Cultura

Años 80 en Venezuela: mucha vida más allá del metal

¿Cuál fue la respuesta musical venezolana a lo que sucedía en el mundo en los años 80? Se dieron nuevas exploraciones, alguna gente que se hartó de la uniformidad y que renovó el espectro sonoro con su sólida formación o con sus ganas de encontrar y reafirmar una identidad: PPS, La Misma Gente, Miguel Ángel Noya, Yordano y Sentimiento Muerto. Ellos hicieron los cinco discos indispensables de la década

años 80
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¿Buscaban un nuevo sonido o una identidad? Eso lo sabrán ellos. Lo que es seguro es que lograron diferenciarse. Cada uno cargaba su morral de influencias, de conocimientos, de ganas de abrirse paso en una década que a veces sonaba uniforme y otras deslumbraba. Algunos trajeron lo que conocieron dando vueltas por el mundo, otros hincaron el diente en lo que tenían más a mano, en la calle, en la sensibilidad; y otros querían refrescarse en el río fresco de un cambio. Los años 80 en Venezuela también tienen sus grabaciones indispensables, esas que apuntaron a diferentes blancos y acertaron cambiando los patrones sonoros del país hasta el día de hoy.

PP’S: PP’S (1981)

PP’S, extraño nombre, aun se debate si las siglas correspondían a la presencia de dos fuertes personalidades en la banda, Pedro Castillo y Pedro Pérez, lo que los llevó a denominarse “Los Pepes” o si la rúbrica significaba Pedro Pérez Show. Esta última hipótesis es la que cobra mayor fuerza. Como sea, lo fundamental es que este disco rompió paradigmas en el rock de acá.

Pedro Pérez venía de un largo periplo por América del Norte y desembarcó en Caracas a principios de los años 80. Su inquieto espíritu buscó alianza con músicos para poner en práctica sus ideas artísticas. Hace contacto Pedro Castillo, quien venía harto del rock sinfónico de la agrupación Témpano y logran la química adecuada. Así surge un proyecto, y en particular, un álbum de culto. Mil copias prensadas en un vinil de nombre PP’S que se buscan con mucho fervor por parte de los coleccionistas.

En un mercado local dominado por el rock de “viejo cuño”- heavy metal y rock progresivo/sinfónico- la propuesta posmoderna de PP’S será aire fresco. No del todo comprendida, pero aire fresco.

Grabado en la sala de moda, Estudios Odisea, propiedad de quien luego sería el zar de la nueva música en venezolana, Alejando Blanco Uribe. El ingeniero responsable del registro fue el archiconocido James “Jimmi” Kovacks, quien hizo un esfuerzo sobrehumano para poner en orden la sobrecarga de información que traía Pérez. Caos sonoro, en el buen sentido de la palabra, new wave en todas sus direcciones, desde el synth pop hasta el post punk, pasando por sonidos de Jamaica y funk. Ni hablar de irreverencia, ingenio e ironía.

Estos “bichos raros” que eran los PP’S renovaron el rock nacional con temas como “Las hormigas” y “Vocales”, humor puesto al servicio de un rock and roll simplista pero enormemente movilizante. El éxito radial fue “Jessica”, reggae a la venezolana, con el típico falsete de Pedro Pérez y un audaz y anticipado reggae en español, tendencia que se repite en “Dímelo”, con un pequeño toque punk.

Ese perfil punk se mantiene en “Vida”, virulencia musical a lo Sex Pistols, un tema que podría ser considerado un adelanto a la generación que aparecería años después encabezada por Sentimiento Muerto y una larga lista de agrupaciones, la llamada primera oleada del punk vernáculo.

El arrebato punk sigue en “Aquí o allá” pero con coqueteos hacia el pop sintetizado.
El quinteto estuvo integrado por Pedro Pérez Márquez como líder vocal, Pedro Castillo en las guitarras y coros, Carlos Sposito manejando el bajo, Ignacio Angulo en la batería y Víctor Castillo responsable de las teclas.

Hay invitados especiales provenientes de Témpano que se lucen en, posiblemente el mejor tema, “Caracas”. Un discurso dirigido a nuestra capital, cadenciosa canción cargada de post punk y funk, entre español e inglés, furiosos solos de guitarra de parte de Pedro Castillo, una base rítmica para entrar en trance (batería Gerardo Ubieda, bajo Miguel A. Echevarreneta), teclados ambientales y efectistas (Iker Gastaminza).

Conseguiremos instrumentales en búsqueda de nuevas rutas expresivas: “Puac” y “Perdidos”. El patrón Police lo logran en “Mensaje de amor”. En “Momento oportuno” evocan a otra agrupación, Devo, ahora con intenciones synth pop.

Otros logarían perfeccionar el sonido asumido por PP’S y ser populares, por ejemplo, Aditus. Pero PP’S fue primero en escenario y grabación. Valdría la pena remasterizar y exponer esta joya perdida del rock venezolano.

La Misma Gente: Por fin (1983)

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La Misma Gente, grupo capitaneado por un poeta, que fue punta de lanza de la movida metalera sin ser metal, posición que conquistó a base de un puñado de buenas canciones con letras impecables llamando al compromiso social y al amor.

Por fin fue el debut discográfico del power trio La Misma Gente, un trabajo que se venía cocinando a fuego lento, cancionero añejado durante una década y probado en la comunión con su público.

Pedro “PTT” Lizardo, voz, cuatro y guitarra; Humberto “Ike” Lizardo, bajo y coros; Víctor “Kasino” González, batería, percusión y coros. Funcionaron como equipo, de hecho, la grabación suena como máquina de precisión, no destaca uno sobre el otro. Un trío compacto donde sobresalía la canción, nunca antes mejor dicho.

Esta producción tenía aseguradas sus ventas mínimas con los seguidores tradicionales de la banda, que no eran pocos, pero realmente se disparan las operaciones con el éxito que significó la composición “Lluvia”, vieja canción acústica que PTT no quería grabar pero resultó el single perfecto. Es el “Hotel California” del rock nacional.

Lluvia mójala un poquito
y háblale un rato de mí
dile que yo sé que en mayo
su cuerpo llueve por mí
dile que de nada vale
amar sin compartir
una cama, un sueño
un hijo y un jardín
lluvia dile
lo que yo no sé decir

A “Lluvia” le siguen tres himnos rock que identifican a una generación: “Tonterías”, “Papagayo” y “Esperando el autobús”. Temas poderosos, cantos de batalla en los conciertos, un “Esperando el autobús” con ritmo frenético tipo AC/CD, escupiendo crítica social:

Por todos los que entienden bien nuestras palabras
por esos que se comen el miedo y la rabia
la gente de la calle la gente sin opinión
la realidad destrozaré
la libertad emboscaré
el autobús no va a llegar
andemos debemos continuar

En el rock local nunca antes se habían escrito cosas así. La palabra era el núcleo, bajo batería y guitarra eran un solo riff que servía de soporte al mensaje:

Aquí voy como un papagayo herido en la tormenta
con el color destrozado por la lluvia
arrastrando trapos viejos en la cola
tratando de encontrar un sitio en la luna

https://www.youtube.com/watch?v=hpmdlKptgW8

A La Misma Gente se le arrimó el motete de rock urbano, y ciertamente había algo de eso: las metáforas sobre la realidad circundante eran constantes. Aunque inmerso en lo citadino podía aparecer un joropo rock, como “La canción del que se va”, experimento donde el cuatro se funde con la sección rítmica y la guitarra se acerca a melodías autóctonas.

https://www.youtube.com/watch?v=_rPzSOW3XwI

Luego de unos cuantos despechos empotrados en baladas rock, despide el álbum una composición hecha a la medida del baterista, “Canción del tamborero”, simulando hechura en tonalidad Cream (Jack Bruce), gran furia del bajo y nuevamente voz y lírica de PTT.

Hoy he viso al tamborero llegar a una encrucijada
donde el camino más corto también es una bajada
le he visto agarrar la muerte por el cuello y dominarla
hoy he visto al tamborero
ganar su mejor batalla

Unas de las mejores letras del rock nacional, con el hard rock como esencia. La Misma Gente fue eso, rock pesado con perspectiva caraqueña, el imaginario de Pedro “PPT” Lizardo, el médico rockero, con voz limitada pero puro corazón en tarima, entrega total en formato de poesía rock.

Como se decía en los años 80, en tiempos de metal: “larga vida a La Misma Gente”.

Miguel Angel Noya: Gran Sabana (1984)

Miguel Angel Noya, músico de formación académica con juventud rockera, en los años 80 decide apostar por acercar la sacrosanta música electroacústica venezolana y las intelectuales tendencias de la electrónica de vanguardia a la gente de calle. Intuye una nueva electrónica que une las entelequias antes mencionadas al pop y a la cultura de masas, surge Gran Sabana.

En tiempo récord, una semana, con limitados recursos tecnológicos y haciendo de tripas corazón, asume la producción lo-fi de lo que sería un audaz intento de crear un Frankenstein nativo con extremidades synth pop, tronco ambient, cabeza de correos cósmicos y remaches Kraftwerk.

Noya tenía las antenas abiertas a todo tipo de objetos electromusicales no identificados y también debidamente clasificados. Para la segunda mitad de 1984 nos presenta su nuevo “hombre” producto de la fuerza de la electricidad. Compromiso instrumental salvo algunas lejanas voces en un par de temas, cacofonía de sintetizadores, variedad de subgéneros, los teclados Roland hacen lo suyo, no más de 35 minutos, ritmos a la TR808.

Comienza esta colección de surcos con “El viaje de Ang”, acelerado pop sintético con reminiscencias de Jean-Michel Jarré y la tradición electrónica alemana, tendiendo puentes entre los 70 y los 80. “Encuentro” y “Luna 5”, acercamiento al ambient y la grandilocuencia del griego Evángelos Odysséas Papathanassíou (grandilocuente como su nombre), si se me permite, encontramos un Brian Eno a todo volumen. Ya estamos buscando el futuro: “Vida cotidiana” y “En las vertientes”, dos composiciones que apuntan al techno, minimalismo y a la ola fría del pop europeo: Gary Numan, Orchestral Manoeuvres in the Dark y, por supuesto, Kraftwerk.

Con todo este entramado de cables, circuitos y energía, Miguel Angel Noya sale de su zona de confort y se conecta en frecuencias desconocidas en nuestro país. “Gran Sabana”, track central del disco, diez minutos de epístola ecologista, comienza y termina con recreaciones ambientalistas, polirritmos sintéticos seducen y llevan a un dance introspectivo -no era temporada de Djs-.

Sin duda, Noya nos regala un pequeño fresco de “recuerdos del futuro inmediato”. Conseguir el vinil original es imposible, pero ya ha sido reeditado en cd, con bonus tracks: alegría para el alma.

Yordano: Yordano (1984)

Compositor buscando banda y músicos preguntando por compositor cantante: el sortilegio como sinónimo de encanto se dio. Se encontraron, la conexión fluyó, resultando Yordano, el segundo trabajo como solista de Giordano di Marzo.

La agrupación Melao germinaba a comienzo de los años 80 y serviría de preámbulo nacional a la tan esperada presentación de Queen en el Poliedro de Caracas. Era un quinteto con Ilan Chester a la cabeza. La iniciativa se desmorona y la tenacidad de Ezequiel Serrano logra su recomposición sin Ilan. Como Ave Fénix, se regenera el quinteto: Eddy Pérez en guitarras, Nené Quintero en la percusión, Willie Croes en los teclados, Ezequiel en vientos y dirección. La criatura es bautizada como La Sección Rítmica de Caracas.

Luego vendrían las canciones de Giordano y surgiría uno de los emprendimientos más innovadores y exitosos de la industria musical venezolana.

Un álbum que no era rock, pero casi todos sus integrantes venían del rock, en tal sentido en su tuétano tenía latente el blues y el rock and roll. Yordano, la placa discográfica, daba fe de que dos más dos no necesariamente son cuatro. Esencia rock, ritmos caribeños, jazz, pop universal y hasta canción italiana hacían sumatoria para dar un nuevo producto, indefinible, al que algún periodista le dio por llamarlo “nueva canción venezolana”.

Ese tsunami de métricas antillanas con las historias contadas a la manera de Giordano, cargadas de noche, calle, humo y mucho amor versus desamor. Como dijo Ezequiel desde el principio, no quiero canción protesta, quiero algo agradable, festivo, que relaje al escucharlo.

Ezequiel Serrano tenía claro el concepto musical, Giordano supervisaba y consentía, si los arreglos reflejaban el sentir de su canción, iban bien. La ecuación tomaba cuerpo: largas, frescas y armoniosas introducciones a cada tema; solos de guitarras, teclados y vientos que respiraban jazz; arreglos contemporáneos muy latinos y siempre mirando a lo “PoPular”.

Queriendo o no, la dupla Serrano/di Marzo hacen del llamado “Álbum Negro” un proceso educativo dirigido a las grandes masas. Mediante el baile y el disfrute, en las melodías y letras que enganchan el gusto popular van instruyendo el oído con formas musicales de calidad, inspiradas armonías bien elaboradas, siempre con esa manera de engalanar que tiene el maestro Ezequiel, hombre docto no solo en música. Ni hablar de la poesía finamente arrabalera de Giordano.

Todos conocemos los diez temas que conforman el vinil del año 84, además, cada uno de ellos es un single, todas las canciones sonaron por los medios de comunicación, por algo vendió más de 600.000 copias.

“Algo bueno tiene que pasar” y “Chatarra de amor”, el pop lleno de tambores de Venezuela, tratados de manera muy sutil pero allí están los quitiplás, sangueos y ritmos de distintas partes del país. “Otra cara bonita”, guitarras rock, contra tiempos reggae, teclados que saludan a Prince, todo en empaque de son.

Yordano se convierte en bisagra cultural musical de generaciones, cosecha la siembra del grupo Pan, Ford Rojo, Los Balzehaguaos, Esperanto, Sietecuero, Melao, al tiempo que sirve de referencia a músicos de muy recientes festivales Nuevas Bandas: Okills, Anakena.

Y aunque un director artístico de la disquera fue despedido por contratar a Giordano di Marzo, Yordano se convirtió en uno de los mejores discos de la historia musical del país.

Sentimiento Muerto: Sin sombra no hay luz (1989)

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Sentimiento Muerto fue la agrupación adalid de la revuelta postpunk de la segunda mitad de los años 80 en Venezuela. Desde varios puntos de vista alteró la forma de hacer rock: consiguió crear una gran manada de seguidores a sus conciertos cuando el género venía de un revés. SM llega al año 1989 como estandarte de la nueva música en el país.

Ese año se edita Sin sombra no hay luz, su segundo vinil, muchos coinciden que el mejor. Sin miedo y con baterista nuevo deciden pasar a un nivel superior. Como advirtiendo, al tiempo de burlarse, al final del disco, en un surco casi invisible, se escucha el siguiente diálogo:

-Mucho más comercial, algo que venda.
– No sé, se les invierte mucho dinero y luego no pasa nada con ellos.
– Este corre por mi cuenta, tú te confías en mí, yo nunca le he fallado a la empresa.

El aviso es para sus seguidores, informan que lo que acaban de escuchar es algo diferente, un riesgo para la SM y para la empresa. Ya esa manera de ver las cosas era un profundo cambio para los integrantes de la banda que comenzaban a abandonar la adolescencia. Emprendían la búsqueda de su propio sonido, no más The Clash, no más The Cure, no más mirar a la Inglaterra de la década que terminaba.

Algo muy importante, el productor del disco, el reconocido músico venezolano Guillermo Carrasco, lo entendió y los dejó ser lo que querían ser, facilitó el proceso y de cierta manera, lo enriqueció.

El discurso político contracultural de los primeros SM desaparece, prevaleciendo lo psicológico, lo íntimo. Aunque se incorporan composiciones del viejo SM, estos son amoldados al nuevo sonido.

Así surge cierta bipolaridad estilística que se bambolea entre dark y funk, postpunk y experimentación latina, todo anclado en el pop rock, algo de lo que mucho sabía Carrasco.

Diez tracks, agradable enredo de canciones donde ascendemos al funk, “El payaso”, con guitarras típicas de José “Pingüino” Echezuría; descendemos a lo dark en “Transparente”, “Mí bemol” y “Ganas”, este último en clave latina; el pop tiene peso en la producción: “Sin sombra no hay luz”, “Ojos chinos”, “El barco”, destacando el tratamiento en la voz de Pablo Dagnino -quien siempre tuvo un perfil muy propio- que se ve resaltada en este álbum. “Nada sigue igual” y “Resiste”, clásicos de SM donde Sebastián Araujo (batería) y Wincho Schafer (bajo) hacen lo suyo. Mención especial merece “Ayug Paye”, ensayo en cuanto fusionar tambores locales con rock, autoría de Pablo y su, para ese momento, esposa.

Este trabajo hace que Pablo tenga mayor presencia compositiva, pero la dirección creativa, declarada o no, sigue estando en manos de Carlos Eduardo “Cayayo” Troconis (guitarras y coros). A partir de acá comienzan las fricciones al interior de la agrupación, algunos se irán, otros entrarán, seguirán avanzado los cambios musicales, y las contradicciones entre pop y rock se profundizarán.

Un álbum de crecimiento, de madurez, con decisiones necesarias, algo normal en la vida. El resto es historia.

Los 5 discos internacionales indispensables de los años 80 están aquí.

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