Venezuela

Petare: “Wilexis es tendencia, ¿y tú a quién apoyas?”

¿Qué sucede puertas adentro en una casa del barrio José Félix Ribas de Petare cuando ocurren estas noches de plomo, explosiones y cacerolas? ¿Qué pasa por la cabeza de quien debe esconderse de las balas perdidas? Muchos en la comunidad han decidido tomar partido y expresar su apoyo a uno de los dos jefes de banda enfrentados. Impuesto por el miedo o por la realidad, Wilexis Acevedo Monasterios parece contar con el respaldo de la gente. Pero, ¿de verdad se puede normalizar una situación como esta?

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petare José Félix Ribas
Daniel Hernández

“Ya empezó la fiesta, carajo”, gritó mi papá desde la cama, cuando escuchó la primera ráfaga de tiros, un torbellino de plomo inauguraba la sexta jornada de guerra en Petare.

Era lunes, 4 de mayo de 2020. A diferencia de las otras noches, esta batalla comenzó tarde, alrededor de las 7:30 pm. Destellos rojos iluminaron el cielo. No sabíamos qué eran, pero se ha vuelto costumbre verlos. Son como fuegos artificiales. De inmediato, las luces de las casas sin frisar empezaron a apagarse. El acuerdo es que cuando hay plomo en la calle, lo mejor es apagar todos los bombillos. Las sombras volvieron a ser las espectadoras del enfrentamiento. Un incendio en el cerro más alto del sector lanzaba humo anaranjado, brillante como un volcán en erupción.

La guerra continuaba.

Como si siguiéramos un guion o un simulacro, todos corrimos al lugar de resguardo. Mi mamá cerró las ventanas, mi papá quitó las llaves de la puerta y yo recogí las cosas que son necesarias tener a mano mientras dura el tiroteo: los celulares, los cargadores, la cartuchera y una libreta en la que me pongo a escribir para pasar el rato. También agarramos los panes que quedaron de la cena y la taza de café que me estaba tomando.

Nuestra trinchera es un cuarto viejo, un depósito de 2 por 3 metros y medio de ancho, en el que guardamos las cosas que ya no se usan. El bombillo se quemó y utilizamos la linterna del celular. Mientras estamos allí, mi papá intenta dormir; mi mamá cierra los ojos, escucha los disparos y a veces, en medio del aburrimiento, los cuenta. No hay señal de telefonía y no podemos comunicarnos.

A pesar de las circunstancias, estamos bien, lo único fastidioso es el polvo y la humedad.

Cuando me puse cómodo en una esquina, previendo lo larga que sería aquella “fiesta” como la llama mi papá, las detonaciones dejaron de sonar. En su lugar, apareció otro ruido no menos ensordecedor, ese taqui, tiqui, taqui que nos recuerda una rebelión. Cacerolas. La gente de Petare estaba descargando su fuerza contra las ollas. El motivo lo desconocíamos, nadie lo había convocado, el alcalde apenas se remitió a escribir un tweet y a no dar declaraciones.

petare josé félix

¿Protestaban contra la violencia? Teníamos que averiguarlo. Vacilamos un rato y al final mi papá fue el primero en arriesgarse. Mi mamá lo siguió y yo fui el último. En medio de la oscuridad, alumbraba con la linterna mientras me dirigía por el pasillo hacia el balcón.

Afuera, el ruido era fuerte, incluso mayor que el de los tiros. Un concierto de ollas y sartenes tenía lugar en medio de la penumbra. Mi mamá se emocionó, se fue a la cocina y volvió con el cucharón y la quesillera de aluminio, dispuesta a ser parte de la orquesta. Apenas intentó dar el primer golpe, se los quité.

—¡No vas a tocar nada, mamá! Lo mejor es no tomar partido en esto.

Me hizo caso, pero se fue a la puerta. Allí, al frente, estaba una vecina, dándole con furia a la reja de su ventana. Del otro lado, la gente del consejo comunal gritando y silbando. Abajo, otros vecinos de oposición estaban vitoreando también. Era extraño ver a chavistas y a opositores de Petare unidos en un cacerolazo que evidentemente sonaba a protesta.

—¿Para qué es todo esto?— le preguntó mi mamá a la vecina entre el alboroto.

—En apoyo a Wilexis. No nos queda de otra, con él estábamos mejor.

¿En apoyo a Wilexis? Menos que menos seremos parte del cacerolazo. No sabemos si el otro tomaba represalia y se intensifica la plomazón. Insistí en meternos a la sala y así hicimos. La bulla no nos dejaba hablar. Mi papá volvió a prender el televisor y no escuchaba nada, creo que lo hizo para abstraerse del ruido, porque tenía la mirada hacia otro lado, perplejo.

Apenas llegó la señal, los teléfonos empezaron a sonar. Unos amigos me preguntaban que cómo estaba, que informara sobre cualquier cosa y que les dijera el motivo de las cacerolas en Petare. El celular de mi mamá también empezó a sonar, esta vez le puso el altavoz y descubrí la voz de mi prima:

—Bendición, ¿también estás tocando?— preguntó emocionada, parecía feliz.

—No, me vine a acostar, me duelen mucho las piernas para estar en eso.

—Mamá, dile la verdad, dile que todo esto está mal— le insistí.

—…sí, bueno, tú sabes cómo es todo— terminó, haciendo caso omiso a mi recado.

Colgó.

El cacerolazo en Petare siguió por una hora. A pocos minutos de acabarse empezaron otra vez las ráfagas. Esta vez lejanas, pero no por eso se me quitaron los nervios. Teníamos que estar preparados para otra posible balacera más contundente. El Gusano, cuyo nombre todavía es desconocido, no toleraría ese acto rebelde contra él y su pretendido dominio. Ni siquiera encendí la computadora, me quedé en la cama esperando la señal para encerrarnos otra vez.

***

Wilexis Acevedo Monasterios goza de mucha popularidad en el barrio, eso no es nuevo, quedó demostrado con las cacerolas. Ante la desidia del Estado, de las instituciones y de los organismos locales, él asumió la responsabilidad de ser el líder de Petare, un hombre poderoso y benefactor con los más necesitados, una especie de caudillo en el siglo XXI.

Su supuesto nombramiento como juez de paz, del cual aun no hay mayores detalles, vino a consolidar un poderío que venía acumulando desde hace años.

Según la Ley Orgánica de la Jurisdicción Especial de la Justicia de Paz Comunal dictada el 2 de mayo de 2012, un juez de paz tiene como función la toma de decisiones, a través de medios alternativos, para la resolución de conflictos de forma armoniosa. Y aunque sus métodos no eran exactamente conciliatorios, mantuvo una especie de pax romana, por la fuerza, en todo el sector. Eso hasta la proclamación de Juan Guaidó y las protestas que se desataron en las zonas populares. Ese fue el punto de inflexión en su gestión como justiciero y pacificador de la localidad.

Para muchos habitantes sus soluciones radicales fueron efectivas: acabó con la delincuencia (siendo él mismo parte de ella), mantuvo el orden y hasta se volvió inspector de los comerciantes de Petare.

Dicen que una vez hirió en las piernas al dueño de La Propia, un abasto de la zona 8, por el mero hecho de vender la carne por encima del precio estipulado. Algunos petareños se sentían seguros, podían sacar el teléfono y subir a altas horas de la noche con la certeza de que El Patrón los cuidaba.

jose felix ribas petare

La inseguridad caraqueña llegaba hasta los pies del barrio, en la estación Palo Verde, de allí para arriba, la calle era pura fiesta y música a toda hora. La policía era incapaz de entrar al barrio. Nadie tenía fuerza para arrebatarle su poder. Un poder que se vio cuestionado ante la llegada de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES), creadas para exterminar a las bandas delictivas. Pero su presencia en Petare sólo reavivó la eterna enemistad del policía y el ladrón.

Por eso el respaldo de las cacerolas.

***

—¿Cómo estará Mary?— me preguntó mi mamá de repente.

La miré y me acordé de la señora Mary, una vecina que tiene 65 años y vive sola. Una de sus hijas emigró a Ecuador hace dos años y, a pesar de que estaba pendiente de su mamá, desde hace unos meses no manda dinero por la crisis del coronavirus. Su otra hija tampoco está con ella, la cuarentena la dejó atrapada en El Valle y no ha podido regresar. Cuando podemos, le damos comida y medicinas, pero aquella noche nos recordó lo difícil que significa ser de la tercera edad y vivir solos en estas circunstancias. Ya ni en la cuarentena estás a salvo.

A pesar de que vive a dos casas de la nuestra, nos pareció demasiado peligroso ir a ver cómo estaba, pero para evitar arrepentimientos y por condescendencia decidí salir. Mi mamá se negó rotundamente, pero luego accedió. Llevábamos más de una hora sin tiros y no me tomaría más de 5 minutos en volver. Mi mamá se asomó al balcón y de allí observaba todo.

—Baja, pues, pero muévete.

Cerré la reja y corrí rápido. Me llevé el celular para alumbrar el camino.

Mary estaba durmiendo, tardó en salir, pero no le había pasado nada. Me contó que los cartuchos de las balas se escucharon caer contra la pared de su cuarto, pero estaba tranquila, no sabía por qué eran las cacerolas y no saldría a apoyar a nadie. Sin que me quitara más tiempo, regresé de inmediato y justo en ese momento sonó otra ráfaga. Subí las escaleras de prisa y entrando a la casa, sano y salvo, recibí un mensaje por Whatsapp. Era un amigo, un colega periodista que también vive en la zona baja del barrio.

—¡Hey! ¿Cómo están las cosas por allá arriba?

Iba a responderle cuando llegó otro mensaje de él:

—Acabo de ver Twitter, Wilexis es tendencia, está de número 4. ¿Y tú? ¿Tú a quién apoyas?

Lo dejé en azul y me fui a la cama. Ya eran las 12 y debía aprovechar el silencio, después de seis días de balaceras. Esa noche no sonaron más plomos, pero varias ideas todavía retumbaban en mi cabeza: ¿Qué clase de pregunta era esa? ¿Tendré que tomar partido en algún momento? Yo no quiero normalizar este caos. No quiero ser parte de ninguna guerra. No elegí esto.

Escribí la anécdota con mi amigo en un tweet y me quedé dormido.

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