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La década perdida de Panteras de Miranda

En Miranda cabe El Cafetal, donde Winston Vallenilla sacó 6% de los votos en las municipales de 2013, y Santa Teresa del Tuy, donde el chavismo arrasó con 66%. Si entendemos por “estado” (en minúsculas) una división territorial con ciertas características geográficas y sociales en común, probablemente Miranda es el más amorfo de los 23 de Venezuela.

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Fotos: Fabiola Ferrero

Uno de sus pocos símbolos unificadores es un equipo de baloncesto que en 2015 nuevamente no clasificó a la fase de postemporada, como ocurre ininterrumpidamente desde 2005, y que obtuvo su único título en el mismo año (1995) en que Michael Jordan regresó a la NBA después de un experimento fracasado como pelotero.

Su propietario actual es un ex pelotero que tampoco está haciendo una transición muy exitosa al tabloncillo. 

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“Panteras de Miranda reúne de manera multiclasista a una afición del este de Caracas, lo mismo de Los Palos Grandes que de Petare. Para mi generación, fue un equipo ganador con dos camadas: la de los héroes de Portland con Nelson ‘Kako’ Solórzano, Gabriel ‘Jabao’ Estaba y Armando Bécquer juntos, y luego de la Víctor David Díaz y Richard Lugo”, resume el sentimiento uno de mis mejores amigos, un muy respetado periodista de investigación que, como ocurre con frecuencia en su profesión, siente pudor de que su nombre aparezca de otra manera que no sea su firma al frente de un reportaje.

Desde 2005, cuando llegó a semifinales con Francisco “Paco” Diez como entrenador, el quinteto cuyo propietario actual es el ex pelotero Bob Abreu tiene un balance de 116 victorias (27%) y 308 derrotas (73%) en 424 partidos de ronda eliminatoria, que se agrava a 18% y 82% en las dos últimas temporadas (apenas 4 y 7 victorias en 2014 y 2015, en ese orden), según estadísticas que suministra el periodista especializado Williams Brito. En ninguna de estas 10 temporadas ha ganado al menos 20 juegos. Hasta 16 entrenadores han desfilado por el banquillo, el último de ellos el catalán Lluis Pino.

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Entre las demás aficiones de la Liga Profesional de Baloncesto, sus fanáticos han adquirido la fama de los llorones. El aro se les ha hecho más chiquitico.

“Me excuso por no poder responder esta pregunta, pero realmente este equipo no me ha generado ningún momento feliz”, admite Rafael Berríos (@RafaBerrios24 en Twitter), uno de los aficionado de la generación de nacidos después de 1995 (venezolanos que no han tenido conciencia de un título de Panteras o de un gobierno no revolucionario), cuando se le consulta por su recuerdo más grato.

“Pese a todo, a los pocos masoquistas que quedamos, así el equipo esté en el subsuelo de la tabla, siempre nos gustará ir a compartir una velada basquetera en el Parque Miranda (o gimnasio José ‘Papá Carrillo, el maltrecho útero materno del quinteto cerca de la estación de Metro de Los Dos Caminos)”, agregó Berríos luego de la melancólica despedida de Panteras hasta 2016: dos derrotas el pasado domingo y lunes ante Guaiqueríes en Margarita.

Las señas de identidad

Panteras no es la única franquicia aparentemente condenada a la disfuncionalidad en la historia del deporte. Los Cachorros de Chicago (Grandes Ligas) no ganan una Serie Mundial desde 1908. Los Tiburones de La Guaira, un título de beisbol venezolano desde 1986. Algo similar le sucede en el fútbol español al Atlético de Madrid en comparación con su vecino Real Madrid, a pesar de algunas alegrías recientes con el técnico “Cholo” Simeone.

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“Quienes seguimos a Panteras somos  pocos, pero fieles”, insiste el periodista deportivo Leonardo Mendoza, aunque los que acudimos a la última serie de 2015 en la destartalada “Selva de Concreto” ante un Trotamundos de Carabobo que parecía dueño de casa, la semana pasada, quizás nos llevamos otra impresión.

“¿Qué motiva a seguir apoyando a tu equipo si sabes que hay una alta probabilidad de que se pierda? Podríamos preguntarle eso mismo a la gente de los Tiburones o a los que íbamos a la Vinotinto en la época de las goleadas. Te emociona verlos jugar, conoces a los jugadores y llevas la camiseta desde que eres niño. Tal vez, en los últimos años, el fanático de Panteras se acostumbró a ver perder a su equipo, o mejor dicho, se toma con más calma las derrotas. Tal vez nos convertimos en pesimistas por naturaleza, que muchas veces ya esperamos el resultado negativo y nos cae menos pesado”, reflexiona Mendoza, que repite un concepto ya escuchado antes: masoquismo.

“Panteras atrae a mucho público de los estratos económicos bajos. Se nota más en el Parque Miranda que en el gimnasio de los Guaiqueríes o el Fórum de Valencia, a los que también he acudido con frecuencia”, acota, desde Margarita, Carlos Marcano, uno de los aficionados que ha dejado regados por el país el quinteto que se mudó de Lara a Caracas en 1986.

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“Al fanático de Panteras hoy lo distingue la nostalgia, el recuerdo de un pasado glorioso. Seguimos siendo una afición que sabe comportarse, si se compara con otras”, resalta César Fernández, un chef residenciado en Catia, en alusión a incidentes violentos que con frecuencia han marcado la historia contemporánea de la LPB. Claro, la derrota sirve de analgésico para la adrenalina.

“Es difícil convencer a la familia de que atraviese la ciudad de noche para que vaya a ver a un equipo que no gana”, se resigna Fernández.

La tragedia fundacional

 

Los fanáticos encuestados parecen coincidir en cuanto al giro de timón que marcó el destino actual de la franquicia de las garras limadas: el extraño fallecimiento en 1999 en Miami por envenenamiento accidental con monóxido de carbono de Adelaida de Gómez y José Obaldo, presidenta y gerente general del quinteto. Rafael Berríos lo define con la palabra holocausto.

“Ellos hacían el esfuerzo para a traer los mejores importados que han pasado por la liga: el ‘Terremoto’ Bradley, Ronnie Thompkins o Antonie Joubert”, recuerda Jhonny Ramos, un administrador de 39 años de edad que vive en Guatire.

“Desde que se murieron los dueños, los herederos han visto a Panteras más como una fuente de ingresos económicos que con el corazón. La debacle continuó con la venta al señor Bob Abreu, que no invierte nada en el equipo. Lo sé de muy buena fuente, porque conozco a personas internas del equipo. Salió de todos los mejores criollos, trae importados malos para no invertir mucho y pare de contar. Mientras Abreu siga como dueño, esto continuará igual. ¿Qué puedo sentir? Rabia, molestia, impotencia. Antes las cosas no eran así”, se queja Ramos.

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Algo de lo último lo confirma Leonardo Mendoza: “¿Qué tanta responsabilidad ha tenido la gerencia actual? Indudablemente, una cuota importante. La política reciente ha sido salir de jugadores veteranos o con algún nombre en la liga y adquirir jóvenes por ellos. Esta no es una mala estrategia si tienes un equipo perdedor, sin profundidad y en reconstrucción. Sin embargo, el proceso ha sido más lento de lo esperado. Los jóvenes no han explotado como se quería. Si se trajeran importados de mayor cartel, que ganen, por ejemplo, 20 mil dólares al mes, y no los de 10 mil dólares, se podrían mejorar los resultados. La sensación general es que se podría invertir más por parte del dueño del equipo, más cuando los equipos de la LPB están favorecidos por el dólar a 6,30 bolívares”.

“Las pugnas familiares después de las trágicas circunstancias de 1999 llevaron a la quiebra al equipo, tal como ha pasado también con Gaiteros del Zulia, amén de la otra tragedia: la muerte en 2007 de Gregory Vallenilla, el mejor jugador para ese momento. Panteras ha estado quebrado y desmoralizado mucho tiempo, y aunque la compra por parte de Abreu ha mejorado lo primero, todavía no se ha encontrado la fórmula para lo segundo. Mientras tanto me he consolado con My Own Business,  Caribes en la LVBP, Oakland en las Grandes Ligas y los Blazers en la NBA. Soy habitué de las causas difíciles, pero no imposibles”, sonríe el margariteño Marcano.

“Nos identifica la resiliencia. Es la única forma que se pueda ser fanático de Panteras. Nuestro sentimiento es el desasosiego”, sintetiza Marcano.

El último momento feliz

 

“Aunque la generación actual no lo conozca, Panteras fue un equipo de gran calidad, que siempre estaba en la cima de la tabla”, asegura Mendoza, como quien intenta convencer del avistamiento de ovnis o dinosaurios.

“El único campeonato, en 1995: una alegría superlativa, indescriptible. Ganarle a Marinos de Oriente, que contaba con fenómenos como Tracy Moore, Andrew Motten y César Portillo entre otros, fue algo extraordinario”, recuerda Marcano, y se extiende como quien habla de comiquitas viejas: “Claro, Panteras era otro equipo. Tenía a dos de los mejores importados que han pisado estas canchas: el lamentablemente fallecido Ronnie Thompkins y Antoine Joubert. A Richard Lugo, entonces un muchacho que aprendió el manejo del poste con Thompkins, y como guinda esa gloria de nuestro baloncesto, Víctor David Díaz. Inolvidable ver a Ronnie taponear a Motten para sellar el triunfo y luego observarlo correr pegando saltos como un niño por la mitad de la cancha. El año del campeonato arrancó con un importado llamado Dexter Shouse. ¡Qué gusto daba ver jugar a ese tipo! Un puesto dos de lujo”.

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“Es difícil ser optimista. El equipo está bajo la gerencia de un grupúsculo que ha ido eliminando, uno por uno, los aspectos elementales que distinguen al deporte profesional. Panteras no cuenta siquiera con un circuito radial o esquemas publicitarios y de mercadeo, improvisa en la selección y contratación de jugadores y hasta su anunciador interno atenta contra el espectáculo. ¿Qué se puede esperar?”, enumera el joven Berríos.

“No creo en hitos históricos, la Liga creció y no supimos adaptarnos a eso. Hoy ves a Panteras y es casi un equipo amateur. Estamos condenados a ser los Osos Revoltosos del básquet. Tengo una teoría de la conspiración: hay ganas de vender la franquicia o desaparecer al equipo. Ese es mi mayor miedo, que terminemos siendo los Chivos de Falcón o los Mautes de Apure. ¿Cómo explicar que año tras año se registren nuevos records negativos?, especula Fernández, el chef catiense, que no se refrena: “Muchos de los que se burlan eran de Panteras antes. Siento arrechera. Me gustaría ser millonario, comprar el equipo y fichar tres o cuatro caballos para implantar una hegemonía por cinco años y luego verles la cara. Soy pesimista. Igual mi hijo, que tiene dos años de nacido, va a saber de Panteras y haré lo posible para que sea fanático del equipo”.

No hay esperanza a corto plazo para un felino en extinción, uno de los pocos que puede salvar de la fragmentación a un estado donde no se sabe quién manda más: el gobernador o el protector.

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