Política

Colette Capriles: La democracia tiene promesas por cumplir

La politóloga advierte que, tras la disolución del mundo bipolar, la democracia liberal no atendió algunas promesas que llevaron al resurgimiento del socialismo real. Clímax presenta «Democracia en crisis», una serie de entrevistas de opinión sobre el papel de la representación política en el siglo XXI

Daniel Hernández
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Después del final de la Guerra Fría y del mundo bipolar, las democracias occidentales parecieron haber triunfado frente al socialismo real de la Unión Soviética y sus repúblicas satélites. Entonces, pareció llegar el momento de hacer realidad la idea de un mundo más libre, pacífico, universal y benefactor. Tres décadas más tarde, es una promesa incumplida, rota y perdida. Hoy la democracia liberal enfrenta una crisis que, si bien es coherente con su naturaleza como sistema político imperfecto, no deja de ponerla al borde del abismo. Son crisis inevitables que deben ser resueltas para su propia preservación.

“No pueden ofrecer un mundo perfecto y la gente quiere oír eso, quiere perseguir un mundo menos malo, y la visualización de ese mundo menos malo a través de lo que le ofrece la democracia liberal es mucho más difícil a lo que le ofrecen los regímenes antidemocráticos, antiliberales. Sacrifican la libertad, pero ofrecen un bienestar que la gente tampoco ve en los regímenes liberales”, explica la politóloga Colette Capriles, quien señala como el gran problema de la democracia liberal la construcción de un sistema que fortaleza el centro político y se oponga a los extremos desde la participación ciudadana y no desde la retórica y el moralismo. “No es tanto un rechazo al sistema, sino a las élites políticas porque los mecanismos de representación son percibidos como poco representativos. La gente quiere más participación, más transparencia y más eficacia”.

Colette Capriles

Capriles, profesora de la Universidad Simón Bolívar (USB), trae al presente un cuestionamiento que hizo hace casi un siglo, el politólogo alemán Robert Michels en su libro Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna: ¿qué papel están cumpliendo hoy los partidos políticos, las doctrinas políticas y la clase política en general en términos de cuidar la democracia, de promoverla y adaptarla hasta hacerla cambiar para entenderse mejor con las nuevas demandas? Y la reformula para los acontecimientos del ahora: ¿qué le ofrece la democracia liberal al mundo ante su propia crisis? Esta entrevista reflexiona sobre esto.

«Uno lo que ve en América Latina, que efectivamente los procesos se parecen, vemos en Argentina, que está repitiendo una fórmula, la institucionalidad no fue tan destruida, hay respeto, el debate político en Argentina es sumamente duro pero las personas son respetadas. Venezuela es sumamente reacia al cambio»

—La democracia liberal enfrenta una crisis evidente y eso nos hace preguntarnos cómo será el futuro: ¿seremos más o menos democrático que en el presente?

—Yo creo que el futuro es la conformación de la democracia. Eso es lo primero que hay que decir, lo opuesto a la democracia es más democracia, no su negación. Hay un sentimiento según el cual la promesa de la democracia no se ha cumplido como debería o como en aquel momento se pensaba que iba a ocurrir. Lo que ocurrió hace 30 años fue la disolución de una polarización que había entre los mundos capitalista y socialista, o regímenes autoritarios –democráticos en el sentido de la apelación al pueblo–, que justamente se vieron ante su la ineficacia e incapacidad de cumplir sus propias metas. No fue que hubo un triunfo de la democracia liberal, sino un colapso del socialismo real, que no pudo sobrevivir a sí mismo, por así decirlo, pero que dejó detrás muchas ruinas, y que hoy la democracia liberal no las ha terminado de enterrar o transformar en lo que quería también hacer, su propia promesa sigue incumplida.

—¿Y esas ruinas son países como Cuba o Venezuela?

—No, no son países, sino formas de concebir lo político, de relacionarse con lo público. Una cultura política que pervivió durante los 70 años de la Unión Soviética, y que dejó como ruina una promesa que la democracia liberal no tenía por qué seguir, pero de la cual debía ocuparse. Y es precisamente la aspiración de bienestar. En el caso del socialismo real lo vivimos nosotros acá también, mucha de la gente que todavía apoya al madurismo, lo hace no por lo que le ha dado, sino por lo que le ha prometido. Y esa promesa es muy abstracta. Ese fue el desafío que las democracias liberales debieron resolver. No sólo es el bienestar material, sino también existencial. En el socialismo real hay una promesa que es incumplible y por eso sigue allí como promesa. En cambio, la democracia liberal parte desde un principio realista, de que no somos aquello que quisiéramos ser, sino que nos vamos transformando muy lentamente, con principios que son universales, que para muchos pueden resultar abstractos –igualdad, libertad– y que no se concretan en adelantos de la situación personal, son insatisfactorios y no parecen llamativos.

«Nos toca renovarnos a todos. Yo creo que es una deuda muy grande que tiene este país: la formación de jóvenes en política, los jóvenes siguen siendo muy menores de edad siempre, no hay esa formación porque siguen bajo la tutela de mamá y papá»

—Ahora que menciona el caso venezolano, ¿cómo fue que pasamos de una dictadura en 1958, hacia una democracia que al entrar en crisis gesta un autoritarismo?

—Lo que pasa es que los regímenes socialdemócratas venezolanos debieron su longevidad a un pacto democrático, y ese pacto incluyó un cierto modelo de desarrollo y un especifico modelo político, que era modelo en el sentido literal de la palabra: modelizó muchas de las transiciones a la democracia que ocurrieron entre los años setenta y ochenta en América Latina. Pero ese sistema tenía una variable muy delicada, la modernización forzosa, para lo cual el petróleo era una variable fundamental, entonces, todo nuestro proceso de cohesión social, de ascenso social y la función redistribuidora del Estado dependía de la variable petrolera. A Venezuela, gracias al petróleo, le costó muchísimo entrar en la crisis de modernización por la que sí pasaron otros países de América Latina, nuestra modernización fue comprada, cosa que los otros países no tenían, lo tuvieron que comprar con el trabajo de su gente, nosotros lo hicimos así y ese modelo de crecimiento colapsó en los años ochenta, el sistema interno necesitaba un cambio de modelo, hacia uno más exportador, y nuestra economía empezó caer que no había como contrarrestarlo políticamente. Cuando se ofreció en 1989 la alternativa del programa de gobierno de Carlos Andrés Pérez, la sociedad no lo recibió con buenas manos. La crisis de las instituciones había profundizado de tal manera que no teníamos apoyo para promover una reforma que nos obligaba a una apertura económica. Hubo un rechazo hacia esos cambios.

Colette Capriles

—Pero entonces, ¿por qué no caló la narrativa liberal y sí la socialista?

—Esa no fue una narrativa liberal. Esa era una narrativa simplemente de reforma económica hacia una apertura que todos los países del mundo estaban llevando a cabo, hacia la globalización. Al contrario, el discurso podía ser algo así como la “socialdemocracia moderna”, eso era lo que pretendía hacer Carlos Andrés Pérez, porque había una enorme inversión social. Es algo que un gobierno típicamente liberal no había, ahí se promovió la inversión social, pidió muchísimos prestamos sobre todo del Banco Mundial que tenían por objeto, no tanto compensar el ajuste económico que era necesario. No es nunca fue liberal, ni neoliberal. Comparado con el ajuste económico que ha hecho este gobierno, nada, fue un cariñito. Este sí redujo el gasto público, sí hizo un ajuste. En esa época el gasto público aumentó en proporción, no fue para nada un modelo liberal.

—Pero hubo privatizaciones importantes…

—Unas cuantas privatizaciones nada más, que no eran muchas, pero privatizar no significa que sea liberal, eso significa que el Estado no es empresario, la socialdemocracia moderna no cree en que el Estado tenga que ser un empresario. El relato que ideologiza esto como el neoliberalismo es un relato de la izquierda. En Venezuela la cultura política básica es la socialdemocracia. Y hoy seguimos siendo socialdemócratas. Ese es el espíritu fundamental de la gente. No me refiero al régimen de Maduro, por supuesto. Pero en el fondo la alternativa, si hay una, es una socialdemocracia inteligente, moderna, respetuosa de sus límites. El liberalismo, lamentablemente, en Venezuela no va a tener mucho éxito como discurso político, porque me parece que quienes lo están enarbolando no son liberales, son conservadores. Es como una reacción al comunismo sin una verdadera opción enriquecedora. Uno ve las contradicciones en el discurso con el tema aborto, matrimonio igualitario, lo de ellos es como un liberalismo dogmático. Se llaman a sí mismos liberales, pero no lo son, al menos muchos de ellos.

«A Venezuela, gracias al petróleo, le costó muchísimo entrar en la crisis de modernización por la que sí pasaron otros países de América Latina, nuestra modernización fue comprada, cosa que los otros países no tenían, lo tuvieron que comprar con el trabajo de su gente, nosotros lo hicimos así y ese modelo de crecimiento colapsó en los años ochenta»

—¿Y cómo nos vemos en el presente?

-Estamos al final de un ciclo y este final no solo se va a llevar al viejo chavismo, sino un nuevo chavismo –debería haberlo, espero que lo haya– y también una nueva oposición en términos de los partidos, de las organizaciones y movimientos. Nos toca renovarnos a todos. Yo creo que es una deuda muy grande que tiene este país: la formación de jóvenes en política, los jóvenes siguen siendo muy menores de edad siempre, no hay esa formación porque siguen bajo la tutela de mamá y papá.

—Lo mismo pasó con el gomecismo, hubo un proceso de transformación, se desplazaron a los viejos políticos y surgieron nuevos.

Sí, justamente, la comparación es buena. Quienes hicieron el cambio a la democracia fue una generación que se dedicó a ello pero que nació en dictadura. Es decir, que de alguna manera pudo construir un proyecto con sus propios instrumentos y no con la experiencia de los demás, y eso es algo en lo que hay que pensar.

—¿Eso se debe a que estamos estancados en una discusión de derecha e izquierda?

Que América Latina esté discutiendo todavía con esas categorías muestra que lamentablemente, así como ha habido un retroceso económico en los últimos 10 años, también lo ha habido en lo político. Hugo Chávez reconstruyó una izquierda que es muy atrasada, e hizo alianza con ella. Bueno es obvio, sólo la izquierda más atrasada podía hacer alianza con un militar, para una gente de izquierda normal, socialdemócrata o socialista democrática, hacer pacto con un militar es algo que no cabe en su espectro ideológico. Esa izquierda chavista repite consignas cubanas que ni ya los cubanos repiten. Uno veía en esos encuentros presidenciales: Kirchner, Correa, Morales, con una retorica paródica, una parodia de lo que había ocurrido en Cuba en los años sesenta. Son parte de una izquierda trasnochada, anticuada, que por supuesto lo único que ha logrado es desprestigiarse a sí misma.  Y convertir la realidad en una dicotomía: izquierda-derecha, que a su vez no nos está dejando crecer ni entender lo que realmente está pasando.

¿Qué papel están cumpliendo hoy los partidos políticos, las doctrinas políticas y la clase política en general en términos de cuidar la democracia, de promoverla y adaptarla hasta hacerla cambiar para entenderse mejor con las nuevas demandas?

—Y en la región hay un descontento que se expresó en la oleada de protestas del último trimestre de 2019. Desde su opinión, ¿qué buscaban estas manifestaciones?

En mi opinión las protestas tienen la misma raíz, con una expresión sociológica y una expresión política. La expresión sociológica es que lo que se está peleando en las calles es por la necesidad de tener aspiraciones que puedan ser satisfechas.  Por la idea de que “mis hijos vivan mejor que yo”, por la perspectiva del futuro, aún cuando todavía se pueda vivir bien. El escaso crecimiento económico latinoamericano no le ha permitido a la clase media seguir avanzando en su proceso de bienestar. Ahora, en lo político yo siento que las protestan apuntan a algo: a la alternabilidad política. Porque lo de Chile le ocurrió a Bachelet en su segundo gobierno, lo mismo le pasó a Piñera. De nuevo tenemos que es mucho más fácil protestar contra un gobernante que lo está haciendo por segunda vez frente a uno en su primera vez que está más abierto a oír. Lo mismo con Bolivia, es la demanda de la alternabilidad. Lo mismo en Venezuela. Igual en Colombia, donde se percibe a Duque como heredero de Uribe. El problema es que los regímenes empezaron a utilizar repetidamente la reelección, y eso frenó a las nuevas generaciones.

—Y Venezuela al democratizarse primero, sufrió las consecuencias primero.

Uno lo que ve en América Latina, que efectivamente los procesos se parecen, vemos en Argentina, que está repitiendo una fórmula, la institucionalidad no fue tan destruida, hay respeto, el debate político en Argentina es sumamente duro pero las personas son respetadas. Venezuela es sumamente reacia al cambio. Nosotros fuimos la primera dictadura del siglo XXI y tratamos de que los demás lo fueran, pero no ocurrió, es interesante, porque no se perpetuaron al final. Los mismos países reaccionaron sobre la posibilidad de una autocracia como la venezolana. Ahí volvimos a ser excepcional.

«No pueden ofrecer un mundo perfecto y la gente quiere oír eso, quiere perseguir un mundo menos malo, y la visualización de ese mundo menos malo a través de lo que le ofrece la democracia liberal es mucho más difícil a lo que le ofrecen los regímenes antidemocráticos, antiliberales»

—¿Cómo calificar este autoritarismo? ¿Tiene rasgos totalitarios?

Depende del concepto. Yo ahí sí sigo mucho lo que dice Hannah Arendt, los únicos regímenes totalitarios fueron el nazismo y Stalin durante 20 años. A mí me gusta más el concepto de autoritarismo hegemónico, suena horrible, pero es la idea de que debe haber un solo foco de poder, la monocracia, con una cierta tolerancia a otras posiciones que no sean una amenaza. Hay que aplicarle la navaja de Ockham: si una explicación sencilla es suficiente, no tienes por qué buscarte una más compleja. Si podemos hablar de autoritarismo democrático y autoritarismo hegemónico creo que es suficiente.

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