Opinión

Un pedazo de patria que se muere

Cada vez me llegan más anuncios de ventas de personas que se van. Ciertamente, los bienes materiales son sólo eso, pero lo que significan va mucho más allá: son momentos, pensamientos y recuerdos que pasarán a ser de otras personas que nada tuvieron que ver con ellos

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AFP

Para los griegos, había una pena mayor a la de la muerte: el mismo Sócrates prefirió suicidarse antes que ir al exilio. Seis millones de venezolanos, según cifras no oficiales (jamás tendremos las reales), se han ido del país. Y Venezuela, antes de este desastre que vivimos hoy, era un país a donde la gente venía. No de donde la gente se iba.

Emigrar no es fácil, aún cuando se cuente con los recursos económicos para hacerlo, porque es renunciar a todo lo que significa pertenencia. Una alumna mía, que vive en Miami, escribió hace un par de años -en una tarea que yo le mandé sobre Venezuela- que ella se dio cuenta de lo duro que había sido irse cuando la cola de un huracán arrancó de cuajo un enorme árbol que tenía en la entrada de su casa de allá: “el árbol”, dijo, “era muy alto, pero no tenía raíces profundas, por eso el huracán lo tumbó. Y me di cuenta de que, aunque vivo bien aquí y mi casa es bonita y cómoda, yo soy como ese árbol: mis raíces en Miami no son profundas porque no están aquí… Están en Venezuela… Entonces lloré”. ¡Todas lloramos con ella!

El desarraigo… ¡qué cosa más triste! Recuerdo cuando mis hermanos decidieron quedarse a vivir en los Estados Unidos, donde habían cursado sus estudios, que mi papá les dijo “ahora serán ciudadanos del mundo, pero perderán su sentido de pertenencia”. Los venezolanos que viven en todas las esquinas del mundo siempre están buscando algo que los haga sentirse menos huérfanos de patria, ya sea juntándose con otros venezolanos, comiendo nuestras comidas típicas, escuchando nuestra música… Están pendientes de todo lo que sucede aquí, aún sin la esperanza de regresar algún día.

Toco el tema porque cada vez me llegan más anuncios de ventas de personas que se van… Todo lo que han acumulado durante sus vidas, sus recuerdos, sus enseres de familia, se van para siempre en uno o dos días… Si llegaran a regresar, ya no tendrían aquel escaparate donde la abuela guardaba los chocolates, ni los muñecos con los que dormían, ni la mesa aquella que habían heredado de sus bisabuelos.

Me duele, sí, me duele ver las fotos que me llegan de los organizadores de esos remates, donde “todo tiene que irse”, porque ahí hay cosas que se compraron con esfuerzo, con ilusión y con la certeza de que serían “para toda la vida” de quienes las adquirieron y sus descendientes. Ciertamente, los bienes materiales son sólo eso, pero lo que significan va mucho más allá: son momentos, pensamientos y recuerdos que pasarán a ser de otras personas que nada tuvieron que ver con ellos.

En una de esas ventas, compré un par de alfombras a una pareja mayor que, como tantos otros, decidió que sus últimos años, después de haberle dado al país los mejores de sus vidas, merecían algo mejor. Les escribí un mensaje a los señores una vez que las había puesto en mi casa, para que estuvieran seguros de que no solo se veían bellas, sino que las iba a cuidar con el mismo amor que ellos las cuidaron durante tantos años. Ese rito de pasaje tiene que ser muy doloroso. Y encima, la razón de ser de la venta, que es el corte del cordón umbilical con la patria madre.

¡Cuán duros han sido estos últimos años para Venezuela! Lo escribí antes y lo repito ahora: con cada venezolano que se va, hay un pedazo de patria que se muere…

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