Íconos

José Ignacio Cabrujas: réquiem al país

Cada 21 de octubre toca recordar al hombre que supo retratar a Venezuela con sus luces y sombras, con su disimulo y su patetismo. Escritor, dramaturgo, actor y director, derramó su talento en el comentario político y social, y supo traducirlo también a la pantalla. 

Texto: Yoyiana Ahumada | Fotografía de portada: Vasco Szinetar | Fotografías en el texto: Samuel Dembo | Archivo Fotografia Urbana
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El 21 de octubre de 1995 partió José Ignacio Cabrujas con su verbo imprescindible. Venezuela fue la herida abierta que nunca cicatrizó. La nación perdió a uno de sus más lúcidos pensadores. Un renacentista del siglo XX que, desde las bambalinas, puso el reflector sobre las inexactitudes de esta nación que tanto amó. Dramaturgo excepcional, portentoso actor, regista de ópera, autor de célebres culebrones —y de la reinvención del género— guionista de cine, hombre de radio y articulista de prensa, reunió en su genio un variopinto ejercicio de inteligencia y sensibilidad que a la luz de los tiempos lo harían gran traductor del proceso de destrucción republicana. Recordarlo se hace imposible, porque no ha habido espacio para el olvido. Sus textos no dejan de “pellizcarnos el trasero” y cobran una vigencia impresionante al convertirse en un retrato actual.

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Su hermano Francisco Cabrujas, compositor y arreglista que lo acompañó en tantos proyectos de televisión, cine y teatro, lo puntualiza: “la mirada más diáfana que conozco sobre nosotros, siempre la expresó Ignacio de múltiples maneras, quizá no tan bien entendida, a mi parecer. Él amó a este país y lo que somos. De hecho, siempre me dijo que jamás podría haber vivido en otro, le interesaba tanto su gente de once en las paredes de la catedral, que fue sujeto de todo lo que escribió, pensó y sintió, siempre al norte, mientras tanto y por si acaso”.

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“El tema que me importa es el fracaso”, dirá el propio José Ignacio, y completa el escritor Ibsen Martinez en el prólogo de El Mundo según Cabrujas, editado por Alfa Editores (2009) compliado por quien suscribe. “La nuestra es, y lo entiendo como Cabrujas quiso entenderlo y transmitirlo, una sociedad fracasada. Todavía postcolonial que se precipitó en el fracaso sin haber alcanzado cabalmente esplendor alguno. Una sociedad que gesticula destinos y grandezas”. Un país que simula y de allí a uno de sus textos fundamentales: El Estado del disimulo resultado de una entrevista realizada en 1987 por Luis García Mora, Víctor Suarez, Trino Márquez y Ramón Hernández para la revista Estado & Reforma. “El concepto de Estado es simplemente un truco legal, que justifica formalmente apetencias, arbitrariedades y demás formas del me da la gana”. Un país de vivos —que no lo son— y una nueva forma de desnudar la impostura. Como diría Barrera Tyzka: “la liturgia cotidiana de lo aparente” y entonces La viveza criolla. Destreza, minimo esfuerzo o sentido del humor una conferencia dictada el 12 de enero de 1995, en el marco del ciclo La cultura del trabajo, organizado por la Fundacion Sivensa. Los venezolanos somos admiradores de los mitos porque no entendemos nuestra historia.

Ensayista distraído, como gustaba llamarse a sí mismo —por no permitirse entrar en la camisa de fuerza de la academia— abandonó la carrera de Derecho en la Univeridad Central de Venezuela; dejó un contundente ejercicio intelectual —que lo hace una voz única. Sobre su partida afirma el doctor Ildemaro Torres, amigo, compañero en aventuras como la Cátedra del Humor: “siempre me acompañó la convicción confesa de que nuestra generación tenía en Cabrujas su mente más lúcida y su voz más alta. He dicho muchas veces, e insisto en reiterar, que su muerte equivalió a un silencio repentino del pensamiento y produjo una triste sensación colectiva de desamparo intelectual y anímico, derivada de la certeza de que un ser humano de su inteligencia, capacidad creativa, agudeza analítica y exquisito sentido del humor, es absolutamente irrepetible”.

Su trabajo como cronista —que le valiera premios, entre ellos el Otero Vizcarrondo de El Nacional por el mejor artículo de opinión “Una estatua para Eleazar Pinto” (1994)— se fue haciendo, desde 1972, en el semanario Punto en domingo, un suplemento del diario Punto, del Movimiento al Socialismo. Escribía textos bajo el seudónimo de Sebastián Montes. El historiador Manuel Caballero, ya fallecido, era el subdirector. “Escribía una columna satírica sobre la actualidad política”. Desde esa hoja en blanco, Cabrujas seguiría el nacimiento de la democracia bipartidista con la que fue implacable crítico. Albinson Linares, periodista venezolano radicado en México, reconoce la impronta. “Desde hace mucho busco la crónica perdida de Sebastián Montes, ese texto único donde Venezuela entera revive como una ilusión perfecta para luego naufragar en el tedio caribeño que nos agobia. Eso es lo mejor de Cabrujas, su legado de textos que permanecen a mi lado para siempre”, extraña.

Teodoro Petkoff, director del semanario TalCual y ganador del premio Ortega y Gasset, dice: “Jose Ignacio era un hombre a quien la política le interesaba muchísimo, pero no era un político in strictu sensu. Diría que sus posturas críticas globales a veces eran verdaderas bravatas. Era una cosa magistral el modo como se aproximaba a la política desde fuera y decía la cosa justa, precisa, la que todos sabíamos que era necesario escuchar, pero otras veces también podía volverse sumamente injusto por poca información, por poco conocimiento de la práctica política que le era ajena”.

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Y Latinoamérica inventó la telenovela

Es el título del libro póstumo con el que el Instituto de Escritura Creativa (ICREA) rindió homenaje a Cabrujas, llamado a dictar un taller Teoría y práctica de la telenovela. Asistido por Leonardo Padrón —quien culminaría el taller y llevaría adelante el libro— luego de muerte. No pudo terminar el curso. La Pelona la llevaría sobre sus espaldas. “Todos sabemos lo que hizo Cabrujas en la televisión. Decidió entrar en el burdel, conocerlo en sus entrañas, sufrirlo cotidianamente, amarlo hasta los huesos. Se enamoró de la gran puta: la telenovela”, dirá Padrón. En esa primera sesión, Cabrujas retrotrajo a su audiencia luego de la primera asonada militar del 4 de febrero de 1992. Bautizó a Chávez como “comandante mondongo” en su columna El país segun Cabrujas de El Diario de Caracas. En ella, desollaba al tenor de la revolución bolivariana.

 Opera dominical

1977. Domingo 2:00 pm. Una cita de 20 años con el repertorio de Puccini, Mozart, Verdi, Wagner, Offenbach. Guión, producción y locución: José Ignacio Cabrujas. Grabación y Montaje: Pio Morgado. Su ingenioso humor y una erudición aplastante convirtieron a este programa en patrimonio cultural del escucha de Radio Nacional de Venezuela. Su padre, el sastre Ramón José Cabrujas, inició a su hijo en los misterios y grandezas de este arte motivo de culto para el escritor. Dirá en la revista Escena (1974) en Dos entradas para Tosca: “La ópera es el único espectáculo, desde el punto de vista teatral, del cual se conoce el argumento hasta la saciedad y, sin embargo, es vista cada vez con mayor emoción (…) Frente a la ópera siempre se instala una tregua ideológica, estética y conceptual, llegándose ‘desde el comienzo’ al regocijo del mito: la ópera es el reino del deleite”.

Ciudad de derrumbadores

El 17 de julio de 1937, en pleno gobierno de López Contreras, vio la luz en lo que hoy serían las cercanías de Miraflores, de Poleo a Buena Vista 11-B. Cinco años más tarde, la familia Cabrujas se mudaría un poco más hacia el oeste, a la Quinta San Francisco, calle Argentina entre 5ta y 6ta avenida de la parroquia de Catia —que para ese entonces ostentaba el titulo de Nueva Caracas, era un espacio geográfico donde convivían urbanidad incipiente y paisajes silvestres. “Vivo en una ciudad imposible y, si bien recuerdo sus rutas y direcciones, desplazarme en ella no es más que partir de un sitio y llegar a otro, sin que el trayecto me devuelva un significado o, por lo menos, una modesta memoria”. La suya, una caraqueñidad irrenunciable y como testimonio La ciudad escondida en el libro de Oscar Todtman Editores (1990).

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El teatro: tan como es…

Se estrenó como actor en el Teatro Universitario de la UCV, espacio en el que también haría las veces de dramaturgo con piezas como Los Insurgentes (1956), Juan Francisco de León (1959), El extraño viaje de Simón el malo (1961), En nombre del rey (1963) y Fiésole (1971). El actor Gustavo Rodríguez, en el marco del conversatorio sobre su obra en la Fería del Libro de Chacao 2010, se refirió a José Ignacio Cabrujas, con quien compartió los inicios del Teatro Universitario, como al gran poeta teatral. “Era un orgasmo decir un texto tan sensorial, orgánico. El parlamento constituía una liberación, una degustación. Dirigía el teatro como un músico. Su capacidad de escuchar, de estructurar las tonalidades por los matices, te decía ‘estás equivocado’, porque el matiz, la musicalidad impregnaba o no el texto. José Ignacio fue la punta de lanza de un movimiento que nos mostró una hermosa faceta de los seres humanos. Fue capaz de escribir el balbuceo, la dicotomía entre la tragedia y realidad personal y la histórica. Jugaba con ello. De allí resultaban antihéroes que pintaban una condición humana extraordinaria”.

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Junto a Román Chalbaud e Isaac Chocrón fundó, en septiembre de 1967, la agrupación Nuevo Grupo —que estableció las bases de una plataforma para la dramaturgia nacional. Llevaron a escena más de 30 autores nacionales y un sinfín del repertorio universal moderno —americano y europeo. Allí estrenó Cabrujas gran parte de su obra: Acto Cultural, Profundo, El día que me quieras, El Americano Ilustrado y más tarde Autorretrato de artista con barba y pumpá, con el grupo Theja. Su última obra, Sonny, variaciones sobre Otelo, se asomaría en el que fuera su primer recinto teatral, y su andén de despedida, la Casa Sindical —donde funcionaba el Teatro del Paraíso. Iraida Tapias, directora y guionista, amiga de Cabrujas y Gerente de Produccion del Teatro del Paraíso en ese año, recuerda: “Estaba en un momento importante de su vida: escribiendo una novela de narrativa, Camaleón,sobre Pedro Centeno Vallenilla. Había escrito Sonny. Tenía una telenovela en Colombia, otra en Venezuela y otra en México. Estaba muy movido reconstruyendo su vida emocional, pero sentía una urgencia. En su última entrevista confesó ‘siempre he creído que mi corazón me puede dar un susto’”.

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