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La prueba del desayuno: Bourdain, Spade y la felicidad elusiva

Era necesario digerirlo. No se trataba de una noticia ligera como un soufflé, ni de un tema grato a cualquiera de los cinco sentidos. De hecho, leer el titular dejaba un gusto amargo en la boca: Anthony Bourdain, el aventurero gourmet par excellence, le ponía un punto final a su propia historia en París, la cuna de la alta cocina. ¿Quién lo hubiese imaginado?

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Por Marianna Guglielmelli (Periodista)

Días atrás, la diseñadora Kate Spade, conocida por sus coloridos accesorios, había anudado un pañuelo rojo a su cuello con el triste propósito de despedirse de la vida. De la mano de la incredulidad y el estupor, en seguida desfiló por todos los medios una dura realidad: Spade llevaba cinco años batallando contra la depresión.
La palabra suicidio arrastra tras de sí una incómoda incógnita, principalmente cuando dicho término se ve asociado a una figura pública. Cuesta creer que las celebridades no experimenten la felicidad plena a cada instante de cada día. Se puede ser talentoso y creativo sin jamás llegar a probar el éxito.
Muchos son los genios artísticos que han conocido apenas la gloria póstuma y tantos otros han quedado por siempre en el olvido. Bourdain y Spade, respectivamente, tuvieron suerte. Trabajaron y fueron recompensados con vidas de ensueño. A pesar de ello – del dinero, la fama y la admiración – la fiesta ha de seguir sin los invitados de honor. Se marcharon a la francesa, sus nombres inmortalizados por la consigna de orden: ¿Por qué?
La película Héctor y el secreto de la felicidad (2014), basada en la novela del psiquiatra francés François Lelord, sostiene como máxima espiritual que tenemos la obligación de ser felices. Esa es la lección que el protagonista, hastiado de todo y todos, descubre luego de embarcar en un viaje alrededor del mundo en busca de, por llamarlo de alguna manera, la fórmula de la felicidad. Anthony Bourdain – persona y personaje a la vez – viajaba para descubrir nuevos sabores y, por medio de éstos, sus ojos y los nuestros se abrían al mundo. El legado de las andanzas del chef neoyorquino se podría resumir en: recetas, recomendaciones de viaje, consejos para cenar fuera e inúmerables observaciones mordaces sobre lo humano y lo divino. Al seguir sus pasos a través de la pantalla chica, aquel hombre inquieto e inquisidor invitaba a descubrir el placer, mas no necesariamente la felicidad. Ese no era su deber, ni su responsabilidad.
La función de Bourdain era informar y entretener. Detentaba el poder de hacernos agua la boca o provocarnos náuseas (entre gustos y colores no han escrito los autores).
Por su lado, Kate Spade, una figura menos mediática, creó una marca que de solamente comercializar carteras pasó a representar mucho más que accesorios: se transformó en símbolo de un estilo de vida juvenil y sofisticado. A pesar de haberle vendido la designación Kate Spade hace más de una década a otra casa de moda, la diseñadora continuó siendo sinónimo de espontaneidad, alegría y buena vibra – por lo menos hasta que la noticia sobre su muerte se volvió viral y, entre tweets y píxeles, la realidad empezó a desconstruir el mito.
El ingenio nos salva a veces de nosotros mismos, pero puede que coloque a algunos cuantos en una posición comprometedora. Según Dalai Lama, premio Nobel de la paz e icónico líder espiritual, el título que él ostenta es una institución creada por el hombre. Dicho de otra forma, el más célebre de los gurúes, coautor de un libro denominado «El arte de la felicidad», es, también, un espejismo autoproclamado. Su nombre es Tenzin Gyaotzo, pero el mundo lo identifica apenas por su título, motivo por el cual se le exige ser más que carne y hueso; su obligación moral es comportarse como un ser iluminado, cosa que aparentemente no le incomoda. Quizás porque, si vive lo que predica, procura mantener la tranquilidad de la mente y ejerce la autocompasión.
Sin embargo, no todas las personas están hechas de la misma madera. Todo aquel que pertenece a la esfera pública no es ordenado monje budista a los cuatro años, ni acepta transmutarse en una idea o concepto sin rechistar. La ilusión suele ser más obra del proprio espectador que del ídolo, aunque éste contribuya a perpetuar una imagen según su conveniencia. Cuando las cámaras dejan de grabar, la vida sigue para todos y eso incluye al protagonista de nuestro programa preferido o a la mente creativa detrás de los objetos de consumo más deseados del momento. A veces, a pesar de contar con miles de seguidores en Twitter, se cena a solas.
El mundo no es perfecto. El planeta está ubicado en la zona de Ricitos de Oro, pero sus habitantes no siempre encuentran la avena, el sillón o la cama que mejor les siente.
La felicidad no depende de un regulador que se ajuste a voluntad. Los estados de ánimo son transitorios y el espectro de sentimientos manifestables es muy amplio. A veces, por desgracia, la tristeza y la ansiedad se apoderan del timón y fijan el rumbo hacia la tragedia. No hay una moraleja. A cambio de una vida truncada no hay enseñanza o lección que valga, algunas personas apenas están de visita y, sin uno saber bien por qué, se levantan de golpe, se van y nos dejan con la mesa servida.
Por supuesto que hay motivos, hay patologías y existen terapias y fármacos, grupos de apoyo y conferencias motivacionales. El dolor puede ser invisible, pero no por ello menos real, y aunque no se trate de ponerle una curita, recurrir al ejercicio físico y/o a la meditación como medida coadyuvante siempre es una opción. Ser feliz, sin embargo, no es cuestión de levantar una pesa o proferir una afirmación positiva aleatoria. Se requiere temple y disciplina para ver las cosas en tonos de rosa cuando se viven tiempos revueltos como los nuestros. La felicidad es el Santo Grial de la modernidad y cada uno, a su manera, está corriendo tras su pista: ¿Es justo culpar a todo aquel que se canse a mitad de camino?
En la vida no hay suplentes, ni medios tiempos. No existe área de descanso, ni un árbitro que pite faltas y resguarde el orden. Situaciones, personalidades y la cotidianeidad misma gozan de complejidades que le endosan un carácter único a cada experiencia individual. Cuando se habla de matices, se insinúa el compromiso del respeto a la diversidad. Más que entender los motivos que lleven a una persona a tomar una decisión, aceptar la decisión como tal es el primer paso hacia la reconciliación. Es una descortesía marcharse sin decir adiós, sí, pero para los que se quedan dicho acto no debe resultar imperdonable.
Para el lector más sensible, la crónica de una muerte – anunciada o no – puede estropear el desayuno mas no el almuerzo. Transcurrida la mañana, la vida ha seguido su curso: el teléfono ha sonado, los compromisos laborales han sido atendidos y el apetito se ha reabierto. A mediodía los titulares y las preocupaciones son otras. Puede que el silencio que acompañe las pausas entre bocados sea contemplativo, pero una estrella caída apenas ensombrece el firmamento: somos egoístas por naturaleza y valoramos más nuestros propios dramas que las tragedias ajenas. Con lo cual, juzgar no debería ser un ejercicio que nos tomemos tan a la ligera.
El sufrimiento es crónico y universal, así que seamos clementes, tanto a la hora de tender la mano como al momento de agitarla en gesto de despedida. Porque no somos santos y, a veces, todos flaqueamos; el perdón puede que sea la manifestación más humana de correspondencia y gratitud que nos debamos los unos a los otros. Noblisse oblige.]]>

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