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La vida pasa debajo del balcón

Los balcones y las ventanas de una ciudad vacía con los hogares llenos, son el palco a la calle esquiva, a la vida que pasa. Fotos: Daniel Hernández

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confinados
Daniel Hernández

Después de varias semanas en cuarentena, ciudadanos de todo el mundo se han acostumbrado a mirar cómo la vida pasa debajo del balcón.

En la ahora silenciosa Caracas, que ya cumplió un mes de confinamiento, solo los rostros de las personas asomadas en el balcón o en las ventanas de sus casas permiten especular historias de lo que puede estar pasando detrás del vidrio. Aburrimiento, conflictos, episodios de estrés, nuevos hobbies, descubrimiento de talentos, más comidas en la mesa, más series compartidas, quizás.

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La paradoja de este confinamiento, donde cada familia está encerrada en su espacio, es que estamos conociendo mejor a los vecinos. Sus conversaciones se hacen cotidianas, aprendemos sus gustos musicales, o simpatizamos con el niño de la casa.

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Todo este conocimiento se filtra a través del sentido auditivo, en sonidos que antes no escuchábamos porque ninguno estaba tanto tiempo en casa. Incluso, comparten sin timidez sus conversaciones telefónicas con otros confinados que están en la distancia.

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Los vecinos se conocen más sin siquiera mirarse a los ojos.

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El tapaboca es el nuevo signo de quien se atreve a romper el confinamiento de las paredes del hogar. En Venezuela aún hay libertad para moverse discretamente, siempre con mascarilla. Es la contraseña para reencontrarse con el cemento, o para alejarse de tanta intimidad forzada.

Eso sí, también en soledad. El distanciamiento social es con o sin tapaboca. Solo está permitido estar cerca de aquellos que nos acompañan en el confinamiento.

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La vida pasa debajo del balcón, en una ciudad vacía con hogares llenos.

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