Diseño

Neutroni: las premoniciones posmo de Kika Alcega

En septiembre de 1983 nació la marca Neutroni, todo un emblema de la Caracas de entonces y que rápidamente devino en referencia en materia de moda y diseño. Kika Alcega fue su motor creativo. Falleció a principios de agosto y esta es parte de su historia, la de Neutroni y la de una época en esta ciudad

Neutroni
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“Para mí lo que es importante es que uno pudiese tener opciones en el mercado, donde uno pueda encontrar cosas que reflejen la imagen que uno tiene de sí mismo”, dice la diseñadora caraqueña Kika Alcega en el documental «Zoológico» (1991), de Fernando Venturini, sobre un mercado de ropa que consideraba limitado: segmentado entre juvenil y niños, ejecutivo, de señora y “uno que es terrible: que es pavas”. Alcega –cuya prematura partida sorprendió recientemente– no encontraba piezas destinadas para la “gente normal, que en este caso sería uno”. Es que, decía Alcega, “vestir no es superficial” porque expresa “un estilo de vida”.

Esa concepción fue la mayor motivación que la llevó, junto a su esposo Raúl Delgado, a crear la tienda Neutroni con la idea de “suplir las necesidades de uno y las de gente como uno”, creando “un universo de cosas, más que una proposición por temporadas como lo haría normalmente un diseñador de modas” porque “al final, a uno le gusta el mismo tipo de sweater, el mismo tipo de camisa, y son ciertas variaciones las que [uno] hace”.

Neutroni nació en septiembre de 1983, en la resaca de ese terremoto que fue el Viernes Negro, en un local pequeño en los confines de aquel mall en boga –con palmeras artificiales, a lo Miami, incluidas– que era el CCCT.

Kika y Raúl habían regresado a Venezuela tras una temporada académica en el exterior: ella en una maestría de tipografía (graduada Summa cum laude) en el hoy extinto London College of Printing –siguiendo una recomendación del artista contemporáneo Sigfredo Chacón– y él, una en el London School of Economics. Luego cruzaron el Atlántico: Raúl en Babson, la prestigiosa escuela de negocios en Boston, y ella en la escuela del Museo de Bellas Artes (MFA) de la ciudad. Pero a Kika no le gustó el método de pedagogía y se retiró para trabajar en señalización junto a la empresaria Coco Raynes. De hecho, posteriormente, Kika trabajaría en la señalización del psicodélico Paseo Las Mercedes.

De vuelta a Caracas, con ayuda de Elena Uzcátegui –madre de Kika- decidieron confeccionar ropa en el segundo piso de su casa en Chacao. En ese proceso inicial, Elena les presentó a su amiga Anita Molina, una modelista. Pronto, en palabras de Raúl, empezaron a vender piezas “con una cestica que iba de tienda en tienda”.

Y la cestica se hizo tienda. Poco tiempo después, diseñada por Pancho Villarrubia, abrió la primera tienda Neutroni. Raúl estableció la producción en un apartamento en Las Mercedes, con 20 obreros, hasta que la alcaldía descubrió las actividades y tuvieron que irse a San Martín, cerca del centro de Caracas.

Kika Alcega
Raúl Delgado y Kika Alcega

En simultáneo, la pareja hizo un brinco al calzado luego de que Kika saliera a comprar zapatos en la lujosa tienda Cira, también en el CCCT, de Mayela Camacho y regresara “furiosa”, cuenta Raúl, porque un par de zapatos costaba 500 dólares.

Kika decidió producir su propio calzado. Elena los llevó a una fábrica en Boleíta cuyos dueños, recuerda Raúl, “fueron muy generosos” pues permitieron “que Kika innovara en su línea” luego de que creara unos zapatos Oxford con suela de chola: “Yo nunca había visto esa vaina. Ni en Estados Unidos”.

Neutroni fue un éxito instantáneo. Mario Aranaga, periodista especializado en moda, la describe como “un proyecto o una experiencia pionera en Venezuela que marcó la historia de las marcas de moda en el país y atrajo a gente influyente y diversa”.

De acuerdo a Aranaga, Neutroni respondía a “un grupo de gente joven con ganas de divertirse en un país que propiciaba la diversión por todas las circunstancias, un país libre, que gozaba de una privilegiada posición económica y en el que los que tenían el privilegio de viajar, que eran muchos más de los que lo hacen ahora, podían emular cosas que veían en Nueva York, Londres, París”. Jóvenes, en palabras de Aranaga, que se querían divertir y ser distintos porque “la uniformidad ya no era un valor, la gente quería distinguirse”.

Catalogo de Neutroni 1998, El Universal

Neutroni, cuenta Aranaga, hizo básicos “cuando aquí –más allá de Ovejita– no habían básicos. Y lo hizo siguiendo una especie de sistema de color, como el Pantone: la misma franela en distintos colores, un mismo modelo de bota, uno o dos modelos de pantalón, un hoodie”. Además, tenían cortes básicos y telas esenciales como el algodón o el denim. Este sistema le daba a la gente “la posibilidad de combinar en un look completo”.

Eran “piezas de calidad, bien diseñadas”, dice Aranaga, recordando que aun tiene unas “sandalias hechas en cuero de chivo que tienen una vigencia pasmosa: eso te dice mucho de una pieza bien diseñada, de buena calidad”. Neutroni “era un producto que era redondo, completo”.

“Yo no había visto en Venezuela una opción como esa”, apunta Aranaga, recordando las cajas, el empaque, el diseño de las tiendas y la gente que trabaja allí: “Todo era distinto, moderno, muy arquitectónico y novedoso”. Para él, ir a la tienda Neutroni era “disfrutar de algo visual”: incluyendo a la gente joven que allí atendía: “bastante particular, por diferente”.

Por sus cortes sencillos y colores neutros, la Neutroni inicial le recuerda a Aranaga a “los primeros días de Uniqlo”. La tipografía y las etiquetas eran “algo muy racional, muy bien pensado”.

“Podías encontrar vainas sobrias, pero modernas”, recuerda el periodista Oscar Medina: “Y otras cosas más arriesgadas. Pero en líneas generales era ropa bien funcional y bien hecha. Y entrabas y sonaba buena música, cosa que no pasaba en otras tiendas”.

Nohemi Dicurú, quien posteriormente sería diseñadora en Neutroni, recuerda las minitecas y verbenas de su bachillerato –a finales de los ochenta y principios noventa– cuando “estaba en auge la changa, lo mal llamado waperó después, y nos vestíamos con pantalones bota ancha y las botas Neutroni”. Eran casi un uniforme: “Todos queríamos tener las botas Neutroni”.

El músico Erwin “Wincho” Schäfer (Sentimiento Muerto, La Banda Atkinson), explica que “las mujeres especialmente se desvivían por comprar zapatos de Neutroni”.

El impacto de la marca fue tal que “en Neutroni se hacían largas colas para entrar al local, en especial en diciembre”, dice el periodista cultural Boris Muñoz.

Kika en la academia

Paralelo a la aparición de Neutroni, Kika Alcega fungió como una “profesora innovadora, dando clases en el Instituto de Diseño Neumann”, cuenta Jaime Cruz, director de la escuela Prodiseño.

Kika trabajó de 1983 a 1987 en el Neumann, el tercer instituto de diseño en la historia de Latinoamérica, fundado en 1964 como una asociación entre el empresario y mecenas checo –emigrado a Venezuela– Hans Neumann y el Instituto Nacional de Capacitación Educativa.

Para finales de los ochenta, “el Instituto Neumann estaba pasando por una etapa de deterioro, ya Kika no era profesora, y varios alumnos y profesores hicieron una huelga y un llamado a resolver la situación”, cuenta Cruz: “No hubo posibilidad de negociación con las autoridades de la institución y ese grupo de profesores y alumnos deciden crear otra institución”.

Así, en 1990, nació Prodiseño, convocando “a varios ex-profesores de la Neumann y otros diseñadores destacados a formar parte del proceso. Kika formó parte de un equipo de profesores y alumnos que trabajaron en la creación de Prodiseño”. Tras el cisma, el Instituto Neumann cerraría sus puertas definitivamente en 1995.

La presencia de Kika en el IDD impactó a muchos: “En el año 1985 decidí cursar estudios de Diseño Gráfico en el Instituto de Diseño de la Fundación Neumann que dirigía John Lange”, cuenta el reconocido fotógrafo Fran Beaufrand a la experta en moda Titina Penzini: “Hubo alguien que me llamó mucho la atención. Se trataba de la profesora de tipografía Kika Alcega. Era famosa por su severidad y su nivel de exigencia. Era implacable y perfecta para el instituto porque era como una alemana transportada a América”.

Para Jaime Cruz, “su personalidad debe haber sido así siempre, bien particular, y esa personalidad se conectó muy bien con Inglaterra. Sería más correcto llamarla ‘la inglesa’ que la alemana, pues estudió en Londres”.

Kika Alcega
Bolsa Neutroni CCCT 1986

La personalidad ‘germánica’ o ‘anglosajona’ de Kika no cambió con los años: “Era una mujer dura, con una palabra precisa, sin divagar”, recuerda Dicurú, riendo, sobre su tiempo de trabajo con Kika, a quien describe como “una mujer súper minuciosa con la tipografía”. Para Dicurú, Kika “no estaba con adornos ni adjetivos: ella iba a lo que tenía decir, de una manera clara y concisa. Y para el carácter venezolano, a uno le gusta que le hablen pequeñito: ‘ay mi amor’, no sé qué. Olvídate de eso con Kika”.

Para Dicurú, la admiración por Kika –y por quienes habían pertenecido al Instituto Neumann– era tal que en Prodiseño los conocían como si hubiesen sido “gente que estudió en la Bauhaus”.

La presencia de Kika en Prodiseño era multifacética: por un lado, a finales de los noventa, por el éxito de las sandalias de cuero de chivo Neutroni -“a lo Kate Moss” en palabras de Dicurú- que además “todo el mundo en Prodiseño tenía, hombres y mujeres”. Y por otro lado, aunque no daba clases en Prodiseño, “seguía muy de cerca todas sus actividades y muchos egresados de Prodiseño trabajaron con ella en Neutroni”, cuenta Cruz. El vínculo era tan estrecho que ocasionalmente Kika era “invitada de jurado a la entrega de tesis o proyectos o era invitada a hacerle seguimiento a un ejercicio o proyecto de taller específico, junto al profesor regular. Esto porque era muy valorada su experiencia académica y profesional”.

Posmo: la fauna cultural

Como una meca sensualmente oscura, la estética Neutroni –en sus primeros años– fue rápidamente asociada a lo “posmo”. Boris Muñoz ayuda a entender el concepto que se tenía entonces: “No era solo un estilo, sino una sensibilidad relacionada a un grupo social más allá de la clase o la generación asociada al campo cultural: gente que iba a exposiciones o frecuentaba el Ateneo en la década de los 80. O que estaba involucrada en cine o teatro, o artes plásticas y que tenían una visión un poco cosmopolita de lo que podía ser Venezuela en aquel momento. Estaban influenciados por corrientes estéticas como el punk londinense y la new wave americana; por la escena cultural de Nueva York particularmente. Todo eso fue capturado en un código estético que estaba representado en la ropa que vendía Neutroni”.

La moda posmo –como su nombre indica– era resultado de los coqueteos rebeldes e irreverentes de cierta juventud intelectual con las ideas importadas del posmodernismo; una juventud que, en palabras de la escritora y politóloga María Sol Pérez Schael en la segunda edición de la revista Exceso de febrero 1989: “asemejarían una bandada de zamuros, a no ser por la calidad de telas y diseños” de sus ropas oscuras, masculinas, de rayas, un botón aquí, un poco más largo allá, “minucias, en fin, que definen todo: un individuo”.

El hombre posmo –decía Pérez Schael– era un bello que no se cree bello, primordialmente cosmopolita y “camaleón urbano” que se abrillantaba “el pelo aunque no use gomina sino espuma en spray” y vestía “de negro y gris para confundirse con los decorados del momento”. Su personalidad residía en “una teatral impostura” digna de dandi pero libre de vicios pues “fuma sin aspirar, exigente en la bebida, apenas acepta discretos sorbos de grandes vinos, y para mantener la tonalidad muscular, igual que Ilan Chester, redescubre el Ávila trotando sobre unos zapatos de goma con suspensión”. Era un “individualista empedernido, soltero o soltera” que “en medio de luces de colores proyectadas, se dedica al placer de la seducción con la joven atlética, medio clásica y medio punk, pero con mucho estilo, que conquistó la noche anterior”.

En fin, su crianza “por la TV y la publicidad” y sus mujeres “muy femeninamente liberadas” hasta exhibir “con orgullo su afán de diversión”, hacían del individuo posmo un “frívolo gozón”.

Para Aranaga, los posmos –aunque, dice, “los venezolanos siempre hemos sido muy dados a adjetivos. En una época muy reciente todo era fashion. Cuando no saben o se confunden adjetivan cosas sin saber qué es”– eran “gente que podía seleccionar sus vestimentas, había alternativas, había accesibilidad, un poco más de mundo, entonces la gente podía identificarse con el estilo que prefería pero sin tanto pensamiento, era una cosa de afinidad”.

Así, frecuentaron las primeras tiendas de Neutroni, Cira en el CCCT, Click Clack en Plaza Las Américas y Caliope, en Los Palos Grandes, que era “un poco parte de la misma tribu” pues su dueña –Patricia Gómez– “era del ambiente que rodeaba a Neutroni” y había trabajado allí. Para Aranaga –que también recuerda tiendas como Vogue, Wilco y Tropicana– había muchísimas alternativas en cuanto a gusto “más que en los tardíos noventa o en los dos mil”.

“Ese término posmo da para mucho”, dice Wincho, quien trabajó un tiempo en Neutroni a finales de los ochenta: “Cualquier cosa después de los 80 puede ser posmoderna”. Aun así, recuerda que se asociaba a un estilo en el que las mujeres se maquillaban con delineador, se usaban tonos oscuros en la ropa, así como también faldas y pantalones holgados y oscuros, “con mucha caída, nada de ropa ajustada para las mujeres en esos momentos”; una sensibilidad a la que respondían los diseños de Neutroni. Aranaga agrega los piercings en las orejas y la nariz, también las uñas pintadas de colores oscuros: “una pinta no muy convencional”.

Además, dice Wincho, el éxito del new wave y el post-punk como tendencia musical –“Neutroni era una tienda súper musical”– también afectó la “expresión estética en el vestir, eso sí lo vimos aquí”, recordando cómo los miembros de Sentimiento Muerto, sus fans y colegas de otras bandas “salían a la calle en el día a día con las uñas pintadas de negro. Y usaban delineador en los ojos. Era bastante común”.

Por ello, recuerda Wincho, la atmósfera de Neutroni la definía la musicalidad de sus empleados que –como muchos caraqueños de sus tiempos– escuchaban a The Cure y al cantante gótico Peter Murphy, una onda con “una connotación oscura”. Aunque en los gustos de los empleados, cuenta Wincho entre risas, “había de todo”, hasta salsa. “Las chamas que deseaban mostrarse con una estética post-punk o new wave iban a la tienda y compraban ciertas cosas”, dice Wincho, “pero se veía más en el maquillaje o en el peinado que usaban chamas y chamos” que acudían a peluqueros específicos como el extravagante Omer Bretón. De hecho, la simbiosis de Neutroni con la música fue tal que –apunta Wincho– varios de los otros integrantes de Sentimiento Muerto –Carlos “Cayayo” Troconis, Jose “Pingüino” Echezuría, Sebastián Araujo y Pablo Dagnino– terminaron vistiendo ropa Neutroni.

Para Boris Muñoz, la movida posmo era “una escena cultural alternativa” –expresada en el documental «Zoológico» de Fernando Venturini y el cine experimental de Diego Rísquez y Leonardo Henríquez– conformada por gente “que no necesariamente era clase alta, pero sí era clase media en varias de sus gradientes y diferentes capas” e incluso gente del interior como Bacteria, uno de los gerentes de Neutroni. Esta escena respondía a “cierto inconformismo, hijos de la Gran Venezuela que empezaba a irse a menos en ese momento, gente que no estaba satisfecha con los valores y la estética de la clase media adeca, conformista, mayamera y masificada que estaba más atenta a lo que sucedía en las galerías de Nueva York que en los malls de Miami”, así como también a “la música que salía de Londres, como Velvet Underground y Roxy Music, que a los productos empaquetados de la industria cultural gringa”.

Por ello, dice Muñoz, la moda Neutroni –como sistema de representación– era algo “cool: no solo en lo chévere. Era algo más frío que el consumismo mayamero de las marcas”. Para Wincho, había algo extraño –ante el común denominador caraqueño– en que se vistiese “oscuro a pesar de estar en el trópico”. Bien decía el panfleto promocional de «Zoológico», proyectado en la Cinemateca, que estos individuos eran “criaturas extrañas que en su propia disidencia han tardado en acceder a la luz tropical, al receptivo calor de los demás”.

Tanto en la tribu Neutroni como en la escena entera, existían “conexiones muy fuertes con artistas conceptuales” como José Antonio Hernández-Díez, Héctor Fuenmayor y Ani Villanueva y otros asociados al videoarte y el performance. Por ello, dice Muñoz, Neutroni era un reflejo de lo que estaba pasando en una época en la que Venezuela todavía “se creía un país diferente en América Latina” con instituciones culturales “de primer mundo” como el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Imber, el Teatro Teresa Carreño y el Ateneo de Caracas con sus salas de cine y su festival internacional de teatro. Además, veían cine europeo en la Cinemateca y disfrutaban del rock argentino y sus influencias criollas.

“Era lo que llamaban la fauna cultural”, dice Muñoz.

Para Muñoz, lo posmo era “una imitación, apropiación y transculturación, todo al mismo tiempo, en un ámbito de un país petrolero y trópical muy ávido de apropiarse referencias e influencias que no son producidas en suelo propio”, convirtiendo a Neutroni en un producto resultado de la “hibridación, de todas esas diferentes corrientes que se cruzaban en lo que estaba aconteciendo” en el país: “un periodo de transición” después del Viernes Negro, dice Aranaga, marcado por la “capacidad de Venezuela de ajustarse, de adaptarse” en el que cesaron las importaciones y los pinos caribeños reemplazaron a los pinos canadienses como árboles de Navidad y la chayota a la manzana a la hora de hacer un pie. Un período, además, sacudido por “la promesa del regreso de la Venezuela Saudita al llegar CAP que se derrumba rápidamente con el Caracazo”, dice Muñoz, que revelaría “cosas que hasta entonces preferían ser ignoradas por la élite del país”.

Bolsa Neutroni Caracas Cuatricromia 1999

El posmodernismo cayó con todo su peso globalizado sobre Caracas, no solo por la aparición de MTV Latino en 1993 o el arte contemporáneo del primer Salón Pirelli para artistas jóvenes del MACCSI en 1994, sino por las conferencias y congresos que dictaron en la ciudad varios intelectuales internacionales asociados al posmodernismo, la posmodernidad y la naciente globalización: Néstor García Canclini y sus culturas híbridas, Fredric Jameson y hasta Jean-François Lyotard, padre del posmodernismo.

Dicurú, aunque era adolescente, también recuerda la moda posmo, en especial los labiales color chocolate que usaba a escondidas de sus padres y que compraba en Chacaíto.

Para Oscar Medina, “los posmo eran concebidos en el imaginario del momento como una tribu más intensa, que escuchaba música elaborada, experimental o de avanzada en comparación con lo más popular”, mientras que “la estética del waperó [una subcultura ligada a la changa] era como la estética del posmo, pero puteada, porque si tú tenías esa pinta y andabas con gente de clase media y alta, te decían que parecías un posmo. Pero si andabas con otra gente más de clase popular, te decían que eras un waperó. Y el waperó era una caricatura del posmo y del sifrino caraqueño, que terminó popularizándose y por efecto de la televisión, de Radio Rochela, mucha gente de clase baja asumió esa identidad”.

Las musas posmo

Lo posmo también se expresaba en el diseño de la tienda Neutroni del CCCT, remodelada en 1986 por John Gornés –recuerda Muñoz– para crear un “tono industrial” de “superficies de obra limpia”, pisos de cemento pulido, luces de “reflectores que colgaban del techo” y ganchos que “no eran de plástico, sino metálicos o de madera”.

El nocturno espíritu posmo también se expresaba en los empleados de Neutroni en sus primeros años, recuerda Wincho: “Se ganaron una reputación de ser un poco intensos, quizás antipáticos”. Como un “grupo de musas vaporosas” con actitud displicente y lánguida, los recuerda Muñoz: “Tenían no solo una manera de vestir sino una actitud frente el público de que te estaban haciendo un favor de venderte sus productos”. Entre ellas: Adoración “Choni” González, Ana María Sosa, Beatriz Oropeza, Claudia Acosta (por quien Wincho, queriendo un descanso de la música, llegaría a Neutroni) y Marianne y Eleonora Perez-Segnini.

Unas jóvenes “bellísimas todas”, recuerda Boris (quien se casaría con Oropeza), que seguían un código impuesto por Kika y Raúl “que Choni como lugarteniente reforzaba y obligaba”. Un “manual de estilo para tratar a los clientes”, dice Dicurú: “te ignoraban, te miraban de arriba abajo: eran los seres más cool del mundo mundial, súper posmo”.

Estados Unidos de Neutroni

“El gran logro de Neutroni”, dice Dicurú, “fue que fuimos una generación que vistió Neutroni en un entorno donde lo gringo brillaba, Levi’s, Converse”, calando en diferentes grupos de clientelas. “El aporte de Kika a nivel local fue sin precedentes”, dice Dicurú, recordando cómo Neutroni compitió por el mercado de los noventa contra el éxito de los ‘pisamojones’ de Timberland, los zapatos Bass y los Nike que también estaban en el CCCT. “A lo mejor la ropa de Kika no salió en el Miss Venezuela, pero Kika nos vistió a todos”.

La ropa de Neutroni, dice Wincho, también expresaba un estilo conservador que no “era cosa de avanzada, sino un atuendo tradicional” –ejemplificado por Raúl, dice Wincho, quien solía usar camisa blanca manga larga y pantalones kaki– y que atraía al caraqueño clásico que “es muy conservador con su ropa, se ponen esas camisas manga largas, de cuadritos, esas marcas súper gringas, muy tradicionales: Banana Republic. Esta ropa sport elegante o whatever”.

Wincho recuerda que cuando usaba Neutroni en la universidad donde estudiaba economía, sus compañeros –“gente súper conservadora, estudiantes de economía, nada que ver con lo posmo, chapados a la antigua”– se impresionaban e inmediatamente le preguntaban dónde podían comprar esas piezas.

La tienda también atraía a la gente estilosa, dice Wincho, porque “todas las personas que laboraban ahí estaban muy pendientes del diseño, de cómo se vestían” y producía piezas de influencia europea como sweaters “con nombres casi siempre en inglés ‘cardigan, cardigan tal, cardigan cual’”. Además, dice Wincho, Kika era “muy consciente de sacarle punta al atuendo” que podrían usar las mujeres de Caracas porque “las caraqueñas son muy sofisticadas”.

A veces, incluso, Neutroni iba por veredas arriesgadas: en una ocasión, importaron algodón con estampados exóticos de Senegal. De esta colección, Wincho compraría “chores que más bien parecían una falda con estampados súper africanos” y otras piezas que –una vez que partió a estudiar a Estados Unidos– le causaron más de un ¿de dónde es tu ropa? en la cosmopolita Nueva York.

Neutroni también caló en el ciudadano de a pie, lejos de las escuelas de economía y los bares posmo, pues los venezolanos de “todas las épocas” –por la influencia de las inmigraciones europeas– “han tenido cierto aprecio por el calzado: yo recuerdo empleados de banco o personas humildes que iban a comprar los zapatos y los botines de Neutroni porque sencillamente les parecían buenísimos”, explica Wincho: “una persona que trabaja en la calle prefiere tener un zapato resistente”.

Cajas Neutroni espirales logarítmicas 1996

Otro fenómeno popular de Neutroni fueron sus cajas de zapatos: “De cartón duro impreso en negro con vinotinto”, recuerda Dicurú, en la cual posteriormente “guardabas y allí metías tus secretos, las cartas con tu novio, con tus amigas, las calcomanías que te gustaban”. Para Jaime Cruz, las cajas eran innovadoras pues “se pensaron para una segunda vida como objeto. Todos guardamos y re-usamos esas cajas, mucho antes de que se hablara de reciclaje o economía circular”.

“Todas las chicas en Caracas tenían zapatos Neutroni, era una vaina impresionante”, recuerda Wincho: “sin ser artista o rockstar, Kika logró conectar con la clientela de Neutroni. La gente conectaba muchísimo con la marca”.

Neutroni 2000

Tras el éxito de Neutroni en el CCCT, Kika y Raúl abrieron su segunda tienda en el Centro Comercial Plaza las Américas en 1987. Un año después, montaron la tercera: esta vez fuera de Caracas, en la avenida Santiago Mariño de Porlamar, la ciudad más populosa de la isla de Margarita, en aquel entonces un enclave caribeño de turistas alemanes y shopping vacacional, con sus quesos holandeses y sus cámaras Kodak.

“Era bastante grande aunque del mismo estilo”, recuerda Dicurú, quien la frecuentaba en sus vacaciones en los noventa. Para aquel entonces, dice, la marca expresaba “una psicodelia minimalista”: desde vestidos manga larga en el calor de Margarita, hasta vestidos blanco y negro a manera de un ajedrez. Embelesada, todavía recuerda el vestido Neutroni que usó para un concierto de Aditus en el Hotel Lagunamar con el cual se pretendía cerrar el verano.

En 1997, durante la gestión de Antonio Ledezma como alcalde del municipio Libertador –“el mejor momento del centro”- según Raúl, Neutroni abrió una gran sucursal en las adyacencias de la Plaza Bolívar. “La tienda del centro era del carajo: era como cagarse en la sifrinería”, recuerda Medina riendo: “deja la pendejada y ven al centro”. Además, dice Medina, “podías ver que ahí entraba gente de toda clase social, que era algo que posiblemente no pasaba en sus otras tiendas”.

Kika Alcega

El local, de 280 años, había pertenecido en tiempos coloniales al conde Felipe Tovar para después convertirse en la posada El Ángel, donde se quedó en ocasiones Simón Bolívar. Posteriormente, se transformaría en una serie de depósitos hasta llegar a manos de Baldomero Uzcátegui, el abuelo de Kika. Vueltas del destino: Baldomero se lo vendió a la familia Gómez Ruiz, dueños del Banco de Caracas, quienes posteriormente se lo alquilaron a Raúl y Kika.

Para finales de los noventa, Neutroni –con Eva Vigoroux como modelo– se había sumado a la movida raver, alentada por el semanario Urbe y su juventud irreverente de pelo rapado y colorido que celebraría el cónclave electrónico de Patanemo bajo el eclipse de 1998. Un año antes de aquel evento icónico, Neutroni junto a Loquesea.com (el offshoot online de Urbe) organizó un rave en su fábrica en La Yaguara y luego otro más en el centro, cercano a la Plaza Bolívar.

Un año después, en un Sambil súper in y recién fundado, abrió otra tienda Neutroni. Y en el primer año de la revolución bolivariana, una más: en el San Ignacio, nueva catedral de la juventud afluente. Esta permaneció hasta los tiempos del paro petrolero, dando paso al restaurante Barracuda Lounge –también de Kika y Raúl– que cerró en 2006. La última tienda Neutroni en abrir en Venezuela fue la del centro comercial Millennium, unos años antes del deslave económico de la presidencia de Maduro.

Aproximándose al nuevo milenio y cuando prácticamente no existía ninguna tienda online en Venezuela, Neutroni creó neutroni.com, en 1999. “Éramos la tienda piloto en línea de Fedex”, recuerda Raúl, pues la empresa –también experimentando con los nuevos mares desconocidos del ciberespacio– les dio un año de envíos gratis globalmente: “vendíamos en todos lados”, dice Raúl, recordando las compras desde lugares distantes como Europa y Sudáfrica. El éxito de las ventas online de neutroni.com fue tal que The Wall Street Journal los entrevistó al respecto, ilustrando la pieza con una caricatura machista que enfureció a Kika. Luego, en 2001, explotó la burbuja dotcom y hubo que cerrar la tienda online original.

Posteriormente, Kika y Raúl –como coqueteando con el cyberpunk del nuevo milenio o las influencias de The Matrix– se propusieron crear estaciones Neutroni: los “buhoneros virtuales”en diferentes puntos y sectores de la ciudad para permitirle compras online a una población con poco acceso a internet y no precisamente bancarizada. Raúl, incluso, diseñó los sistemas. Pero, complicado al fin, los buhoneros digitales no se hicieron realidad.

Made in Venezuela

Siguiendo los pasos de aquella cestica original, Neutroni se había hecho mayorista también. La producción se había movido de San Martín a una fábrica propia en La Yaguara, donde aun trabajaba la modelista original, Anita Molina, quien –a pesar de su edad mayor– se negaba a dejar su actividad y “subía 3 pisos en La Yaguara”, recuerda Raúl. Empeñada, se molestaba en sus últimos años de vida, llegando a los 90, porque no la dejaban trabajar más ni moverse en transporte público como solía hacerlo, debido a su edad. Se hizo familia, “amándonos, queriéndonos y dándonos apoyo a todos”, dice Raúl quien se asoció con su hijo, José Antonio, y cuyos tres hijos –ante la muerte temprana de Elena Uzcátegui– encontraron una abuela en Anita.

Dicurú recuerda su impresión al descubrir que Neutroni era made in Venezuela: Kika, cuando empezaron a trabajar juntas en 2004, la citaba en las mañanas, esperándola en su casa en Altamira a las 7 para tomar café negro y hacer diligencias de producción. “No me pasaba por la cabeza llegar tarde”, dice Dicurú. En la primera de estas reuniones partieron a la fábrica de La Yaguara, donde descubrió el corazón de la marca: “¡Pana, lo hacían en Venezuela!”.

Kika Alcega
Neutroni publicidad 1998

“Producíamos absolutamente todo en Venezuela”, dice Raúl, y recuerda cómo –a partir del 2009, con una situación económica cada vez más inhóspita debido a las políticas de Chávez– la producción empezó a mudarse gradualmente a Perú, Colombia, Ecuador, China, Italia, España y otros países. El régimen chavista hincó sus colmillos: el gobierno expropió una tienda Neutroni lista para abrir en Plaza Venezuela.

Siguiendo a la apertura de la tienda online Neushop, la familia partió a Miami en el 2016, manteniendo dos locales en Caracas. Ese mismo año, abrieron una tienda en el Ingraham Building de la ciudad, la primera sede de la compañía Florida Power and Light en la década de 1920. Enmascarado por un RadioShack, “fuimos removiendo capas y capas”, cuenta Nicolás Delgado, uno de los hijos de Kika y Raúl, “hasta encontrar espacios originales con columnas clásicas y techos ornamentales”.

En 2018, se asociaron con la marca de mueblería de lujo Luminaire para hacer un pop-up en ese enclave de opulencia y casas europeas que es el Design District de Miami y se mudaron, por un año, a una tienda de la zona, en vecindad con algunas de las boutiques más lujosas de la ciudad. Posteriormente, ante el auge de las ventas online, Neutroshop mudó por completo sus operaciones al ciberespacio: Neutroni 2020.

Un ser del futuro

Nohemí Dicurú conoció a Kika tras volver a Caracas después de una temporada en Nueva York, donde había sido influenciada por la moda del rave que, para 2004, “había muerto”. Kika le pidió una propuesta: Dicurú había sido directora de arte en la revista Complot y -algo atrayente para una amante de la innovación como Kika- era una de los pocos creadores venezolanos con portafolio online. Inmiscuida en la literatura del psicoanalista suizo Carl G. Jung y, por ello, empezando a coleccionar cartas del tarot como elemento gráfico, Dicurú –con un archivo animado– le presentó “Iniciadas urbanas”, una colección pequeña de camisas pensadas como amuletos de la suerte. Ya Neutroni estaba haciendo camisetas con estampados y a Kika le encantó la idea.

Dicurú descubrió así las montañas rusas materiales y burocráticas de producir ropa, especialmente en Venezuela: las tintas no lograban los colores necesarios, se vieron forzadas a ir a talleres de estampados y se topó con un centenar de detalles de producción que “se me salían de las manos”. Por ello, Nohemí ve a Kika como una maestra que le “permitió equivocarse con su marca” y que –además– la recibía siempre para comer en su casa: donde se comía lo mismo que en Barracuda Lounge. “Ella creyó muchísimo en mi proyecto”, dice.

El nombre Neutroni en su currículo hizo a Dicurú deseable en el mercado, llegando a trabajar hasta con Ovejita. De hecho, sus propuestas fueron incluidas en un libro de diseño gráfico de la reconocida editorial alemana Die Gestalten. Tras husmear sus páginas, el gigante japonés Uniqlo decidió sacar camisetas con diseños de los libros: eligieron –entre varios– los de Dicurú, contando uno de los diseños de Neutroni.

Tiempo después, mientras caminaba un día por las calles frías de Montreal –en la cima del mundo, lejana del trópico mortal– Dicurú vio a una mujer canadiense con la camisa. “Era un cruce de calle y paré a la tipa”, recuerda, recalcando la confusión de la canadiense, “y le dije que esa camisa la había diseñado yo”. Neutroni disfrazada de Uniqlo y paseando por las calles de Canadá.

“Yo creo que a Kika le faltaron honores en vida, reconocimientos, porque sin duda marcó a varias generaciones”, afirma la diseñadora, “siempre será un referente para mí como diseñadora, como mujer diseñadora y como creadora, Trabajar con ella fue un antes y un después para mí. Me abrió las puertas de su casa, las puertas de su taller, las puertas de su empresa y me dio su confianza… ¡guao! Se lo agradezco y estaré eternamente agradecida por ello”.

“Kika era como un ser que llegó desde el futuro”, dice Jaime Cruz: “siempre estaba muy adelantada en todo, en métodos de enseñanza, en manejo de la tecnología, y en el branding que creó para Neutroni”.

Así, quizás, Kika Alcega, con sus grandísimos ojos azules, sonríe desde el platinado año 3000.

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