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Manuel Gerardo Sánchez: "tengo una voz y no quiero impostar ninguna otra para complacer"

El escritor, periodista e historiador venezolano, radicado en Barcelona, España, habla de su más reciente novela “El revuelo de los insectos”. Esta es su tercera obra narrativa.

Alejandro Cremades |El Estímulo
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Novela corta, se dice de la más reciente entrega del escritor caraqueño Manuel Gerardo Sánchez. Y lo es, si nos atenemos al número de páginas. Solo que “El revuelo de los insectos” (Editorial Egales, Barcelona, 2020) es una narración tan compacta, de contenido tan concentrado y donde pasan tantas cosas, que al terminarla se tiene la impresión de haber recorrido un gran tramo.

Seleccionada entre los veinte proyectos para “Link: encuentro entre jóvenes escritores y mundo editorial 2019”, convocatoria organizada por el Máster de Creación Literaria de la Universidad Pompeu i Fabra, que dirige el escritor Jordi Carrión, “El revuelo de los insectos” es una indagación del mal desde una perspectiva universal, quizá por eso cada lector siente que le habla de su propia experiencia con lo terrible.

Radicado en Barcelona, Cataluña, donde se dedica a su escritura, Sánchez es historiador de la Universidad Central de Venezuela, donde egresó con honores de magna cum laude, y máster en Literatura Comparada, por la Universidad Autónoma de Barcelona. Antes de esta novela, había publicado dos libros de relatos, «Sangre que lava» (2016) y «El último día de mi reinado» (2013). En 2017 obtuvo la Beca de Residencia Artística del Centro de Arte Camac (Francia).

—¿Es relevante el hecho de que su novela es de temática gay?

—No me gusta ponerle una etiqueta a mi novela. Varias veces me han preguntado si «El revuelo de los insectos» es una obra queer. Como rebatí en una entrevista para el diario El Universal: que un texto muestre, por ejemplo, sexualidades diversas no significa que lo sea. Además, habría que empezar por la definición del término, porque si alude a los estudios que se nutren de diversas disciplinas y metodologías, como feminismo, posestructuralismo, decolonialismo, entre otros, no, no lo es. Yo espero que El revuelo de los insectos sea mucho más que un libro de «temática gay»… este último me hace mucho ruido por los significados que contiene —incluidos los peyorativos—. ¿Cómo es una temática gay? ¿Desde dónde y quién la enuncia? ¿Cuál es su carga conceptual? Mi novela habla de nuevas masculinidades, rompe estereotipos o representaciones de la homosexualidad, lo que en imagología se conoce como image, muestra fluidez y el poliformismo del deseo y, lo más importante, abole miedos.

—Además del hecho, poco común en Venezuela, -con escasas excepciones, como “Pájaro de mar por tierra”, de Isaac Chocrón- de que una trama se sostenga en parejas homosexuales, su novela es una distopía. ¿Qué importancia le atribuye a la política en su trabajo, en general, y a esta obra en particular?

—Aunque desconocidos, no son tan poquitos libros. Claro, Chocrón resuena cuando se habla del tema. ¿Y cómo no? Pájaro de mar por tierra, como escribiera Boris Izaguirre para El País, a propósito de la muerte del autor en noviembre de 2011, desveló el primer antihéroe gay en la literatura criolla. Lo diferente de mi libro, en relación a otros, es el trabajo narrativo en clave distópica. Porque es una distopía: cuenta lo peor, lo más abyecto, lo más cruel de un lugar posible. Los personajes forman parte de una sociedad hipotética que los tiraniza. Asoma el fracaso de una quimera. Por eso la distopía, en términos teóricos, se define como la oposición de la utopía. La política es importante para precisar este concepto. Como explica el argentino Fernando Reati, en su ensayo Postales del porvenir: la literatura de anticipación en la Argentina neoliberal, la aparición de las dictaduras totalitarias y comunistas del siglo XX ayudó a ver distopismos. El género toma particularidades de estos sistemas de opresión para armar mundos donde es imposible vivir.

—Sus personajes son empujados a una frontera. ¿De qué es metáfora la frontera en esta novela?

—La frontera es el confín donde no hay una cosa ni otra. Mis personajes son fronterizos en tanto no pueden ser limitados. Huyen porque se rebelan de un Estado que los subyuga. En las fronteras todo puede pasar: la existencia. Además, los protagonistas no responden a clichés, a apodos o a insultos. Evolucionan y toman rumbos distintos. Más allá de que los acontecimientos se produzcan en una hendidura, porque eso también es una frontera, una grieta por la que se cuelan situaciones, Jon y Emilio se emancipan.

—Usted es historiador, ¿cómo se refleja esa herramienta en su narrativa?

—No hay trabajo literario sin investigación. Estoy convencido de eso. El método histórico me ha acompañado en mi carrera como periodista, investigador o narrador. En El revuelo de los insectos fue fundamental para acercarme a varias fuentes y hacerles preguntas críticas. Las respuestas enriquecieron la historia. Yo empecé por el reverso: en lugar de leer sobre regímenes totalitarios o autoritarios, recurrí a Adam Smith, Popper, Rousseau. Necesitaba empaparme de liberalismos, división y distribución del trabajo, libre mercado, entre otros. Fue importante para mí el concepto de individualismo de Von Hayek, que descubrí en La llamada de la tribu, de Mario Vargas Llosa, entendido como la soberanía que goza un individuo, la conciencia y el poder que lo impelen a actuar de acuerdo a su vocación, a su talento, a su ser. Rousseau está presente en toda mi novela, lo cito varias veces. En el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, la libertad y perfectibilidad son dos facultades naturales del hombre, que lo impulsan a su mejoramiento. El ser humano se va haciendo, se va puliendo, está siempre en formación. Esto me ayudó a construir el horror de la novela. ¿Por qué? Porque la maldad también se puede perfeccionar. Rousseau lo llamaba: «el mal radical» y solo el hombre es dueño de «el mal radical». ¿Qué tan terrible puede ser un sistema totalitario? Lo inimaginable y más.

—¿Cabe pensar que usted encontró en la literatura un lenguaje que jamás habría podido desarrollar en la historiografía?

—No sé si jamás. No he hecho investigación histórica, más allá de mi tesis de grado. Y te sorprenderías. Con ella gané, en 2009, mención honorífica y publicación en la Universidad Central de Venezuela. Además, tuve el promedio de notas más alto de promoción. Mi primer libro de cuentos, «El último día de mi reinado», es la síntesis ficcional de ese trabajo. Trabajé fuentes que producirían crispaciones en los más ortodoxos: fotos, novelas, revistas de moda. Estas me ayudaron a escribir un estudio de mentalidades que ofrecía unos primeros apuntes de la banalidad, la frivolidad y el perifollo en la Venezuela de la segunda mitad del siglo XIX. Estos son los temas de El último día de mi reinado. Hay que saber preguntarles a las fuentes, estar muy atento a sus trampas, escondites y retruécanos. Las respuestas son un botín, un patrimonio que luego se puede tratar de muchas maneras.

Manuel Gerardo Sánchez, en Caracas, durante la presentación del libro «Sangre que lava». Foto: Héctor Trejo/El Estímulo (Archivo)

—¿Diría usted que ha tenido que irse de Venezuela para desarrollar su voz de escritor?

—Dentro o fuera de Venezuela habría escrito y buscado las formas de mostrar el trabajo. Mi país no ha sido mezquino conmigo. Estudié en buenas universidades, tuve grandes profesores, trabajé con excelentes profesionales, me editaron figuras importantes como Ben Ami Fihman, Valentina Marulanda, Boris Muñoz, Ulises Milla. Me publicaron editoriales que respeto por su catálogo, entre ellas Puntocero. Ahora bien, España me abrió las puertas con generosidad: un premio, becas de residencias artísticas, un matrimonio feliz, estudios de posgrado. Escribo porque es lo único que quiero hacer, porque necesito darle vida a las voces que escucho, porque el que escribe es también demiurgo de la palabra o tirano de la creación. Y esta creación no depende ni está condicionada a geografías o territorios políticos.

—¿Puede decirse que su novela es una elaboración literaria de lo indecible, esto es, de la realidad de Venezuela en la última década?

—Venezuela no es el tema de la novela. Claro que estuvo presente. Además, la idea de los Operativos contra los enemigos del pueblo nació del despropósito chavista: Operación de Liberación del Pueblo (OLP). Esos escuadrones de la muerte, adscritos a las Fuerzas de Acciones Especiales (Faes). Con su creación en 2015, no era difícil presagiar las calamidades que acaecieron en 2017 y 2019, hoy señaladas en los informes de la alta comisionada de las Naciones Unidas, Michell Bachelet, por las violaciones de los derechos humanos en Venezuela. Mi intención fue narrar una historia de amor y libertad en un país imaginario, asolado por poderes que sofisticaron la maldad.

—¿Cómo cree que dará cuenta la Historia de esa misma última década venezolana?

—Como lo que es: el mayor desastre humanitario y económico de Latinoamérica. Estos últimos años del gobierno de Nicolás Maduro, decirlo es retórica, han reducido a Venezuela a escombros, escabechina, muerte, enfermedad, pobreza. Además, me angustia esa obstinación de minar la moral de los ciudadanos. Decisión o medida de Estado muy común en estos sistemas.

Su lenguaje, su trabajo del lenguaje, es refractario a las modas. De un libro a otro, usted mantiene su búsqueda y la intensidad de su trato con el lenguaje. Por favor, haga un comentario al respecto.

—Hace unos días leía El marino que perdió la gracia del mar, de Yukio Mishima, y algunas páginas de La dama de las camelias de Dumas y me parecieron tan bellos, tan líricos, porque encontré un propósito estético en el lenguaje. No me gustan los libros que solo usan el lenguaje como conductor de la historia. No soy el Manuel Gerardo Sánchez de Sangre que lava, ni siquiera el mismo de El revuelo de los insectos. He cambiado mucho. Mi lenguaje es preciso y efectivo. Tomo decisiones narrativas más reposadas, leo y releo. Pero tengo una voz y no quiero impostar ninguna otra para complacer. No complazco a nadie. Tampoco estoy esperando ser monedita de oro. Mis libros tienen sus lectores. Como yo tengo mis libros. Marguerite Duras dijo alguna vez: «no estoy sola, tengo a mis libros».

—Tengo la impresión de que la mayor parte de su novela transcurre en horas sin luz o en ámbitos mal iluminados. ¿Podría explicar por qué es así?

—La noche se ha asociado siempre con lo perverso, lo oculto, lo maravilloso, lo fantástico, lo delictivo. Y en mi libro hay magia y crímenes de toda índole. Sin embargo, los momentos más terribles no ocurren en la noche, sino en el día. Por ejemplo, la batalla cuerpo contra cuerpo de los protagonistas se inscribe en un amanecer. También es cierto que la hazaña de los insectos, esos personajes subalternos, se da en los albores de un nuevo día.

—La lectura de su novela me produjo gran desasosiego, más incluso de lo que suelen producirme las distopías escritas en otras sociedades. ¿Ha tenido usted una recepción similar de otros lectores?

—¿Los libros desasosiegan? También, además de suscitar otras emociones. Que cada quien juzgue. Pero no te miento que me gustó mucho cuando la escritora Gisela Kosak, una de las primeras lectoras, cuando El revuelo de los insectos era un texto en gestación, me dijo que pasó toda una noche pensando en la historia. Se trasnochó. Por cierto, Gisela me hizo unas sugerencias muy necesarias, que tomé en cuenta. Una de mis editoras de Egales, Hella Brun, me comentó que durante tres días sus pensamientos giraron en torno a la novela. Y el escritor español Óscar Hernández-Campano me habló de dolor y odio, que el libro incomoda, pero que eso hace la literatura. Lo que intento decir es que el lector no queda indiferente después de leerlo.

—Quisiera una reflexión suya sobre los finales de las historias. En su trabajo literario escasean los finales felices, si es que hay alguno. ¿Desconfía usted del desenlace esperanzador? ¿Podría decirse que su experiencia lo lleva a descreer de tal posibilidad? Qué ha aprendido usted de la Historia en este sentido, ¿cabe o no esperar un final feliz?

—Nada tiene que ver mi experiencia. Creo en los finales felices. Los he vivido. Los vivo. A veces las historias mutan en tanto se van escribiendo, a veces el esquema que tenías diseñado toma otro rumbo, a veces los personajes te piden imprevistos. El revuelo de los insectos tiene cierto aspecto dramático. Con esto no quiero decir que sea una tragedia, además no seré yo quien contradiga a George Steiner, que argumentó su fin después de Shakespeare y Racine. Sin embargo, dos características principales del género son: la severidad o gravedad y el héroe no puede desembarazarse de su sino. «Las tragedias terminan mal. El personaje trágico es destruido por fuerzas que no pueden ser entendidas del todo ni derrotadas por la prudencia racional», esto lo dice Steiner en La muerte de la tragedia.

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