España

Un viaje en avión durante el verano del coronavirus en España

¿Qué se siente volver a los aeropuertos y destinos turísticos de España en medio de la "nueva normalidad"? La omnipresente mascarilla, la distancia social, los sitios a medio aforo, la paranoia en aviones abarrotados ilustran los cambios más evidentes en sociedades que ya sufren segundas olas de la pandemia que sacude al mundo.

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“A un hombre le pueden robar todo, menos una cosa, la última de las libertades del ser humano, la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la elección del propio camino”. Viktor Frankl, El Hombre en busca de sentido.

Son los 5:30 de la mañana, llego al aeropuerto con tiempo suficiente para tomar el vuelo a la isla Gran Canaria. Imagino el lugar abarrotado, —hace dos meses España abrió sus fronteras en la desescalada de la pandemia— pero hoy no son tantos los viajeros, en las pantallas los destinos más activos son los de playa y lugares con turismo de verano. Este verano de 2020, atravesado por los rebrotes. Quedan solo quince días para que la estación se extinga y el otoño vaya penetrando los árboles y el viento. El país intenta levantar cabeza en medio de la crisis económica en la que lo ha sumido la covid 19, el gobierno anunció con bombos y platillos el fin del virus, con la intención de atraer los millares de turistas que siempre llegan en esta época del año, pero lo cierto es que los rebrotes, y la marca registrada de ser el primer país de Europa que tuvo más contagios y muertos, han impedido que los viajeros lleguen en masa.

Mensajes omnipresentes

En el aeropuerto los mensajes de uso de mascarilla, distancia de seguridad y lavarse las manos están presentes desde la entrada hasta el baño. Por los parlantes cada treinta segundos recuerdan la importancia de la medida. En la fila para pasar a las salas de embarque, aunque hay cintas en el suelo que miden la distancia social, algunos se amontonan. El afán y la costumbre hacen de las suyas. Yo miro hacia atrás y mi mirada es una clara advertencia a quien me sigue de que debe mantener la distancia. Ingreso a la sala de espera, no todas las sillas están habilitadas, cada silla de por medio tiene un aviso que niega el uso. El lugar está lleno, busco un espacio con poca gente, en vano. Pocos minutos después se me sientan al lado varios menores.

A la hora de embarcar, aunque los pasos están señalados y la cinta en el suelo limita la cercanía, la gente se amontona de nuevo. La urgencia y el frenesí colapsa cualquier intención.

Al entrar al avión me sorprende verlo lleno, —temas de operatividad y economía— no hay distancia social entre silla y silla, es imposible que en un avión exista un metro y medio de separación y menos en aviones de bajo costo, cómo la mayoría de los que atraviesan el cielo europeo.

Me toca la ventana, la pareja que va a mi lado se levanta para dejarme pasar, intento no tocarlos, resguardo mi brazo para que no roce con el de mi vecino, él hace lo mismo. Giro mi cara para no tener cerca su aliento, su respiración. Los asistentes de vuelo indican las medidas, piden no quitarse la mascarilla en todo el trayecto, solo en caso de emergencia para ponerse la máscara de oxígeno.

Canarias con distancia

España está en el ojo del huracán, varios países como Reino Unido y Alemania han advertido a sus ciudadanos no viajar a la península y de hacerlo deberán hacer cuarentena o pruebas PCR. Los rebrotes van en aumento a pesar de que el gobierno ha intentado contenerlos. Casi 3 mil casos diarios se están registrando, para algunos se trata de la segunda ola del coronavirus.

A la hora del desembarque el anuncio indica que hay que hacerlo por filas, en orden y respetando la distancia. La advertencia se cumple a medias, puedo ver una pequeña crisis claustrofóbica colectiva por salir del avión. Lo mismo sucede en las bandas para recoger el equipaje, la mayoría se lanza por las maletas sin mantener la distancia.

En Las Palmas de Gran Canaria han tenido suerte, hasta ahora ningún país europeo ha vetado este destino para hacer turismo. En los autobuses solo se puede pagar con tarjeta, no se recibe efectivo, algunos tienen gel antibacterial en la ruta del bus dice: «Usa mascarilla». En la terminal las flechas indican que camino seguir para que no haya contacto. Otra medida pasada por alto así haya vigilantes.

Recorro varios hoteles y hostales, no todos cumplen las normas. En algunos lugares yo soy la única persona que usa tapabocas. En los restaurantes y bares la distancia no se mantiene. El comercio pone avisos y dispensadores, el límite de aforo se cumple.

En los últimos días la curva ha crecido en la isla con más de cien contagios diarios. Los canarios se quejan de la falta de conciencia de los viajeros, hace una semana quedaron impactados al conocer que un grupo de jóvenes organizaron un «coronacamping» en una de las islas. La acampada tenía como único objetivo propagar el virus. Algunos chicos con diagnostico positivo armaron plan en la playa Los Patos, en Tenerife, y aunque el lugar estaba cerrado por posibles derrumbes, se instalaron 60 carpas. La Guardia Civil y la Policía Local desalojaron el lugar a tiempo.

Verano del covid-19

Las playas no tienen un dispositivo especial para mantener la distancia como en su momento lo hizo la playa de Chipiona, en Andalucía. En Canarias cada quien asume su distancia, pero cuando hay mucha gente el metro y medio se difumina. Esta situación es igual en Barcelona, en donde al abrirlas la gente se lanzó en bandadas a disfrutar del verano sin control.

Y es que el frenesí colectivo a vivir el ahora parece desbordar los límites del miedo al contagio. En Valencia, un Dj fue grabado cuando bebía licor y rociaba a los asistentes el líquido. En Pamplona algunas discotecas se descontrolaron después de las tres de la madrugada, los dueños aseguraron que preferían cerrar antes que ganarse una multa porque no pueden volverse policías y es imposible controlar a la gente alicorada a cierta hora.

«Nos están haciendo daño», dice una mujer en un local de tapas. Voy caminando por la zona antigua de la isla y escucho a otra mujer que le avisa a sus amigos que a partir de mañana no se podrá fumar en público y que las reuniones vuelven a limitarse a diez personas. Esta es una de las once medidas que ha tomado el Gobierno central para todo el país tras el aumento de casos: se prohíbe fumar en espacios públicos si no se puede mantener al menos un metro de distancia entre fumador y la otra persona. Los lugares de ocio nocturno se cierran de nuevo, bares, discotecas, salones de baile y sitios con actuaciones musicales en directo. Los restaurantes y locales de venta de comida y licor deben mantener la distancia mínima de un metro y medio y el cierre será a la una de la madrugada, el último cliente que pueden recibir será las 12 de la medianoche.

En Gran Canaria el cielo es uno de los mejores del planeta para hacer turismo astronómico. La semana pasada era la lluvia de Perseidas o lágrimas de San Lorenzo, una actividad que atrae a cientos de turistas. Este año las empresas esperaron hasta último momento para activar los paseos al lugar más alto de la isla. El aforo limitado, ascenso por cuenta de los usurarios en vehículo privado, y uso de mascarilla en la zona abierta. Las empresas de renta car deben dar garantía de desinfección de los vehículos. Los telescopios son limpiados cada vez que alguien hace observación. Hasta el cielo estrellado se tenía que ver con tapabocas y distancia de seguridad.

Contra los negacionistas

Los avisos invaden las vías, en los paraderos se pide conciencia con el uso de la mascarilla. No ponérsela de bufanda, ni de manilla, no usarla por debajo de la nariz, no quitársela para hablar. No todo el país tenía la obligatoriedad de usar tapabocas. En medio de la polémica sobre si debe o no usar siempre, algunos ayuntamientos hicieron fuertes campañas en las que hacen analogía entre un asesinato con arma de fuego y el no uso de la mascarilla. En Madrid la pieza publicitaria que busca concienciar muestra las condiciones de frío y calor que atraviesa una persona con el virus y las altas temperaturas que sufrirá el cuerpo al morir en un horno crematorio, todo esto es porque muchas personas se han quejado del intenso verano y tener que llevar todo el tiempo la mascarilla. El cantante español Miguel Bosé en una llamada “defensa de su libertad “rechazó el uso del tapabocas y pidió hacer una manifestación sin ella.

El verano en la era covid 19 ha obligado a los pequeños comerciantes, que aún sobreviven, a reinventarse para no cerrar sus puertas. En los gimnasios se exige el uso de mascarilla, aunque no siempre se cumple, hay gel antibacterial por todos lados, en los cines las butacas de por medio mantienen la distancia, en los deportes al aire libre al igual que en lugares con menos espacio piden siempre distancia de seguridad.

Lo cierto es que España atraviesa un verano con rebrotes por todo el territorio nacional. Con avisos de advertencia para viajeros. Con la curva en ascenso y una incertidumbre sobre el futuro inmediato, algunos creen que una vez termine esta temporada habrá un nuevo confinamiento.

A mi regreso el avión va con sillas libres. Respiro más tranquila al saber que mi pequeña burbuja de aire es un espacio sin el aire ajeno. Las estrellas siguen ahí mirando cómo el virus sube y baja dejando su estela de muerte y desesperanza.

“Lo que importa no es el sentido de la vida en términos generales, sino el significado concreto de la vida de cada individuo en un momento dado”, Viktor Frankl, El hombre en busca de sentido.

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