Opinión

Para suerte de Miguel Cabrera, la cultura de la cancelación llegó 11 años después

Hace 11 años, el venezolano que hoy será homenajeado por su hit tres mil, era arrestado. Desde entonces, reconstruyó su carrera. ¿Habría tenido la misma oportunidad en este tiempo de procesos judiciales en redes sociales? Lo dudo

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Diseño: Alejandro Cremades

El auto estaba aparcado de la vía. A un policía le pareció sospechoso. Cuando alumbró, se encontró con un hombre que balbuceaba unas palabras, olía a alcohol y estaba acompañado de una botella de whisky escocés. «¿Saben quién soy? No sabes nada de mis problemas», se escuchó. Poco tiempo pasó para que el nombre del conductor ebrio encabezara todos los titulares de la prensa: Miguel Cabrera.

El arresto en febrero de 2011 se produjo a unos 170 kilómetros al sudeste de Lakeland, donde los Tigres de Detroit comenzaban sus entrenamientos de primavera. Los jugadores de campo aún no se sumaban. Solo los lanzadores y los receptores. El venezolano, entonces con 27 años, venía de una temporada espectacular: .328 de promedio, 38 cuadrangulares y 126 impulsadas.

Debido a ese temporadón, Cabrera solo fue superado por Josh Hamilton en la votación para el jugador más valioso de la Liga Americana. Como dijo Denzel Washington a Will Smith: «En tu momento más alto, ten cuidado, ahí es cuando el diablo viene por ti». Sin embargo, los demonios llevaban tiempo dando vueltas.

En 2009 se reportó un incidente que involucraba a la esposa de Cabrera. En ese entonces, Detroit perdía la punta de la división Centra de la Liga Americana a favor de Minnesota, lo que agravó el asunto. No se formularon cargos, pero se supo que el jugador estaba en estado de ebriedad. El gerente general de Detroit, Dave Dombrowski, recogió al criollo en la comisaría. Después hubo otros incidentes en un bar y una amenaza a un adolescente.

Antes de comenzar la temporada de 2010-2011, Miguel le dijo a la prensa que se había sometido a un plan y que había dejado el alcohol. «Ustedes escriben en el diario ‘alcohólico’, lo que no está bien», dijo después de un entrenamiento. «No sé cómo explicarlo, pero no es un problema de alcohol». Meses después quedó en evidencia que era un problema.

Ahora, que estamos a la espera de su hit 3 mil, once años después de esos incidentes, es bastante obvio que Cabrera recondujo su carrera deportiva. Sus números son de Salón de la Fama. Desconozco cómo va su vida íntima. Si los episodios requerían de una investigación mayor, si la violencia era consecuente o fue un hecho aislado.

Compartí con Cabrera en pocas oportunidades. Cuando recién firmó su famoso bono millonario, siendo un adolescente, en una entrevista en el dugout de visitante del estadio Universitario y después para unos trabajos especiales, cuando él ya era una estrella y yo aprendía a ser director de un diario deportivo.

Sí pude conversar con el entorno del jugador. De personas muy allegadas y otras no tanto. Todos agradecidos por su apoyo. En una reciente entrevista, supongo como preparación para su hit histórico, me preguntaban sobre la carrera del jugador y dije que lo que más me ha impresionado no tiene que ver con números. Admiro su capacidad para rehacerse. Logró salir de un hueco del que cuesta mucho zarpar.

No hay heroicidad en superar una adicción. O un dolor – «No sé cómo explicarlo, pero no es un problema de alcohol», decía Cabrera-. Hay constancia y trabajo. También una mano amiga. En la esquina diferente a lo que hizo La Academia con Will Smith, Detroit arropó al jugador con beneplácito de la Major League Baseball. Y, según entiendo, su familia. O parte de ella. «Somos despiadados en las sentencias y le exigimos que sean ejemplos para nuestros hijos porque saben batear o controlar una pelota», decía Mari Montes, especialista en la materia en una columna de 2011.

Heroicidad y ejemplo. Detrás de esas dos palabras hay una montaña que pesa más que el Ávila. Los mortales, que no nacimos con el talento de Cabrera, afortunadamente no tenemos que cargar con ello. Somos, sí, «despiadados», como dice Montes, para apuntar con el dedo, sobre todo en esta era de sumarios judiciales vía redes sociales.

Es imposible imaginar que hubiera pasado con la carrera de Cabrera si los incidentes entre 2009 y 2011 hubieran ocurrido en este momento, en pleno apogeo de la cultura de la cancelación y de «tolerancia cero» por parte de la MLB. Y no hablo de celebrar su extraordinaria cifra de imparables, que solo han conseguido 32 peloteros en las Grandes Ligas. Hablo de la oportunidad de retomar la senda, el camino perdido. Porque al final de cuentas, hoy, cuando se apaguen las luces del estadio y Miguel regrese a casa, no habrá más gritos, ni autógrafos ni cámaras. En esa soledad, solo él sabrá si hay una respuesta a aquello que en aquel momento, cuando le llamaban «alcohólico», no pudo explicar.

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