Salud

Malaria y minas: en Bolívar se tienta a la muerte

Al sur de Venezuela, las minas se han convertido en foco endémico de malaria. La precariedad del sistema de salud y las condiciones socioeconómicas complican aún más la lucha contra el paludismo, una enfermedad que alguna vez fue derrotada pero que resurgió en pleno siglo XXI

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Adriana Loureiro
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Cuando uno piensa en una nación que atraviesa una gran crisis política y económica, lo primero que viene a la mente probablemente no es el oro, ni la malaria. Pero en Bolívar, el estado más grande de Venezuela, la minería ilegal de oro ha estado pujando durante años y el metal amarillo se ha convertido en una motivación para que muchos venezolanos se dirijan hacia el sur del país, como una última oportunidad para ganarse la vida antes de regresar a casa o huir a Brasil.

Luis Henrique Ripa, por ejemplo, viene directamente de la capital venezolana, Caracas. Dejó a su familia atrás para venir a trabajar como minero en Las Claritas, un pequeño pueblo ubicado en el Municipio Sifontes, en el estado Bolívar. «Esta es la segunda vez que vengo aquí», dice cuando alguien le pregunta si ya ha visitado la zona. «Para ser sincero, no me gusta mucho, pero la oportunidad es demasiado tentadora. El primer día que llegué, encontré oro. Algunas personas buscan meses antes de hallar algo. Pero solo me tomó un día y lo interpreté como una señal. Estar aquí es una aventura, y lo que obtienes vale la pena».

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A la espera de un tratamiento en Turmero

El hecho de que Luis ahora esté postrado en cama, con un gran yeso cubriendo la mayor parte de su pierna derecha, no parece hacer que cambie de opinión sobre el viaje. El hombre sigue sonriendo e intenta olvidar su dolor. Se rompió la pierna después de una caída libre de 11 metros dentro de una mina de oro. Luis le pregunta a un médico local cuándo vendrá una ambulancia a buscarlo. Sus lesiones son demasiado graves para ser manejadas en el ambulatorio local en el que se encuentra, tendrá que ser trasladado a un hospital para recibir un tratamiento adecuado.

Un ambulatorio local en Las Claritas, construido para 20.000 personas, ahora tiene que atender más de 75.000

Acostado en la cama a su lado hay otro joven llamado Yordan Pentoja. Yordan no cayó, se enfermó. El paciente de 27 años también está siendo atendido en el ambulatorio por un tipo grave de malaria. Dice que le han diagnosticado la enfermedad una docena de veces desde que comenzó a trabajar en la mina, hace más de un año y medio. “La malaria es como una plaga por aquí. Tengo tantos amigos y colegas que lo han tenido que dejé de contar”, observa. Cierra los ojos y agrega: “Vine al ambulatorio esta mañana porque comencé a sentirme terrible. Me duelen la cabeza y el estómago como el infierno».

Hace cincuenta años, Venezuela era presentado como uno de los principales países de América del Sur en la batalla contra la malaria. Y aunque la enfermedad no se había erradicado por completo, se habían hecho esfuerzos para disminuir drásticamente el número de casos en el país. Pero en los últimos años, la malaria ha vuelto a aparecer en Venezuela. De hecho, en 2019, el país se clasificó como la nación más afectada en América Latina, con más de 320.000 casos diagnosticados.

José Nonato evalúa a Daniel, cuyos padres creen que puede tener malaria

“¿Ves? Este lugar es donde todo comenzó. O donde todo terminó, todo depende de cómo se mire”, explica Yorvis Ascanio, un inspector de salud pública que trabaja para el programa Nacional de Malaria en Bolívar. Allí, en el municipio Sifontes, la malaria ahora es endémica. “Cuando la crisis económica golpeó a Venezuela, también afectó mucho a la gente en Sifontes. Al principio, comenzamos a tener cada vez menos medicamentos en nuestro stock. Pronto tuvimos que elegir a quién dar los pocos que teníamos, y tuvimos que enfocarnos solo en casos severos. Y fue la misma situación en otros ambulatorios y puntos de diagnóstico… He estado trabajando en esta área durante los últimos 12 años. He visto los altibajos de este lugar. Pero este período fue extremadamente difícil para nosotros».

En 2019, el país se clasificó como la nación más afectada en América Latina, con más de 320.000 casos diagnosticados

En 2016, Médicos Sin Fronteras (MSF), una organización financiada exclusivamente por donaciones privadas de personas de todo el mundo que opera en Venezuela desde 2015, comenzó a intervenir en Bolívar para brindar apoyo al Programa Nacional de Malaria, en colaboración con el Ministerio de Salud. Desde entonces, la organización ha estado apoyando varios puntos de diagnóstico en Bolívar y ayudando con la provisión de un tratamiento adecuado para pacientes con malaria. «También ayudamos con lo que llamamos control de vectores: fumigamos casas y distribuimos mosquiteros a la población, para disminuir el riesgo de infección», explica Josué Nonato, un promotor de salud de MSF. «Mi trabajo es explicar a las personas cómo identificar los síntomas de la malaria y qué hacer cuando comienzan a sentirse enfermas, para asegurarnos de que puedan ser tratadas antes de que la enfermedad se vuelva demasiado grave».

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El hospital de Turmero es apenas funcional

En 2019, MSF sensibilizó a más de 55.000 personas a través de sesiones de promoción de la salud en el área. La organización también trató a más de 85.000 personas por malaria, distribuyó más de 65.000 mosquiteros, roció 530 hogares y ayudó a llevar a cabo más de 250.000 pruebas de diagnóstico de malaria. Desde entonces, el número de casos ha disminuido en aproximadamente un 40% en el Municipio Sifontes. Para alcanzar estos objetivos, la estrategia de MSF ha sido acercarse lo más posible a las personas que podrían verse afectadas por la malaria. Es por eso que la mayoría de los puntos de diagnóstico y tratamiento que la organización supervisa en asociación con el Programa Nacional de Malaria se encuentran directamente dentro de las minas.

«Pasamos de tener algunas veces alrededor de 200 personas haciendo cola frente a los puntos de diagnóstico y muchas que infectadas con malaria tuvieron que ir al ambulatorio porque no había tratamiento disponible, a una situación un poco más manejable ahora», comenta Monserrat Barrios, bionalista de MSF a cargo de capacitar a nuevos técnicos en microscopios en puntos de diagnóstico.

Uno de los puestos de Médicos Sin Fronteras para detectar el virus

Este año, MSF -que se califica como una organización internacional médica humanitaria independiente, imparcial y neutral- también apoya a un ambulatorio local en Las Claritas, llamado Santo Domingo. Inicialmente construido para una población de 20.000 personas, ahora tiene que atender las necesidades de más de 75.000 que han venido a vivir a la zona en los últimos años. Allí, MSF ha estado apoyando la prevención, el diagnóstico y el tratamiento de la malaria, pero esta también aumentando su apoyo para cubrir otras necesidades.

“La malaria es como una plaga por aquí. Tengo tantos amigos y colegas que lo han tenido que dejé de contar”

Fanny A. Castro, coordinadora de Actividades Médicas de MSF, explica: “Sabemos que otros departamentos también necesitaban ayuda para hacer frente al número de pacientes, para poder tratar adecuadamente las enfermedades no transmisibles, por ejemplo, y manejar emergencias o referencias a otros hospitales. También estamos empezando a centrarnos cada vez más en la salud sexual y reproductiva con servicios como planificación familiar y partos. En general, queremos marcar la diferencia aquí y aumentar las posibilidades de la población de acceder a los servicios de salud. También hemos instalado un sistema de gestión de residuos y del agua alrededor del ambulatorio, lo que mejora considerablemente la calidad de la atención brindada.”

En Tumeremo el hospital muestra sus carencias

Sin embargo, las necesidades van mucho más allá de Las Claritas y el Municipio Sifontes. La crisis económica de Venezuela ha impactado profundamente el sistema de salud en general y se siente casi por todas partes del país. MSF intenta responder a las necesidades más apremiantes en diferentes estados de Venezuela y en Bolívar, por ejemplo, la organización pronto comenzará a apoyar a uno de los hospitales regionales del estado que hoy es apenas funcional, en una ciudad llamada Tumeremo.

En uno de los pasillos abandonados de este hospital, se escucha el grito de un recién nacido. Alicia Jiménez, una mujer indígena de Bolívar, acaba de dar la luz a su décimo hijo, con la ayuda de una de las parteras restantes del hospital. Tuvo que viajar en lancha y en automóvil para llegar al hospital, pero dice que a pesar de la dificultad del viaje y de las malas condiciones actuales del edificio, todavía dice que está bendecida con esta nueva incorporación a su familia.

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