Cultura

La Gran Colombia, una república de papel y propaganda

Elías Pino Iturrieta acaba de publicar un libro bajo el sello de la editorial Alfa que, para muchos, busca llenar un vacío historiográfico: el del alba y el ocaso de la República de Colombia, llamada por los historiadores "Gran Colombia". ¿Se trató de un mero invento, del fruto de un deseo personal de Bolívar?

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Daniel Hernández

El sábado 13 de febrero de 1819, en vísperas de la instalación del Congreso de Angostura, salió de la imprenta de Andrés Roderick, el número 18 del Correo del Orinoco. Al final de esa edición, Juan Germán Roscio cerró con un párrafo que revela el espíritu de la época sobre la figura de Simón Bolívar: “Un héroe que ha renunciado a una brillante fortuna y a todas las ventajas de un ilustre nacimiento para ponerse al nivel de sus esclavos, proclamarlos libres y llamarlos hermanos; que se ha expuesto a todos los peligros, y sufrido todas las privaciones, que no respira, que no vive sino para su patria, y no tiene más ambición que la de su bien y su prosperidad”.

Se incubaba el culto a los héroes desde un Estado que aun no nacía.

Roscio, a punto de ejercer como congresista, era uno de los panfletistas más afinados de las ideas bolivarianas sobre el centralismo. Del defensor irrestricto de la república federal de 1811 parecía no quedar mayor rastro. Tampoco era el único, un séquito de plumarios lo acompañaba.

En Guayana, todos caían rendidos ante la propaganda del Libertador.

Sin embargo, diez meses después, el proyecto que defendían fue disuelto. A su regreso de Boyacá, Bolívar les cambió la seña: les propuso la creación de Colombia, una república de papel que nació y murió luchando por vivir.

Otra vez, la voz imperante del héroe se imponía sobre los representantes.

Mientras en América del Norte las diferencias estadounidenses convivían a pesar de los obstáculos de la esclavitud, con un sistema federal basado en los consensos estadales; en América del Sur las discrepancias de la unión colombiana eran cada vez mayores por el centralismo y la autoridad del Presidente Libertador. El malestar general en la población, sumado a otros síntomas crónicos, derrumbó el edificio republicano unos años más tarde.

La República de Colombia –también conocida como «Gran Colombia» en distinción del país actual– está pronta a cumplir 200 años. En agosto se conmemora el bicentenario de la Constitución de 1821, que le dio forma a la unidad territorial entre Venezuela y Nueva Granada. El nuevo libro de Elías Pino Iturrieta, La Cosiata: Páez, Bolívar y los venezolanos contra Colombia, publicado por la editorial Alfa, ahonda en los tiempos de una unión forzada militarmente por un hombre y su club político de seguidores.

—El primer capítulo trata sobre el Correo del Orinoco, el órgano propagandístico de Colombia. Allí se hablaba de una leyenda negra y de nuevos héroes. ¿Comenzó el uso político de la historia con ese medio?

—Es una segunda etapa de ese proceso propagandístico. La propaganda de orientación política comenzó inmediatamente después del 19 de abril de 1810, a través de la Gaceta de Caracas, que fue el primer instrumento de propaganda política que utilizó la república, a la cual le siguieron los otros impresos de la época: El Publicista de Venezuela, El Patriota de Venezuela o el Semanario de Caracas, pero eran de proyección muy local. El primer periódico que retomó ese proyecto, ya con Bolívar en las alturas del poder, fue el Correo del Orinoco, que comenzó con un mensaje de consolidación de la república, pero también de expansión. De manera que no se puede pensar en toda la política posterior sin tener en cuenta todos estos designios de proselitismo, llevado a cabo por Bolívar desde Angostura.

—Utilizando la historia y el pasado para justificarse.

—Absolutamente, para justificar la empresa, pero también para poner en primer plano a sus artífices. Es decir, allí podemos ver las primeras apologías de (Juan Germán) Roscio, de (Manuel) Palacio Fajardo, de todos los próceres y, por supuesto, de Simón Bolívar que estaba en la cima del altar. No solo de actores venezolanos sino también de actores de la Nueva Granada. Todo ese proceso del culto a los héroes se desarrolló por primera vez en el Correo del Orinoco, por eso es que, desde ese punto, es muy importante. Para que existiera Colombia se requirió una plataforma que le diera sustento al entusiasmo popular y eso fue lo que se hizo con el Correo.

—Sin embargo, también tuvo a sus opositores, los «liberales godos», que calificaron al proyecto de autoritario, de inconsulto, de militarista y de escasas libertades fundamentales. ¿Fue Colombia un proyecto así?

—Claro. Aunque en la Constitución de Cúcuta se acobijaron todas las libertades que la doctrina liberal acoge –por lo que se puede hablar de un manual moderno y progresista, si utilizamos el lenguaje actual–, los dueños de Colombia eran hijos de la guerra y del ejército, por lo que compaginar la doctrina expuesta en la Constitución de Cúcuta y los intereses de los jefes de la tropa era complicado. Así comenzó un pugilato entre la expresión de las ideas y lo que el gobierno no quería que se expresara. En términos generales: no se expresó una sola idea de Colombia, sino que, partiendo del origen del sujeto expresante, se expresaron ideas que chocaron: los neogranadinos de Cundinamarca pensaban una cosa de la república, y otra cosa pensaban los venezolanos de Caracas o Valencia. Eso obligó a amarrar el mecate para que no explotara antes de tiempo la unión inconsulta.

—Entonces, ese debate de civiles versus militares, presente en toda nuestra historia y que especialmente ha cobrado auge en los últimos años, ¿podría encontrar origen en esta época del proyecto colombiano?

—Pues, sí. Entre los antecedentes de la famosa Cosiata hubo todo un movimiento cívico –que llamaríamos hoy– en pro de las libertades democráticas a desarrollarse en Venezuela: Tomás Lander, José María Vargas, Francisco Javier Yanes, es decir, hay muestra de cómo se quería convertir, en realidad, la propuesta democrática de los padres conscriptos de 1811. En la época eso existe, pero podría significar una explosión. De manera que tenían la necesidad de atornillarla, de evitarla, y entre los artífices de esto estaban Simón Bolívar, el general (Francisco de Paula) Santander, el general (José Antonio) Páez y, por supuesto, todos ellos.

—Bolívar le dice a Santander que difunda la Constitución de Bolivia en Colombia porque conciliaría los extremos. Pero lejos de eso, lo que hizo fue profundizar la fractura del proyecto. ¿Calculó mal El Libertador?

—Absolutamente. Bolívar no fue que calculó mal nada… Él creía que todo dependía de su ingenio y del poder que, en efecto, tenía. Qué bueno que lo planteas, porque, ¿qué significa esa reacción? Que no ha pasado en vano la divulgación de las ideas liberales, que, por lo menos en la clase dirigente, hubo un arraigo en ese tipo de ideas del siglo XVIII y que esas lecturas y expresiones en la prensa y en algunos folletos no quedaron en el aire. Cuando Bolívar propuso la presidencia vitalicia, que él consideró como el remedio para evitar la anarquía, le estaba ofreciendo en bandeja de plata a los liberales la posibilidad de que explotara la casa, como en efecto pasó.

—Por eso es que decía que había calculado mal.

—Evidentemente, calculó mal, lo que pasa es que pensó que calculaba muy bien, porque él pensaba: “Yo soy Bolívar y, en consecuencia, esto se va a imponer”. Por eso la mandó a divulgar en toda América y la impuso en Perú. Es que, cónchale, fue muy fregado que llegase una constitución a Caracas, que no fue consultada para el Congreso de Cúcuta y en la cual se decía que se creó un país llamado Bolívar, que después fue cambiado por Bolivia, y que ofrecía como garantía de la concordia y del orden la presidencia vitalicia, es decir, una monarquía sin corona. Ese cálculo de Bolívar implicó también la desmesura de lo que él consideró que era su poder e influencia política.

—Dentro de la selección y comentarios que usted hace de la prensa opositora a Colombia, la mayoría de los autores son venezolanos. ¿Venezuela se llevó el principal peso de la disolución?

—No, para nada. Cuando Bolívar regresó del sur, de Perú, y había mandado a divulgar la Constitución de Bolivia, encontró carteles en las esquinas de Bogotá pidiéndole el respeto de las instituciones. ¿Qué significa eso? No a Bolivia, deje quieta a Cúcuta. ¿Quiénes hacen eso? La clase dirigente colombiana liderada por el general Santander, que eran los «liberales godos».

—¿Cómo llegó Páez a capitalizar ese descontento? ¿Cómo se transforma en «el arcángel acorazado que se convierte en escudo de una comunidad burlada y esquilmada»?

—Muy fácil: es que no había otro. ¿Quién era el único que se podía oponer al poder supremo porque tenía prestigio militar y lauros probados y comprobados en la guerra? El general Páez. ¿Quién contaba con el afecto de la soldadesca? El general Páez. ¿Quién comenzaba a hacerse rico por las recompensas que recibía de la guerra? El general Páez. ¿Quién era aquel que se comenzaba a educar, dejando de ser un llanero semianalfabeto para escribir bien, entender la música culta y expresarla? El general Páez. Todo eso se conjugó en la posibilidad de que, por ejemplo, el Concejo Municipal de Caracas, que lo había atacado por una recluta, se olvidara de eso y lo convirtiera en salvador porque no había otro en ese momento. ¿Por qué ocurrió esa maroma? Porque no había otra manera de quitarnos la coyunda.

—Le faltó: ¿quién era el que estaba en Venezuela? El general Páez.

—Exacto, estaba aquí y con tropa. Además, lo apoyaba otra persona importante y también con tropa que era el general (Santiago) Mariño. Y muy pronto se incorporaría el general (Carlos) Soublette que venía de ser ministro de guerra en Colombia. ¿Contra eso podía Bolívar? No, por fortuna.

—A 200 años de los preparativos del Congreso de Cúcuta, y después de tantas lecturas historiográficas sobre su fracaso, vale preguntarnos: ¿Colombia fue un deseo personal o una necesidad del momento?

—Las dos cosas. Fue una necesidad coyuntural porque sin la creación de Colombia no se ganaba la guerra. Colombia fue una creación de la guerra, de las circunstancias. Pero, ¿qué pasó cuando terminó la guerra y comenzó la paz? Le salieron las goteras al techo. Se descubrió que también fue una imposición de Bolívar. ¿Les consultó a los venezolanos? No. ¿Les consultó a los quiteños que ni siquiera habían hecho la independencia? No, ellos ni se enteraron. La necesidad de formar una tropa conjunta, él y Santander, llegó a esa desembocadura, pero ese río tuvo una corriente que nadie pudo contener. La corriente de las diferencias: la historia de la Nueva Granada era distinta a la de Venezuela, las economías también eran distintas, pero, sobre todo, la gente. En 1819, los diputados no se habían levantado de sus curules cuando Bolívar les cambió la seña y les dijo que lo que era Angostura y Venezuela dejaban de serlo y se convertían en Colombia. Una cosa totalmente artificial, porque, ¿quién dominaba el territorio venezolano en ese momento? El general mariscal de campo Pablo Morillo, por eso Bolívar se fue al sur, a buscar oxígeno, con un parapeto que fue Colombia.

—Bolívar pareció ser el único empeñado con el proyecto y cuando murió, también lo hizo Colombia. ¿Era imposible la existencia de ese Estado sin su fundador? Es decir, ¿ninguno podría vivir sin el otro?

—Sí, era imposible, aunque no diría de su fundador, sino de sus fundadores. Toda esa élite del Correo del Orinoco y todo ese concierto que se estableció en primera instancia entre Bolívar y Santander no fueron suficientes para sostener los amarres de ese barco. El barco estaba haciendo aguas por todas partes y era imposible que alguien lo pudiera remendar. De manera que, cuando mengua el poder de Bolívar y también su salud, aumentan las posibilidades de la ruptura, que fue en efecto lo que terminó ocurriendo.

—¿Fue Páez el artífice de la disolución? ¿El traidor a Bolívar como lo vendió la historiografía, o la punta del iceberg de un malestar general?

—Fue la punta del iceberg de un malestar general. Páez no existe sin una reacción de Venezuela frente al proyecto colombiano. Páez era poderoso, triunfante, rico, pero no tanto como para oponerse a Bolívar, por lo menos desde que este venció en Ayacucho, desde que llegó a dominar todo el Perú, cuando se convirtió en el hombre más poderoso de esos tiempos en América. Entonces, ¿por qué consiguió un rival formidable en Páez? Porque no estaba solo. Era toda la sociedad venezolana en contra del Estado nacional.

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