Venezuela

Días oscuros

El mensaje de Tamoa Calzadilla en el Whatsapp me perturba y me calma de inmediato. Es la cara de Alonso, uno de mis (nuestros) amigos más cercanos e históricos, de esa gente que habla con tu mamá sin que tú te enteres, o su hermano te escribe para saludarte sin mediar con nadie. “Ya hablé con él, está bien”, agrega rápido Tamoa para no escandalizarme. “Malditos”, le respondo.

Publicidad
Foto: Cristian Hernández/El Estímulo

El hueco de un perdigón protagoniza la imagen. Justo entre el tabique nasal y el ojo derecho. Al pavor, el cerebro contesta enseguida con la señal que ya se ha vuelto un reflejo condicionado entre venezolanos: “le han podido quitar un ojo; un poco más acá y perfora la cabeza; menos mal que pareciera fue disparado de lejos. Menos mal”.
Al llamarlo y escucharlo bien me alivio tanto que empiezo a chalequearlo. La mañana siguiente, después del susto, estamos indignados otra vez.
Alonso Moleiro es un tipo inmensamente sencillo, proveniente de un hogar modesto, con una cultura enorme, en el que aprendió el oficio que mejor sabe hacer: pensar.
Desde los años universitarios trataba de entender con otros ojos desde la revolución cubana hasta el neoliberalismo. Jamás se comió una verdad sin cuestionarla. Su pasión por el conocimiento es casi un hobby. Con eso se divierte, y nunca se le acaba. Las anécdotas de conocimiento insólito que tiene Alonso son como para escribir un libro que, de hecho, una vez pensamos: enciclopedia del conocimiento inútil y/o lista de “preguntas de la vida” (curiosidades de cosas que tenemos alrededor y nunca nos preguntamos).
Ya convertido en celebridad, todos conocen su humor, en privado y en público, las mañas que a todo tipo genial le son insoslayables y el talante cuestionador que, sin soberbias, le caracteriza.
Pero Alonso tiene un defecto. Un defecto que comparte con el 90 por ciento de los venezolanos. Sus ideas no conviven (no lo hicieron nunca) con la plaga que nos ocupa desde hace 18 años. Y eso lo hace un blanco.
Encima, es periodista. Doble blanco. Y para colmo de males, Alonso es de una honestidad irreprochable, ética e intelectualmente hablando.
Por eso le llovió un perdigón. Porque ser un tipo de conocimiento e independencia de criterios está penado por el poder en Venezuela. Y si tu profesión es la de periodista, es un delito doble. Triple.
Son días oscuros. Me preocupa. Siento que esa intolerancia que la mafia de capos que usurpa el poder quiere hacer lucir como normal, ha ido inundando la comunicación entre quienes estamos convencidos de la democracia.
A veces veo las redes y noto que las palabras se nos han vuelto petardos. Las ideas se nos han vuelto diques. Cada vez que hay algún movimiento el teclado se llena de piedras.
Leo a tipos que admiro tanto como Luis Vicente León o Chúo Torrealba, sugiriendo que las negociaciones no se dan por los radicales “de lado y lado” y me pregunto: dónde están las posibilidades de negociar que entre todos nos encargamos de los radicales.
Apenas hay un asomo de conversación para ver si salimos de esta pesadilla (lo cual veo difícil por esa vía, en vista de que tenemos en el poder a la casta más abusadora, ladrona, totalitaria y corrupta que hayamos tenido jamás) y uno empieza a leer a toda una marea de obcecados, llamando traidor a medio mundo; dando por seguros puros rumores no comprobados, como si estar indignados por la desgracia fuese más importante que vigilar (eso sí me parece positivo, la duda como evolución de la alienación) cualquier proceso que nos haga salir de este matadero en el que se convirtió la revolución bonita.
Son días oscuros y no encuentro escenarios para que en el corto plazo militares, narcos o entrampados den su brazo a torcer.
Me he equivocado muchas veces y deseo que ésta sea una más de ellas.
Mientras tanto, qué bueno que Alonso ya está bien y que los demócratas sólo nos disparamos tinta virtual.]]>

Publicidad
Publicidad