Opinión

Justicia: la verdad en acción

Carolina Jaimes Branger señala en este escrito que el amor y la justicia, los dos motores llamados a mover al mundo, desaparecieron de Venezuela. En el país campea el odio. Y como el odio es ciego, no se compadece, no duda ni razona

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El título de este artículo no es mío. Es una cita de Benjamin Disraeli, dos veces primer ministro del Reino Unido. La búsqueda de la justicia ha sido un largo camino para todos los pueblos civilizados. Y lo que diferencia a un pueblo civilizado de un pueblo salvaje, es la falta de justicia.

En su blog “Relatos de mi vida y mi pueblo”, Héctor J. Bermúdez hace un minucioso recuento de una historia que mantuvo en vilo a la Venezuela de los años setenta: la guerra a muerte de los Semprún contra los Meleán, en Santa Bárbara del Zulia. La historia comenzó con el asesinato a puñaladas del ganadero Rodolfo Meleán. Por ese crimen fueron acusados Temístocles Semprún Cedeño (a) “El Tungo”, y Ángel Ciro Rincón (a) “Caballo Blanco” o “El Polaco”. Los vengadores de Meleán mataron a tiros a Cirilo Bohórquez, dueño del bar donde se encontraba Meleán cuando fue apuñalado.

Esos dos asesinatos fueron los primeros de muchos. El objetivo, como relata Bermúdez, era acabar con los hermanos Semprún y sus allegados hasta desaparecerlos de la faz de la tierra. El motivo principal era hacerse con las tierras del municipio Colón, las más ricas de Venezuela, y casi la mitad territorial del Zulia, al sur del lago de Maracaibo.

Ceguera y sinrazón

Traigo a colación esta historia porque hoy Venezuela parece una guerra de los Meleán contra los Semprún. El odio manda, y como el odio es ciego, no se compadece, no duda, no razona. Hace unos días, expresé por Twitter mi solidaridad con el periodista Nicmer Evans, injustamente detenido. Así como hubo expresiones de solidaridad, hubo una catajarria de insultos, denostaciones y muchos “se lo merecía, porque él fue chavista”. ¡Caramba, qué cantidad de gente “perfecta” y que jamás se ha equivocado hay aquí en Venezuela! ¡Tantos dispuestos a lanzar la primera piedra!

Si vamos a ir en contra de todos los que fueron chavistas alguna vez, aquí no quedará nadie. En Venezuela no necesitamos retaliaciones, necesitamos JUSTICIA. Pero no la seudojusticia impartida por asalariados del régimen, que no tienen currículos sino prontuarios. Justicia impartida por jueces idóneos. Abogados con carreras impecables –por fortuna los hay–, que se encargarán de imponer castigos ejemplarizantes a los criminales para evitar que esto que ha pasado en nuestro país durante los últimos veintidós años se vuelva a repetir.

Cuando yo era miembro de la Junta Directiva de la Fundación Conciencia Activa, organizamos muchas tertulias a las que acudieron como ponentes nombres selectos de la intelectualidad venezolana. Una de las últimas tertulias fue una cátedra de erudición. Se tituló “¿Qué y quién es Dios?” y en ella disertaron el padre Armando Janssens, miembro de la Junta Directiva de la fundación, y el rabino Pynchas Brener, quien era el presidente. Quizás sea aventurado resumir la conclusión de un tema tan profundo, pero lo haré: el padre Janssens dijo que Dios es el amor; el rabino Brener, que Dios es la justicia.

Sin amor ni justicia

Amor y justicia son los dos motores que deberían regir al mundo. En Venezuela desaparecieron ambos. Las pasiones desatadas nunca son buenas, y los sentimientos que nos embargan son negativos. Justamente, hablando sobre eso con el querido padre Janssens, le comenté que yo desconocía los sentimientos que había descubierto que tenía dentro de mí. Yo nunca le había deseado mal a nadie, y ahora sí se lo deseaba. Él, que fue un hombre tan sabio, tan lúcido y, sobre todo, tan bondadoso, me respondió: “Lo que sientes no puedes evitarlo. Los sentimientos afloran, y ya. Lo que sí puedes controlar es lo que haces con esos sentimientos”.

Sus palabras me llenaron de paz, porque estaba en lo cierto: no puedo controlar lo que siento, pero sí tengo poder de dominar lo que hago con esos sentimientos. Desde entonces, espero que en Venezuela haya justicia. Hemos estado dominados por las injusticias durante toda nuestra vida republicana. Injusticias de todo tipo: no solo las que tienen que ver con el área del derecho penal, sino también con el derecho civil y administrativo. Y mucho peor, la injusticia social que hemos vivido.

Cosecha de odio

Quienes votaron por Chávez, en su gran mayoría, lo hicieron por esa búsqueda de justicia, que Chávez aprovechó para convertirla en retaliación. Su discurso de que lo que alguien no tenía era porque otro se lo había robado, caló hasta lo más profundo de las almas de aquellos a quienes la vida les había negado todo. Y aunque era una falacia, la hicieron suya. La creyeron y dejaron que su rabia se desbordara. Es risible que los juristas de Chávez hayan instaurado una “ley contra el odio”, habiendo sido Chávez quien utilizó el odio como instrumento de dominación política.

Si queremos salir de esto, tenemos no solo que desear, sino además trabajar para que aquí se instaure una verdadera justicia: que no se venda, que no excluya y que llegue a tiempo. Los cementerios están llenos de personas que buscaron justicia y jamás la encontraron. Si no actuamos, Venezuela entera se volverá a convertir en un campo de batalla, como lo fue durante la Guerra de la Independencia y en la Guerra Federal, dos guerras civiles que dejaron al país diezmado. O, para no ir tan lejos, nos exterminaremos como los Meleán y los Semprún hace 40 y tantos años. ¿Es eso lo que queremos?

Alzo mi voz

No me puedo alegrar de lo que le pasa a Nicmer Evans, porque es una injusticia. Y en mi casa me enseñaron que tenía que levantar mi voz frente a las injusticias, aunque fuera la única voz que gritara. Si no lo hiciera, en nada me diferenciaría de aquellos a quienes critico y desapruebo.

Hay una frase atribuida a Voltaire en cientos de textos, pero que no es suya. Es de la autora británica Evelyn Beatrice Hall (quien usaba el seudónimo S.G. Tallentyre) en Los amigos de Voltaire. Ella pone en labios de Voltaire estas palabras: “Este hombre (Helvecio, condenado en Francia por su libro El espíritu) valía más que todos sus enemigos juntos, pero no aprobé nunca ni los errores de su libro ni las triviales verdades que vierte con énfasis. Tomé parte decidida por él cuando hombres absurdos lo condenaron por esas mismas verdades”. Tomó parte por la justicia.

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