De Interés

Tomás Straka: “La sociedad que piensa en su porvenir se interesa por la historia”

El historiador considera que, ante los convulsos tiempos que atraviesa Venezuela, la historia se ha hecho atractiva para los ciudadanos, quienes buscan respuestas para entender el presente. A eso apunta un proyecto que impulsa desde la UCAB: un curso de historia venezolana totalmente gratis

tomás straka
Alejandro Cremades
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Acerca del oficio del historiador y de la pertinencia del conocimiento histórico ante las turbulencias de la Venezuela del siglo XXI. Sobre esto reflexiona Tomás Straka, historiador y numerario de la Academia Nacional de la Historia.

Straka tiene un doctorado en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), donde actualmente preside la dirección del Instituto de Investigaciones Históricas “P. Hermann González Oropeza, SJ” y lideriza un curso de historia en línea gratuito y abierto al público general que ha sido recibido con sorprendente entusiasmo: más de 3 mil personas se inscribieron, lo que demuestra que hay muchas ganas de conocer de dónde venimos.

“La gratuidad se inserta dentro de un compromiso más amplio de la UCAB. Puede verse como parte de los múltiples programas sociales que se llevamos adelante, pero también expresa una tradición universitaria mucho más antigua, ahora reconfigurada por la Internet: la de la extensión. Los Massive Open Online Courses (MOOC) representan hoy una línea de trabajo cada día más grande en todas las universidades del mundo. Sacar los conocimientos del campus y ponerlos al servicio de la sociedad siempre ha estado entre las primeras tareas de toda universidad”, explica Straka.

—Y le sumamos la virtualización por la pandemia…

—La virtualización llevó esto a otro nivel. Personas de todas partes del mundo atienden eventos y clases en Harvard o en Oxford. Y en todas partes, hay una batería de estos cursos que son completamente gratuitos, al menos en la posibilidad de seguirlos y aprender, porque la certificación ya suele tener algún costo. Eso ha hecho que el número de los que siguen los cursos en muchas universidades se mida ahora en millones de personas. Con nuestro curso básico de historia, por ejemplo, ya los inscritos van por el orden de los tres mil… ¡Tres mil personas estudiando historia!

—La idea viene a atender un interés de la ciudadanía por conocer su historia, pero, ¿esa preocupación es nueva? Pareciera ser estimulada por estos últimos 20 años.

—Todos los que tenemos algún tipo de relación con la historia, desde editores hasta los que gestionamos instituciones académicas, hemos llegado a una conclusión similar. Sería interesante hacer una investigación más detenida sobre el punto. Pero con lo que hemos visto y oído, lo que Venezuela ha vivido en las primeras dos décadas del siglo XXI, y lo que está viviendo en la tercera, ha sido sin duda un detonante para el interés por la historia.

A pesar de lo hondo de la crisis de la década de 1990, los venezolanos en general teníamos la ilusión de que un montón de cosas estaban ya completamente aseguradas. Por ejemplo, que la democracia era irreversible, así como la integración del territorio o la electrificación y las vacunas, y que, al hacer maniobras muy audaces, como las echadas a andar a partir de 1999, pasara lo que pasara, nada de eso se podía perder. No fue así. La realidad les llegó a muchos como un puñetazo inesperado en la cara. Eso los hizo reflexionar sobre cómo habíamos llegado adonde estamos. También esperaban que esa explicación les dijera cómo salir de eso, lo que también se ha demostrado que no es tan así. De este modo comenzaron a leerse cada vez más libros de historia, a asistir a conferencias o a cursos, a ver historiadores en los medios de comunicación.

—Pero está bien que sea así, ¿no?

—La sociedad que piensa en sí misma y en su porvenir, se interesa por la historia. Ese es el punto. Sobre todo, cuando esa sociedad está en una situación traumática. Después de un choque aparatoso o de la sorpresa de descubrir que tu pareja lleva años engañándote, te preguntas: ¿y qué pasó? ¿Cómo no me di cuenta? ¿Cuándo comenzó esto? Y la historia te ayuda a poner los hechos en orden, darles un sentido según el momento en que ocurrieron, y obtener de los mismos una explicación.

—Hace unos años, Inés Quintero decía que los libros de historia se venden tanto como los de autoayuda, ¿eso convierte a los historiadores en médicos que detectan patologías sociales?

—Eso nos puede generar problemas con los sociólogos, quienes son los que se han trazado, o por lo menos se trazaron en sus primeros tiempos, lo de determinar la patología social. Los politólogos, que en buena medida son una especie de sociólogos de lo político, también están más o menos en esa tarea. Los historiadores no llegamos tan lejos, pero dialogamos con ellos y contribuimos a la labor con algo clave: el sentido histórico.

Es lo que decía antes: darle sentido a lo que ha pasado en función de su momento, y extraer de eso algunas explicaciones. Pero sí, mucha gente acude a la historia como autoayuda, esperando una respuesta que le indique cómo resolver las cosas de una forma fácil y rápida. Hacen la típica pregunta: ¿cuándo salimos de esto? No toda la autoayuda, pero sí mucha de ella se basa en la fe: eres el centro del universo, se te ha asignado una misión especial, “lo mejor es lo que pasa”, el universo conspira a tu favor y así por el estilo. No soy quien para discutir estas cosas, pero cuando los historiadores actúan así, estamos en problemas. Pero el punto es que tradicionalmente muchos lo han hecho. La gente que nos lee como si escribiéramos libros de autoayuda suele basarse en cosas que ya ha visto.

—Y eso no necesariamente es bueno, ¿cierto?

—No. Muchas historias partidistas hablan en esa clave: que por ejemplo “estamos destinados a la grandeza por ser hijos de Bolívar”, o “porque somos arios”, o “porque el futuro socialista ya está escrito”, o “seremos porque hemos sido”. Pero si actuamos con honestidad, si no caemos en la tentación de manipular ni en la de vender ilusiones, los historiadores nos parecemos más a un psicólogo que a un gurú de autoayuda. No podemos más que hacer que la gente tome consciencia de su pasado, y que con base en eso diseñe decisiones para lo próximo que va a hacer.

Con la diferencia de que los psicólogos nos llevan una ventaja: básicamente, los historiadores no tenemos mucho que ofrecer para que las personas puedan lidiar con lo que les revelamos de sí mismos. Los psicólogos cuentan con terapias a su disposición. Nosotros solemos decir: ahí están los resultados de la investigación, el pasado no lo puedes cambiar, pero sí su interpretación y lo que vas a hacer de acá en adelante. Suena muy bien, pero, ¿cómo una persona puede manejar la ira, la tristeza, la depresión, que a veces genera el pasado? Es el momento en el que debemos pasarle el testigo a otros. Y con cuidado: esos otros, en demasiadas ocasiones, manipulan esos sentimientos para fines de cualquier índole. Un ejemplo típico es el de su uso para soliviantar el espíritu guerrero: ¡hay que vengar a la Patria! Y acto seguido se habla de una ofensa de hace doscientos años. Por eso insisto en la necesidad de dialogar con otras ciencias.

—También hay otro peligro: existen iniciativas similares que buscan atender este interés, pero sin la formación profesional necesaria. Lo importante de este curso es que son historiadores quienes lo imparten.

—Este curso tiene el respaldo del Instituto de Investigaciones Históricas de la UCAB. Además, tres de los que trabajamos en él somos Individuos de Número de la Academia Nacional de la Historia (los otros dos: Catalina Banko y Manuel Donís Río). En la parte pedagógica, fue diseñado por el Centro de Estudios en Línea de la UCAB, que son expertos, y muy buenos, en la educación online. Además, varios de los historiadores involucrados somos educadores de formación inicial. Recuerda que soy egresado del Instituto Pedagógico de Caracas. Para mí fue reencontrarme con el diseño de materiales instruccionales, cosa a la que me dediqué por mucho tiempo. Manuel Donís Ríos es también educador, como lo es Esther Mobilia, que colaboró en el diseño de los materiales. Lorena Puerta Bautista es una historiadora que también ejerce la cátedra en la UCV y en la UCAB.

—Con relación a las licencias para hablar de historia, ¿qué tan peligroso es que quienes dicten cátedras históricas no tengan formación universitaria en historia? Veo a gente que viene de profesiones ajenas y con un par de libros pretenden dar clases de historia.

—El peligro que el empirismo siempre trae consigo. Aunque hay de todo, en general, en nuestra área, eso significa un montón de información sin tener criterios para procesarla. También, suele traer desconocimiento de los últimos avances, que generalmente no son tan “últimos”: a veces tienen cincuenta años, cosa que los lleva a repetir lo de siempre, o a decir cosas como que “lo único de lo que se habla en la historia venezolana es de la Independencia”, cuando las cosas ya no son, ni de lejos, así.

Y por supuesto, el peligro de carecer de sentido histórico: saber un montón de datos, pero no cómo interpretarlos, lo que los lleva, generalmente de buena fe, a simplificaciones o a interpretaciones forzadas, o a descubrir el agua tibia. Si en algo hemos insistido en este curso fue en presentar de forma didáctica, asequible y, ojalá razonablemente divertida, cosas que normalmente se estudian y discuten entre la comunidad de los historiadores, pero que en general no han llegado en donde deberían estar: en la calle, en el debate público, en las aulas de los colegios, escuelas y liceos, en los medios y en las redes. Es algo que ha sorprendido bastante a las personas –y sorprendido para bien–, según hemos recibido en los feedback.

—Claro, porque aparte de conocer los sucesos, hay cuestiones de método y teoría en la que los historiadores pasan años formándose. No solo se trata de fechas y datos, sino de problematizar los períodos.

—Exacto. Es lo que decía antes del sentido histórico, de saber cómo interpretar los hechos y los personajes. Un montón de datos los procesa cualquier computadora. Problematizar ya es otra cosa: requiere comprensión, solo posible con formación teórica y metodológica, y con una visión de conjunto. No es agarrar una hoja o un insecto y describirlo, si es posible de memoria; es entenderlo dentro del universo de la botánica y la entomología. Un empírico conoce las descripciones, pero no de botánica ni entomología, o ha leído desordenadamente un poco de las cosas. Así puede creer que un libro de hace doscientos años sigue siendo el criterio dominante. Problematizar es saber qué preguntarle a un dato, tener una idea de qué te puede ofrecer.

—Aunque hay casos como Francisco Herrera Luque que, pese a ser un outsider en la historiografía, acercó a la ciudadanía a la historia, claro, diferenciando lo que es un libro de historia a una novela histórica.

—Sí. La ventaja de un Herrera Luque, de un José León Tapia, de un Asdrúbal González –menos conocido de lo que debería serlo–, de un mismo Arturo Uslar Pietri, es que escribían endemoniadamente bien. La lectura es sobre todo un placer, y ellos lo aportan. Por eso las novelas históricas son un género que en las librerías del mundo ocupan secciones enteras.

A las novelas históricas hay que volverlas unas aliadas. Ellas son capaces de enamorar lectores. El problema radica en que algunos esos enamorados son tan fieles que creen que basta con ellas para comprender la historia. No, no es así. Incluso, es al revés, sin leer la historia esas novelas no serán plenamente comprensibles. Saber historia hará más fascinante leer este tipo de literatura, al tiempo de que esta literatura podrá hacer más interesante la historia.

—¿Los historiadores se han adaptado a la difusión masiva del pasado?

—Sí, ya nos hemos adaptado, o al menos muchos lo han hecho. En la era de un Elías Pino Iturrieta, una Inés Quintero, un Edgardo Mondolfi, un Ángel Lombardi –padre e hijo–, ya no podemos hablar de historiadores que no son capaces de seducir a amplias audiencias, con la facundia o con la pluma. En buena medida, se trata del rescatar de nuestra vieja tradición de estupendos historiadores, que a la vez eran estupendos escritores, como José Gil Fortoul, por encima de todos, en el empíreo de la historiografía, Rufino Blanco-Fombona o Mariano Picón-Salas.

Cualquiera de los editores o de los libreros que quedan en Venezuela podrá decirte cómo los historiadores han logrado captar el favor de los lectores. Es verdad que actúa el contexto, del que ya hablamos. Pero ese contexto solo genera una necesidad en el público: que haya historiadores capaces de satisfacerla, es otra cosa. Y en Venezuela, afortunadamente, los ha habido.

—¿Y para ser un buen historiador se debe escribir bien?

—Que esto tampoco nos confunda. Para ser un buen historiador no hay que ser necesariamente un buen escritor, que quede claro. Si lo es, doblemente bueno; pero si no, tampoco es una tragedia, al menos para efectos de la historiografía, no así para su difusión.

Es como decir que un gran investigador de la industria farmacéutica no es competente, porque fracasa a la hora de vender sus productos como visitador médico. La formación para identificar problemas, la constancia para pasar meses o años en archivos, la capacidad para procesar lo encontrado, ya son méritos suficientes para hacer a un trabajo valioso. ¿Se le va a descalificar porque no se lea con deleite?

Además, no todo trabajo debe ser para un público general: hay estudios académicos, revistas especializadas, temas muy específicos. De modo que los combates por la historia deben ser hechos por equipos, donde hay un diálogo entre quienes construyen las jugadas en el medio campo, y quienes fulgurantemente hacen los goles que emocionan a las gradas. Cada uno juega una posición distinta y todos son importantes. Lo fatal es que no dialoguen entre sí. Un curso online como el que estamos ofreciendo en la UCAB, y como los muchos otros que ofrecen numerosas universidades en el mundo, que sienta el abecé de cierto sentido histórico, es un primer paso estupendo para iniciar este diálogo, y cada día aprender y disfrutar más.

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