Entrevista

“La primera vez que respiré libertad fue aquí en Venezuela”

La valentía o el temor de fijar una postura política frente al autoritarismo, la huída del país como solución engañosa y la nostalgia inevitable por lo dejado atrás son alguno de los temas planteados en La vida en un bolero, obra teatral del actor y director cubano Luis Carlos Boffill

TEXTO: DALILA ITRIAGO | FOTOGRAFÍAS: ALEJANDRO CREMADES
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Un moreno de mirada intimidante te recibe a las puertas del bar. Le sigue una chica de ojos dulces y pelo lacio. Viste shores cortos, medias caladas negras y un topcito blanco con lentejuelas. Está entaconada.

“Pasen adelante, pasen adelante”, indica la chica, y el público que acude a la sala La Viga, del Centro Cultural Chacao, para ver la obra teatral La vida en un bolero, se sienta en unos cojines rojos pequeños. Unos al ladito del otro. Seguiditos. Muy cerca del escenario. Casi sobre él. Es que ha entrado, probablemente sin saberlo, a un “ensayo” del espectáculo que ofrece Basilio en su bar Brindis y boleros.

Se escucha un fondo instrumental de «La Vie en Rose», de Edith Piaf, pero otro sonido lucha por imponerse. Molesta. Se asemeja a una frecuencia radial capturada ilegalmente. Pareciera que afuera cayeran bombas, que hubiese guerra, que hubiera muertos… pero estamos en un bar, en horario de matiné, y la gente vino a escuchar boleros. Ya en las mesas hay clientes y Esmeralda (Mónica Reyes), Delia (Sarah Scuzarelo) y María Laura (Nubia González) están listas para cantar. Sol (Valentina Garrido), no lo está. Luce agotada. El tabaco le impide levantarse.

LuisCarlosBoffill-cita3Basilio, el dueño del bar, personaje interpretado por Luis Carlos Bofill, apura a las muchachas. Ordena a Jean Pierre (Jóvito Eduardo), el pianista, quitar ese fondo musical y empezar a trabajar. Comienza así el ensayo con la canción «Alma mía», de María Grever, pero el público aún es tímido y no hace coros. Mas luego, al pasar unos minutos, y escuchar «Frenesí», de Alberto Domínguez Borrás, «Puro Teatro», de La Lupe, «Delirio», de César Portillo de la Luz, «Amigo de qué», de Orlando Contreras, «Si nos dejan», de José Alfredo Jiménez, «Silencio», de Ibrahim Ferrer, «Cómo fue», de Benny Moré, «Vuélveme a querer», de Daniel Santos, y «Alma libre», de Benny Moré y Alfredo Sadel, se involucra completamente.

Cantará, reirá, llorará y responderá genuinamente a las preguntas que lanzadas al viento se formula Ramiro, el único personaje que pareciera mortificarse por los disturbios que ocurren afuera y la indiferencia de los presentes en el bar.

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Es febrero del año 1989. Está ocurriendo el Caracazo. Aún hoy las ONGs de defensa de los derechos humanos no saben con exactitud cuántas personas murieron en medio de las protestas y saqueos, iniciadas el 27 de febrero en Guarenas y finalizadas el 8 de marzo en Caracas, contra las medidas económicas anunciadas durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Disturbios que fueron enfrentados con la activación del Plan Ávila, que habilitaba al Ejército para el uso de armas de guerra.

En medio del toque de queda, en el bar Brindis y Boleros la música sigue. Esmeralda y Sol discuten por el protagonismo en la escena, la edad de ambas y la preferencia de Basilio por Esmeralda; María Laura escucha entre canción y canción las noticias de un radio transistor, mientras que la pareja de Delia y Ramiro se imaginan un futuro alejado del morbo y la avaricia del dueño del bar.

Hasta allí pareciera no haber sorpresas. Pero basta leer entre líneas o detenerse en algunos parlamentos y aparecen palabras que se han vuelto cotidianas en esta Caracas de fines de 2018: migrar, viajar, extrañar, callar. “Los problemas te persiguen, aunque te vayas de tu país. Lo importante es enfrentarlos sin miedo”, dice una de las chicas. A lo que Sol responde: “A veces es mejor callar. A veces la mejor manera de decir es callar”.

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“¿Qué es más noble? ¿Soportar el alma los duros tiros de la adversa suerte, o armarse contra un mar de desventuras, hacerles frente, y acabar con ellas?”. Es una de las preguntas que se hace el príncipe Hamlet en uno de sus monólogos; pero podría ser la misma inquietud que corroe a Ramiro cuando bebe y llora en el bar porque sabe que afuera del local están asesinando a su gente.

Una interrogante que también se dirige a los espectadores y les cuestiona el hecho mismo de estar allí: ¿Por qué vienes a este matiné mientras la ciudad se despedaza afuera? ¿Por qué callas? ¿Por qué huyes? ¿Por qué te engañas? ¿A quién engañas? Pero las respuestas son individuales y las sabrá cada quien mientras regresa a su casa, después de aplaudir al elenco. El único que ahora puede pincelar algún trazo a estas dudas es el autor, actor principal y director de esta obra, Luis Carlos Boffill.

Para quienes no lo conocen, se trata de un artista cubano que llegó hace 27 años al país, proveniente de La Habana. Era cantante del cabaret Tropicana y decidió quedarse en Venezuela, cuando pasaba de gira por acá. Desde entonces ha participado en decenas de montajes y películas y asegura haber trabajado con directores importantes: Dairo Piñeres, Ana Melo, Luis Miguel Sánchez, Morris Merentes, Jorge Gordillo, Luis Miguel Sánchez, Javier Moreno.

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Boffill estudió Teatrología y Dramaturgia en el Instituto Superior de Arte de Cuba e hizo una maestría en Teatro Musical. Desde que llegó al país se dedicó a la docencia hasta el año 2012, cuando luego de actuar en su obra Un hombre y cuatro estaciones, empezó a recibir cada vez más invitaciones para actuar. “Fue mi catapulta. Hasta los más desalmados me dedicaron un espacio. Se trata de un cubano heterosexual, Ernesto, quien relata la historia de un tal Miguel Ruiz, detenido por la policía por su preferencia sexual. Porque ahora esto no ocurre en Cuba, pero en mi época ponían tres jaulas a la salida de un concierto y se llevaban presos a los homosexuales”, recuerda.

Boffill, actor principal de Pran Pran Pran, la obra de Piñeres que ganó el premio de Mejor Dramaturgia en la décimo segunda temporada de la Edición de Microteatro del año 2016, también hizo el rol protagónico de Tres almohadas y una telaraña, de Leonardo Padrón, montaje mordaz que alude tangencialmente a la pareja presidencial. Asegura que no teme “haber hecho de Maduro”, porque cree que hay un momento en el que los miedos deben dejarse atrás. Precisamente sobre esto escribió La vida en un bolero.

“A finales del año 2013, cuando estaba el peo armado, me llamó Luis Gustavo Chacón Becerra para pedirme que escribiera una obra donde se cantaran boleros, porque a él le gustaba cómo cantábamos. La redacté en una semana y a diferencia de lo que suelo hacer cuando escribo, que normalmente creo historias y las desarrollo y estas pueden tener personajes o no, en esa ocasión fui muy puntual. Me dije que si íbamos a cantar boleros me ubicaría en una taguara cualquiera de la avenida Baralt, después pensé en los personajes propios de esos locales (las putas, el viejo avaro y los clientes), y luego decidí el título y el argumento. ¿Qué quise decir? ¡Pues que el artista es un ser humano y que todos tenemos un poco de ángeles y de demonios! Como la vida misma ¿no? Creer lo otro es caer en un cliché”, reflexiona desde una de las dos mesas del bar que hay sobre el escenario de la sala La Viga, del Centro Cultural Chacao. El espacio donde se montó la tercera temporada de esta obra, que recibirá al público por última vez en este año desde el viernes 16 y hasta el domingo 18 de noviembre.

LuisCarlosBoffill-cita1“La muerte es un proceso natural e inevitable pero lo peor que te puede suceder es vivir resignado. ¡Eso es más peligroso que la muerte porque mueres en vida! ¡Vives muriendo y esa no es la norma! Yo quería señalar esto porque fíjate cómo se está cayendo el país pero igual tú asistes a un matiné, callas ante el atropello, me dices que no tienes dinero para la comida pero compras ron o esquivas los problemas, como hice yo cuando salí de Cuba. Al final, como dice uno de los personajes de la obra El banquete infinito, de Alberto Pedro Torriente: No es la historia la que se repite. Es el ser humano que siempre es el mismo”, añade.

“¿Y por qué no hace alusión directa a las protestas registradas en 2013 y 2014? ¿Por qué referirse solo al Caracazo?”, se le pregunta. Boffill responde con otra interrogante: “¿Qué más tengo que decir? ¡Lo digo todo cuando rompo con la cuarta pared y le hablo al público desde la voz del autor! Además, hablar de algo tan reciente me genera impotencia. En casi todas las obras de Microteatro hubo la denuncia política, pero cuando intento escribir desde allí siento rabia, frustración y odio. Eso me enferma. Sin embargo, la obra ¡Perdóname mamita! es sobre los feminicidios que ocurren en el país”.

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Quedan tres preguntas pero el director recuerda que debe ensayar. Las actrices están probando el sonido y Jean Pierre, el pianista francés vapuleado por Basilio, pide permiso para subirlo.

“¿Qué por qué la obra ocurre dentro de un bar? ¡Porque esa escenografía forma parte de nuestra idiosincrasia! Nosotros somos un poco chusmas. Sí, populacheros, dicharacheros. ¡Aquí nadie habla bajito! Eso es lo que somos. ¿Que por qué no me he ido? Porque la primera vez que respiré libertad fue aquí en Venezuela. ¡Yo amo a este país y he aprendido a amar sus grandezas! En Miami tú no puedes desplazarte si no es con carro propio y para mí esa ciudad es como estar en Cuba pero con luz. Yo estoy seguro de que esto mejorará. ¿Qué si el teatro y el arte pueden hacer algo frente a la crisis? ¡Pues claro! Solo te digo que esta es mi trinchera y mi verdadera arma es decir. Desde aquí disparo mis cañones”.

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