#SexoParaLeer La carne de mi primo

El encierro no perdona. Las ganas están ahí y van en aumento. Y más si la tentación está a mano. En este relato de Diva Divina la carne de primo también se come

canadá primo
Ilustración: Daniel Hernández / Texto: Diva Divina
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Era de las que criticaba ese impulso, hasta que la cuarentena me obligó a quedarme con mi madre en casa de su hermana en la capital. El encierro forzoso en casa de mi primo sería la jaula donde se daría el encuentro.

Tenía tiempo que no lo veía, el chamito de 16 años ahora era un fornido papacito de 18, con los músculos marcados propios de la juventud y un estirón con el que rozaba los 1,80 de estatura.

A las bajitas nos gustan altos. Yo de 1,60 apenas, pero tres años mayor que él y con la experiencia propia del trabajo de prostituta que desconocían todos en mi familia.

Admito que el encierro y no poder trabajar me tenían a millón, cada día veía a mi primo más bonito y no tardé mucho en querer caer en la tentación prohibida.

Todo comenzó con juegos y bromas, entrenando juntos en casa. Cada vez me le presentaba con menos ropa, un topcito pequeño, un short pegadito y me aseguraba de que me viera, siempre.

Luego comencé a ponerme más atrevida, dejando la puerta semi abierta al cambiarme o propiciando cruzármelo en el camino de la ducha a mi cuarto para despertar su instinto de chamo.

Sabía que me miraba y yo a él también, procuraba ponerme cerca para ver el sudor en su espalda mientras entrenábamos y en más de una ocasión le notaba una erección a través de sus shorts.

A los tres días de eso ya el masturbarme no me llenaba, quería carne dentro de mi cuerpo y la del primo se veía cada vez más deseable. Una semana de encierro había pasado y ya yo no aguantaba las ganas.

Cuando el en el trabajo te están cogiendo de cuatro a cinco veces por semana y en muchas ocasiones más de un cliente por noche, el deseo sexual aflora y especialmente estremece con una semana de puro dedo.

Ahora sí

Fue a la semana y media cuando decidí tirármelo. Después de todo ya era un hombre joven, con deseos sexuales y sin poder acostarse con la noviecita a quien no veía en casi dos semanas por el encierro.

Ese sábado tomamos unos rones con mi mamá y la tía, jugamos cartas y escuchamos música. A la 1 de la madrugada las doñas se fueron al cuarto que comparten durante el encierro. Yo tenía otra cosa en mente.

-Primo, ¿vemos una serie?

El chamo no tenía aun la malicia de montarle cacho a su novia o quizás era porque yo soy su prima, pero no me quedaron dudas de que esa noche lograría saciarme.

Me fui a bañar y lo esperé, sin ropa interior, con un cachetero y una franela suelta que apenas cubría mis senos, mi cabello mojado y perfumada para levantar sus sentidos.

-¿Qué vamos a ver?, dijo al entrar en la habitación.
– Lo que tú quieras, respondí con ojos tiernos.

Estaba evidentemente nervioso cuando se sentó a mi lado en la cama. No dejaba de mirarme los senos y el piercing de mi ombligo. Noté que una leve erección se formaba en su short. Fue entonces cuando hice mi jugada, fui a tomar el control de televisor y de manera “casual” mi mano terminó sobre su miembro.

Antes de que pudiera hablar lo comencé a acariciar, y no tardé mucho en dejarlo apuntando al cielo. Lo miré a los ojos y me le acerqué hasta quedar a pocos centímetros de su rostro.

-¿Qué te gustaría ver bebé?, le dije.

Esas palabras fueron suficientes. Me tomó de la cintura y me sentó sobre él, sentí su pene erecto frotar mi entrepierna y no perdí tiempo en meter mi lengua en su boca, jugando con mi piercing en la suya.

Logré así calmar su excitación un poco. Como buen chamo quería tocar todo a la vez. Me separé de sus labios para quitarme la camiseta y poner mis senos, pequeños pero redondos, en su boca.

En un movimiento me puso boca arriba, se quitó su camiseta antes de besarme de nuevo, su pene parecía iba a hacer estallar el short, pero antes de lo que esperaba se lo quito y me despojó a mí del mío.

Vuelta y vuelta, primo

Puta precavida vale doble: saqué un preservativo de mi gaveta y se lo entregué. Fue divertido ver cómo sufría para abrirlo, pero una vez que lo logró se lo puso con prisa.

Su pene estaba ya duro, se le notaba la vena, era grande, al menos 20 centímetros por fin iban a entrar dentro de mí. Se acostó lentamente sobre mí y guié su instrumento entre mis piernas.

No pude evitar soltar un gemido cuando lo metió de golpe. Mi vagina parecía haberse estrechado luego de dos semanas sin tirar, sentirlo adentro me estremeció.

Comenzó a darme lento hasta que le mordí los labios y le apreté las nalgas, como a un toro al que acaban de pinchar empezó a embestirme con fuerza.

-Papi ponme en cuatro, le dije para evitar que se corriera rápido.

Me tomó con fuerza de la cadera y lo metió bruscamente. Sentí como sus bolas chocaban con mis nalgas, me tomaba la cintura, el trasero y me daba con fuerza, hasta que mis piernas temblaron y me corrí.

Mi primo no se detenía y me comenzaba a hacer sudar cuando sentí que lo sacó de un golpe, me dio la vuelta y se quitó el preservativo antes de descargar toda su leche caliente en mi abdomen senos y rostro.

Después de todo, la carne de primo sí se come. Y es de primera.

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