Opinión

¿El fin de la "maldición"?

La articulista Carolina Jaimes Branger mira el caso de los resultados electorales en Buenos Aires y se pregunta si comienza el fin del peronismo-kirchnerista o si es solo un revés momentáneo. ¿Podría repetirse el caso en Venezuela? ¿Podrían convertirse en una derrota importante para el chavismo?

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JUAN MABROMATA / AFP
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Hay quienes creen que es cierto lo que aseguraba Gabriel García Márquez en las líneas finales de Cien años de soledad: que los pueblos latinoamericanos estamos destinados a vivir esas soledades, sin otra oportunidad sobre la tierra. Ese sentido de determinismo fatal, o fatalidad determinista, se ha sembrado en muchos que piensan que nuestro sino es ir de fracaso en fracaso, irremediablemente.

Yo no creo eso. Estoy convencida de que no hay pueblos predestinados al fracaso, así como tampoco hay pueblos predestinados al éxito. El fracaso o el éxito lo construyen los ciudadanos, día a día, en todo momento, en cualquier lugar. La miseria o la bonanza, la pobreza o la riqueza, la caída o el auge.

Buenos Aires, la muy maravillosa capital de Argentina, es la muestra fehaciente de la diferencia que hay entre ser una ciudad grande y ser una gran ciudad. Buenos Aires es una gran ciudad. Es fácil olvidarse de que uno se encuentra allí, porque en muchos lugares parece París. Y Argentina es un gran país, a pesar de todas las calamidades que la han aquejado.

Y digo «a pesar de» porque es inevitable pensar en la grandeza de esa ciudad y de ese país, y a la vez deplorar las penurias que ha sufrido. Es inevitable también tratar de explicarse cómo pudo decaer de la forma en que lo ha hecho. Argentina pasó de ser uno de los seis países de mayor crecimiento y prosperidad en el mundo a principios del siglo XX, a ser un país enredado, conflictuado, con toda clase de problemas y malestares, empezando por el económico.

La respuesta está en los pésimos gobiernos de los últimos decenios. En particular los requetepésimos gobiernos militares, Videla, Viola, Galtieri… También hubo requetepésimos gobiernos civiles, entre los que necesariamente hay que mencionar el de María Estela Martínez, la viuda de Perón, y por supuesto, los gobiernos de los Kirchner y ahora el de Fernández. No sé cuál de todos fue el peor porque no poseo un «pesimómetro», pero no tengo la menor duda al hacer tal afirmación.

Hace años, en 2005, estuve en Buenos Aires durante unas elecciones legislativas. Me llenó de profunda tristeza calibrar el tipo de competencia en la que estaban empeñados los candidatos: «peronistas de verdad», «los auténticos peronistas», “los más peronistas de los peronistas”. El debate de ideas era el gran ausente de la contienda electoral. ¿Qué es un «peronista»? ¿De cuál Perón hablan, del Perón de 1946, el gran responsable de la debacle argentina, o del Perón de 1973, traído por los antiperonistas del 46 como el salvador de la patria? ¿Del Perón socialista o del Perón liberal? ¿Cómo es posible que sigan teniendo como principal estandarte a un personaje tan contradictorio y nefasto como Perón?

¡Cuánto daño ha hecho el populismo en América Latina! ¿Por qué los argentinos, si querían evocar una figura del pasado como ejemplo, no toman otros mejores, más dignos menos problemáticos, por decir lo menos? Hombres ilustres, probos, de excelencia, tienen por cantidades. ¿Por qué no tomar las lecciones del Libertador José de San Martín? ¿Por qué no inspirarse en la sensatez de un Justo José de Urquiza? ¿Por qué no imitar el ejemplo de ese gran hombre que fue Domingo Faustino Sarmiento? ¿Por qué no hablar de Bartolomé Mitre? ¿Por qué no afianzar los logros de Hipólito Irigoyen?

Y no son solo los argentinos. Todos, desde el Río Grande en México hasta más abajo de Ushuaia, la ciudad más austral del mundo en la Patagonia, hemos cometido los mismos errores, una y otra vez. Nuestros conquistadores, los españoles, también los cometieron. Antes, cuando pasaron de ser un imperio en el que jamás se ponía el sol, a ser un país del montón, azotado por una de las guerras civiles más cruentas que se hayan conocido, depauperado, del que emigraba su gente al no vislumbrar futuro.

Pero son justamente los españoles quienes nos deben llenar de esperanzas de que sí es posible cambiar, cuando se sanean y fortalecen las instituciones, y se emprende un programa de educación basado en libertades, como lo auspició Felipe González. España es hoy en día una de las economías más sólidas del mundo, con uno de los estándares de vida más altos y una envidiable seguridad social.

En Argentina acaba de perder -estrepitosa y finalmente- el kirchnerismo-peronismo. ¿El fin de la “maldición”, o solo una pausa para volver, como han hecho ya otras veces? El tiempo lo dirá. Los venezolanos estamos a tiempo de salir a darle una paliza al chavismo-madurismo si votamos masivamente. Y es que no existe «maldición» que no pueda ser superada por la inteligencia y el tesón de los humanos… de los argentinos… y espero que próximamente… de los venezolanos.

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