El Estímulo

Una copa de pocas emociones

La ausencia de goles en los primeros partidos de la Copa América Centenario sorprende a quienes prefieren obviar el pasado reciente, o a aquellos que todo lo saben. Esta ausencia de goles ni es casual ni tiene pinta de estar cerca de su final.

Publicidad
(Reuters)

En la pasada edición del torneo continental, la selección chilena, campeona del certamen, anotó trece tantos en seis partidos. Para llegar a ese número, el equipo que dirigía Jorge Sampaoli tuvo que disparar 81 veces al arco rival. No hace falta ir a los promedios para enfatizar que a más ocasiones de peligro, mayores serán las probabilidades de anotar un gol. Aún así, Chile, una de las selecciones que más énfasis hace en el juego ofensivo, apenas pudo superar el promedio de dos goles por encuentro.

Pareciera que el público y los expertos viven más de las muestras emocionales que de lo que realmente proponen estas selecciones. Las celebraciones, el sentido de pertenencia, el chauvinismo y hasta el «acompañamiento» de las hinchadas tiene tal peso que la reflexión y el estudio del juego han quedado apartados, casi como si de enfermos se tratara. El juego parece haberse estancado y quizá sea hora de nadar contra la corriente y estimular, nada más que eso, el debate sobre si realmente entretiene lo que sucede en el campo o si es el contorno lo que enamora.

En la revista Nº 13 del Perarnau Club, Pep Segura, docente en el Instituto Nacional de Educación Física de Cataluña, y con paso por el fútbol formativo del Barcelona y el Liverpool, analizaba, junto a Jaume Marcet, esta actualidad nuestra:

«Curiosamente, cuando en Europa se abre una vía de juego más ofensivo, en América casi todas las selecciones y equipos importantes se basan en un fútbol de transición con una preponderancia en los sistemas defensivos evidentes».

Esas transiciones han llegado para quedarse. Amparados en que no hay tiempo de trabajo –la Chile de Marcelo Bielsa y la posterior versión de Jorge Sampaoli, con el apoyo intelectual de Juan Manuel Lillo, derrotan contundentemente esa excusa– las selecciones sudamericanas trabajan esas organizaciones defensivas y sus salidas al ataque, empleando largas y potentes carreras, o en el caso de la versión argentina, encomendándose al talento de Lionel Messi. Todas, salvo el caso austral, han dado preferencia a que cuando se produzca la recuperación del balón se salga rápidamente en búsqueda del arco contrario, lo que hasta los momentos no se ha traducido en actuaciones memorables de los arqueros.

Como consecuencia, las secuencias de posesión son más cortas, se abusa de recurso de la pelota parada y se aísla el análisis de cualidades o virtudes (como el tamaño, la velocidad o la fuerza) del juego mismo. Se habla de ellas y no de la capacidad de interpretar el juego de quienes las poseen. Las estadísticas recientes hablan de que una importante cantidad de ocasiones de gol, superior al 60%, nacen de contraataques o situaciones de balón parado, lo que refuerza aún más aquello que anunciaba Segura.

Por su parte, Marcelo Bielsa explicaba años atrás su particular visión sobre el tema:

«Yo soy un obsesivo del ataque. Yo miro videos para atacar, no para defender. ¿Saben cual es mi trabajo defensivo? `Corremos todos’. El trabajo de recuperación tiene cinco o seis pautas y chau, se llega al límite. El fútbol ofensivo es infinito, interminable. Por eso es más difícil defender que crear. Correr es una decisión de la voluntad, crear necesita del indispensable requisito de talento».

A falta del debut de Chile y Argentina se podría decir que el pronóstico es reservado en cuanto a la promoción de un fútbol más preocupado por atacar el arco rival que de defender el propio. El mismo Segura afirmaba que la evolución del fútbol, personalizada en los grandes equipos, lleva a pensar en mayores y mejores posibilidades de ataque, como incluso mostró ayer, por pasajes, la Vinotinto ante Jamaica, pero aún en nuestro continente seguimos enamorados de las estructuras defensivas de décadas anteriores, algo que sin duda ha emparejado el nivel competitivo, pero no hacia la excelencia, como debe ser.

El ejemplo chileno es un buen espejo en el que mirarse, no para copiarlo, sino para atreverse a algo más. No puede invitarse al hincha a que disfrute de algo más que los tres puntos si los equipos mismos no plantean nada distinto.

Publicidad
Publicidad