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¿Depende la felicidad del tamaño del cerebro?

Para comprender mejor esta inteligencia, debemos adentrarnos en su soporte orgánico: el cerebro. Este representa el 2 % del total de la masa corporal en los seres humanos. El 76 % de su tejido corresponde a la región más superficial y reciente respecto a su evolución: la neocorteza.

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La especie humana se ha alzado, para bien o para mal, como el animal dominante de nuestro planeta. Su desarrollo científico y tecnológico ha supuesto cambios sin precedentes en la historia natural de la Tierra. Tanto es así que esta se ha visto moldeada para satisfacer sus necesidades (a veces en detrimento de las de otras especies).

El ser humano ha erigido grandes civilizaciones, ha construido sociedades complejas y ha forjado símbolos comunes para la comunicación entre individuos (como el lenguaje).

Incluso ha conquistado territorios allende los límites físicos que imponía el horizonte (la luna, otros continentes, etc.). Este avance ha sido trepidante, algo que solo puede explicarse por un matiz diferencial: nuestra inteligencia.

¿De donde proviene la inteligencia?

Para comprender mejor esta inteligencia, debemos adentrarnos en su soporte orgánico: el cerebro. Este representa el 2 % del total de la masa corporal en los seres humanos. El 76 % de su tejido corresponde a la región más superficial y reciente respecto a su evolución: la neocorteza.

En este extenso territorio del parénquima cerebral habitan las funciones cognitivas de orden superior que han permitido nuestro inaudito desarrollo: el pensamiento y el lenguaje. Por otra parte, uno de los indicadores más utilizados para inferir la inteligencia de todo ser vivo es el peso relativo de su cerebro respecto a la masa corporal total.

En este sentido, el encéfalo humano presenta el índice más elevado de entre todos los primates. Esto explicaría la consecución de hitos evolutivos necesarios para el avance de la especie. Por ejemplo, el uso de herramientas, la colaboración, el desarrollo de la agricultura y la ganadería, etc.

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AP Photo | Matt York

Las evidencias actuales sugieren que existe una relación directa entre el tamaño del neocórtex y la capacidad de un animal para construir comunidades extensas. Por tanto, esta región pudo ser responsable de la revolución cognitiva que atravesó nuestra especie hace miles de años. Gracias a esta pudimos generar historias compartidas que nos vinculaban como parte de algo más grande (la cultura). También conseguimos articular una serie de normas y principios que armonizaban la vida común de los individuos (la sociedad).

En los últimos tiempos, un neurotransmisor particular de nuestro sistema nervioso está siendo objeto de estudio para entender por qué somos como somos: la serotonina (5-hidroxitriptamina).

Funciones y particularidades de la serotonina

La serotonina es uno de los principales neurotransmisores del cerebro humano. Tiene múltiples funciones que contribuyen a regular su equilibrio. Pese a que esta se conoce en el acervo popular como la «hormona de la felicidad», lo cierto es que no es una hormona ni se limita exclusivamente a estimular el ánimo.

De hecho, incluso esta última relación está actualmente en entredicho, pues diversos estudios cuestionan la hipótesis serotoninérgica clásica para entender trastornos psicológicos como la depresión mayor.

La serotonina tiene un papel clave en la regulación de funciones fisiológicas necesarias para la supervivencia; como el hambre, el sueño, el dolor y la respuesta sexual. También se conoce su contribución a los procesos de aprendizaje y memoria. Es decir, a la adquisición de conocimientos y a su evocación para un posterior procesamiento a través de los insondables senderos de la razón.

Por otra parte, su déficit ha sido asociado de manera consistente a respuestas de agresión auto y heterodirigidas (desde el suicidio hasta la violencia interpersonal).

La serotonina, más allá del cerebro humano

También existen células sensibles a la serotonina en otras regiones corporales distantes respecto al cerebro, como el tracto gastrointestinal (sistema nervioso entérico). A partir de su aportación, la serotonina facilita la homeostasis del organismo en un sentido amplio.

De hecho, no se descarta la posibilidad de que los circuitos neuronales intestinales puedan servir como elemento explicativo para entender la relación entre la microbiota y ciertos trastornos mentales (eje intestino-cerebro).

Por último, existe evidencia previa de que la serotonina también contribuye a la proliferación y ubicación de las neuronas en cerebros inmaduros. Respecto a ello, se ha descrito que un exceso de la misma puede interferir negativamente en ambos parámetros respecto a las neuronas corticales. Es precisamente respecto a esta cuestión que, en los últimos meses, se han ampliado los horizontes de nuestro conocimiento.

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Unsplash | Robina Weermeijer

Serotonina y crecimiento del cerebro humano

Hay muchas hipótesis explicativas que, desde hace décadas, han tratado de dilucidar por qué nuestro cerebro difiere del que poseen el resto de los seres vivos.

En este sentido han surgido teorías variopintas: desde la contribución del fuego para cocinar los alimentos hasta mutaciones genéticas de difícil filiación. En esta línea, recientemente también se ha planteado que la serotonina podría ayudar a resolver esta tradicional incógnita.

Ya hemos comentado el papel de la serotonina durante el proceso de gestación en el desarrollo cerebral, sobre todo en la proliferación y ubicación de las neuronas (migración). A este hecho debería sumarse el último hallazgo de un equipo de investigación alemán, que ha descrito el modo en que la producción de serotonina en la placenta interactuaría con el receptor HTR2A exclusivamente en el ser humano, estimulando la producción de células madre.

Este fenómeno redundaría en una producción equiparable y extraordinaria de neuronas corticales, y con ello en un incremento del volumen cortical. No obstante, y pese a ser un hallazgo interesante y con múltiples aplicaciones terapéuticas, puede resultar simplista afirmar que el «neurotransmisor de la felicidad» aumenta la inteligencia.

En primer lugar, porque la serotonina está implicada en muchas otras funciones diferentes al estado de ánimo. En segundo lugar, porque las bases cerebrales de la inteligencia no pueden ser reducidas al tamaño genérico de la superficie neocortical, sino que resultan fundamentales su funcionamiento y su distribución.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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