Historia

El 23 de enero o la democracia tiene cepa

Fecha ícono y fecha pendiente, fecha de consenso y fecha de ruptura, fecha para la celebración y fecha incómoda para los mandamases domésticos y por domesticar. Más de seis décadas después, el 23 de enero de 1958 concita nuevas interpretaciones y es seductor ejemplo del sí se puede

COMPOSICIÓN DE PORTADA: GABRIELA POLICARPIO
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Tildada de “fecha mito” tanto por el historiador Elías Pino Iturrieta como por José Virtuoso, rector de la Universidad Católica Andrés Bello, no se desmerece con tal epíteto su “espíritu”, así llamado el malabarismo de unidad que entonces amalgamó a los distintos que siempre habrá.

La intención de algunos estudiosos de aterrizar el día como el milagro en que por fuerza gravitacional se alinearon los astros, o como el producto de una lucha de pocos que dieron la vida íngrimos, porque en realidad nunca se plantó el país todo a la hora de las chiquitas, acaso convierta la compleja impronta en realidad con posibilidades de ser reeditable. Próxima. ¿No se produjo en medio de un mar de obstáculos? ¿No lo advirtió, lamentablemente, el hijo que todos perdimos, Neomar Lander?: “Esta es una lucha de pocos para el futuro de muchos”. Con héroes y mitos, con civilidad y uniformados de excepción, con muchos o con un puñado, y ojalá sin más sangre, el cambio, de una manera u otra, puede producirse. Es cosa de tenacidad. Claro que si de todas maneras se pone empeño en sumar —operación favorita de las victorias—, tanto mejor.

Más que un ensayo de empatía, más que una “sensación”, el 23 de enero es una puerta que se abre a la libertad, y su picaporte nos pertenece desde entonces; es un derecho adquirido. Eso explica el entusiasmo embriagante del día aquél que no ha caducado, la algarabía indescriptible, casi incontenible, contagiosa, que incluso devino desmán. Mientras los carceleros tienen que abrir las celdas a los presos políticos —Ramón J. Velázquez nunca olvidaría el gozoso recorrido sin tiempo desde la cárcel de Ciudad Bolívar y hasta Caracas, lapso imborrable por la lluvia de abrazos con que, por los caminos, la venezolanidad abrigará a los torturados que se han salvado—, los esbirros de la Seguridad Nacional tienen que correr despavoridos de la furia que a grito herido les echa en cara los caídos; Teodoro Petkoff, que pocos días antes ha cumplido 26, se libra de milagro de que la multitud lo linche: lo confunden con un gendarme de la policía política.

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Con todo, y pese al dramático saldo de 161 muertos —“Caracas dio su sangre”, titula El Universal del 24 de enero— es una celebración inequívoca. Ahora sí es año nuevo. La gente se lanza a las calles al anuncio del fin. Tras diez años de control férreo y represión a la disidencia imposible, al cabo de dos, tres, 22 días tensos, de huelga, de persecuciones, de asesinatos, se proclama la concordia. Los carros circulan con las luces de sus faros encendidas a plena luz y tocando corneta, y repican y, no para misa, las campanas de las iglesias.

Caracas y el país todo es una fiesta, fiesta que la prensa registra y la historia no ignora, fiesta deseada y de difícil producción —había sido infructuosamente convocada previamente—, por fin tiene lugar de manera rotunda, concluyente, saturada de exaltación para dejar imborrable marca. Las primeras planas coinciden en la noticia de apertura y titulan a ocho columnas: “Derrocada la dictadura”, “Depuesto el dictador”, “Liquidada la tiranía”, “Huyó Pérez Jiménez”.

Nada que ver con el 4F

Dio frutos, pues, la unidad estratégica de los distintos. A bordo de la llamada Vaca Sagrada, nombre que es paradoja beatífica en la carnicería, Marcos Evangelista Pérez Jiménez deja el poder a las volandas, tan es así, que el general de las altas calificaciones y el del gran ideal nacional, el mismo de las rochelas en La Orchila y que se roba las elecciones de 1952, el censor con gusto por el hormigón y quien le pinta a los republicanos la vida color de hormiga deja olvidado en La Carlota un maletín repleto de dinero que nunca apareció; ni falta que le hizo. Toque en República Dominicana, bien recibido por su par Rafael Leónidas Trujillo, y luego instalado en España, lo cobija Franco, en Madrid se hace de una residencia búnker, de una mansión a todo tren con refugio antibombas, La Morajela, que luego de su muerte es adquirida por David Beckham.

Censura, control abusivo del poder, repudio a los partidos, crisis económica que se ve venir, el disgusto reúne seguramente con los dientes apretados y tragando grueso, a comunistas, demócratas, iglesia, estudiantes, la prensa y a los políticos que han estado presionando, calculando, suponiendo durante añosy se han organizado en la Junta Patriótica.

Costo de sangre, sudor y lágrimas civiles, no se concreta el ¿golpe? hasta que, en efecto, los cofrades del dictador, los de botas y charreteras, se arriman con su olor a plomo por fin al mingo, ay, los uniformados y el poder. Pero acaso tal día como este nace la conciencia del poder ciudadano. “Fue una insurrección militar”, la cataloga Virtuoso, “pero después de esa jornada se fue generando un proceso por el cual ocurrieron varios fenómenos asumidos colectivamente”, conviene. “A lo largo del año 58, la sociedad civil, los sindicatos, los estudiantes, los empresarios y los políticos de distintas tendencias hicieron un frente común en contra de movimientos militares que pretendían retomar el control del país; también se desarrollaron acuerdos sociales y un pacto de gobernabilidad entre los partidos, que mostraron una voluntad de concertación para definir el rol del Estado, la forma de gobierno y la participación ciudadana”, consigna. “Ese proceso de acuerdo, de pacto, de negociación, es muy pertinente para el momento en el que vivimos”.

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Fecha simbólica, imanta con igual pasión a tirios y troyanos; es un dolor de cabeza para los que están asidos al coroto con tanta o más fruición que el hijo de La Mulera. De unos años para acá, 20 para ser exactos, el 23 de enero es una papa caliente para quienes asumen el discurso de la exclusión, aquellos a quienes el escritor y doctor en Historia Edgardo Mondolfi considera más bien “autoexcluidos”. Los quema el doble juego de festejar, en sintonía con la mayoría, la democracia que adversan.

Para zafarse del compromiso, los rojos le han escamoteado el significado al suceso con el inédito argumento de que el 23 de enero fue el día en que el pueblo explotado luchó por la instauración de un modelo político de justicia social, sueño que habría usurpado el bipartidismodictatorial. Juan Barreto dirá: “El 23 de enero es exacto al 4 de febrero”. Confuso y atropellado como siempre, Hugo Chávez no lo pensará a la hora de abrir la boca aquella vez —y tantas—, cuando en los pinitos de su tránsito por el poder dijo por televisión sin hacerle ascos a la derecha y privilegiando el valor del uniforme que Pérez Jiménez fue el mejor presidente que ha tenido el país, y que dictadura fue la de AD y Copei.

¿No participaron los comunistas del sistema como parlamentarios activos desde el Congreso Nacional y en cada elección? ¿Y no firmaron la Constitución Nacional el 23 de enero de 1961? “Mala costumbre la de hacer a otros responsable de tus fracasos”, resume Edgardo Mondolfi. “¿Bipartidismo dictatorial? ¿No hay laboristas y conservadores en Gran Bretaña? ¿Y demócratas y republicanos en Estados Unidos? ¿El PRI y el PAN en México? ¿Liberales y conservadores en Colombia?”, se pregunta el profesor y doctor en Historia Daniel Terán.

Ay, Chávez. Si por él fuera, que por él fue, habría invitado sin empacho al dictador a su toma de posesión en 1999, pero lo atajó su mentor, Luis Miquilena, preso en tiempos perezjimenistas, y a quien le quedó tatuado de por vida un crucigrama de heridas en las plantas de los pies por ser obligado a permanecer parado sobre rines durante días, hasta que no hubo más espacio para una nueva zanja abierta. El veterano político, que más temprano que tarde abandona a su díscolo pupilo, le aconsejaría no hacerlo.

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Se impuso lo civil

Vapuleada conquista en permanente resistencia, la democracia que se estrenó ese día se enseñoreó, con despropósitos y maravillas, como ejemplo en la región y en medio mundo, y como referente de paz y convivencia durante 40 años; y desde sus comienzos le tocó defenderse. El 23 de julio de 1958, Jesús María Castro León se alza contra la Junta de Gobierno que queda a cargo de la transición política el 23 de enero de 1958 y que preside el vicealmirante Wolfgang Larrazábal.

Castro León luego regresa y tenaz, se alza el 20 de abril de 1960 contra Rómulo Betancourt. No sin antes tener que ver con los sucesos del 8 de septiembre de 1958, cuando lo emula en esto de demostrar por la fuerza su inconformidad Juan de Dios Moncada Vidal. Estos alzamientos se ejecutan con balas, pero la población defenderá la democracia, estudiantes y trabajadores se dan cita en El Silencio, la prensa habla de una concentración de más de 250.000 personas al pie del cañón, literalmente, 250 mil arriesgando sus vidas. “Las armas son del pueblo, no serán nunca más usadas contra él”, dirá Larrazábal.

Lo que sigue es la historia reciente, de puntos vulnerables y momentos cúspide, como la nacionalización del petróleo o la construcción de más obras que en todos los años posteriores a la Independencia: se triplican las universidades, se construye el puente sobre el lago de Maracaibo, el Metro, el Teresa Carreño y las Torres de Parque Central, y prosigue un rimero de hospitales y de innovaciones que pretenden profundizar la democracia, como las elecciones de gobernadores, así como se comienza a considerar como tema vital la ecología: Larrazábal propone que el Ávila sea parque nacional y advierte en un discurso en el Congreso la necesidad de acortar la brecha social que nos predispone, que nos debilita como sociedad.

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Pero no, no se parece a Chávez, como diría Rafael Poleo. Tener carisma no equivale a querer romperle a otro la crisma. “En un tiempo cuando las dictaduras militares eran, con la anuencia de Washington, la pauta en nuestro continente, Larrazábal optó por la democracia. En la encrucijada de cambiar la historia de Venezuela (para mal, como tanto ha ocurrido con otros colegas suyos), escogió la ruta de la paz y la civilidad, pareciera que el poder nunca lo encandiló”, escribiría Francisco Suniaga.

Militar demócrata, oxímoron que celebraría Pedro León Zapata, tampoco se parecen el 23 de enero al 4 de febrero: no es lo mismo un pueblo convertido en objetivo militar a ser el militar que dispara. No hay punto de comparación entre un pueblo al que se pide carné de la patria, como dice Ricardo Benaim, y ser de la patria su carne (de cañón).

Días para hacer, sin dejar de pensar, y para asociar y aceitar la memoria, en unas jornadas sobre el 23 de enero de 1958 realizadas en la Simón Bolívar en alianza con la Academia de la Historia, Adonis Dager hablaría de la fundación de la democracia, de su hermano Jorge, cofundador, el 20 de agosto de 1962 junto con Larrazábal, del FDP (Fuerza Democrática Popular) y de asumir riesgos, gesto natural en la juventud. Ella de 14 se convertiría en mensajera entre políticos en clandestinidad y enconchados, persuadida de que nunca levantaría sospechas. “De esta salimos, como siempre, no nos dejemos, no hay que cejar, hay que luchar en todos los frentes, eso sí, enfocarnos ¿qué queremos? ¿qué adversamos? Y atreverse. Yo me atreví porque sentía que mi amor a la libertad es mayor que el miedo”.

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