Conversación con

VIDEO | Juan Guaidó, catador de Nestea y experto en pasta con atún

Hace meses que la vida de Juan Guaidó dejó de ser normal. Ser el presidente encargado de Venezuela le arrebató la tranquilidad de la rutina, hubiese querido o no. Giras, entrevistas, reuniones, encuentros. Pero eso es lo que más extraña de la vida antes del 23 de enero: la normalidad. También lo que él mismo ha dicho es el objetivo de su lucha: vivir en un país normal. Clímax descubre sus gustos y opiniones, el otro lado de quien lleva en sus hombros el destino de la nación

PORTADA Y VIDEO: VALERIA PEDICINI | FOTOS EN EL TEXTO: DANIEL HERNÁNDEZ | EDICIÓN DEL VIDEO: BETANIA IBARRA
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Juan Gerardo Antonio quería ser astronauta. Cuando era niño, soñaba con vestir un traje presurizado, formar parte de una tripulación espacial y viajar a la Luna. Nada de recorrer pueblos en un casa por casa, nada de cabildos en las principales ciudades del país, nada de besar frentes de niños y huir de enloquecidas mujeres que desean tocarlo, nada de giras con mandatarios extranjeros, nada de bandas presidenciales. Él quería ser astronauta y nada más. Un anhelo habitual, nada fuera de lo común. Un sueño de niño normal.

Y así fue como creció, como un niño normal. Nació hace 35 años en la urbanización Palmar Este de Caraballeda de La Guaira, estado Vargas, a pocas horas de la capital venezolana. Hijo de un piloto comercial y de una maestra, Juan creció frente al Caribe, con el sol tostándole la piel y las olas del mar retumbándole los tímpanos.

El mayor de cuatro hermanos se crió en Los Corales y fue al colegio que llevaba el mismo nombre. No sobresalía por su esmero en los estudios, aunque su maestra recuerda que le iba bien sin necesidad de ser muy aplicado. La inteligencia no le faltaba, pero en clases no llamaba mucho la atención. Tampoco se caracterizaba por ser el líder del equipo del volleyball o cuando jugaban “chapita” y pelotica ‘e goma, a pesar de destacar por su destreza para los deportes. Era alto y muy flaco, sus orejas separadas eran el blanco de la joda juvenil, al igual que la ortodoncia que le adornaba los dientes. Sus amigos lo describen como jovial, alegre, con buen pie para el baile y como un amante del béisbol, fanático 100% de los Tiburones de La Guaira.

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Se mudó a Caracas después de que el deslave de Vargas destrozara su casa, su colegio y su vida el 15 de diciembre de 1999. En la capital comenzó a estudiar Ingeniería Industrial en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) mientras pagaba sus estudios con el sueldo que le dejaba su trabajo como vendedor en Compu Mall.

Fue en la colmena ucabista donde dio sus primeros pasos en la política. Formó parte de la Cátedra de Honor, del Centro de Estudiantes de su escuela, fue representante ante la Facultad y fue fundador y secretario del Consejo General de Representantes Estudiantiles (Cogres). Se involucró en el Movimiento Estudiantil, en aquella famosa “Generación del 2007”, estudiantes que enfrentaron a Hugo Chávez y su referéndum. A pesar de su amplio currículo universitario, no fue fulgurante de cara al público. Entre los nombres de Yon Goicoechea, Freddy Guevara, Miguel Pizarro, Stalin González y José Manuel Olivares, el nombre de Juan es el que menos resuena de aquellos años. Tampoco se recuerda con mucho detalle su papel en la creación del partido político Voluntad Popular ni su recorrido como diputado, primero suplente y luego principal, incluso al frente de comisiones de gran importancia. Si algo sabía hacer Juan, era pasar desapercibido.

Su vida aún relativamente normal dejó de serlo el 23 de enero de 2019. Ese día, montado en una tarima en la plaza Juan Pablo II del municipio Chacao, en Caracas, se juramentó como presidente encargado de la República. Desde entonces se dejó de gorras, franelas e informalidades para cambiarlos por trajes y corbata. Las personas corean su nombre en las calles mientras las encuestas lo señalan como el favorito de la oposición y como el único que logra que Nicolás Maduro tragara grueso. Desde entonces tiene la agenda al tope, moviéndose por la ciudad, o por el territorio nacional, para cumplir con todas las actividades del día. Reuniones, sesiones, encuentros, recorridos.

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Periodistas se quedan en lista de espera por más de dos meses para poder sentarse unos instantes con él. Incluso, esperar más de cinco horas para lograr dos minutos de entrevista, como fue el caso de la concedida a Clímax. La normalidad se esfuma cuando la policía política te detiene, acechan a tu familia, te toca llevar chaleco antibalas y guardaespaldas te rodean las 24 horas del día. La normalidad parece una utopía cuando al llegar frente al ascensor, alguien más toca el botón por ti. Porque Juan Gerardo Antonio ahora es Juan Guaidó, el presidente encargado de la nación. Nada menos normal que eso, para quien justamente aspira que la República pueda acomodarse en una normalidad real.

«Aquí el reto no es solo recuperar la normalidad. El abrazo en familia, el hacerle una torta a tu nieto, en celebrar un cumpleaños de un amigo cercano porque ahora se fue del país. El reto es recuperar nuestra normalidad, nuestra vida, nuestra Venezuela», expresó el 6 de abril en una movilización que marcaba el inicio de la llamada Operación Libertad. «La normalidad se perdió en Venezuela desde hace tiempo, por lo evidente. Hace mucho tiempo que un cumpleaños se convirtió en una tragedia, la inmigración es una tragedia, hacer mercado es una tragedia», repitió días después. Hoy, 23 de abril, insiste: «El cese de la usurpación es una urgencia para poder recuperar nuestra normalidad».

Guaidó aspira a una normalidad; el Gobierno finge una. El chavismo afirma que alrededor de 9 millones de personas se movilizaron durante Semana Santa, que el suministro de agua «está regularizado» -lo que implicaría volver al racionamiento que ha estado vigente por los últimos 10 años-, y defiende la normalización del sistema eléctrico mientras algunos estados del país se siguen quedando a oscuras.

Vuelve a ser Juan, así sea por dos minutos, cuando la primera pregunta de la entrevista lo agarra desprevenido. “¿Arepas o empanadas?”. Piensa tres segundos y contesta. Y se relaja. Recuerda que quería ser astronauta, que el Nestea de limón es su preferido y que es experto haciendo pasta con atún, la comida que no fallaba mientras era universitario; un plato que pareciera formar parte del pénsum de cualquier carrera normal. Mientras enfrenta conducir una nación admite que la paternidad es más retadora y cada domingo espera no perderse los capítulos de la octava temporada de Game of Thrones… Si el país lo deja. Si su semana termina con cierta normalidad.

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