Cultura

Años 60: los cinco discos que marcaron la ruta

Para entender la música que escuchamos hoy, debemos mirar al pasado. Cada década tiene sus discos indispensables, los que ayudan a ubicar a los protagonistas de los grandes cambios. Comenzamos esta serie especial arrancando desde los años 60 con las cinco grabaciones esenciales de esos tiempos. Y en la próxima entrega conoceremos las producciones venezolanas más importantes del mismo período

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En cada época surgen grabaciones que lo cambian todo, que impactan o que resultan fundamentales para entender el momento y la evolución del rock y el pop. Arrancamos aquí una serie que identifica los diez discos indispensables de cada década a partir de los años 60: serán cinco internacionales y cinco hechos en Venezuela.

¿Es esta una escuelita del rock? Este viaje lo propone Félix Allueva, presidente de la Fundación Nuevas Bandas, autor de varios libros sobre la historia del rock y docente universitario en estos temas.

Sam Cooke: Live At The Harlem Square Club (1963)

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En menos de dos años, luego de grabar este álbum, Sam Cooke murió. La pregunta persiste hoy: ¿hasta dónde hubiese evolucionado la música de Cooke de no haber desaparecido tan joven? Él es la voz por excelencia del soul, del pop negro. Su presencia fue tan imponente que quienes vinieron después le deben mucho: Otis Redding, Marvin Gaye, Al Green, Teddy Pendergrass. Hasta en las producciones del controversial -y muy de moda- Tayler The Creator se escuchan ecos de Sam Cooke.

Viniendo de la tradición religiosa, directamente del góspel, su canto trascendió a lo pagano, convirtiéndose en uno de los soulman más sensuales y emotivos y que construyendo baladas de amor atemporales incitaba al pecado. Este disco, Live At The Harlem Square Club, tiene todo lo anterior y mucho más, pues es un Cooke directo, que rompe con “el traje formal” de sus habituales presentaciones para desplazarse a un soul desaliñado, revoltoso, ruidoso, que logra atrapar por la fibra cadenciosa.

Considerado por los conocedores como uno de los mejores registros en vivo, es un álbum que, cual resultado de polaroid, muestra al naciente soul (en particular) y a la música afroamericana (en general) en plena evolución, proceso que facilitará la aparición de Aretha Franklin o el funk de James Brown, quien hará algo parecido en Live At The Apollo casi en paralelo al disco de Cooke.

Esta histórica grabación de facto se convirtió en un “grandes éxitos” en vivo, teniendo el mérito de presentarnos a un cantante negro que comenzaba a propagarse entre el publico blanco, lo que no era poca cosa en los Estados Unidos de 1963.

Bob Dylan: Highway 61 Revisited (1965)

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Encontramos en esta visionaria obra de Dylan un puente entre su protorrockero Bringing It All Back Home (1965) y la armoniosa encrucijada de rock, country y folk que representó Fifth Dimension, de The Byrds (1966). Highway 61 Revisited también fue una bofetada a los puristas de la folk song norteamericana y al pop simplón de muchas bandas de ese momento. Bob, como siempre, confió en su instinto y en su irreverente proceder frente a los medios y críticos musicales.

Para esta grabación buscó a unos recién conocidos amigos, entre otros al aventajado guitarrista de blues Michael Bloomfield y a un muy joven Al Kooper, quien haría una impresionante labor en el órgano Hammond, combinación que llevaría el proyecto musical a un inesperado terreno con una fuerte base blues, cambiando paradigmas sonoros. Aquí formalmente nace el folk rock, el cual, a través de otros artistas se desarrollará aceleradamente erigiendo laberintos cuasi infinitos de tendencias dentro de las tendencias.

Dicen que Led Zeppelin alargó los singles rock de 3 a 8 minutos («Stairway to Heaven»), Dylan lo hizo en 1965 con «Like a Rolling Stone«, que cristalizó en canción blasón del álbum, al tiempo que himno generacional.

El otrora cantautor folk, voz convertida en marca y letras que despedazaban lo establecido, con Highway 61 Revisited iba a por el rock.

A partir de esta iniciativa el género cambió de actitud y forma, se comprometió con lo social, hizo poesía y comenzó a romper normas. Irrumpía así a la segunda mitad de la década, le seguirían el Mayo Francés, el advenimiento del movimiento hippie, la lucha por los derechos civiles… El rock ya nunca sería igual.

The Beach Boys: Pet Sounds (1966)

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Los californianos The Beach Boys buscando superar la ingeniería de sonido de Phill Spector, la llamada “Wall Of Sound”, bajo la presión de la rivalidad en la industria de la música y con una sobrecarga de inspiración, talento, composiciones y un poco de ayuda lisérgica, dan a luz esta obra maestra del pop universal.

Brian Wilson, quien era el líder indiscutible de la agrupación, avanzaba éxito tras éxito, mucho surf y baladas pop que encantaban a las riadas de adolescentes. Pero el jefe da un golpe de timón y opta por variar el rumbo. Se arma de músicos profesionales, músicos de sesión, dejando en un segundo plano al resto de los Beach Boys; contrata a un letrista de alto vuelo (Tony Asher) y se lanza en una búsqueda quimérica.

Exuberancia, utiliza todos los colores de la paleta. Melodías que no podían ser retenidas en su cabeza buscaban las armonías perfectas. Instrumentación no convencional, bajos duplicados y reverberación a más no poder, y claro, soft rock.

Arribamos entonces a una especie de sinfonismo pop, un álbum adelantado a su época. De esta manera, Brian Wilson tocó las puertas de la psicodelia y casi alcanza la locura, asegurando que “una voz interna dirige mi obra”.

A pesar de su sordera en un oído, lo que en parte impuso un sonido monofónico al disco original, Wilson concibió una de las producciones indispensables (aquí cabe totalmente el término) para el entendimiento del pop rock.

Comienza una carrera creativa al interior de los estudios de grabación, convirtiéndose los mismos en un instrumento más; se abre la caja de pandora de la experimentación. Y cuando Brian creía que lo tenía todo controlado… apareció «Strawberry Fields Forever», de The Beatles.

The Beatles: Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967)

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¿Cómo personajes y situaciones rutinarias son convertidas en fantasías psicodélicas? ¿De qué manera una serie de canciones, aparentemente no emparentadas, se transmutan en disco conceptual? ¿Puede el rock entrar en hibridación y de ser uno pasar a ser múltiple? Todas las respuestas las tiene Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band.

Eran años de experiencia, muchas libras esterlinas acumuladas y reconocimiento internacional lo que tenían los chicos de Livepool en la mochila. Sufrían de una desbordante creatividad y, si se quiere, necesidad de cambiar su entorno. La sumatoria de todos estos elementos facilitó el proceso.

A The Beatles no se les negaba nada en 1967, venían de las ovaciones por Revolver (1966), así que cuando brotó la alucinante idea del Sargento Pimienta y su banda, no hubo peros, todo lo que pidieron se les otorgó.

Las costosas horas de ensayos y grabaciones no tenían límites: localizar y contratar músicos tradicionales -ocho pianos de cola para ejecutar una sola nota- o nuevos instrumentos –el inédito mellotrón incluido- fue el pan de cada día. Se abría camino el álbum más ostentoso jamás diseñado.

La historia a veces es injusta, todo lo que había buscado Brian Wilson (The Beach Boys) para su Pet Sound, lo lograron The Beatles un año después, en parte, como respuesta del mercado al gran esfuerzo de Wilson.

Un inventario de lo que encontraremos en este viaje musical es abrumador. Probemos resumir: el espíritu rock guió la ruta, completaron con tradición y clasicismo europeo -toques barrocos en instrumentos y composición-, vodevil, avant garde, música aleatoria. Y también hay que contar la introducción de patrones foráneos -posición adelantada, lo que llamaríamos años después world music-, etcétera.

Al listado habría que agregar: rompedoras técnicas de grabación -iniciativa del maestro George Martin y su equipo-, el registro por canal de instrumento por instrumento -algo absolutamente novedoso-, la creación de texturas y diversas capas sonoras, manipulación de la velocidad en las cintas grabadas y muchos trucos más.

Una producción muy emotiva, nunca antes escuchada. La memoria musical e inconsciente de Lennon, McCartney y Harrison salieron a flote. Hubo previsión y técnica, pero también acción del momento: “a ver, cómo suena esto”. Escuchen los “arrítmicos” tom toms de Ringo en «A Day In The Life«.

Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, el imponente disco rock de los 60, luego vendrían otros… pero el Sargento fue el primero.

The Velvet Underground & Nico (1967)

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Era inminente un “verano del amor” lleno de vivos colores y una cultura hippie saturada de flores e incienso. Al doblar la esquina estaba el Festival de Woodstock con sus “3 días de paz y música”. Paralelamente, en la ciudad de New York, se inició una sigilosa revolución donde aplica perfectamente la expresión “sexo, drogas y rock and roll”, el lado oscuro de la movida contracultural de los años 60.

Esta es la historia del encuentro de cuatro músicos provenientes de referencias socioculturales equidistantes, unidos por el deseo de hacer una música diferente que saboreara los manantiales del rock and roll rudimentario, acordes básicos pero bien empleados en los momentos requeridos y mucha poesía inspirada en sexo radical, adicciones y en las sombrías calles de la megalópolis que albergaba al grupo.

La punta de lanza compositiva: Lou Reed y John Cale. El primero, la conexión callejera, hombre leído pero con una lírica con caló y éter neoyorkino. El segundo, talante británico, estudioso músico con sometimiento al minimalismo, al ruido y cierta conducta lúdica frente al volumen.

Este par, amalgamados por la guitarra rítmica de Sterling Morrison y la percusión femenina de Maureen Tucker, acercarían la propuesta a una “escritura espejo vinciniana” de free jazz en el mundo del rock.

Al cuarteto se le adicionaría una cantante alemana, Nico. Básicamente impuesta por el financista de la entelequia llamada The Velvet Undergroud, o sea, el muy pop Andy Warhol. La protegida del afamado artista era un ícono sexy, modelo y dudosa cantante, que daba un acento nórdico insuperable, encantador y sombrío a las composiciones de Lou Reed. Los Velvet aceptaron regañadientes. Y funcionó.

The Velvet Underground no fue una banda ni un álbum popular, más bien entraron en el ámbito de “grupo de culto”, fueron los bichos raros de su generación.

Mientras la movida hippie y psicodélica enfatizaba el amor y hermandad de la humanidad, los Velvet guiaban sus misiles a lo real urbano, a la hostilidad de la noche en Nueva York, al sadomasoquismo, la diversidad sexual y el opaco universo de las drogas. De igual forma, se convirtieron en el contrapeso del lado este de Estados Unidos al fenómeno The Doors, discutibles primos cercanos.

La cultura musical de las décadas siguientes le debe mucho a este álbum. Piensen en David Bowie, Iggy Pop, Joy División, New York Dolls o Sonic Youth. Grandes corriente estéticas y sonoras se iluminaron gracias a Velvet: glam rock, punk, noise y gran parte de la manada dark. Simpatías que se seguirán repitiendo a lo largo del nuevo siglo en formato neo o pos.

Próxima entrega… los cinco discos del pop rock venezolano de la década de los 60

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