamada, que están comiendo una vez al día y unas casi en situación de calle, menores sin sus padres. Estamos desesperados”.

Por una emergencia familiar, Zambrano salió a Estados Unidos el 29 de febrero con boleto de retorno el 15 de marzo. Allá permaneció hasta que abrieron los espacios aéreos de Estados Unidos y República Dominicana, y tomó un vuelo comercial a Santo Domingo. Debido a la ruptura de las relaciones entre los gobiernos estadounidense y venezolano, pensó que sería más expedito gestionar su solicitud de retorno desde un consulado operativo. Pero lo días se han convertido en semanas. En casa la siguen esperando sus dos hijos, su esposo, su mamá, su abuela y su trabajo.

Angélica Ramírez, la mamá de Salvador Sánchez, también espera a su hijo. Tiene 15 años y con los 14 recién cumplidos, una academia de béisbol se lo llevó a Santo Domingo con pasaje de ida. La ausencia familiar comenzó a afectar el rendimiento deportivo de Salvador. Además, murió su papá. Salvador y su familia decidieron entonces que regresara al país, solo que la covid-19 llegó antes a todos los países.

“Es menor de edad, no tiene representante legal en República Dominicana ni apoyo económico y social como lo tenía en los proyectos de béisbol a los cuales pertenecía. Duerme en casa de unos conocidos de su hermana y su cuñado”, explica Angélica.

En esta familia, la dinámica económica es inversa: desde Venezuela, cada 15 y 30 del mes, es que se envía dinero de las ventas de comida y helados para que Salvador tenga qué comer y dónde dormir. Vecinos y amigos realizan una colecta para su vuelo a casa. Una vez de vuelta, Salvador retomará sus estudios mientras su mamá lo abrazará rompiendo el distanciamiento.

Cada uno hará lo mismo. Claro que antes, deberán subirse al avión y cruzar el cielo venezolano que sigue siendo el límite.

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