Espectáculos

El combate caraqueño de la Sinfonía Desordenada

En la terraza del Hotel Tamanaco, con esa vista privilegiada del Ávila como protagonista, se llevó a cabo el jueves 11 la presentación de ese singular invento de la directora de orquesta Elisa Vegas y Horacio Blanco junto a la Sinfónica Ayacucho, a beneficio de la ONTV. Acá van algunos apuntes sobe esa tarde inolvidable

Sinfonía Desordenada
Fotos: Gabo Hernández @Gaboypunto
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A pesar del contraste entre el escenario y la música, o quizás por eso mismo, el concierto “Sinfonía Desordenada” de Horacio Blanco –vocalista de Desorden Público– junto a la Sinfónica Ayacucho y la dirección de Elisa Vegas se transformó en una suerte de homenaje a Caracas: atrás, el resplandor de los edificios de Colinas del Tamanaco, el cielo en intensísimo azul caraqueño y el Ávila en siete colores. De la boca de Blanco: “Somos peces del Guaire (…) el humo estará más espeso y la luz solar no lo podrá atravesar (…) el tráfico caraqueño nos refrescará el corazón (…) Más desempleo, más marginales, más delincuencia en las calles”. Blanco señala al Ávila derramado en colores, celebra la belleza de la ciudad y luego recalca que también tiene su horror: “Como todo ser vivo, Caracas tiene sus cloacas”.

Pero, durante las horas de aquel concierto donde una orquesta sinfónica y un desordenado ska se fusionan, las cloacas parecen distantes. Suenan los violines, las violas, las trompetas y los tambores de las decenas de talentosos músicos. Elisa Vegas, con movimientos rítmicos que invocan el trance, dirige la musicalidad que acompaña a Blanco: la misma música grotesca pero pegajosa, de protesta cruda, con el sonido burgués de los instrumentos clásicos. Una fusión caraqueña, intrínsecamente caraqueña. Detrás de todos ellos, el Ávila –cambiando sus mil tonos a medida que avanza la tarde – sigue robándose el protagonismo. Las guacamayas, en los más ácidos amarillos y azules, revolotean a pocos metros: como si bailasen al ritmo de los temas de Horacio y Desorden Público versionados de esta manera. “Oye este tumbao se parece al caminao de Simón Guacamayo”, canta Blanco coincidentemente.

Sinfonía Desordenada

La vista panorámica y la cercanía de las guacamayas no debería extrañar: el concierto se lleva a cabo en el techo del Hotel Tamanaco, contra las paredes verdes y aquellas inmensas letras de glamour hollywoodense que gritan el nombre caribe del hotel. No es la única palabra caribe en la cima del valle de los caracas: “Ana karina rote” (“sólo nosotros somos gente”, grito guerrero caribe) repite Blanco cual mantra.

La audiencia, eso sí, no es tan desordenada: algo que hasta Blanco recalca. Parece más apta para la sinfónica que para los ‘sapos, culebras y lagartos’ de Desorden Público. Pero aquellas mentes biempensantes, esas melenas rubias y camisas blancas de botones –la ‘gente decente’ que poblaría las novelas de Antonia Palacios–, se deja llevar por el ritmo: hay brincos, aplausos, gritos. Y no debería sorprender el orden de la audiencia. El concierto es a beneficio de la Organización Nacional de Trasplante de Venezuela, cuyos fundadores cierran y abren el concierto con discursos cuya genuinidad no podría negarse: Ibrahim Velutini –su fundador, con lentes de pasta, peinado académico y alargado porte– tambaleó en los andenes de la vida hace unas décadas por un riñón fallido. Una vez superada la enfermedad, por medio de un trasplante, Velutini decidió dedicarse a una filantropía que brindase trasplantes de varios tipos a venezolanos con menos oportunidades. Además, su esposa Lucila, cerró con un discurso energizado por una emoción juvenil que desbordó la pasión que ambos sienten por su organización. Hasta Blanco, tan macabro que llega a ser, se sintió conmovido.¿Cómo no aplaudir la causa?

Aun así, resulta particular ver al líder de una banda conocida por su protesta constante al establishment de la democracia puntofijista relacionarse con sus figuras: es que, en los treinta y seis años que han pasado desde la fundación del grupo, mucho ha cambiado en el país. Quizás los antiguos rivales, sacados fuera de base por nuevos actores, ahora consiguen mucho más espacios comunes: y todos salimos ganando. Nuevas simbiosis para el nuevo país.

Además, hace rato – en los tiempos prehistóricos de los ochenta – que Desorden Público dejó de ser una agrupación oscura y underground en los márgenes del trópico. ¿Quién en su sano juicio no conoce una canción de la banda hoy? Por ello mismo, Blanco, Vegas y la Sinfónica abrieron la Sinfonía Desordenada con “Allá cayó”, aquella épica de la violencia urbana que resuena en la mente de unas cuantas generaciones de venezolanos. La canción data de 1997, un año plagado de protestas, de empresas públicas quebradas y coletazos de la crisis bancaria, y narra una escena criminalística digna de las crónicas negras de finales de los noventa: años del Comegente y Cibell Naime. Pero aquí estamos, en los tiempos de los supersónicos, y la música de asesinatos y violencia sigue viva en Caracas, valle de balas, hasta hace poco capital mundial de los homicidios.

Sinfonía Desordenada
(Fotos: Gabo Hernández @Gaboypunto)

Caraqueña al fin, la canción enerva y sacude con su ritmo tropical a pesar del horror que narra. “Allá cayó, allá cayó, allá cayó”, cantamos todos en la audiencia con Blanco, “Y dibujaron su muñequito ‘e tiza en la acera”. Y la sinfónica explota sus instrumentos, con éxtasis e ímpetu, como dominados por el ritmo del ska: levantan sus manos, se sacuden, se poseen con las caras llenas de emoción. “Mancha la calle, mancha la historia, mancha de lágrimas incoloras”: pero no es un ritmo melancólico, no es un pesar lejano y gris. Es una vibración feroz, caníbal, de luna amarilla con dengue o rumba de jungla en Choroní.

Otro éxito: “¿Qué fue lo que pasó? Vino el gran gorila y se la llevó” y la audiencia mueve sus manos de lado y lado, como en esos conciertos idealistas de los noventa, o aplaude rítmicamente con una fuerza atávica: guiados por Vegas, también conquistada por el furor del trópico monstruoso de ritmos exquisitamente violentos. Una tradición, asentada en la explosión de violencia que despertó a Caracas a finales del siglo pasado para darle un sangriento despertar al nuevo milenio: “Desorden Público” y “Sentimiento Muerto” en la música, “Pim pam pum” en la literatura y Nelson Garrido en las artes. Tiros, cadáveres, animales en descomposición, Caracas sangrante.

Y el horror sigue hasta hoy: Blanco –con porte lunático, Beetlejuice venezolano– le dedica “Los zombis están de moda” a aquellas mentes que han olvidado la luz solar por la luz azulada de las pantallas telefónicas y las redes sociales. “¡Están de moda los zombis, están de moda!”, exclama en tiempos de metaversos.

La Sinfónica Ayacucho, además de demostrar el talento que ha acumulado desde su fundación en 1989, no solo se acompasó al ritmo rápido de aquelarre afrocaribeño que produce el ska: sus miembros también demostraron los nuevos instrumentos que descubrieron en sus toques pandémicos, vía Zoom. Junto a los opulentos instrumentos clásicos, había botellas y tobos. Escondidos, pero sonando.

Y Elisa Vegas no se queda atrás: a pesar de su porte de inocencia rubia, de decentísimo comportamiento de niña de colegio católico, y su cara de buena hija, buena alumna y buena amiga, la directora revela unos movimientos y una sincronización con el ritmo como solo un músico puede sentir: nosotros escuchamos la música, ella la siente como latigazos. Aplaude con frenesí, se deja llevar por el aparente descontrol de la batuta y sacude su cuerpo con movimientos que multiplican la emoción que ya impregna en toda la audiencia y la sinfónica: con clinejas y plumas negras en sus hombros, se transforma en hechicera de impenetrable jungla caribeña. Ella, con cada movimiento y pulsación de su cuerpo, se convierte en el bellísimo desorden de la sinfonía.

Sinfonía Desordenada

A pesar del frenesí de peces de Guaire y homicidios, el momento más emotivo –con más de una lágrima en la audiencia– fue “Los que se quedan, los que se van”, cuando Blanco musita el mantra de la diáspora y quienes ‘se quedaron’: Los que se quedan, los que se van, algún día volverán. La promesa eterna de nuestra épica bíblica: el retorno a nuestra tierra santa de jabillos y guacharacas. “Vanessa en México, Fernando está en Chile, la gocha en Escocia, Nicanor en Ecuador, Estrella en Italia friendo empanadas”, dice a medida que el ritmo crece hacia un quiebre, “Manuela en Australia pero quisiera estar en Caracas”. Una diáspora ve el concierto desde el streaming sus pantallas. Algunos amigos de Vanessa, Fernando, Nicanor, Estrella y Manuela se sientan frente al Ávila y lloran, pensando en ellos. Venezuela tiene un hueco.

“Hoy día nosotros, los músicos venezolanos, tenemos un nuevo circuito de trabajo en el mundo entero: los compatriotas que están, estamos, en todas partes”, narra Blanco ante un ritmo melancólico de la sinfónica. Relata que una amiga suya, que ha emigrado a Madrid, puso la palabra “Venezuela” en su pórtico: “Quiero que mis hijos vean y entiendan dónde está el hogar”, le dijo ella. Venezuela es el reflejo de los millones dentro y fuera, afirma Blanco: “esto es Venezuela, este invento, esta locura, ustedes, este anochecer fantástico de noviembre, lo que es Venezuela, siempre Venezuela”. Siguen los aplausos. Se retoma la canción y cierra: “…algún día volverán”. Otro estruendo, aun mayor, de aplausos. Venezuela tiene un hueco.

Sinfonía Desordenada

Sin embargo, quizás el gran hito de la Sinfonía Desordenada llegó una vez que la ciudad se hizo destellos de electricidad contra la penumbra de la noche. Con fuegos artificiales, y el nombre del Tamanaco iluminado con luz blanca –evocando el derroche esplendido de 1953- estalló la combativa música de protesta: “¡Libertad! ¿Cuándo será!”, grita Blanco con los ritmos de Vegas y la Sinfónica, “Desorden está en la calle ¡Combate! ¡Combate! ¡Combate!”. Se proclama con la rabia del despojo: “¡Pa’ que se vayan esos vampiros y así se abran nuevos caminos!”. Así, por un momento de la noche, la sangre vuelve a entrar a nuestros cuerpos condicionados: se rompe la complacencia, se arrasa con la ilusión, se desprenden las luces que cubren la mierda del Guaire. Como peces del Guaire que somos, nos refresca el corazón.

La luz del letrero del Tamanaco brilla blanquecina con esplendor perezjimenista, los cuerpos se sacuden frenéticamente, la orquesta toca con agresividad y los fuegos artificiales explotan multicolores sobre el mar humano: pero el combate, por unos minutos, nos devuelve el ímpetu perdido.

* Equipo creativo que hace posible Sinfonía Desordenada: Elisa Vegas, Horacio Blanco, Sinfónica Ayacucho, Martín Figueroa, Aarón Cabrera, Ludwing Manzo, Heyzer Cabrera, A Tempo Récords, Ana Díaz, Nacho Palacios, Crack Estudio, Eugenia Vegas, Anita Arévalo, Titan Post, Diego Brett, Aileen Palacios

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