Opinión

Pedro Ignacio Galdos Zuazua: dar sin límites

El Padre Pedro Ignacio Galdos Zuazua, SJ, cumplió 90 años: una vida entera dedicada a servir al prójimo. Llegó a Venezuela en 1950 y entre la gente del Colegio San Ignacio es una figura que todos recuerdan con cariño y admiración. Carolina Jaimes Branger le hace acá un pequeño homenaje

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Galdos

Hay personas que nos marcan de manera especial, maravillosa y definitiva. Una vez que aparecen, permanecen en nuestras vidas para siempre. Y cuando evocamos los tesoros que tenemos, su presencia, sus lecciones y su recuerdo están allí invariablemente.

El pasado 31 de julio de 2021 cumplió 90 años el Padre Pedro Ignacio Galdos Zuazua, SJ. Toda una vida dedicada a servir a los demás, algo que se dice muy rápido, pero que ha tenido que ser una subida muy empinada. Y es que, si alguien sabe de subidas empinadas, es precisamente el Padre Galdos.

La idea de escribir este artículo no fue mía, sino de mi querido amigo Arturo Rojas: “ojalá pudieras algún día escribir un artículo sobre una persona tan querida, que no ha hecho otra cosa que dar, dar y dar”. El mejor día es hoy. Y acogí su sugerencia con alegría, porque he vivido rodeada de ignacianos, no solo en mi familia, sino también porque la mayoría de mis amigos estudiaron en el San Ignacio. Y siempre que hablan del colegio, resalta la figura del Padre Galdos como alguien querido, inolvidable, entrañable, humilde, generoso, afable… Nunca he escuchado a alguien decir que no lo quiere o que no lo recuerda con cariño. Por el contrario, siempre que hablan de él, es un grato bálsamo. Es recordar su sonrisa bajo sus lentes de montura de carey. Porque él fue un alivio en las tribulaciones de muchos. Y no es que fuera condescendiente: sabía escuchar y colocarse en persona en las circunstancias de los otros.

Mi hermano Rafael, por ejemplo, recuerda que estaba en quinto o sexto grado cuando su compañero Simón Angeli Luciani escribía obras de teatro. El Padre Galdos se convirtió en el entusiasta director de varias de esas obras, que luego representaron en el salón de actos del colegio. Ensayaban en su oficina, que quedaba en el segundo piso de bachillerato. Los animaba a entrar en los inexplorados terrenos de la literatura y las artes escénicas con la misma energía vital con la que los llevaba de excursión al Ávila, o a otros lugares de Venezuela, como los campamentos de occidente y oriente.

El denominador común de las opiniones que he podido recabar sobre el Padre Galdos es que no tienen una anécdota o un recuerdo en particular, sino muchos, porque ha sido toda una vida de detalles, momentos entrañables, una sucesión de buen hacer y actuar, que sentirían como “injusto” mencionar una sola.

Mis contemporáneos de la promoción de bachilleres de 1976 tuvieron el honor de haber sido sus ahijados. Entiendo que es la única promoción que apadrinó y pienso que casi todas -si no todas- hubieran querido tenerlo de padrino. Alberto Villegas me contó emocionado que el año pasado se reunieron en su casa en Miami para la reunión de los 45 años de graduados e invitaron al Padre Galdos. Al terminar la misa, les dijo: “me siento el hombre más afortunado del mundo, porque todo lo que tengo es todo lo que he dado”.

“Todo lo que tengo es todo lo que he dado”. ¡Qué lema de vida tan hermoso! ¡Cuánto amor está encerrado en esas palabras! En mayo del año pasado leí un artículo del Padre Ugalde sobre otro lema, “en todo amar y servir”, que hasta hace 30 años no se conocía, aunque estaba en el libro de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Refiere el Padre Ugalde que personas que manifiestan no ser religiosas comulgan con ese lema “como fuente interior de inspiración y vida”. Y así ha vivido el Padre Galdos.

Pedro Ignacio Galdos Zuazua nació en el municipio Aretxabaleta del País Vasco, siendo él y su hermano morocho Ignacio los menores de seis hermanos. La vida y obra de Ignacio, también sacerdote jesuita, merece ser resaltada, encomiada y divulgada. Dos hermanos más, Lorenzo y Loyola Marina, también abrazaron la vida religiosa.

El Padre Galdos llegó a Caracas en 1950 para iniciar su noviciado en Villa Pignatelli, al pie del Estribo de Duarte, en Los Chorros. Desde allí también inició sus ascensos al Ávila, su montaña adorada. Una vez en el Colegio San Ignacio, comenzó a acompañar al recordado Hermano Petit en excursiones con los muchachos. Más tarde fundó el CEL, Centro de Excursionistas Loyola, que ha sido una fuente de aprendizaje de vida sana, momentos entrañables y retos por cumplir, todos conjugados dentro de otro de los lemas de San Ignacio, “Excelsior”, que como adjetivo en latín “excelsus”, significa “más arriba, más allá, grandeza”. La «gloria» para los pocos escogidos para ello, eran los ascensos con el Padre Galdos a las Cinco Águilas; los picos nevados de Mérida. Y ese “más arriba” llevó a Carlos Calderas, miembro de la promoción de 1979, a alcanzar la cumbre del Everest en 2002. Por cierto, esa promoción, publicó un cuaderno en homenaje al Padre Galdos, titulado “Perico, semblanza”, cuando él cumplió 80 años. No sé de dónde viene el nombre «Perico», pero sí sé que le compusieron una canción que decía algo así como:

«El padre Galdos, rataplán
es un curita, rataplán,
que tiene cara de morral, rataplán,
es un bisonte, rataplán,
subiendo montes, rataplán,
o, por lo menos, un animal…».

En 2014 lo llamé para pedirle que le diera la extremaunción a mí mamá. Lo fui a buscar al colegio y tuvimos oportunidad de conversar un rato. Recuerdo sus palabras tan llenas de amor, justo las que yo necesitaba en un momento tan triste.

Albert Einstein dijo que «Sólo una vida vivida para los demás merece la pena ser vivida». ¡Qué mejor frase para describir la vida de alguien como Pedro Galdos!

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