Opinión

Desde la indignación

Tres historias que no debían haber ocurrido. Niños víctimas de la desidia, de la desesperanza, del abuso de poder y la crisis. El país vive en la oscuridad: literal y metafóricamente

indignación
Daniel Hernández
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Escribo desde la indignación. No encuentro otra palabra que pueda resumir mi estado de ánimo. El país derruido por las malas gestiones de Hugo Chávez y luego Nicolás Maduro va cobrando víctimas de todo tipo. Algunas de estas víctimas que no debían ser tales.

Tres casos que involucran a niños, de los que pude enterarme en este tiempo de cuarentena y desinformación, sencillamente me han demostrado el nivel de destrucción generalizada en el que estamos. Una cruel paradoja para un país que se imaginó rico, y en realidad ha terminado sumido en la cruda y generalizada pobreza.

Un niño, de 12 años, en la sierra de Perijá del estado Zulia fue mordido por una serpiente. En la población en la que vivía no había ni medicamentos, el básico suero antiofídico, ni gasolina para trasladarlo a Machiques o Maracaibo. Después de dos días de agonía, este niño venezolano finalmente murió.

En Carrizal, en el estado Miranda, según informó el comunicador Justo Navarro, otro niño de 12 años también decidió quitarse la vida, con la esperanza de que su hermana menor pudiese alimentarse con la comida que él dejaría de consumir.
En Barquisimeto, la capital del estado Lara, un niño de 11 años que jugaba en una calle recibió un disparo de efectivos de las FAES y el impacto le destruyó uno de sus riñones. La versión del cuerpo policial quería hacer creer que se había producido un enfrentamiento con delincuentes y luego se ha conocido que, en realidad, los uniformados querían amedrentar a un comerciante árabe para que este les pagara “vacuna”.

En un lapso de una semana ocurrieron estos tres hechos. Uniendo estas tres historias me he llenado de indignación, de una rabia profunda ante hechos que no debían ocurrir, ninguno de estos tres.

Hambre, carencia de medicinas, ausencia de gasolina, son algunas de las crudas realidades que se viven en Venezuela, mientras el gobierno de Nicolás Maduro sigue con su bla, bla, bla. Y, de guinda ante todo esto, los cuerpos represivos actúan al garete.

Son tiempos oscuros. No sólo estamos ante la incertidumbre global, generalizada por el coronavirus, sino que desde la vivencia venezolana atravesamos una de las etapas más oscuras de nuestra vida moderna. Son horas oscuras, tanto literal como metafóricamente.

Mientras pasan los días el país se va llenando de víctimas, se va sembrando de dolor. Dolor entre las víctimas y sus familiares, indignación entre quienes no vivimos directamente estos hechos pero que los sentimos como propios y que, además, deseamos que nunca más se repitan.

El gobierno chavista ya perdió la sensibilidad por el dolor que se vive en los barrios y pueblos. Nos lo viene demostrando desde hace ya algunos años, desde que se negó admitir la existencia de una crisis humanitaria o desde que decidió reprimir también a los más pobres cuando éstos salieron a protestar.

El ejercicio prolongado del poder convirtió a los dirigentes chavistas en otra cosa, pero pueblo no son.

Tampoco es sinónimo de claridad y esperanza ver actuando al liderazgo democrático, en medio de esta crisis, y pensar que parece cooptado por el lado oscuro. Aquellos que nos decían traerían un cambio, en realidad han terminado desdibujados.

Las víctimas, en su gran mayoría, están solas. Huérfanas, cargando su dolor.

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