Gastronomía

Reparto a domicilio versus delivery

El “reparto a domicilio” y la “comida para llevar” ya existieron en una Caracas pretérita. Ahora, obligados por la búsqueda de oportunidades, reaparecen disfrazados de moderno delivery y pick up. El anglicismo los hace novedosos, especialmente para los más jóvenes

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Reparto a domicilio

Los idiomas y sus hablantes son caprichosos. La lengua española no es la excepción. Casi todas las palabras son traducibles, la mayoría con un significado igual o similar; aunque hay otras que no dan la idea exacta de lo que queremos decir en un idioma distinto.

Este texto no es sobre gramática ni un tratado intenso de filología, sino es acerca de una actividad comercial que ha existido desde hace mucho tiempo, pero que reaparece y para precisarla se importan sus definiciones. Así tenemos que delivery y pick up, aunque tienen traducción en español, gracias a la globalización, se vuelven cotidianas.

El término en español, en el caso de delivery, corresponde a servicio o reparto a domicilio. Cuando se trata de comida para llevar, ahora aparece bajo la modalidad de pick up.

Las nuevas generaciones suponen como muy novedosas estas maneras de comercializar un producto, pero ya existían en el comercio caraqueño, más allá del ámbito de la alimentación, en una infinidad de actividades comerciales muy disímiles.

Este tipo de trabajo siempre ha sido una solución laboral para personas sin oficio definido. En la actualidad, obligados por las apremiantes circunstancias económicas del país, la desbordada inflación y la falta de empleos estables, una pléyade de profesionales y estudiantes universitarios deben salir a “patear la calle” para ganar un sustento diario que tampoco soluciona.

Delivery: otro modelo de negocio

El servicio de comida de restaurante con reparto a domicilio no tiene mucha historia en Caracas, ni está arraigado en nuestra cultura como en otras metrópolis.

Primero fue la comida china con un servicio rápido y eficiente. Luego llegaron las pizzas a las casas. Pero esto no es suficiente para señalar que tenemos experiencia en este tipo de servicio.

Para que un delivery o reparto a domicilio sea exitoso debe comenzar con buen pie, tiene que estar por encima de la oportunidad o de las circunstancias. Este trabajo demanda rapidez, exactitud y eficiencia. La inexperiencia puede acarrear que lo esperado por el cliente no sea lo que recibe, llegue a destiempo o simplemente nunca aparezca y nadie de la cara.

La presidenta de la Academia Venezolana de Gastronomía, Ivanova Decán Gambús, es enfática al señalar que “el delivery es otro modelo de negocio. Una cosa es un restaurante y otra un restaurante con comida para llevar, bien sea que la busques en el sitio o que te la lleven a tu casa”.

“Eso implica incluso una reingeniería del menú -señala Decán Gambús- porque hay platos que no funcionan igual comiéndolos en el restaurante, que enviándolos, en especial porque pierden calidad, entre otras cosas. Por eso cuando digo que no hay tradición de cocina de delivery en Venezuela, me refiero estrictamente a los restaurantes”.

Con respecto a la organización de este sistema, Ivanova Decán Gambús comenta que “no es fácil pasar de un día para otro a la modalidad de delivery. Las estructuras de costos son distintas, la calidad de la comida y cómo llega al cliente, el problema actual del combustible, los sistemas que tienen los restaurantes para organizar las comandas, procesarlas y llevarlas a la cocina es diferente con el servicio de delivery que cuando el cliente está allí”.

“En Venezuela no existe mayor experiencia en este servicio, hay que hacer un esfuerzo muy grande para llegar a un buen sistema de reparto a domicilio”, enfatizó la presidenta de la Academia Venezolana de Gastronomía.

El chino como medida

Muchos no entenderán este título, pero uno de los pocos servicios de reparto a domicilio que han existido desde hace mucho tiempo en Caracas es el de la “auténtica comida china” que popularizaron los restaurantes de esta nacionalidad.

Se hizo tan común que los envases plásticos con el eterno arroz primavera o los chop suey de vegetales calientes, pasaron a ser como una definición, además de hacerle competencia al Tupperware, que de nombre propio en Venezuela se convirtió en sustantivo.

Para referirse a un recipiente plástico reusable es común llamarlo “envase chino” o “pote chino”. Pero hay un uso más temerario, como medida de peso o cantidad, “le pones un chino”, es decir le pones lo que cabe dentro de un recipiente de comida china.

Casi todos los restaurantes chinos tienen debajo de su enigmático e intraducible nombre en luces rojas de neón la coletilla “comida para llevar” o lo que ahora denominan pick up.

restaurantes chinos en caracas
Arroz estilo chino

Los chinos comercializan sus productos de todas las formas existentes, lo llevan a casa en moto, o lo vas a buscar a esa especie de pasillo clandestino, donde también se puede pedir una cervecita, la más fría que hemos probado, porque si de algo se jactan esos locales es de la baja temperatura de sus polarcitas.

De la diminuta barra contigua al comedor sale el pedido en los consabidos envases de plástico o en bandejas de aluminio con tapa de cartón para las lumpias y platos más elaborados. Antes, cuando con un bolívar se podía comprar algo, la bolsa se abultaba con los suaves panes “chinos” calentitos y otros envases diminutos con la salsa agridulce.

Pizza redonda en caja cuadrada

Otro condumio que ha utilizado desde hace un buen tiempo el reparto a domicilio, como oferta extra para atraer al comensal y aumentar su clientela, fueron las pizzas y lo sigue haciendo.

Dominó, Pizza Hut, Papa John´s, entre otros rodaron y ahora continúan rodando por todas las calles de la ciudad. Aunque en algunas zonas de la capital es más popular comprarlas para llevar a la casa u oficina.

Sus enormes cajas de cartón cuadradas, siempre con una gran mancha de grasa, contienen una pizza redonda, que se recoge rápidamente para que llegue caliente a casa porque una pizza fría equivale a masa dura y queso chicloso.

pizza en caja reparto a domicilio
Cortesía Moi Cody / Freeimages

Una de esas cadenas comercializadoras de pizzas en su publicidad temerariamente señalaba que si la pizza no llegaba antes de 20 minutos al lugar señalado, no la cobraban.

Podemos suponer que más de un cliente maliciosamente dio una dirección complicada, como las que suelen existir en la enrevesada nomenclatura caraqueña para lograr una pizza sin costo.

Paellas y paelleras

En la urbanización Bella Vista, en el oeste de Caracas, a un costado de la línea del antiguo tren, en las décadas de los años 50 y 60 existía un restaurante con diseño y decoración que semejaba un vagón, con un comedor largo y angosto con grandes ventanales laterales.

De su cocina salían sin parar cientos de raciones de paella, especialmente los días sábado y domingo, pero obviamente el comedor no tenía tanta capacidad. Resulta que desde la aristocrática urbanización El Paraíso y de toda Caracas llegaban numerosos clientes para llevar a casa las raciones de paella, listas para comer.

Los propietarios del restaurante Bella Vista, ataviados con camisas de impoluto blanco y corbatas negras, prolijamente servían la generosa y sabrosa paella en un plato de cartón que envolvían con gran rapidez en papeles blancos y amarraban con pabilo. Cada una costaba Bs. 3.50 y si se quería con doble ración de mariscos Bs. 5.00. Este fue el pick up comercialmente más exitoso de la época.

La Caleta en Sabana Grande y Gallegos en la esquina El Muerto eran icónicos gracias a las paellas, que también se disponía para llevar a casa. Se pagaba un depósito por la paellera que luego era devuelta. La Caleta perdió su fama.

Gallegos no sólo continúa de pie sino que tiene presencia en las redes sociales y debido al coronavirus se sumó al delivery.

reparto a domicilio
Restaurante Gallegos. Aún funciona en el centro de Caracas

Igualmente la Cervecería Vigués en Chacao actualmente ofrece este servicio.

Debido al gusto del caraqueño por la receta del arroz del Levante, este negocio se tornó rentable y muchos restaurantes y tascas se sumaron a la práctica de “paella lista para llevar”.

Además surgieron muchas ofertas de catering para prepararlas en casa, que por razones obvias están suspendidas. Esta es otra modalidad un poco más sofisticada de servicio de todo tipo de comidas.

Llamada a la bodega

Pero el delivery es mucho más que comida de restaurante. Basta recordar que con una simple llamada telefónica del ama de casa era suficiente para que el marchante, generalmente de origen lusitano, tomara nota del pedido en perfecto portuñol que solo él entendía, pero era el reflejo exacto de lo solicitado por la misia.

El eterno fiado era anotado por el “portu” en una libreta con caracteres que parecían un jeroglífico, que al final de mes la señora cancelaba con el “diario” ahorrado semanalmente.

Este reparto a domicilio era un auténtico delivery de comestibles, casi la prehistoria de la actual compra online por Amazon, que se repartía en el vehículo del portugués y todo llegaba como había sido solicitado.

La competencia de la pulpería o la casa de abastos era el frutero ambulante (de los que hablamos más en esta nota) pero al final los marchantes venían del mismo país, se ponían melancólicos ante un triste fado y las clientas les compraban a todos por igual.

reparto a domicilio
Vendedor de frutas en Caracas, alrededor de 1920. Cortesía Circa

Estas prácticas comerciales entraron en desuso básicamente por inseguridad y también la facilidad y novedad de comprar en los modernos, pulcros y hermosos automercados que eran una delicia y estimulaba el esnobismo.

La panadería ambulante

Una curiosa moto modelo sidecar era el ideal para la distribución y entrega de panes y leche. Este vehículo tenía adosada una enorme cajuela metálica, que a su vez era sostenida por una tercera rueda para su estabilidad.

Todas las mañanas y en la hora de la merienda, aparecía el repartidor de pan, casi siempre de origen italiano, con su extraña moto de tres ruedas.

Abría la cajuela de donde salían todo tipo de panes desde bollos, tunjas, acemitas, gallegos, canillas, francés, isleños y de piquito hasta el conocido pan de a locha, de tamaño ideal y calientico para prepararse un sabroso emparedado embadurnado de auténtica mantequilla holandesa o del Lactuario Maracay.

En esa caja de la extraña moto, que recuerda imágenes de películas del neorrealismo italiano, también estaban el frasco de vidrio de leche Silsa, que posteriormente fue envasado en los llamados cartones de leche, los actuales tetrapack, y el periódico.

En la época decembrina, tanto la leche como el pan, terminaban en la boca de los patinadores, quienes eran vecinos, familiares o amigos de las víctimas del hurto, razón por la que los padres se hacían la vista gorda ante la inocente acción de “los muchachos de la cuadra”.

El tintineo de los heladeros

La hora más esperada por los niños, y adultos también, era la llegada de la marchantica Efe con su melodioso e infinito jingle, o el camión-cava de Tío Rico, con sus helados de sabores tradicionales que alegraban la tarde.

Vendedor de helados
Camión-cava de helados Tío Rico

Igualmente los carritos de helados que cuando el vendedor hacía sonar las campanitas, ejemplo del reflejo de Pavlov de inmediato salivábamos por la cercanía de la merienda.

No había costumbre de almacenar helados en las casas ya que las antiguas neveras carecían de un congelador con gran capacidad, por lo que el vendedor de helados se hacía imprescindible para saciar el antojo.

Este es otro sistema de venta y reparto a domicilio, igual que el delivery, ya que el producto llegaba a la puerta de la casa.

Medicinas en bicicletas

Toda buena farmacia que se preciara de serlo, debía tener el servicio de reparto a domicilio que estaba a cargo de un joven quien conducía una bicicleta, siempre pintada de negro, con una cesta de mimbre adosada al manubrio o en la parte trasera del asiento, a manera de portaequipaje.

De la barra superior del “cuadro” de la bicicleta se fijaba una lámina con el nombre de la farmacia y el número de teléfono. Ese reparto se ofrecía las 24 horas, ya que el producto se podía requerir para alguna emergencia nocturna.

La falta de seguridad, el crecimiento de la población, el nacimiento de un comercio masificado y posteriormente la escasez medicinas acabaron con el despacho, pero que hoy vemos como regresa repotenciado a través de las cadenas de farmacias.

Ropa limpia en la puerta

Camiones adaptados para transportar ropa limpia y planchada con sumo cuidado circulaban por toda Caracas. Este servicio era de una comodidad extrema y lo ofrecía la Tintorería y Lavandería La Primera con una flota de vehículos acondicionados para ese fin.

Reparto a domiciio
Lavandería La Primera

Este cronista recuerda que los jueves era el día para la entrega de ropa sucia y a la vez devolvían la que ya había pasado el proceso de limpieza cuidadosa y planchado extremo.

Los camiones de color verde, color emblema de La Primera, estaban acondicionados para llevar la ropa colgada en ganchos ad hoc, de manera que las prendas se entregaban en los hogares en perfecto estado.

Su competencia más cercana era la Lavandería y Tintorería automática Lav-O-Mat,  que también tenía servicio a domicilio en unas motonetas Vespa con un cajón metálico de ciertas dimensiones donde transportaban la ropa limpia y planchada.

Sin lugar a dudas un tipo de servicio que sumaba comodidad y calidad de vida.

Lencería en maletas

Por las calles de Caracas tocando timbres por doquier, merodeaba un grupo de inmigrantes entre italianos, portugueses, sirios y libaneses que intentaban vender mercancías.

Todos ellos portaban una desvencijada maleta de cuero curtido por el tiempo y el excesivo uso. Su interior contenía lencería que se limitaba a juegos de sábanas, manteles con sus correspondientes servilletas, ropa sencilla para damas, batas de casa, perfumes de desconocidas marcas y hasta pantuflas.

Este era un delivery no solicitado ya que los bienes de consumo llegaban a la casa de improviso. Por la mucha labia e insistencia, y quizá hasta por humanidad, las amas de casa terminaban comprando alguna mercancía al “turco” o al “musiú”.

Todos los inmigrantes entraban en una u otra de estas categorías y hasta con nombres genéricos como el turco Mustafá o Basufra, el musiú Pangerino o simplemente «el portugués”. Estos apelativos siempre fueron de carácter amistoso y hasta de cariño, nunca se tildaron como expresiones peyorativas.

Sin haber estudiado mercadotecnia, tenían una táctica de ventas casi infalible que consistía en entregar la mercancía para pagarla a plazos.

El fiado siempre endulzaba al cliente porque de una vez obtenía el producto que algún día terminaría de pagar en cómodas cuotas, lo que daba la sensación de comprar baratísimo.

Caminar en esas circunstancias con una pesada maleta, bajo un sol abrasador era ganarse el pan diario, literalmente, con el sudor de la frente. Venían de países en guerra o en extrema pobreza.

La orden era “hacerse la América” y Venezuela siempre fue la puerta de entrada para una vida en libertad, con progreso y bienestar. El sueño de aquel país idílico se desvaneció para entrar en una auténtica pesadilla

La fe llega a casa

Si ampliamos el tema de lo que llega a casa, no estrictamente delivery porque no lo hemos solicitado, nos topamos con una legión de personajes que aparecen repentinamente con mensajes de fe y creencias en religiones, sectas y congregaciones de todo tenor.

Los Testigos de Jehová están entre los más fanáticos con una obsesión por hacernos cambiar nuestras creencias a horas muy inconvenientes. Siempre están en grupo, nunca en solitario. El vestuario y la manera de hablar los delata ipso facto.

También se presentaban los evangélicos portadores de biblias que no tienen el Nihil obstat o Imprimátur. No eran biblias autorizadas por la iglesia católica, son otras versiones.

Servicios de todo tipo y estilo

Existieron muchos otros servicios y ventas de los más variados artículos, estilo delivery por la venta y reparto a domicilio, como zapateros remendones, amoladores de cuchillos, vendedores ambulantes de los 32 tomos de la Enciclopedia Británica, los libros del Círculo de Lectores, juegos de olla completos y envases plásticos para todos los usos hogareños que generaron meriendas de señoras; las populares representantes Avon, que con la venta de sus cosméticos a través de primorosos catálogos impresos permitieron que más de una madre costeara los estudios de sus hijos.

Caracas, una ciudad de aires cosmopolitas donde se sucedían anécdotas que hoy parecerían casi pueblerinas, como la de aquella pícara gallega que vendía huevos de casa en casa, los colocaba en una cesta a la que agregaba plumitas de gallina para aparentar que eran fresquísimos y venían directo de la granja, pero en realidad los compraba en Quinta Crespo para revenderlos. También estaba el señor que llevaba un queso desconocido para muchos caraqueños que no era otro que la ya ahora popular mozzarella y que acompañaba con frascos de mermeladas caseras.

Sin embargo, ese sistema de comercio nos hacía el cotidiano más fácil y amigable. Eso era calidad de vida.

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