Economía

Vivir en hiperinflación

Distintos economistas han advertido que Venezuela se encuentra a las puertas de una hiperinflación y bancas de inversión señalan que ya debería considerarse a la economía como tal. Aquí, El Interés presenta el punto de vista de un empresario argentino que migró en 1989 a Venezuela huyendo de la hiperinflación.

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FOTO: FABIOLA FERRERO / Archivo

¿Qué es vivir en hiperinflación? Simplemente la locura total, donde nada permanece el tiempo suficiente para que una persona pueda saber donde está parada, porque al que quiere vender no le compran y al que quiere vender no le venden cuando nadie sabe cuánto cuestan las cosas y menos aún cuánto van a valer al tratar de reponer los inventarios.

En este escenario los costos se calculan con sistemas tipo “yo creo que”, “me parece” o “por las dudas yo lo cobro a”, para que los compradores terminen el día sin saber si los estafaron y los comerciantes e industriales si se están fundiendo o están ganando algo con esa venta.

Entonces ¿sólo hay perdedores en elevada inflación o en la hiperinflación? No, hay un ganador y es el Estado, que es el que emite moneda aunque no tenga respaldo para pagar sus deudas y licúa sus pasivos, mientras la sociedad se empobrece al mismo ritmo que crecen los billetes sin valor para comprar bienes y servicios.

Cuáles son las características que debe cumplir la moneda de un país para ser reconocida como tal y qué ocurre cuando hay que vivir con una inflación alta o en hiperinflación.

La moneda debe servir como unidad de cuenta, pero en cambio todo el mundo calcula los precios en dólares, porque no creen en la moneda local, de la cual huyen si pueden.

La moneda debe ser un bien de cambio, o sea que todas las transacciones de bienes y servicios puedan hacerse en el signo nacional. Pero todo lo valioso se transa en divisas y los inventarios de los productos que se venden en moneda local se calculan con precios de reposición a lo que se supone valdrá la divisa en el futuro.

Debe ser reserva de valor, de modo que si hoy con un bolívar se puede comprar un vaso, mañana con otra cantidad igual de moneda se puede volver a comprar otro vaso idéntico, pero cuando existe una elevada inflación eso es imposible porque se necesita mucho más dinero para adquirir lo mismo.

Las consecuencias reales para la gente que debe vivir por un largo tiempo en un país con alta inflación es que se tarda en reconocer el fenómeno. Los precios van por el ascensor y los salarios por la escalera. Luego todo el mundo advierte que el dinero cada vez compra menos y se empieza a perder calidad de vida y cuando finalmente llega la hiperinflación hasta la salud mental de una parte importante de la población.

Primero se eliminan los consumos superfluos o suntuarios, luego se trata de achicar en la medida de lo posible los gastos imprescindibles, se consumen los ahorros y comienza un peregrinaje para hacer rendir el dinero disponible, pero es como correr para alcanzar el horizonte.

Es negocio para los grandes capitales que pueden hacer stock de materias primas o productos terminados. Sin embargo ¿puede el ama de casa comprar en enero todas las botellas de aceite que necesitará para cocinar por todo el año? Como no puede es víctima del último precio que siempre es mucho más alto que los anteriores, porque se descubre que todo precio pasado fue mejor aunque en su momento parecía un escándalo.

En Argentina se le restaron trece ceros al peso, sí, TRECE, primero le quitaron dos, luego tres, después cuatro y finalmente otros cuatro ceros, y las personas ancianas aún hablaban refiriéndose a los precios de dos monedas atrás porque no tenían capacidad de adaptarse a tantos cambios brutales y se quedaban en el tiempo.

Un pequeño productor necesitado de comprar un insumo para fabricar cualquier producto, se lo llevaba sin conocer el precio -porque no estaba el listado- para evitar parar la producción. En algún momento recibía la información de cuanto costaba, probablemente después de haber vendido el producto y sin chance de cambiar el monto facturado.

La tasa de inflación mensual, antes de la hiper reconocida en los índices oficiales era de 30% mensual, la tasa de interés bancaria era de 50% mensual, y cuando no se podían cubrir los cheques emitidos diferidos, el usurero “resolvía el problema” con un costo de 70% mensual.

Ya en plena hiperinflación, pagar con un cheque que se acreditaría en 48 horas era castigado con el 10% adicional porque el interés diario era de 5%

Las empresas pagaban sus compromisos entregando cheques los viernes luego de la hora del cierre bancario porque les abonaban el 5% diario para que dejaran en el banco esos fondos para hacer encaje legal, ya que los fondos propios o los depósitos de cuenta corriente estaban destinados a comprar dólares que subían todos los días o a préstamos de usura a los desesperados que no tenían más remedio que tomarlos.

Desaparecido totalmente el crédito comercial porque el Estado demandaba todos los fondos disponibles, con los asalariados sufriendo la destrucción de su ingreso, un jubilado llegó a cobrar 7 dólares mensuales de pensión, y en ese juego de suma cero, en el que lo que uno ganaba otro lo estaba perdiendo, el país se iba a la bancarrota porque la inversión desaparece, en las empresas el gerente financiero era Dios y nada que sonara a producción, ventas, mantenimiento, era atendido. ¿La razón? Los fondos debían aplicarse al juego financiero de alta velocidad (ej. plazo fijo a tres días) y la fuente de trabajo se destruye porque no conviene hacer otra cosa que jugar con el dinero para hacer más dinero en lugar de producir.

El déficit fiscal se cubría con postergación de pagos a los proveedores, con emisión descontrolada y con deterioro de los servicios, porque lo que se recaudaba no alcanzaba ni para pagar los salarios de los empleados públicos.

Así, el camino que quedaba era el del endeudamiento interno y externo que pagarán las administraciones y generaciones futuras, o el default, o sea el desconocimiento de los compromisos adquiridos para mantener la fiesta, aunque a sabiendas que en economía se puede hacer cualquier cosa, menos evitar las consecuencias, porque como dice la expresión popular “no existe almuerzo gratis”. La receta de congelar precios completó la debacle económico financiera sin que nadie la respetara.

Vivir por tiempo prolongado en alta inflación o en hiperinflación, pese a que suele ser de corta duración, es como un huracán que se lleva todo lo bueno que pueda tener una economía sana. Y si no lo creen pregúntele a un habitante de Zimbabwe si quiere volver a pagar dos millones de dólares zimbabwenses por un huevo.

Por Oscar Izaguirre

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