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Sofía Imber: una terapia para Caracas

El filósofo suizo Alain de Botton, señala en su libro "El Arte como Terapia" que éste, como otras herramientas, tiene el poder de expandir nuestras capacidades más allá de aquellas con las que nos dotó la naturaleza. El arte, dice, nos compensa de ciertas debilidades innatas, en este caso, más de la mente que del cuerpo. Debilidades a las cuales nos podemos referir, según él, como fragilidades.

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FOTOGRAFÍA: CARLOS HERNÁNDEZ | ARCHIVO

Una de las muchas fragilidades de Caracas en la década de los setenta, era la de no contar con un Museo de Arte Contemporáneo. Hoy son muchas otras.

Sofia Imber será recordada por muchas de sus facetas, pero sin lugar a dudas, por una muy específica: elevar el nivel de Caracas, dotándola con uno de los cinco museos de arte contemporáneo más importantes de América Latina, el MACCSI.

Cuando en 1971, el Centro Simón Bolívar iniciaba la construcción de uno de los proyectos urbanísticos más importantes de América Latina, «Parque Central» , Sofia Imber visualizaba en los espacios de un estacionamiento, un museo de arte contemporáneo. Un museo para una ciudad pujante, «contemporánea» que para preciarse de tal y prepararse para entrar en el siglo XXI, tenía que tenerlo.

Por circunstancias de la vida, Sofía Imber siempre tuvo contacto con los marchantes de arte más importante de su época, pero también con los propios artistas, como en el caso de Picasso, entre muchos otros. Con presupuestos a veces muy limitados y con el caudal de sus contactos, logró cristalizar el proyecto de museo para Caracas, con la única sala Picasso de América Latina.

Finalmente, el 20 de febrero de 1974, el Museo abre sus puertas al público, convirtiéndose en un atractivo turístico mayor para cualquier visitante, de para aquel entonces, un país exótico, pero al mismo tiempo pujante.

Entre 1973 y 2001, Sofia Imber, dirigiría el museo, logrando 650 exhibiciones y 5000 piezas. En 2001, por sus posturas lógicamente contrarias a los brotes antisemitas que ya comenzaban a asomar por aquellos años, fue removida de su cargo en un programa de Aló Presidente. Decía Sofia Imber en enero de 2001 “Yo soy fundadora de este museo y eso es algo que no me lo puede quitar nadie (…) No tuve otro norte ni otra preocupación en mi vida que el museo. No me separaré de él nunca”. Así fue. Así será.

En 2006, para borrar lo que en mi opinión es imborrable, fue removido su nombre de la denominación del museo, que lo llevaba desde 1990, como homenaje que hacía justicia a su incansable labor.

Por su puesto, que esfuerzos como el de crear y mantener un museo son producto del trabajo de muchos hombres y mujeres, algunos cobijados en el anonimato, pero es innegable que el trabajo fundamental para gestar y desarrollar el museo fue de Sofía Imber.

Por eso, el mejor homenaje que se le puede hacer a Sofía Imber, es devolverle su nombre al museo, que injustamente fuera removido para tapar el sol con un dedo, basado en mitos urbanos e influencias ideológicas sobre el sentido del arte, para esconder otras realidades, como la del «extravío» de piezas, y los raptos literales de odaliscas.

Sofia Imber logró que en un mismo espacio, en Caracas, estuvieran Soto, Cruz-Diez, Reveron y Pedro León Zapata con Botero, Tamayo, Leger, Warhol, Kandinsky, Calder , Mondrian, Picasso, Moore, Dalí, Monet y Matisse, entre muchos otros.
¿Que más se puede lograr? ¿Que más se puede pedir?

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