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Harvey Weinstein, escándalo en modo Tarantino

Es difícil escribir la historia de Harvey Weinstein. Mejor dicho, es complejo resumirla en un artículo. Pero haré el intento sin pecar de moralista. Cambiaré de primera a tercera persona, espero no les importe, porque la historia de Weinstein es de ustedes y mía, como cualquiera de sus películas. Además hay otro ingrediente. Trabajé para el primer filme venezolano comprado y distribuido por él. Por tanto, no miento al decir  que es una historia muy nuestra

Texto: Sergio Monsalve | Portada: AP
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Se puede afirmar que Harvey Weinstein cambió la forma de entender y crear las películas, de cómo las consumimos y las ponderamos. Se puede afirmar que es uno de los productores más importantes de nuestro tiempo, y tan influyente fue que terminó cambiando la percepción del cine global, del cine mainstream, del cine venezolano. No lo digo como una frase retórica y demagógica. Es cierto.

Si usted entró aquí para leer los pormenores del escándalo sexual de Weinstein, le pido paciencia, pronto tocaré el tema. Primero me gustaría ponerlo en contexto.

¿Cómo cambia Harvey la percepción cinematográfica del mundo? Aplicando sus conocimientos de publicidad y mercadeo a la promoción de filmes de culto que arrasarían en Cannes, que serían mil veces clonados, que le abrirían las puertas de un imperio audiovisual, y que a la postre lo sepultarían. Harvey, en tal sentido, es absolutamente responsable de los delitos que cometió, que le señalan sus víctimas. De ser hallado culpable en tribunales, solo él pagará condena. La justicia es así de personalista.

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La justicia le lava la imagen al sistema. El sistema que permitió a Harvey cometer sus crímenes durante décadas, que lo consintió con su autocensura, que lo justificó como la consecuencia de una tradición heredada. La tradición misógina de acoso femenino que dio fama a Kubrick. Vean el making off de El Resplandor para comprobarlo. El director alentó el acoso de Shelley Duvall y lo filmó con la complicidad de Jack Nicholson. Esta mala costumbre persiste en la brutal Madre, de Darren Aronosfky, cebándose en la destrucción mental y física de Jennifer Lawrence.

La meca asiste hoy a un proceso de mea culpa. Finge demencia, se lava las manos, adopta la narrativa binaria de una infantil secuela animada de una franquicia de Disney. El gran estudio que compró a Miramax, la casa que construyó Quentin con el patrocinio de Harvey. En efecto, la debacle de Weinstein salpica a todos, hasta al ratón Mickey.

Fíjense que es idéntico a lo que ocurre con los horrores y errores humanos de la civilización. La narrativa binaria, de Buscando a Dory, exige que triunfe la amnesia, cuando el viaje del héroe logra expurgar al villano. Explicación simple y cómoda. Tranquiliza a los hipócritas. Explota la taquilla. Reconforta el ego de los espectadores domesticados y conservadores. Acapara los titulares sensacionalistas. Garantiza una catarsis de Gatopardo, donde todo cambia para que nada cambie.

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Harvey, por ironías del destino, filmará varios argumentos que anticipan su catástrofe. Recuerden Pandillas de Nueva York, aquella traumática experiencia de Martin Scorsese al servicio del productor “Manos de Tijera” Weinstein, quien quiso cortarle no pocas alas a la inspiración del maestro de Taxi Driver, y por eso las cuchilladas del largometraje son metáfora de la carnicería que significó montarla y producirla.

En la cinta hay innumerables alter egos de Harvey: sucios, feos y malos. Después de sacrificarlos, su sangre construye a la simbólica Gran Manzana, fundada por las podridas, los ancestros del ahora caído en desgracia. Harvey Weinstein nace en Nueva York el 19 de marzo de 1952.

Naturalmente, las películas de Tarantino, financiadas por el magnate, se ganan la Palma de Oro a la hora de traducir el subconsciente pecaminoso y patológico de Weinstein. Un biógrafo edulcorado podría encontrar a Harvey en las melosas y políticamente correctas Lion, Mi semana con Marilyn y El discurso del Rey. Pero más preciso es descifrarlo y descubrirlo al desnudo en los fotogramas de las dementes Grindhouse, Pulp Fiction y The Hateful Eight, alegorías del infierno gozoso en la tierra, del postapocalipsis ahora, del canibalismo y el grotesco de la pesadilla americana al fondo de la locura de la existencia universal.

Bastardos sin gloria ilustra el nazismo, el ánimo de revancha, el fanatismo sionista, la agresión y el apetito voraz del productor, insaciable para acechar, acosar y violar a sus presas en un ritual al estilo de Death Proof. Citaba a las estrellas jóvenes en diferentes hoteles, las recibía en bata, las conminaba a masajearlo, las invitaba a tomar un baño, las abusaba y las amenazaba con eliminarlas del sistema si lo denunciaban. Así despachó desde escaladoras de oficio hasta “A listers” como Asia Argento, Angelina Jolie y Gwyneth Paltrow. Un modus operandi salvajemente normalizado.

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El poder lo corrompió por completo. La prensa de Nueva York llevaba años investigándolo. Finalmente, destronaron al macbethiano Weinstein en sendos artículos y reportajes a la manera de Watergate, de la película Todos los hombres del Presidente. La Spotlight del año. La desnudez del escándalo con al menos 35 estrellas de reparto, entre ellas Gwyneth Paltrow, Asia Argento, Rose McGowan, Angelina Jolie, Mira Sorvino, Rosanna Arquette, Zoe Brock, Ambra Battilana Gutierrez, Katherine Kendall, Romola Garai, Emma de Caunes, Tomi-Ann Roberts, Ashley Judd, Lauren Sivan, Dawn Dunning, Liza Campbell, Léa Seydoux, Cara Delevingne, Sophie Dix y Myleene Klass.

La media progresista se la tenía jurada y esperaba el momento para desenmascararlo. A Harvey se lo comió su personaje en un desenlace de tintes neonoirs y coppolianos, en modo El Padrino meets Los Sopranos. Su defensa fue a través de un portavoz leyendo un comunicado: «Cualquier denuncia sobre sexo no consensuado es inequívocamente desmentida por el señor Weinstein. El señor Weinstein ha confirmado además que nunca hubo ningún acto de retaliación contra ninguna mujer por rechazar sus proposiciones». La respuesta solo abarca los señalamientos hechos on the record, y ante los cuales «el señor Weinstein cree que todas estas relaciones fueron consensuadas».

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Ya Peter Biskind le había dedicado una demolición en el libro Sexo, mentiras y Hollywood: Miramax, Sundance y el cine independiente. Ahí se describe cómo los tentáculos filosos de Harvey arruinaron una serie de películas. Entre el grupo figuran Mimic y Fanboys. Con la primera, Weinstein se reservó el derecho del corte final, en desmedro de la impronta de su autor original, Guillermo Del Toro. Mira Sorvino era la estrella de la cinta y una de las víctimas de las manos de tijera de Harvey.

A Fanboys la amputaron y la obligaron a refilmar secuencias. Kevin Smith, Matt Demon y Ben Aflleck sufrieron las consecuencias de compartir créditos con el entonces jefe de Miramax. Desde esa firma, Weinstein rentabilizó la marca indie, la convirtió en el juguete de moda de los Festivales, la glamurizó, le brindó un segundo aire, la catapultó a la fama y a la vez la neutralizó, disolviendo su ascendente contracultural.

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Fue el equivalente en el cine al proceso de gentrificación de los barrios bajos de Nueva York. Una estrategia de yuppies a la conquista de los terrenos dominados por las viudas hippies.

Weinstein es pionero de los hipsters, de los bohemios burgueses de la posmodernidad indolora e inofensiva. Preocupados por expandir el éxito y el derroche de las empresas de generación de contenidos. Miramax es antecedente de Sillicon Valley, una red social de Harvey diseñada para arrasar en los premios de la academia, tras la siembra de un reguero de cadáveres (según palabras de la Editorial Anagrama).

El lobby de Weinstein compraba las conciencias de los electores, quienes inclinaban la balanza a su favor como un acto reflejo por las prebendas concedidas. Así acumuló una vitrina de Oscar -39 nominaciones y 14 estatuillas en las principales categorías, pero un total de 81 premios de la Academia-, algunos merecidos como El paciente inglés, otros prescindibles y fraudulentos como Shakespeare Enamorado.

El sistema de Harvey, construido en Miramax, tendía a ser inviable e insostenible. Se despojó de la joya de la corona al vendérsela a Disney. Se salvó de una bancarrota prolongada. Cerró un ciclo. Estalló una burbuja, arrasando con la industria independiente surgida a la sombra de esa compañía que fundó con su hermano Bob.

Harvey amasó fortuna y regresó con el estudio que lleva su apellido. Volvió a ejercer su intimidante derecho a veto. Seguía subiendo y bajando pulgares. Perdió el foco, creyéndose intocable en el delirio de la impunidad. Pagó caro su adicción por el sexo no consentido, por el atropello de los derechos laborales de sus empleados y allegados. Una historia de terrorismo laboral concluye con él. El Oscar de 2018 será de reivindicación de la mujer. No les quepa la menor duda.

La pregunta es si la caída de Harvey terminará con la cacería de brujas, con la inquisición, con las listas negras, con la censura, con la guerra declarada contra la mujer, con la hipocresía del sistema, con los dictadores como Maduro y los acosadores como Edmundo Chirinos, con los bullys como Trump.

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The Weinstein Company despidió a “Harvey dos caras” días atrás. Oficialmente acabó su luna de miel con Wall Street, Los Ángeles y Cannes. Además, a la firma le cambiarán el nombre.

De Harvey me quedaré con el recuerdo de haberlo conocido en Caracas, gracias a la tienda Video Color Yamín, cuando Jonathan Jakubowicz, Eduardo Arias Nath y yo crecimos con sus películas, sin imaginar lo que vendría después.

Jonathan filmó Secuestro Express, me invitó a hacerle el detrás de cámaras con Gustavo Rondón, yo le recomendé a Jean Paul Leroux como actor, Jonathan fichó a Budú, a Trece y al Nigga Sibilino. Harvey Weinstein compró los derechos de distribución de la película y devino en una de las cintas más taquilleras de la historia de Venezuela.

Guste o no, Harvey a través de Secuestro impactó a la industria nacional, luego de hacerlo con la industria global. Por ello aseguró un lugar en la historia del cine. Lo demás es un déjà vu, un clásico derrumbe impreso en celuloide. Incomprensible por su repetición a nivel de asesino en serie. Presagiado en la imprenta de las crónicas negras de Hollywood Babilonia y Servicio Completo: La secreta vida sexual de las estrellas de Hollywood.

¿La historia absolverá a Harvey, lo perdonarán como a Mel Gibson? La respuesta es una incógnita. Pronto vendrán filmes y documentales a cebarse en el escándalo, a diseccionarlo con colores amarillistas. Un happy ending para la nota sería: más nunca volvió a pasar y fueron felices para siempre.

La verdad se parece más a una conclusión de una película de Tarantino, mutilada por Harvey, hijo del Marqués de Sade y de la pornotopía de Hugh Hefner. Vida y muerte de una fantasía de opresión. Ahora Harvey planifica su redención. Pero el papel de mártir arrepentido no le cuadra. Su biopic debería filmarlo Quentin.

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