Entrevista

Rafael Arráiz Lucca: “No trabajo para historiadores”

Se graduó de Derecho en la UCAB pero nunca ejerció, en su lugar se dedicó a cultivar la vida académica escribiendo historia y literatura. Hace dos meses, su último libro salió de la imprenta, una autobiografía espiritual que relata su afición a las culturas orientales

Fotografías: Daniel Hernández
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Rafael Arráiz Lucca es un hombre heterogéneo. Está de acuerdo con ese calificativo y lo defiende a capa y espada porque su trabajo va de un extremo al otro, desde la poesía hasta el ensayo, desde entrevistas hasta una autobiografía espiritual, que acaba de salir de la imprenta. Tiene 59 años, nació con la democracia y es hijo del libre pensar. Cuenta que antes de sentarse a escribir, relee a los grandes autores, en especial a Gabriel García Márquez y a Jorge Luis Borges.

Tal vez en el futuro, su nombre sea uno de esos motes que irremediablemente los venezolanos vinculamos a la intelectualidad y generan respeto al pronunciarlos, muy a pesar de la asociación ideológica o la identificación política. Por lo menos eso ocurre con Arturo Uslar Pietri, también con Mariano Picón Salas y el mismo Ramón J. Velásquez. Fueron actores civiles, intelectuales que pensaron el siglo XX y lo ejecutaron, en su momento, desde el poder. Pero a diferencia de ellos, Arráiz Lucca nunca hizo vida política ni tampoco militó en algún partido. No le interesa hacerlo, en lo absoluto.

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“Yo no puedo con la política partidista, porque yo soy libre. Yo no puedo seguir disciplinas partidistas. Respeto muchísimo a los partidos políticos, me parece que es una profesión admirable y la respaldo con todo mi cariño, pero yo no tengo esas cualidades”. Paradójicamente, se ha dedicado a dejar registro de la historia política nacional y lo comenzó hace 19 años, cuando empezó a cursar la Maestría en Historia de Venezuela que oferta la Universidad Católica Andrés Bello, casa que lo adentró en el oficio de historiar.

–¿De dónde vino esa vocación? ¿Por qué la Católica y no la Central?

–Esos errores son míos. Yo me di cuenta que la historia me fascinaba cuando me fui a la Cátedra Andrés Bello de la Universidad de Oxford. Esa cátedra se gana mediante un proyecto de investigación, un concurso. El que yo presenté era una historia de la poesía venezolana –que la escribí, El coro de las voces solitarias– y escribiendo me di cuenta que la historia me interesaba muchísimo. Cuando regresé, hice la Maestría en Historia de Venezuela de la Universidad Católica y también hice el doctorado. De modo que me pasé unos 8 años estudiando historia y fue un gran placer, completó mi formación académica.

Arraizcita5La UCAB es mi alma mater y me pareció que lo más natural era hacer el posgrado allí. El estatus de los profesores de la UCAB era y es de primera. Hoy en día hasta yo doy clases en la maestría. Por supuesto que la UCV me parece extraordinaria y cuantas veces me invitan voy a dar conferencias, también he dado clases en la Escuela de Ciencias Políticas de allí.

–Su primer trabajo fue la trilogía de historia de Venezuela que abarca desde 1498 hasta nuestros días. ¿Cómo es que un hombre que viene de las letras y del Derecho, empieza a escribir historia y vende más que los propios historiadores de cepa?

–Yo creo que esos libros se venden porque están, creo yo, bien escritos; es decir, son muy directos, el lenguaje es muy diáfano, la gente se queda atrapada en la narrativa histórica, están documentados, tienen fundamentos, están escritos mediante el método histórico, pero no están escritos para los historiadores sino para cualquier lector. La clave de esos libros es la escritura. Esos libros son unos bestsellers todos, algunos tienen hasta 9 y 10 ediciones. Son los libros de historia de Venezuela más leídos y vendidos de los últimos 20 años.

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–Sé que eso generó revuelo porque hay muchos que no lo consideran parte del gremio de los historiadores, tal vez por la forma de escribir o los grandes períodos que abarca. ¿A qué cree que se deba ese rechazo?

–Mira, no sé qué decirte. Yo no trabajo para los historiadores, yo trabajo para los lectores. Si los historiadores consideran que yo no soy historiador, está bien, que lo consideren, si acaso que lean los libros a ver qué les parecen y que ellos decidan si esos trabajos son útiles o no, porque eso lo decide cada lector, historiador o no. Escribir para el gremio sin que el común nos lea, no tiene ningún sentido. Hay grandes historiadores que no venden los libros porque no saben comunicar, escriben muy mal y la gente no los puede leer… La práctica de la escritura es importante, el historiador que no escribe todos los días no la desarrolla.

Yo admiro muchísimo a Caracciolo Parra Pérez, una obra extraordinaria, muy bien escrita; me encanta el trabajo de Eduardo Arcila Farías, una obra monumental; y, por supuesto, a Manuel Caballero. Él es mi modelo de escritura histórica, es un historiador con grandes volúmenes de venta porque la gente entiende lo que dice y es un ejemplo de rigor metodológico y de amenísima escritura, uno de nuestros grandes ensayistas, era periodista.

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¿Y nunca pensó en estudiar periodismo? Tomando en cuenta que ha realizado entrevistas y en los ochenta fue jefe de redacción de la revista Imagen.

A la revista Imagen llegué porque trabajaba en la Galería de Arte Nacional y un día Juan Calzadilla pasó por allí y me dijo que iban a reactivar la revista Imagen, que si me quería ir con él como jefe de redacción. Por supuesto le dije que sí, con mucho gusto. Allí estuve unos cuantos años haciendo un trabajo muy bonito. Fue allí donde comencé a hacer las entrevistas que están recogidas en un libro que se llama Grabados.

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La verdad es que nunca pensé en estudiar periodismo pero he hecho muchas tareas de periodista. Hice centenares de entrevistas en mi vida, cerca de 200, y no todas las he recogido en libros. Tengo ya muchos años sin hacerlas, pero durante mucho tiempo me dediqué a eso, a la par de mis otros trabajos profesionales. Es un género que adoro. En mi biblioteca hay un anaquel completo de libros de entrevistas.

–Fue presidente de Monte Ávila Editores, durante el segundo el período presidencial de Carlos Andrés Pérez. ¿Esos cargos involucran vincularse con la política y el gobierno de turno?

–No estuve vinculado a la política, era un trabajo de gerencia cultural. Yo empecé en la Galería de Arte Nacional en 1980 y estuve trabajando con el Estado hasta 1995. Lo de Monte Ávila Editores fue un gran placer. Yo tenía 30 años, era un niño, y el maestro José Antonio Abreu me dijo que si quería asumir el hueso duro de Monte Ávila Editores, que era una empresa quebrada, que nadie quería, al punto de que se la ofrecieron a un muchacho de 30 años. Yo dije “Bueno, perfecto, dénmela a mí” e hicimos un trabajo bellísimo. Reflotamos la empresa, se convirtió en otra cosa, allí estuve cinco años. Ese gobierno de Pérez fue muy abierto a gente distinta a Acción Democrática. A mí nadie me preguntó si yo era de un partido político o no, nada. Simplemente me nombraron allí por mis calificaciones personales. De hecho, seguí siendo presidente durante el gobierno de Ramón J. Velásquez.

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–Es abogado y nunca ha sido ministro, embajador… siempre estuvo al margen.

–A mí lo que me interesa es la vida intelectual, cultural, académica, ese ha sido mi mundo. Antes, a mí me gustaba la política y me parecía que para la formación de un político era mejor ser abogado que estudiar Letras, por eso estudié Derecho. Ahora, aunque no soy político, me interesa mucho la historia política y la he trabajado durante muchos años. Fue muy bueno haber estudiado Derecho, es una formación excelente, aunque yo nunca he ejercido como abogado, nunca he llevado un caso, pero es una formación muy buena, es científica. Yo empecé dedicado a la literatura y lo más cercano fue la gerencia cultural.

Siempre me ha gustado entrar y salir, me encanta una fiesta pero también me encanta la soledad. Me gusta la gente, muchísimo, mi vida con los alumnos hoy en día es una belleza, pero igualmente me gusta estar solo, leyendo, escribiendo. Me gustan los dos mundos. Soy gregario y soy solitario.

–En casi todas sus biografías lo describen como poeta, ¿esa afición a la literatura y en especial a la poesía, viene de la juventud? ¿Por qué abandonó el género?

–Yo no abandoné la poesía, la poesía me abandonó a mí. Yo no escribo poesía desde hace varios años, eso no quiere decir que en un futuro no vaya a volver a ella, pero estoy dedicado al ensayo. Mi último libro en esos años, Plexo solar, es de 2002. Ese gusto sí viene de la juventud y de la familia también. Asistí al taller Calicanto de Antonia Palacios del que salió el grupo Guaire, que lo creamos un conjunto de muchachos en la Católica. En aquella época todos nos reconocimos como escritores, estábamos comenzando, éramos Leonardo Padrón, Luis Pérez Oramas, Nelson Rivera, Armando Coll y yo. Allí formamos ese grupo, que fue básicamente de poesía urbana y conversacional.

Arraizcita3–Ahora que menciona a la familia, ¿cómo era la vida en su casa?

–Yo nací y me crie en El Paraíso. Eso en Caracas significa algo muy preciso, El Paraíso es como un pueblo y los paraiseros nos identificamos inmediatamente porque todos tenemos las mismas referencias. Nosotros vivíamos en el callejón Machado y somos una familia bastante librepensadora. Mis padres eran personas muy cercanas al mundo de las humanidades, de la cultura. Mi papá, Rafael Clemente Arráiz, fue rector de la UCV, él sustituyó al rector Bianco, en el rectorado provisorio, mientras la universidad empezaba a reorganizarse. Fue abogado, profesor universitario y escritor. Él era primo hermano de Antonio Arráiz, fueron grandes amigos, los dos venían de Barquisimeto, esa rama de la familia Arráiz se estableció allá en el siglo XVIII y de allí venimos nosotros.

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Mi madre, Anita Lucca, escribió y publicó mucho en los periódicos de su época, pero cuando empezaron a nacer los hijos se dedicó a las labores del hogar. Yo le debo gran parte de mi formación a ella, que era muy lectora. Ella era una fanática de García Márquez, de Carlos Fuentes, de lo real maravilloso latinoamericano.

Mis padres tenían mucha conciencia de que yo era el más pequeño de la casa y estimularon mucho que me fuera a la calle. Mi abuela, además, me regaló una moto y cuando yo tenía 9 años yo andaba en moto por El Paraíso, hoy en día uno dice eso y piensa que la gente estaba loca, pero en esa época se podía hacer eso. Yo no fui consentido, yo fui de la calle, que tenía su moto y se iba por ahí a jugar béisbol.

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–Aparte de la Cátedra Andrés Bello en Oxford, es profesor principal de la Universidad del Rosario en Colombia, también es numerario de la Academia Venezolana de la Lengua y recibió la Orden Isabel La Católica de parte del Gobierno de España. ¿Qué significaron para usted esas distinciones?

–Eso fue muy bonito, fue una gran sorpresa para mí. En ese momento yo era el individuo de número más joven, tenía 46 años. Fue una gran alegría y fue una proposición de tres individuos que querían llevarme a la academia: Blas Bruni Celli, Oscar Zambrano Urdaneta y Alexis Márquez Rodríguez. Me eligieron por unanimidad absoluta. Eso pasa muy pocas veces en la academia, siempre la gente tiene sus enemigos y en esa oportunidad yo no los tuve.

Arraizcita2Lo de la Orden Isabel La Católica fue igual de emocionante porque es la máxima orden que entrega el Gobierno de España a un extranjero, es una gran referencia que me la entregaran en grado de Comendador. Y los tres años en Colombia fueron muy bonitos, tuve tiempo de investigar… Tuve la experiencia de conocer la historia de ese país, que es toda una experiencia para un venezolano, y ahora doy clases de historia de Colombia en la maestría.

–Hace unos meses salió su último libro, La otra búsqueda, y a diferencia de los demás ejemplares de la biblioteca, este es personal, una autobiografía.

–Ese libro es una búsqueda paralela a la histórica, que ha sido exterior. En cambio, este viene siendo una búsqueda interior. Es un libro muy raro. Yo en ese libro voy relatando cómo me fui acercando a las culturas orientales, cómo me fui acercando al budismo, al hinduismo, al taoísmo, que son las culturas que forman parte de mi bagaje cultural, de mi manera de estar en el mundo, de mi manera de ver el mundo. Por supuesto, todos partimos de la cultura judeo-cristiana y grecolatina, porque nosotros somos occidentales, pero yo desde muy joven me fui moviendo al estudio de las culturas orientales y las he ido incorporando a mi vida cotidiana, a mi manera de ser. Y hoy en día te diría que esos factores forman parte de la combinatoria de mi personalidad, de manera determinante.

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