Opinión

El empleado: el activo más importante para Don Guillermo

Carlos Domingues hace una semblanza de Guillermo Valentiner, dueño del Caracas Fútbol Club, artífice de la identidad del equipo capitalino

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Guillermo Valentiner

El fútbol venezolano vive horas bajas. Es una frase que no pierde vigencia desde hace muchos años, pero los últimos acontecimientos (harto conocidos para quienes seguramente se interesen en leer ésta columna) nos advierten que estamos sumidos en una profunda crisis institucional. No de futbolistas, ellos no paran de crecer. Hablo del entorno, completamente hundido.

Yo quiero aprovechar para recordar. Recordar a un personaje que cambió la filosofía del fútbol nacional y que se convirtió en paradigma eterno de cómo hacer las cosas, hasta en lo no muy bueno. Se trata de Guillermo Valentiner, el ideólogo del Caracas FC. ¿Por qué lo recuerdo? Porque todos los días se lee que instituciones  le deben el salario a sus futbolistas, patrimonio principal de cada una de ellas.

Los futbolistas son los órganos del cuerpo de un club; son el motor diésel de la máquina que mueve a un equipo. Dirigentes que ni siquiera dan la cara para decirles a sus empleados, al menos, que están buscando la plata. Y recuerdo una máxima que tenía Don Guillermo Valentiner y desde ahí aprovecharé para mostrar quién fue este señor, que tanto idolatran en los predios de la Cota 905: “Puede pasar lo que sea, pero a mis empleados nunca voy a dejar de pagarles”, decía el viejo.

Así ha sido la filosofía del Caracas FC desde que el hijo de alemanes tomara las riendas hace más de 30 años. En el equipo rojo no se cancelan fortunas salariales, pero quien ahí trabaja tiene la tranquilidad de saber que el compromiso con su pago no será violentado. Así pensaba Don Guillermo y lo hace ahora su hijo Philip, actualmente al frente de la institución.

Guillermo Federico Valentiner Vogeler. Guillermo, traducción al castellano del nombre de su bisabuelo farmaceuta, Wilhelm; homónimo del último káiser del imperio alemán y último rey de Prusia. También Federico, como los emperadores Barbarroja y el Grande, del Sacro Imperio Romano Germánico. Sin sus apellidos, ya es imponente su herencia alemana, apenas con lo que significan sus nombres.

Decía: bisnieto de Wilhelm Sturup, un danés que en 1838 estableció la “Botica Central”, una farmacia en Caracas, Don Guillermo heredó de su padre Willy (hijo de un alemán también llamado Guillermo Valentiner) los Laboratorios Vargas, un emporio farmacéutico nacional que había sido suspendido en sus funciones durante la II Guerra Mundial por ser de propietarios alemanes y que cambió de nombre en 1946 en homenaje al médico y presidente de Venezuela, José María Vargas.

Guillermo Valentiner estudió farmacia en Filadelfia y desde su vuelta al país se ocupó de una empresa que ha sido orgullo nacional como laboratorio farmacéutico, pero cuyas singularidades de funcionamiento tienen la marcada impronta, casi régimen, del estricto Guillermo. Explico. En Laboratorios Vargas, ubicado en el Pasaje Calzadilla de Quinta Crespo, la hora de entrada era a las 5:30 de la mañana para todos sus empleados. El que ingresaba a las 7:00 am recibía una amonestación por llegar tarde. Las reuniones del tren ejecutivo se hacían a las 6:00 am “porque mis negocios están en Europa y allá son las 11:00 am”, le llegó a razonar alguna vez a Manuel Plasencia, técnico por mucho tiempo del Caracas FC y a quien más de una vez le tocó estar a esa hora para reunirse con él.

Los gustos y disgustos

Al señor Valentiner siempre le gustó el deporte, algo muy propio de los admiradores del Tercer Reich como él (no es un mito su simpatía por el nacionalsocialismo y él tampoco hacía nada para esconderla). Entonces en su empresa se fomentaba la actividad deportiva.

Azules o blancos eran los equipos de distintas disciplinas, conformados por trabajadores de Laboratorios Vargas en cada aniversario o cumpleaños de él, los 23 de enero. Así se construyó el complejo deportivo Cocodrilos Sports Park en la Cota 905, como centro de ocio y deporte para los empleados, su activo más preciado. Todos los fines de semana y los miércoles por la noche se realizaban los campeonatos.

Así trataba a su gente. Era un verdadero multimillonario (llegó a comprar un jet que perteneció al famoso cantante Paul Anka y tenía una marca de whisky hecho en Escocia exclusivamente para él, llamada Legacy). Pero su humildad y sencillez en el trato hacían pensar otra cosa. No escatimaba para favorecer a sus trabajadores: obsesivo del crecimiento académico y la formación, becaba a los empleados y a los hijos de sus trabajadores. Procuraba que no les faltara nada. Compró una de las torres del conjunto residencial ubicado entre las esquinas de Carmen a Mamey y los apartamentos eran para ellos. Alguna vez llevó a más de 180 de sus trabajadores a un Oktober Fest en Alemania. El personal, su obsesión.

Era muy temperamental, recto, terco e impulsivo. Así fue que compró al Caracas FC por apenas un bolívar, para salvarlo de una inminente desaparición y convertirlo en el club de fútbol modelo del país. Así ordenó construir todo lo que hoy es el centro de entrenamiento del Caracas, porque apenas dio la instrucción, a las 48 horas ya se hacía el movimiento de tierra.

Trataba bien a sus futbolistas, sin embargo no toleraba el más mínimo irrespeto. ¡Pobre del personal de confianza que estuviera cerca cuando Caracas perdía! En Laboratorios Vargas sabían que una derrota era una semana entera de amargura segura. A un atacante muy notable y de selección, lo botó del plantel porque lo encontró con un cigarro encendido en su mano. “Vete y si nos marcas un gol con otro equipo te doy mil dólares”, le dijo. Osado, un histórico defensor con un glorioso pasado Vinotinto se atrevió a decirle; “Doctor, anda a pie”, un día que Valentiner llegó con una camioneta nueva al estadio. “Toma las llaves, ya no la quiero. Quédatela”, le contestó y así fue.

Mimaba a sus jugadores. Tenía una especial predilección por Stalin Rivas y José Manuel Rey, por quien no tuvo reparo en desembolsar 500 mil dólares para que Emelec no terminara de comprar su pase. Y es que cuando le dijeron que en 30 años tendría un club grande y vería el estadio lleno con un equipo ganador, él contestó: “Tengo 73 años, quiero verlo antes” y apuró la conformación de un equipo potente, una sucursal de la selección nacional de Venezuela, manteniendo, eso sí, el prolífico trabajo de canteras.

Y es que Caracas siempre fue tratado como una empresa. Guillermo Valentiner se asesoró con quienes sabían de esto, puso a quienes debían estar por mérito, por trabajo y conocimiento para que su proyecto fuera lo que hoy representa Caracas FC como organización. Lo rescató: “¿cómo es que Caracas no va a tener un equipo de fútbol? Madrid tiene al Real Madrid, Munich al Bayern. Eso no puede pasar en Venezuela”, dijo, pero a pesar de tenerlo como una diversión, también sabía que era un negocio.

Esa filosofía continúa. A pesar de los embates económicos que ha sufrido el país y ser «el rojo» el único equipo que no depende ni de un mecenas ni del gobierno, la institución se ha mantenido atada a sus valores y principios de toda la vida.

Su único sueño no cristalizado fue construir un estadio digno para Caracas. Era su idea hacer un gran escenario en Montalbán. Tenía negociado el terreno donde fue recibido el papa Juan Pablo II y para ello se llevó a un grupo de gente de su confianza (entre ellos Fernando De Ornelas, Gianni Savarese y Gabriel Urdaneta) a visitar varios estadios de Alemania. El ahora Bay Arena de Leverkusen era el modelo seleccionado que no se pudo concretar. Intentó hacerlo después donde hoy está el Cocodrilos Sports Park, pero por un tema de permisología no lo consiguió.

Un ejecutivo en todo el sentido de la palabra. Hoy, cuando pintan bastos y ni siquiera sabemos si habrá fútbol pronto en el país, emerge la figura de quien con mucho dinero (tanto como el que tienen algunos propietarios de clubes hoy día) hizo lo que hoy es el Caracas, pero que le dio un activo intangible que ningún otro tiene y que lo hace ser tan particular: el valor de los compromisos adquiridos.

Era Don Guillermo. “Ojalá existieran 10 más como él, tuviéramos otro fútbol distinto”, dijo Noel Sanvicente. ¡Cuánta verdad!

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