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Los brujos de Petare no le tienen miedo al coronavirus

Frente a la escasez y a los altos precios de la medicina en Venezuela, hay personas que prefieren el espiritismo antes que la ciencia. En Petare, la barriada más populosa de todo el país, hay un callejón completo dedicado a esos oficios de curanderos. La sesión cuesta 3 dólares (más que un salario mínimo mensual) y mientras el consultorio del doctor de la zona está casi vacío, en el de los brujos la gente hace fila: aseguran que hasta reciben a contagiados de covid-19.

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Ramsés Mattey
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Una señora de la tercera edad se consulta con el Hermano Guayanés en un centro de espiritismo en Petare, este de Caracas. Se trata de uno de los curanderos del “callejón de los brujos” ubicado en la zona 7 del barrio José Félix Ribas. Están sentados en una mesa de madera, un altar al fondo y varias velas alrededor. El alma venida del más allá le realiza un diagnóstico médico.

—Tienes hinchado el riñón, es un problema hepático renal. La sangre trae toxinas y nutrientes. La función del riñón es expulsar las toxinas y asimilar los nutrientes, pero ahorita estás botando los nutrientes y asimilando las toxinas, esto hace que la vía uretral se obstruya y el riñón se te inflame.

El rostro de la señora es de sorpresa. No entiende mucho. Él dibuja en una libreta blanca cómo funciona el sistema endocrino, pero, aun así, ella se mantiene callada. Quiere que la ayude a sanar como hace con los demás pacientes que acuden al centro. Sus sanaciones son populares. El Hermano Guayanés la observa, se fuma un tabaco y se echa un trago de ron.

—Tranquila, te vamos a arreglar eso. Elige uno de los cuatro elementos.

La señora no dice nada. Continúa sin entender.

—Que elijas un elemento: agua, aire, tierra o fuego.

Después de pensar por unos segundos, balbuceando dice:

—Agua, porque es lo que más necesitamos.

El Hermano Guayanés toma la mano de la señora, cierra los ojos y comienza a pronunciar unas plegarias en voz baja. El movimiento de sus labios es lo único que se percibe, gracias a las velas que alumbran su rostro en la oscuridad del cuarto. Está descalzo. Vestido con una bata de terciopelo rojo. Un cordón tricolor recorre su cuello y termina con un nudo en la cintura.

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Fotos: Ramsés Mattey

Cuando concluye, le receta en un papel blanco una lista de montes que debe hervir y tomar, pero antes de que se vaya, la manda a desvestirse y a acostarse en una camilla. Comienza su cura. La señora es devota del doctor José Gregorio Hernández y así se lo hace saber al brujo. Unas tijeras se cierran y se abren alrededor de su abdomen, produciendo un sonido metálico, mientras el Hermano Guayanés sigue rezando en voz baja. El calor es sofocante y la señora mantiene los ojos cerrados. La están operando.

Al terminar, sale confiada. Y –dice- aliviada del dolor. Se despide con la bendición del brujo, quien ya se prepara para atender al siguiente paciente.

«Cura» para todo

Carlos Márquez tiene 55 años y es la “materia” del Hermano Guayanés. Asegura que incursionó en el espiritismo cuando tenía 12, por lo que ya suma un poco más de cuatro décadas en esto. “Empecé en el espiritismo por mi gran maestro Francisco Rivas, quien fue el que me enseñó y canalizó mi energía para que viniera a ejercer el poder de la sanación. Ellos son espíritus que vienen y poseen el cuerpo para hacer las sanaciones espirituales a las personas”. Hoy Márquez tiene su propio centro, antes trabajó en otros ubicados en el sector como Lino Valle y Madre Erika.

—¿Cuál es el principal problema con el que se acerca la gente?

—Aquí vienen más que todo por problemas de salud, problemas físicos. Hay muchos que también vienen a buscar ayuda espiritual, para la evolución, pero la mayoría viene con problemas físicos que ya han sido detectados por la ciencia médica. Y gracias a Dios han conseguido los favores.

—¿Cómo funciona el proceso de sanación?

—El ser humano tiene un cuerpo físico, y dentro de él hay un alma, un espíritu y siete principales puntos energéticos, los chakras, cada uno alimenta a dos auxiliares a través de unos hilos energéticos llamados navis. Son unos hilos energéticos que comunican chakra con chakra. Hay un total de 21 chakras internamente. Ahora, en la parte interna, el ser humano tiene un aura, un campo de energía que lo rodea y lo protege, pero no puede tocarlo. No lo puede tocar porque entre el cuerpo físico y el aura se generan 7 escalas energéticas o cuerpos etéreos. Son estos cuerpos energéticos los que van dando energía a cada chakra principal. El espíritu del ser humano absorbe esta energía en un 80%, para mantener vivo al cuerpo físico, para quemar karma que es una deuda que él arrastra, cumpliendo una ley de causa y efecto. Así, el ser humano evoluciona en toda su vida económica, profesional, laboral, sentimental. El otro 20% se convierte en células orgánicas, tejido, sangre, hueso y carne para proteger al cuerpo físico. Cuando estos puntos energéticos comienzan a desequilibrarse, porque no rodean bien los cuerpos etéreos de energía hacia ellos, comenzamos a tener problemas de salud. Todo lo que se refleja a través del cuerpo físico son desequilibrios de la energía interna, que hace que el cuerpo físico comience a deteriorarse. Problemas cardiovasculares, renales, hepáticos, sensoriales, nerviosos, todo ese tipo de problemas se dan por desequilibrios energéticos.

—¿Y qué hacen ustedes para sanar?

—Por medio de las operaciones espirituales y los remedios naturales que mandamos, equilibramos las energías, para que los chakras comiencen a nutrir a la parte afectada del cuerpo físico. Allí es donde está la sanación.

«Ya trabajé»

En medio de la sala de espera de los pacientes hay conmoción. Frente a un pequeño altar, Yohelin Karina Peñaloza se suelta el cabello y se pone un cordón con una cruz en el cuello. Se prepara para traer al Hermano Don Juan del Volteo. Con un sombrero pelo ‘e guama y una voz ronca, la energía entra. Dos ayudantes del centro lo reciben y lo sientan. Un tabaco, un bastón y un trago de ron son suficientes para que el espíritu empiece a consultar a los pacientes, quienes forman una fila para recibir la bendición.

—Dios te bendiga y te proteja.

Peñaloza tiene tres años sirviéndole al centro espiritista. Vive en La Florida y llegó al barrio buscando remedio para su cervical, como una de las tantas pacientes que desea consultarse. Allí, por casualidad, conoció al Hermano Guayanés, quien le comentó acerca de su materia para servir. Primero empezó colaborando, y después de haber superado las pruebas pudo incorporarse como materia, trayendo al presente a la Hermana Indira, a Don Juan del Volteo y a la india Urquía. “El Hermano me empezó a desarrollar. Él es el que decide qué espíritu baja cada uno, porque eso depende de la energía de uno, de si es fuerte o no. Yo trabajo más con la Hermana Indira”.

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Cuando Don Juan del Volteo termina con sus pacientes, entra a la habitación en la que se encuentra Guayanés y se saludan con un abrazo, como si tuvieran tiempo sin verse. La gente mira con asombro la reunión entre ambos espíritus.

—Mira, Guayanés, yo me voy, ya cumplí aquí —dice Don Juan del Volteo, quien se aproxima al pequeño altar, hace una reverencia y bendice a todos los presentes por última vez. Los ayudantes le quitan el sombrero, mientras él pronuncia unas palabras que nadie escucha. En cuestión de segundos, Yohelin Karina Peñaloza regresa de nuevo al mundo de los mortales.

A su riesgo

La gente prefiere visitar las casas espiritistas de la zona 7. En los Centros de Diagnóstico Integral (CDI) del sector solo atienden casos de emergencia y contagiados por covid-19. No hay cama ni remedios para tanta gente. Los pocos medicamentos que se encuentran son caros, pese alza de 30% que hubo entre los meses de enero y julio en las ventas de farmacia, de acuerdo con los datos que le ofreció la Cámara de la Industria Farmacéutica Venezolana (Cifar) al medio Tal Cual.

La situación económica, el miedo al contagio y al aislamiento en los centros destinados para tal fin son los motivos más recurrentes que llevan a las personas a visitar a un brujo y no a un médico.

Siul González prefiere pagar 3 dólares y consultarse con el Hermano Guayanés. “Soy paciente de coagulación y los medicamentos son demasiado caros, más le conviene a uno venir aquí a tratarse con los montes y esas cosas, que ir a comprar un remedio a la farmacia. El que a mí me corresponde no se consigue y además es costoso, cuesta entre 7 y 8 millones”. Asegura que gracias a las curaciones del centro su evolución ha sido favorable: “He mejorado bastante, yo vengo cada quince días a tratarme la pierna porque hace cuatro años me dio una trombosis”.

Nayit Rivas también asiste regularmente. Tiene 52 años y busca un remedio para el estómago y el colon. Un problema en el sistema digestivo que no desea tratarse con ningún médico porque prefiere remedios naturales y teme asistir a un hospital. “Aquí nos hacen las operaciones y nos mandan a comprar hojas o montes que uno las prepara o las machaca y ya siente mejoría”. Su esposo es asmático y padece de una enfermedad en la próstata, después de ver su recuperación ella decidió asistir: “Los remedios de la farmacia son pura química, aquí trabajan con medicinas naturistas. Ahora con la pandemia uno trata lo menos posible de estar metido en un hospital”.

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El Hermano Guayanés tiene una opinión similar: “La medicina es lo más bello que hay, pero no se está ejerciendo bien. El cuerpo físico no tiene precio. Lamentablemente en los hospitales y clínicas hay mucho descuido con el ser humano. Por eso ellos vienen a nosotros, porque mal que bien se han curado, bastante”.

También destaca que en el centro se toman las medidas de prevención contra el coronavirus, y atienden a los contagiados. No le tienen miedo. Ellos prefieren acudir a él, antes que a un médico: “El venezolano está a la deriva, a la buena de Dios, a la buena de las cosas espirituales, porque los doctores no están dándole honor a la bata blanca”.

Las próximas consultas

Unos gritos se escuchan en la sala, provienen del siglo XVI. Yohelin, después de despedir a Don Juan del Volteo, llama ahora a la india Urquía, quien fue la pareja del cacique Guaicaipuro.

Una pluma roja sobresale en su cabeza de pelo negro. Esa cabellera lisa, larga y frondosa. Los ayudantes la asisten. Ella les pide una flor. Le traen un clavel amarillo. Se lo pone sobre la oreja. Descalza, camina de un lado al otro y parlotea mucho. Al principio no se le entiende y luego sus palabras comienzan a tener sentido. Se golpea el pecho con fuerza. Fuma tabaco y toma ron.

Cuando ya está lista, la gente que espera ser atendida vuelve otra vez a pedir la bendición de la guerrera.

—Dios te bendiga.

El engaño, la pantomima

El consultorio del doctor Francesco La Russa D’ Agro tiene más de 35 años en la zona 6 del barrio, a una cuadra del “callejón de los brujos”.

Desde que empezó la cuarentena el dispensario está vacío la mayor parte del tiempo. Según el doctor –graduado en la Universidad de Palermo, en Sicilia, con revalidas en la Universidad Central de Venezuela (UCV)–, ese fenómeno se debe a múltiples razones: “A raíz del socialismo me han quitado algunas atribuciones como lo era la vacunación de niños sanos. A raíz de Chávez eliminaron ese servicio, ya los médicos privados no podemos aplicar vacunas así. Ahorita atiendo a menos de lo que yo atendía hace treinta años. Antes yo atendía hasta 50 personas al día. Pero en ese entonces, la medicina era mucho más asequible, el valor del dinero era mayor. Ahora, aunque cobro entre 3 y 5 dólares, la gente no tiene esa cantidad, porque, por ejemplo, los pensionados ganan entre 1,40 o 1,45”.

—Por el contrario, es notable la asistencia a los centros espiritistas aquí en el sector.

—Claro, tal vez por el costo de la consulta, no sé cuánto es…

—De 3 a 5 dólares.

—Ah, ves. Entonces es la gente que se deja sugestionar, porque creen que los operan. Los aturden con alguna medicación, y les hacen una especie de pantomima de operación.

—¿Cuáles son los riesgos que se corren asistiendo a estos lugares y no a un médico?

—Allí no van a tener ninguna asepsia, ninguna intervención quirúrgica, es simplemente una pantomima. Ellos dicen que se curan, pero no se curan nada. Tengo un ejemplo muy evidente: un señor salió de allá con una hernia inguinal. Allá supuestamente lo operaron y viene para acá y me dice: “Mire, doctor, a mí me acaban de operar una hernia inguinal”. Le dije que me dejara ver y la hernia persistía allí. Entonces, son engañados, estafados. Ahora, con algunas cosas lo que hacen es copiar las fórmulas médicas, pero, lógicamente, eso puede revertir un gran peligro, según la patología, sobre todo cuando se trata de un problema cardiaco, hipertenso o abdominal.

—Algunos pacientes me dijeron que los preferían porque no había químicos, pese a que las hierbas tienen y también son peligrosas.

—Es que toda la farmacopea está llena de medicamentos derivados del mundo vegetal. La cosa es que ya son constatados, dosificados y van a tener mayor efecto, que cualquier hierba por ahí. Claro, lo que pasa también es que, si yo mando una nifedipina, que vale entre un millón y medio y dos millones, la señora no va a venir. En cambio, allá le mandan hierbas que consiguen por ahí o no le mandan nada, porque dicen “me operaron” pero no operaron nada. Es una pantomima. Yo los respeto porque tienen años allí, aunque tengo una anécdota que me da risa: uno de los dirigentes de esos centros de allá arriba venía a tratarse conmigo… (sonríe).

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