Sociedad

Dar de comer al que lo necesita

Restaurantes, cocineros de renombre —Edgar Leal y Francisco Abenante— y otros civiles se unen cada día para combatir el hambre impuesta por el gobierno de Maduro. En sus sartenes y ollas cuecen ricos pucheros que luego distribuyen. Entre los beneficiados: pacientes del hospital J. M. de los Ríos. Sus iniciativas son los buenos ejemplos que se deben replicar

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La solidaridad está servida, y se sorbe caliente; así le hace contrapeso al menú cotidiano, un reguero de disparates, truculencia, caos. Días atrás —el país aún no se repone de la nueva afrenta oficialista— el presidente que nunca durmió en La Casona y no entiende qué (se) hace en Miraflores dijo en cadena nacional, con improcedente sonrisita, que “la dieta de Maduro te pone duro”: él mismo pretendía hacer un chiste no con su fracaso sino con el daño causado; para medio mundo será esta la frase más infeliz de entre el asombroso catálogo que se escurre por sus bigotes. La imagen que se dibujaría entonces en la psique lastimada de los venezolanos no sería precisamente una erótica —qué fallo el del autor de la multiplicación de los penes— sino la “más dura”. La del rigor mortis. La prensa ha registrado los no pocos casos de bebés y ancianos que no han resistido al hambre; de los venezolanos que han muerto por inanición. En contrapartida, la generosidad se organiza para dar alivio a los necesitados.

En equipos de socorro, cual escenario de guerra, la gente construye redes para hacer llegar, desde donde hay, las medicinas que no están en los mercados, así como confronta con ocurrencia la llamada “violencia alimentaria”, ese cruzado que echa humo sobre la candela en la olla de presión: escasez, inflación, colas infinitas, revendedores que aprovechan la triste oportunidad, controles infinitos que los enchufados se saltan a la torera, expropiaciones de fincas productoras, abandono del campo, importaciones con sobreprecios y caducidad en las etiquetas, botas a cargo del racionamiento, que es el pan nuestro, y demás sinsabores. Y da respuesta a los que no encuentran qué comer. Se compadecen y sostienen al que desmaya, cuando no ofrendan gratis su trabajo a favor de los que nada tienen. En medio del despropósito, los chefs y algunas marcas y empresas emblemáticas devienen superhéroes del plato. Asumen la gastronomía como comunión y, en la hora aciaga, ponen a la orden sus buenos oficios a favor de aquellos que no tienen fuerzas ni maneras de procurarse bocado.

Si tu apellido es Leal, se entiende el gesto; no se quedan atrás Abenante y Akinin, que dicen adelante y aquí sí. Contemplado el alimentarse como derecho humano, derecho ultrajado en estos tiempos de desaguisados y cacerolazos que dan cuenta de lo vacío de la marmita, los consagrados de los fogones asumen la responsabilidad. Edgar Leal, de los restaurantes Leal y Asadero, ambos en Las Mercedes, y uno de los mejores chefs del país y alrededores, decidió ayudar armando talleres sabatinos en su restaurante, ojalá más de un sábado al mes. Los 20 participantes del cupo que abonarán 20 mil bolívares cada uno lo harán no para beneficio del autor de fina propuesta culinaria que ha sido tenedor de oro y archirreconocido internacionalmente, el mismo que condujera durante tres años en el canal Casa Club un programa de tele propio llamado Cocina Leal –premonitorio-, y que consiguió no pocas lisonjas por su restaurante de Miami, entre los mejores de la Costa Este. Todo lo recaudado irá a la causa. “Aunque parezca una locura, con todo, me siento mejor aquí en Venezuela, creo que hay mucho por hacer y me siento impelido a ser útil, o sea, puedo ser más que un observador y un crítico”.

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Su forma de colaborar es dictando cátedra durante toda una mañana sobre cómo preparar un menú —él costea los ingredientes— y claro que ha tenido el éxito esperado con sus clases magistrales, con media Caracas y con el público cebado a su restaurante. “Se agotan los cupos y logro mi cometido”. Quien tiene como lema: “hoy vamos a hacerlo muy bien”, pensó: “No solo soy chef, soy, asimismo, ciudadano, y no es sensato creer que una sola persona, el alcalde, por ejemplo, resolverá todos los problemas de Baruta, donde vivo, trabajo y deambulo, eso es absolutamente imposible, así que hablé con Gerardo Blyde y le pregunté en qué podía ayudar, enseguida me habló del presupuesto bajísimo de la casa cuna de la alcaldía y en ese plan me anoté haciendo lo que puedo y lo que sé. Consigo los fondos y se los envío: 400 mil bolívares cada vez que hago un taller, que se traducen en casi dos mil platos de comida para los niños, Maeca López Méndez se hace cargo…”.

Otra idea solidaria han tenido Francisco Abenante —premio Armando Scannone por la Academia Venezolana de Gastronomía— y David Akinin, que asegura que la oportunidad es ahora, la de ayudar, de hacer algo bueno por los demás. Akinin, cuya trayectoria arranca junto a la de Leal en el mítico restaurante Ara del centro Lido, sitio señero que sedujo a todos los caraqueños en los noventas, ahora está involucrado de lleno con el proyecto que ya es fundación: Barriga llena corazón contento, con Abenante, el chef de Casa Bistró, en Los Palos Grandes, restaurante de elaborado menú, cuya carta tiene fundamento en el gusto multisápido de la mesa criolla. Vinculados todos con el comer exquisito y con paladares exigentes, ahora también se restean con el activismo que es contrapeso en la necesidad.

Persuadidos de la urgencia, en Casa Bistró optaron por hacer sopas suculentas que, quién lo duda, suelen tener un ingrediente extra, el afectivo que se le atribuye a los caldos; es condición de toda buena sopa que caliente el cuerpo y el alma de quien la toma, reconfortar ha de ser un efecto inmediato a quien la ingiera, y recargar de energías y vitalidad desde el primer sorbo del humeante zumo y a partir del contenido amablemente troceado. A diario preparan un puchero de contenido generoso que distribuyen entre el personal y los ingresados en el hospital J. M. de los Ríos. Sí, los niños primero.

Tal iniciativa tiene eco en otros restaurantes caraqueños que juntan sus cacerolas de suculento contenido a Barriga llena corazón contento. Cada mediodía van al hospital de la Andrés Bello cuencos calienticos de sopa para alimentar 220 personas. La sopa no tiene ni más ni menos calidad, gusto, cuidado que la que se ofrece en Casa Bistró. “Todos los ingredientes son frescos y nos interesa que sea una sopa nutritiva por razones obvias”, dice David Akinin. “Hasta nos esmeramos en la presentación pero admito que la urgencia competirá con el perfeccionismo y quizá no encuentres la simetría de los cortes que hacemos en el restaurante, el preciosismo en este caso pierde sentido”.

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La idea es que se sumen más. “Nos enteramos por Ana Isabel Otero, de la Fundación compartiendo por una vida, que en el J.M. De los Ríos la alimentación era escasa y pendía de un hilo, podía no llegar, podía no alcanzar, estaban sujetos los pacientes a que cumpliera con ellos el concesionario de otro hospital, por lo que comenzamos a hacerles sopas con los diferentes productos de nuestras alacenas y frigoríficos, variados cortes de carne y verduras”, añade Akinín. Ellos hacían todo: compraban, cocinaban, hacían llegar la sopa para el almuerzo. Así es como nace la Fundación. Con la idea de que más personas se sumen y aporten al solidario sancocho que tanto cuesta y que tanto vale la pena; en realidad todo puede servir, envases, cubiertos, depósitos para el fondo. Y mientras, más restaurantes se arriman al puchero: La Barra de la Universidad Simón Bolívar cocina las sopas los miércoles; los jueves se preparan en La Esquina Caracas y los viernes se hacen en el Restaurante Alto a cargo del chef Carlos García, como anota la periodista de gastronomía en su blog Rosanna Di Turi. La sopas que luego, recién hechas, serán repartidas de manera gratuita.

Entretanto, empresas Polar entrena en Petare, en Catia, y hasta en la Cancillería –sí, la Cancillería- a quienes estén interesados en aprender, en la azarosa circunstancia, a darle una vuelta al recetario diario para sortear el duro escollo de la escasez y la inflación. Asombroso. Los preparadores enseñan, por ejemplo, a hacer arepas ¡sin harina pan! con masa de yuca, por ejemplo, y enseñan a darle un empleo diferente a la remolacha y la auyama más allá de la crema o la ensalada. Más de tres mil cocineros de crisis han aprendido a salir, por ahora, del atolladero del no hay, y no hay quien no comente lo mismo al finalizar los talleres: gracias por ayudarme a seguir comiendo. “Diferente a otras empresas que sugieren el uso de sus productos en el recetario que enseñan, Polar no, enseña a comer sin aceite ni mayonesa”, como dice una de las organizadoras del programa.

Asunto lamentable, para el columnista, titiritero, panadero y humorista Claudio Nazoa el hambre no puede hacerle a nadie ni pizca de gracia, “lo que yo quiero es ayudar, me pongo a la orden para ir a hospitales y a donde sea a repartir sopa, estas nutritivas y solidarias”. (Para ayuda, escribir al correo: barrigallenacorazó[email protected] y para hacer donaciones disponen de la cuenta número: 0108-0177-05-0100104508 Rif: J 408127008 del Banco Provincial a nombre de Fundación Barriga llena corazón contento.) Los que están hasta en la sopa, en estas no están.

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Abenante

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