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¿Quién es Melissa Lucio, la mexicana condenada a muerte en EEUU?

Melissa Lucio, de 53 años, espera desde 2008 su ejecución, acusada de matar a su niña de 2 años. Ella asegura que la forzaron a confesar un crimen que no cometió. Varias organizaciones han pedido clemencia

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EFE |EFE

Melissa Lucio tiene 14 años esperando el fin de su vida en el corredor de la muerte de Estados Unidos. Está acusada de asesinar de una paliza a su hija Mariah, de dos años. Ella asegura que no le pegó sino que la pequeña, que tenía una malformación en los pies, se cayó por una empinada escalera.

La mujer de 53 años, mexicana-estadounidense, habla con los periodistas y enfatiza tres cosas: que no mató a la niña, que lamenta su ejecución por el sufrimiento de sus otros 13 hijos (todos adolescentes o adultos ahora) y que ha tenido una vida muy dura, llena de maltratos y abusos.

Desde la cárcel de Mountain View, en Texas, tras una pantalla de vidrio y rodeada de rejas, Melissa Lucio le cuenta a Efe que, justo después de la muerte de Mariah, la policía la interrogó agresivamente durante horas sin la presencia de abogados hasta que, exhausta, decidió decirles lo que «ellos querían oír». «Pero yo no lo hice», repite.

Melissa Lucio,  en la cárcel de Mountain View, en Gatesville, Texas. Foto EFE/ Jorge Fuentelsaz

– Háblanos de ti y de cómo creciste.

– Tuve una infancia muy dura. Sufrí muchos traumas porque abusaron sexualmente de mi. Fui testigo de mucha violencia entre mi madre y mi padrastro. Mientras crecía, me sentía intimidada por la forma en la que mi madre era tratada por los hombres. Siempre me dije que nunca permitiría que alguien abusara de mí igual que le pasó a mi madre. Para mí era muy, muy difícil fiarme de los hombres, pero a la vez sabía que algún día tendría que hacerlo si quería casarme y tener hijos.

– Cuando tu marido te empezó a maltratar, ¿cómo reaccionaste?

– Lo primero que me pasó por la cabeza es que no podía creer que el ciclo se estaba repitiendo. Era un patrón. Mi madre lo había pasado y ahora me estaba pasando a mí. Pero tenía miedo de acabar sola cuidando de mis hijos. Intenté hacer todo lo posible por no convertirme en una víctima. Durante muchos años intenté hablar (con mi marido) para intentar entender qué le estaba llevando a hacer lo que hacía. Pero nunca me dio una respuesta. Traté de analizar mis circunstancias, porque no quería volver a casa y terminar siendo un fracaso. No quería que mi madre me dijera: «Te dije que no te casaras. Te dije que no tuvieras tantos hijos». Toda mi vida se me ha juzgado, se me ha ridiculizado…

– ¿Cómo te describirías como madre?

– Como (una madre) amorosa, paciente, comprensiva, afectuosa. Fue muy duro. Durante mi niñez, mi madre no nos mostraba afecto. No quería repetir ese ciclo. Yo quería que mis hijos me vieran, pese a mis fracasos, como una persona amorosa y paciente con ellos.

– ¿Cómo te organizabas con 13 niños?

– No fue un camino de rosas. Fue muy duro y en ocasiones muy frustrante. O sea, la gente lo pasa mal con un niño, con dos, imagina con tantos a la vez, y tener que cocinar, limpiar, bañarles, prepararles para el colegio… Pero sabía que era mi responsabilidad hacerlo lo mejor posible e intentar mostrarle a mis hijos que aunque lo estuviera pasando mal, me esforzaba por ser la madre que necesitaban en esos momentos.

– ¿Siempre quisiste tener hijos?

– Sí, pero no tantos (ríe). Pero me di cuenta de que cada uno de mis hijos es especial y único a su manera. Mi amor por ellos es incondicional.

La noche de la tragedia

– La policía dice que confesaste que eras responsable de la muerte de Mariah. ¿Es así?

– No, eso no fue lo que pasó. Recuerdo que después de que Mariah fuera llevada al hospital, llegaron los detectives y nos empezaron a hacer muchas preguntas a (mi marido) Robert y a mí. Yo trataba de cooperar y darles toda la información. Después (el policía) nos dijo que teníamos que ir a comisaría. En la sala de interrogatorios me preguntaron repetidamente qué le había pasado a Mariah. Les conté lo que yo sabía del mejor modo, pero no era eso lo que querían oír. Intentaban hacerme confesar que yo había maltratado a Mariah todo el rato. Me sentí muy intimidada, fueron muy agresivos conmigo. Tuve mucho miedo esa noche, y finalmente llegó un momento en el que dije «quizá si les digo lo que quieren oír, me dejen en paz». Así que eso es lo que hice. Básicamente les dije «ok, lo hice». ¡Pero no lo hice! -aclara, y se le quiebra la voz-.

Melissa Lucio lleva desde 2008 en el corredor de la muerte acusada de matar a su hija de 2 años, un crimen que ella dice nunca cometió. Foto EFE/ Jorge Fuentelsaz

– ¿Crees que el abogado que te defendió, Peter Gilman, hizo bien su trabajo?

– Creo que el señor Gilman no trató de ayudarme de ninguna manera. Me tendieron una trampa. Siento que podía haber hecho más para probar mi inocencia y demostrar que yo nunca maltraté a mis hijos. Sé que se presentaron (durante el juicio) muchos trabajadores de los Servicios de Protección al Menor, pero la mayoría de los casos eran porque consumí drogas y en ningún caso se habló de abuso físico hacia ninguno de los niños.

– ¿Piensas que el hecho de que seas latina afectó a la sentencia que se te dio?

– A los latinos se les considera inferiores, y también a los afroamericanos. Nos ven como gente ignorante, especialmente a mí, porque no terminé la educación secundaria. Mucha gente también considera inferiores a los que son adictos a las drogas, que no tienen dinero, que vienen de un entorno de pobreza. Pero sin embargo, si se trata de alguien que tiene dinero, que vive en una casa bonita, no se les mira igual.

La vida en el corredor de la muerte

–  ¿Cómo es tu día a día en la cárcel?

– El día empieza muy temprano, porque nos despiertan a las 4.30 de la mañana para desayunar. Pero yo a esa hora no tengo hambre, así que me levanto sobre las 6 o 6.30. Me pongo a rezar y a dar gracias por un nuevo día. Me cepillo los dientes y contesto al correo si es que tengo correo ese día. Hasta este domingo pasado, estaba en un programa de trabajo, pero por la fecha de mi ejecución, me han sacado del grupo. Antes, yo salía con otras tres mujeres a una zona de recreo y pasábamos el rastrillo de 7 a 9 de la mañana. Me gustaba mucho hacer eso porque tenemos un jardín ahí fuera. Plantábamos semillas para cultivar especias y verduras. Se convirtió en algo terapéutico para mí, simplemente estar ahí, bajo el sol, oler la brisa, ver pájaros y carros. Estar rodeada de mujeres que se han convertido en mis amigas estos 14 años también me ha ayudado mucho.

– Más de 80 legisladores de Texas han firmado una carta pidiendo clemencia para ti. ¿Tienes esperanzas de salir algún día en libertad?

– Para empezar, quiero decir que yo ya soy libre. Soy una persona muy diferente de lo que era. Durante muchos años estaba encerrada en mí misma. Era prisionera de mi propio cuerpo. Pero en cuanto a tu pregunta, tengo fe en Dios. Veo todo como un gran rompecabezas. Dios ha ido juntando todas las piezas, y ahora sólo queda una pieza más. Esa pieza puede liberarme y dejar que vuelva a casa con mis hijos, o que vaya a mi casa en el cielo y estar con Dios.

– ¿Tienes miedo?

– Oh, por supuesto que tengo miedo. Pero miedo por mis hijos, porque nadie va a estar ahí para apoyarles si la ejecución se lleva a cabo. Me preocupo por ellos. Aunque ahora mismo hay gente que les han dado fuerza. Y muchos de mis amigos me han dicho que si la ejecución sucede, van a estar ahí para mis hijos. Eso lo agradezco mucho.

– ¿Has pensado en rendirte alguna vez?

– Al principio, sí. Pero lo único que me ha seguido dando fuerzas son mis hijos. Mis hijos son mi mundo. Sé que les he fallado de muchas maneras a lo largo de su vida, a lo largo de mi vida, pero no puedo cambiar mi pasado. Lo que sí puedo hacer es ayudarles a entender que no soy la misma mujer que era. Quiero que vean la mujer que soy ahora, la mujer que Dios me ha permitido ser.

– Si tus abogados y las organizaciones que te apoyan consiguieran que quedaras libre, ¿qué sería lo primero que harías?

– Ir a buscar a todos mis hijos y abrazarles y darles besos y pasar todo el tiempo posible con ellos. Y después preparar una comida enorme y tratar de darles esa madre que no han tenido los últimos 15 años.

– ¿Y cómo sería esa comida?

– ¡Madre mía!. Una montaña de tortillas, de arroz español, de pollo frito, de frijoles refritos, ensalada, guacamoles… Sería un festín. Me encanta cocinar, y me encanta ver las sonrisas en las caras de mis hijos.

– ¿Hay algo más que quieras decir?

– Sólo quiero decir a todo el mundo que nadie se merece ser tratado como fui tratada yo. Y que todo el mundo se merece una segunda oportunidad.

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