Dossier

Blindados ante un apagón nacional, ¿costumbre o precaución?

La tarde del 22 de julio, un nuevo apagón nacional arropó a Venezuela. Caracas permaneció en total oscuridad hasta la madrugada del día siguiente, cuando se reportó el regreso de la energía eléctrica en algunas zonas de la capital. Lo cierto es que, aunque la temible falla no estaba fijada en un calendario, era un acontecimiento previsible bajo la gestión del chavismo

TEXTO: VALERIA PEDICINI Y OMARELA DEPABLOS
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Ana María Hernández ni se inmutó cuando, a las casi 5 de la tarde y entre gritos de quejas de los vecinos, se quedó a oscuras en las entrañas de su hogar ubicado en el oeste de Caracas. Era lunes 22 de julio de 2019. Tampoco entró en pánico cuando revisó su celular y se encontró sin megas ni señal telefónica. Al instante, la mujer de 62 años se levantó del sofá donde se encontraba viendo una película y desconectó uno a uno los electrodomésticos para evitar que, en caso de regresar pronto, la fuerza de la energía eléctrica dañara sus equipos. Después caminó hasta las gavetas de la cocina y sacó la docena de velas que había comprado hace meses. Todavía era de día, muy temprano para las velas, pero sentía que otra vez pasaría la noche sin luz.

Y no se equivocó.

Los mega apagones de marzo de 2019 “prepararon” a Ana María para lo peor. “Esos días fueron una pesadilla. La comida se me dañó, tenía poquitas velas y casi no pude comunicarme con mis hijos en Perú”. Se prometió, a sí misma y a sus hijos en el exterior, que trataría de no caer en aquellos niveles de ansiedad. Así que optó por estar lista en caso de un nuevo apagón: compró suficientes velas, algunos productos enlatados, pilas para sus viejas linternas y siempre mantenía su celular con suficiente batería.

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Al producirse el quinto gran apagón de este año, Ana María se sentía orgullosamente preparada. Esta vez, no hubo sorpresas. “Cada vez que mis bombillos titilaban, pensaba que se iría la luz. Cada vez que me montaba en el Metro me preguntaba si me quedaría atrapada ahí. No pensaba si ocurriría otro apagón. Lo que me preguntaba era cuándo y solo rogaba a Dios para que me encontrara en un sitio seguro”, expresa. Las súplicas, afortunadamente, fueron escuchadas.

Aunque su organización la llenó de satisfacción, la misma pregunta no dejaba de darle vueltas en la cabeza mientras se encontraba en penumbras durante su noche a la luz de las velas. “No me gusta pensar que me acostumbré a vivir así, en esta locura a la que nos obligaron. Pero tampoco podía dejar que me agarrara desprevenida”. Venezolano precavido en comunismo, vale por dos.

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A Manuel Cedeño no le tocó tan fácil. El apagón lo agarró en la calle, saliendo de su trabajo y a varios metros de las escaleras de la estación Altamira del Metro de Caracas. Lo supo por los gritos de los clientes dentro de los comercios y porque, poco a poco, la calle se fue llenando de más gente de lo habitual. “Hermano, se fue la luz”, le dijo un liceísta que al parecer lo vio con cara de confundido.

El publicista no lo pensó por mucho tiempo, no quiso esperar a saber si el apagón era nacional o no. “No quería tener que caminar de noche hasta mi casa” en La Candelaria, al centro de la ciudad. Sacó los pocos dólares en efectivo que tenía en su cartera, aquellos que cargaba encima desde marzo, y se los ofreció al primer motorizado que se le cruzó por el frente. Él aceptó. “No sé si cinco dólares eran pocos o mucho para llevarme hasta mi casa, pero creo que ayudó que eran en dólares”. Aunque él pudo resolver, otros -muchos- no contaron con la misma suerte.Costumbreapagoncita4

Cansado de tantos problemas y con pasaje comprado, el joven de 27 años espera por el día en que agarre sus maletas y emigre. “Esto que estamos viviendo no es vida. Pasar días sin luz, sin agua, no tener comida, no poder comunicarte con tu familia por varios días. Vivir con la incertidumbre de cuándo se volverá a ir la luz es lo peor”. La crisis no se aguanta más.

Una vez y otra vez

El miedo latente a vivir una experiencia similar a la del apagón del 7 de marzo del 2019, el más grande en la historia del país, permanece presente en la consciencia de miles de venezolanos y obligó a varios a prepararse para enfrentar nuevamente a una situación similar, e incluso, peor.

Cuatro días sin luz en marzo fue razón suficiente para que François Montalant equipara su hogar con comida no perecedera, agua para una semana, medicinas, velas y lámparas recargables por medio de celdas solares. La tarde del 22 de julio, Montala se encontraba en su lugar de trabajo, pero la falta de cobertura en su teléfono y los rumores de un nuevo corte de luz, anunciaban lo peor. Aquella experiencia traumática que vivió hace unos meses se repetiría. Sin embargo, esta vez su preocupación únicamente se limitó a llegar a su apartamento en Altamira, una vez allí estaría a salvo.

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A Juan Gutiérrez, gerente de la panadería La Conchanata ubicada en San Antonio de los Altos, le vino a la mente la semana de marzo en la cual perdió toda su mercancía. En la zona donde se encuentra su negocio “fueron siete días sin luz”, asegura. Esta vez puso a trabajar la planta eléctrica que le costó 900 dólares. De esta manera garantizó el funcionamiento del punto de venta y evitar pérdidas en su negocio.

Pero, para otros, simplemente no hubo manera de prepararse. Hace dos meses María Ustáriz tomó una decisión que cambiaría completamente su rutina: mudarse de San Antonio de los Altos a Caracas. Los constantes cortes eléctricos en Los Altos Mirandinos eran insoportables, hasta el punto que alteraban sus nervios.

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Para una joven que depende de energía para bañarse, cocinar y culminar sus estudios universitarios, acostumbrarse al racionamiento eléctrico resultaba imposible. Ahora, el 22 de julio, estaba sin velas ni batería en su teléfono. Le explotó la “burbuja” en la que supuestamente está metida la capital. Se vio obligada, además, a buscar de puerta en puerta la posibilidad de hacer una llamada para comunicarse con su madre, para enterarse de los suyos, para confirmar que vivía lo que todos.

¿Quién tiene la razón?

Pasaron casi cinco meses desde el primer apagón masivo del 7 de marzo. En aquella oportunidad, el gobierno de Nicolás Maduro atribuyó el problema a un “sabotaje cibernético” en la principal central hidroeléctrica, Guri al sur del país. La oposición y los gremios profesionales lo ocurrido se debió a la falta de infraestructura, mantenimiento, inversión y el impacto de la corrupción en el entramado eléctrico. En las siguientes ocasiones el discurso oficial escaló: “ataques terroristas”, argumentaban.

Este 22 de julio, casi tres horas después del evento, el ministro de Comunicación e Información de Nicolás Maduro, Jorge Rodríguez, aseguró que el corte eléctrico se debía a un “ataque de carácter electromagnético”.

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“Es una excusa sacada de las comiquitas”, pensó Álvaro Quintero luego de que su sobrina le leyera el comunicado gubernamental.

Ciudadanos coinciden en que estos pretextos son “indignantes” y se inclinan por las explicaciones de los especialistas que establecen que las fallas surgen por la corrupción, falta de mantenimiento e inversión en el sector eléctrico. Por ejemplo, en el informe del ingeniero y exviceministro de Energía Víctor Poleo, El Gasto Público en el sector eléctrico Venezolano 1999 – 2003.

El experto eléctrico Winston Cabas, ha alertado en constantes oportunidades que las fallas no se han superado “por problemas de recursos humanos y recursos financieros” y que a pesar de la recuperación de la electricidad en los hogares, el “sistema sigue siendo frágil, vulnerable e inestable”. El lunes 22 el también presidente de la Asociación Venezolana de Energía Eléctrica, Mecánica y Afines declaró en una entrevista en VivoPlay que se sospechaba que el apagón podría ser por “la caída de la línea de 765 kilovoltios que recorre todo el territorio nacional”, una de las encargadas de la transmisión de energía desde las represas hidroeléctricas al sur del país a Caracas y el occidente del país. Ahora el presidente de la Asociación Venezolana de Ingeniería Eléctrica es perseguido por emitir alertas. “Él ya sabía lo que iba a pasar”, lo acusa el poder.

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A pesar de que el sistema eléctrico venezolano operaba con eficiencia en 1998 y que para la época el 94% del territorio estaba electrificado, veinte años después, incluida la llegada del chavismo, las centrales construidas trabajan a duras penas. “No hay que ser un experto para saber que estamos al borde del colapso y todo lo que pasa en este país es culpa de Maduro, de que se robaron los riales y ahora no pueden mantener el sistema de energía eléctrica”, asegura Gisela de Izquierdo, quien vivió el apagón en la capital.

Gabriela Osorio no creyó ni una sola palabra que pronunciaron desde el chavismo. Las explicaciones del nuevo apagón fueron, para ella, una mentira más. “Obviamente uno no les cree nada porque son unos mentirosos. Siempre nos ha mentido en la cara, que la iguana, que el pato y la guacharaca. Ese sistema está caído desde hace años y ellos no quieren ni les interesa repararlo”, expresó la docente. Confiesa que el apagón “pensaba que ocurriría antes, duró mucho”.

A Alberto Valladares no le importa que la energía eléctrica fue restaurada en Caracas, específicamente en su zona, durante la madrugada del 23 de julio. Ya no confía “en nada ni en nadie”, suelta el universitario. “Yo creo que esto va a seguir pasando. Ya no vivimos en un país normal desde hace mucho tiempo”.

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