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Futve: El reto de atraer al espectador

Maracaibo, 2:40 pm. La históricamente concurrida calle 72 de la capital zuliana está desierta. Pocos vehículos se dejan ver en la tarde dominical, cuando hace un par de años era la zona de referencia para ir a almorzar en familia. Solamente un bus con trompa de camión se deja ver como transporte público y unos cuantos destartalados "carritos" deambulan por la ciudad recogiendo a los aventureros que por necesidad pura no tienen otra opción que usarlos. Maracaibo no sonríe.

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FOTOGRAFÍA: ARCHIVO | EL ESTÍMULO

Es la crisis que afecta económicamente al país. La caliente alegría de un pueblo dicharachero ha dado paso al silencio lúgubre que es abrasado por el sol. La noche es oscura, muy oscura y solo las ventas de comida rápida y las casas de empeño encienden sus luces para alumbrar a sus clientes.

El gigantesco armazón del Pachencho Romero se erige parco con sus luminarias artificiales sobre la otrora pujante ciudad cosmopolita. Esperar que el aficionado vaya al estadio en esas condiciones para ver el Zulia – La Guaira era ser extremadamente optimista. Sin embargo, 4700 personas, fieles todas, se acercaron a la fresca velada para ver buen fútbol. Zulia perdió, pero la afición aplaudió a los suyos. Gozó el juego. Una acepción a la regla. Hubo espectáculo y si bien no se llenó el vetusto escenario, bastantes lo disfrutaron. Se puede.

Hoy, la realidad estremece y el fútbol, que en su particular burbuja de crecimiento económico pareciera vivir aislado de lo palpable, de lo visible, también es afectado por ella. Una pareja de buenos amigos que viven en Maracaibo, futboleros como pocos, me admitió que no irían esa noche al Pachencho porque es peligroso estacionar allá. Ellos porque tienen carro, pero la gran mayoría debe utilizar transporte público para llegar al escenario y no lo hay. No es que sea escaso: es que no hay.

El lunes de la semana pasada fui a Pueblo Nuevo en San Cristóbal a ver el Táchira – Zulia. Había poca gente. El partido era a las siete de la noche. Como me gusta disfrutar en la tribuna los partidos en los que no tengo que trabajar, me di cuenta que el target social del aficionado que acude al estadio es distinto al que antes se dejaba ver: en la principal había masiva presencia de gente que por su apariencia podía pagar el costo de los productos que ahí se venden (un tequeño costaba 100 mil bolívares, por ejemplo) y una entrada de 180 mil bolívares.

Al salir, personas a pie caminaban por las oscuras calles de San Cristóbal. Tampoco había transporte público. En la capital tachirense, después de las 5:00 pm ya no se ve una buseta.

Y así muchos ejemplos más, que contrastan con el gran interés que han puesto los inversores en desarrollar el fútbol venezolano como un producto comercial atractivo. Hay una crisis ineludible que se palpa en el día a día. Y es que a la gente no le ha dejado de gustar su fútbol, pero ya no puede priorizarlo por encima de un kilo de arroz, de un kilo de azúcar o de un cambio de aceite para el carro.

Ir al estadio se ha hecho muy caro en un caso económico y en otro imposible porque no hay como trasladarse. A esto debe sumarse el tema del efectivo: no gastaré los pocos billetes que me da un banco para ir al estadio o comprar la entrada si necesito el lunes pagar el pasaje con ese dinero. La escasez del papel moneda es un agravante más. La disposición de puntos de venta en los estadios es indispensable.

Algunos clubes se han interesado en solventar el tema transporte adoptando acuerdos con entidades gubernamentales o directamente con los transportistas alquilando unidades. Así han hecho Aragua, Monagas y Portuguesa, por nombrar solo algunos. Han encontrado una solución partiendo desde el entendimiento de que un espectáculo sin espectadores no tiene sentido. Es una acción que parte de la lógica.

De igual forma, sería bueno considerar qué porcentaje de los ingresos de un club significa el concepto de boletería. Estoy seguro que dichos recursos no tienen un peso crucial dentro de los presupuestos de las instituciones, por lo que si bien el acceso al estadio no debe ser gratuito, considerar que se pueda cancelar algo significativo por el derecho de entrada es ya suficiente.

Esto sobre todo en escenarios en los que tradicionalmente el aficionado ha superado las cinco mil personas en asistencia, porque también es comprobado que la puerta franca tampoco ha sido solución.

El crecimiento del campeonato es real. La organización que los dueños de equipos han querido darle a la fiesta del fútbol en el país es loable porque han logrado que el balompié sea el único deporte que no dependa de la divisa preferencial otorgada por el Estado para poder subsistir. La sanidad económica del campeonato y la inversión, debe venir acompañada de políticas reales que permitan, en medio de una profunda crisis económica de país, que la gente vea en el fútbol una distracción que no le implique una erogación de recursos considerable.

Quizá no es la regla que ha hecho rentable el fútbol en otras latitudes pero hay que asumir que las particularidades por las que atraviesa Venezuela son realmente atípicas.

La pasada temporada de béisbol evidenció que el deporte como espectáculo sigue siendo una válvula de escape a la crisis durante cuatro meses y el fútbol puede convertirse en algo similar a lo largo del año. Parte de la voluntad que puedan tener los equipos en lograrlo a través de acciones concretas y planeadas de devolverle a la gente el atractivo de ir al estadio y las facilidades reales para hacerlo.

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