Opinión

Este 24, aquellos 24, todos los 24

Los 24 para los adultos son una corredera y una constante insatisfacción. Rara vez cumplimos con los encargos. Y el estrés nos lleva a recordar aquellos 24 en los que solo teníamos dos obligaciones: jugar y estrenar

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Es 24 de diciembre y no he comprado nada. Bueno, el principal regalo ya lo tiene mi hijo. Una computadora, que sustituye a la de hace tres años, que destrozó de tanto jugar al Minecraft. Pero mi entorno, mamá, hermanos, algún amigo que me ha hecho más llevadera la migración, siguen pendientes. Y uno se mueve entre la resignación y la pena.

Cuestión de orden, dirán algunos. Cuestión de plata responde uno. Cuando eres freelance, los pagos llegan después del 15 o el 30 y todo se te acumula, como los trapos para lavar cuando eres soltero. Hay que pagar, pagar y pagar. La luz, el agua, la tarjeta de crédito y hacer mercado, que por ser Navidad, dobla su costo. Después empiezas a desgranar el sencillo que queda para los lujos.

Intenté un movimiento desesperado. Fui el 23 al centro de la ciudad. A los cinco minutos quería volver a la banca y renunciar a la titularidad. Es imposible -pensé- que un gobierno esté preparado para esto. Es la ley de la oferta y del remate. Parece que se penara con tarjeta roja usar correctamente el tapabocas. Olvídate de la distancia, del gel para las manos. Aquí es más importante conseguir el mom jean y los Nike blancos para el estreno que la salud. Eso sí, la «nueva normalidad» ha cambiado las dinámicas: no hay comerciante sin código QR o cuenta corriente pegada en el mostrador.

El pasado lunes 20 de diciembre, el Ministerio de Salud confirmó los primeros casos de la variante Ómicron en Colombia. Uno de los tres pasajeros a los que se le detectó hizo escala en Bogotá. Provenía del exterior. Mujer. Me pregunto si ya traía sus regalos en la maleta, porque le esperan cuatro paredes. Recién me pasó con un cuadro gripal que confundí con el retorno del coronavirus. Mejor prevenir que contagiar.

Mi madre, a la que terminé contagiando, me pregunta si hacemos lomo de cerdo con salsa. Ya tenemos las hallacas, un mandato que debe ejecutar todo emigrante, en un rito potenciado por las redes sociales. Hago hallaca-publico en Instagram-luego existo. No le encuentro sentido a la razón de hacer tanta comida los 24. Pero al final dejas hacer. al mismo tiempo piensas en el otro, en el que está en Caracas. Te preguntas si tendrá lo que busca, lo que necesita. Emigrar es vivir preguntándote.

«Por si viene gente». Esa es la respuesta de la vieja cuando hago la observación de que tal vez es mucha comida para el 24. «Además, apenas somos cuatro». Y las sobrinas están coqueteando con el veganismo. El remordimiento se multiplica. No le he comprado nada y ella piensa en invitados imaginarios. El lector puede concluir que podría estar buscando una cosita de última hora en lugar de escribir estas líneas. Pero me ha tocado la guardia decembrina. El periodismo antes que todo.

Mi amigo, ese que me ha ayudado a llevar la migración con cierta dignidad, dice que me puede llevar al centro comercial a última hora de la tarde. Acepto la propuesta. De inmediato pienso en mi niñez. En aquellos 24 en San Bernardino. Solo debíamos pararnos, comprar la pelotica de goma y jugar.

Porque esa esferita podía ser muchas cosas: una pelota de béisbol, golpeada por un bate y atajada por un guante; un proyectil que debías evitar mientras jugabas a la «ñoña» o «fusilado». Incluso un pequeño balón para patear en el futbolito que se practicaba en los pasillos de los edificios, arriesgando el golpeo inoportuno de la puerta del cascarrabias. Todo en uno. Todo en una bolita que costaba céntimos.

Nos retirábamos solo al atardecer, con los gritos de los padres advirtiendo que era hora de cambiar de pinta. Recuerdo a Nené y sus fosforitos que no todos sabíamos explotar. Tambiéna  los olores que se atraían entre las ventanas. Los italianos y españoles le daban un nuevo significado al «huele a Navidad» de la cuadra.

«Qué de pinga era esa sensación de ser niños y pararnos el 24 a joder desde las 8 de la mañana. No teníamos que comprar ni preparar un coño», digo en en el grupo a modo de descarga. WhatsApp es el último bastión de una amistad de más de 30 años. Nos reímos con stickers. Nos deseamos Feliz Navidad. Empiezan a aparecer las fotos. Desde Santiago hasta Roma, de Caracas a Madrid. Nos preguntamos si alguna vez nos volveremos a ver en esa avenida en la que forjamos nuestros lazos. Se hace silencio.

Emigrar es vivir preguntándote.

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