Cultura

Los ídolos rotos: "The Eyes of Tammy Faye"

Las historias sobre héroes con pies de barro suelen obsesionar a la cultura estadounidense. En especial, cuando a la vez muestra cierto estrato oscuro sobre su cultura. Hace unos cuantos años, la historia de Tonya Harding protagonizada por Margot Robbie se convirtió en material para Oscar, además de un suceso crítico. Ahora, "The Eyes of Tammy Faye" de Michael Showalter ha despertado el interés de la temporada de premios

"The Eyes of Tammy Faye"
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Cada tanto tiempo, Estados Unidos construye una épica incómoda acerca de sus antihéroes. En el 2017, la oprobiosa historia de Tonya Harding llegó a la pantalla grande de la mano de Craig Gillespie. Con la estrella Margot Robbie a la cabeza, el film contó a una nueva audiencia la sórdida historia de la patinadora y el suceso que terminó por destruir su prometedora carrera. Se trató de una mirada a un escándalo que mostró con durísima claridad, el clasismo, la exclusión y la codicia del estadounidense promedio.

De hecho, el film terminó por abrir una extraña discusión sobre lo que habría ocurrido si Tonya, ahora una discreta mujer de mediana edad que se niega a hablar en público sobre el ataque a su rival Nancy Kerrigan, hubiese tenido la oportunidad de contar antes su versión. De explicar cómo se encontró en mitad de un crimen torpe que la convirtió por casi década y media en la mujer más odiada del país.

¿Y cuál es su versión? Según la película, Tonya fue parte de una situación que la sobrepasó. Una víctima en medio de la ambición de su madre y la violencia de un marido maltratador. “Nuestra cultura puede ser dolorosamente cruel”, comentó con sorprendente ingenuidad la actriz Margot Robbie durante la gira de promoción. Gracias a esa nueva percepción, Tonya Harding terminó por recuperar cierto brillo lóbrego.

Algo parecido ocurrió con Mónica Lewinsky, la mujer convertida en símbolo de oprobio cuando el por entonces presidente Bill Clinton, admitió que ambos sostuvieron lo que llamó “una relación impropia”.

Mientras Clinton hacía un mea culpa en televisión nacional, Lewinsky se volvía el centro de la controversia. Pero aun peor, el suyo fue el primer caso de cyberbullying de la historia, lo que terminó por devastar su vida profesional y someterla al escarnio público. Lewinsky se convirtió en un paria de los medios de comunicación y del público, a una escala tan violenta que apenas en 2015 pudo rehabilitar a medias su imagen gracias a una charla TED en la que habló de su versión del escándalo. “Fui una víctima”, explicó para luego narrar con doloroso detalle, su caída en desgracia.

Ryan Murphy trajo el caso a la pantalla chica en la tercera temporada de su serie “American Crime Story”, en la que analizó la situación de Lewinsky desde una óptica nueva. Al final, la gran conclusión fue la misma que la del caso de Harding. “Nadie quiso escuchar lo que Mónica deseaba decir”, comentó la actriz Beanie Feldstein, encargada de encarnar a Lewinsky en la serie.

La historia de Tammy Faye Bakker tiene una extraña relación tanto con la historia de Harding como la de Lewinsky. Después de todo, también fue una mujer que se convirtió en una celebridad incómoda. Y su caída en desgracia, la hizo, además, centro de una controversia que sacudió desde los cimientos la idea de la fe, la confianza colectiva y el poder en EEUU. Pero más que eso, Bakker fue la primera de las víctimas de enormes tormentas mediáticas.

"The Eyes of Tammy Faye"

Durante la década de los ochenta, ella y su esposo Jim Baker protagonizaron un escándalo de envergadura mundial que transformó a la pareja en la muestra más evidente de la corrupción de los ideales norteamericanos. Y la película “The Eyes of Tammy Faye” (2021) de Michael Showalter, intenta no solo encontrar a la víctima en la villana, sino recordar por qué EEUU está obsesionado con las sombras de su cultura. Con las celebridades basura, pero en especial, con la transformación de las figuras simbólicas en objeto de odio colectivo.

La historia de los perdedores

La película es un elemento curioso en medio de la temporada de premios. Para comenzar, tanto Tammy Faye como Jim Bakker apenas son conocidos fuera de EEUU. Pero, aun así, son epítomes de un tipo de fama basura que en la actualidad no desconcierta a nadie pero que, en la década de su mayor esplendor, les convirtió en ejemplos del éxito del país. Después de todo, ambos eran tele evangelizadores, con una audiencia nacional que se contaba por millones y un sólido imperio basado en donaciones de creyentes que todavía hoy sorprende por su magnitud.

A la distancia, la pareja tenía la misma tesitura de lo grotesco que muestra con orgullo la controvertida serie “Tiger King” de Netflix. La llamada Norteamérica profunda se muestra en el argumento como un paraíso vedado de exceso y kitsch. Una visión de la opulencia vulgar, con Tammy Faye en trajes exagerados y peinados ribeteados con fijador, mientras clamaba sobre un escenario contra el ateísmo. Jim, por otra parte, carga contra el país descreído e impío con los dedos llenos de anillos de oro y el rostro requemado por el bronceado artificial. Juntos, se convierten en un fenómeno y también, en el centro de una cultura basada en los prejuicios.

Por ese motivo, su caída en desgracia sigue asombrando en la actualidad. Jim Bakker fue acusado de infiel y corrupto. Tammy, de hipócrita y de manipuladora. Bien podría tratarse de Hillary y Bill Clinton, desde las alturas del poder. O Tonya Harding, sollozando por su carrera perdida mientras firmaba contratos para películas y libros.

De pronto, la pareja de oro del extraño y lucrativo mundo de los telepredicadores mostró el lado oscuro del país.

A su vez, la película muestra la alargada sombra de su experiencia. Los Bakker estuvieron ahí antes de las Kardashian, de Rob Lowe y su escándalo de video tape que destruyó su carrera. Incluso antes de las ventas astronómicas del video de Pamela Anderson y Tommy Lee. Los Bakker fueron los primeros monstruos de una larga colección que la cultura sostiene en todo su esplendor incómodo. Con un pulso enérgico y brillante, el guion narra la versión sobre un escándalo que dejó al descubierto el mundo de la religiosidad manufacturada en EEUU. Pero el argumento es más ambicioso que mostrar la instantánea de un escándalo, y en eso reside su mayor mérito.

"The Eyes of Tammy Faye"

La película de Michael Showalter, con Jessica Chastain a la cabeza, crea una versión sobre esa caída en la oscuridad más cercana a nuestra época que a la década de los ochenta. Chastain interpreta a Tammy Faye como una criatura despreciable y universal, uno de los tantos rostros que la fama inmediata encumbra, para después arrojar con la misma rapidez a la oscuridad. De hecho, lo mejor de la película es su capacidad para mostrar el peso de la celebridad de aire caliente, de la fama por la fama en medio de un argumento fascinante por su análisis del reconocimiento de una cultura vanidosa.

Después de todo, la contemporánea obsesión por las estrellas hace más comprensible lo que ocurrió con los Bakker. En especial con Tammy Faye, convertida en una especie de víctima propiciatoria destinada a llevar sobre sus hombros el peso de la caída de su matrimonio y la empresa familiar.

La película, que asombró en San Sebastián y que se ha convertido en quizá la más extraña de todas las que podrían engrosar la lista de las nominadas en la temporada de premios, asombra por su cualidad irónica. Pero también por las sombras a la periferia. La Tammy Faye de Jessica Chastain no solo cuenta la historia de otra de las estrellas turbias norteamericana. También muestra cómo la avaricia colectiva por encontrar héroes y villanos puede ser un escenario movedizo.

Y aunque pareciera un caso local, en realidad la caída de los Bakker tiene ecos en todos los espacios y lugares de una sociedad como la nuestra. Acompañada por un Andrew Garfield que demuestra de nuevo el brillo de su carisma de veinte quilates, la destrucción de un mito norteamericano es algo más que una polémica. Es también la demostración de la fragilidad de los ídolos, de las grandes gestas de personajes convertidos en figuras de renombre con fecha de caducidad. Algo que el nuevo milenio ha hecho cada vez más notorio, doloroso y venial.

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