Sociedad

Racismo, el virus que "corona"

Un virus que nació en Wuhan, China, y que se convirtió en pandemia también saca a la luz otras de las plagas de la humanidad: el racismo y la xenofobia. Una japonesa más criolla que la arepa cuenta cómo ha lidiado con las miradas de discriminación cuando la ven pasar

AFP
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Es el día 5 de la cuarentena y tuve que ir al supermercado. Lo que la semana pasada era una diligencia cualquiera, hoy fue una decisión demasiado pensada: la Organización Mundial de la Salud ya dijo que el virus puede transmitirse en climas cálidos, solo tengo tres tapabocas y tres pares de guantes. Y hay que salir ahora que todavía se puede.

Ya había hecho la respiración de los 10 segundos que indicó mi mamá, tomé café pensando en que “hay que beber cosas calientes” y no dejé enfriar la avena por la misma razón, aunque sé que eso es más fe que ciencia. Loratadina por si acaso hay polvera en la calle. Releí las medidas de los supermercados españoles. Me lavé las manos al menos tres veces. Me eché el antibacterial convencida de que tiene al menos 60% de alcohol. Y me puse los guantes y el tapabocas aun sin tener síntomas ni sospechas del virus Covid-19.

Por arrojos de la coquetería pensé que si el tapabocas fuese negro, sería toda una ninja. El humor es salud, también pensé.

Cumplí con el protocolo.

Y salí a espantar.

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Dos mujeres que usan máscaras faciales, en medio de las preocupaciones por el coronavirus, caminan por una calle en el área de Yurakucho de Tokio, Japón. Foto: AFP

Todos a quienes vi acataban las normas sanitarias: caminamos solos, a cierta distancia y con tapabocas. El “virus chino” trajo la organización y la severidad de sus creadores hasta esta acera de la avenida Francisco de Miranda.

Es cierto: los chinos gobiernan el mundo y el uso del tapabocas me hace parte del mundo. Yo, que siempre he sido minoría por ser de padres japoneses y nacida en Maturín, sintoísta en una universidad católica, de Letras entre comunicadores sociales, que no consigo una base por tener la piel amarilla como la Power Ranger que nunca quise ser y que siempre he votado por el candidato presidencial que no gana, me siento incluida e igual a todo el mundo justo cuando una cuarenta nos aísla.

El orden y la igualdad en esta acera venezolana es de no creer.

Sin corona, pero reina. La sensación duró apenas media cuadra: un señor violó el metro que la OMS estableció para mi aura y vio que una “china” andaba suelta. Era yo, desde luego.

Y soy un peligro. En este momento, una “china” en la calle es más peligrosa que un “turco” con pañoleta. Del brinco que dio, mi aura recuperó su espacio lateral mientras que el señor demostró la movilidad de sus articulaciones. Qué reflejo, sobre todo para diagnosticar que el miedo y racismo siguen siendo pandemias, solo que ahora se les llama “prevención”.

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Una mujer con tapabocas camina en Century Park en Shanghai, China. Foto: AFP

Quizás la ONU habló en chino cuando anunció: “El miedo no puede justificar los prejuicios y la discriminación contra la comunidad asiática”.

Al menos el señor no dijo nada y quienes vinieron de frente tampoco, pero iban desviando la línea recta en la que venían caminando. No crean que no me di cuenta. Me parecieron amables sus acciones, en todo caso, aunque no menos discriminatorias.

Recordé a la señora que hace dos semanas exclamó “¡Estos chinos!” cuando estornudé en el supermercado. A ella pude enseñarle que se dice “salud” y casi le dio un soponcio por mi español tan criollo y saludable. También recordé a la niña del sábado pasado que por tan solo verme corrió hacia su mamá conteniendo el grito: “¡Una china! ¡Coronavirus!”. A ella no pude decirle nada, pero sí a su mamá: “Edúcala”. El soponcio me dio a mí estando tan cerca de una mestiza bien racista.

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Personas con máscaras faciales caminan debajo de las hileras de linternas de loto antes del cumpleaños de Buda en el Templo Jogyesa en Seúl, Corea del Sur.

Y así como esa mamá educará a su hija, todos tendríamos que educarnos para la vida real y la vida digital que tanto incide en la real. Aprovechar la emergencia sanitaria global del virus para hacer frente al aspecto más tóxico y que se sigue propagando en la cotidianidad: “La convicción de que todo lo que no sea blanco y occidental origina los males del planeta”, como señala Agus Morales, periodista para migraciones de The New York Times.

Dicho de otro modo: es un buen momento para que, junto con la cuarenta y todas las medidas, nos preparemos para impedir la propagación de esas ofensas que no solo afectan a quien la recibe, sino al organismo que la contagia y a su entorno inmediato. Seguir esta medida es un antídoto cuyas pruebas siguen arrojando resultados eficaces y alentadores para perpetuar la humanidad.

Llegando al semáforo, noté mi error en el protocolo de salida: debí ponerme dos tapabocas, uno en cada uno de mis ojos “chinos”.

Pero el piropo valiente del busetero me volvió a coronar como la reina de la cuadra: “China bella, tápame la boca”. Es el segundo que me dicen. Uno más y rompo la cuarenta para salir en UB. De la risa, se me rodó el tapabocas y al que estaba cerca, también. Arreglarlo fue desacato al uso correcto de la mascarilla explicado por la OPS para no infectarse con el virus y, cómo no, fue subir el ánimo y las defensas ahora que para algunos necios soy como la prima de Jackie Chan recién llegada de Wuhan.

Una mujer hace burbujas de jabón en Century Park en Shanghai, China. Foto: AFP
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