Cultura

"Animales fantásticos 3": ¿tiene futuro el universo de JK Rowling?

La tercera entrega de esta saga llega a los cines y las discusiones en torno a ella suelen ir más allá del resultado final de la producción: la diatriba en torno a JK Rowling pesa. Sin embargo, hay que enfocarse en lo importante: la película, sus aciertos y sus fallos

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Animales fantásticos

Hace menos de una década era impensable que una producción basada en el universo de JK Rowling pudiera correr el riesgo de fracasar. O al menos, de que sus acérrimos fanáticos pudieran convertirse en un factor peligroso para la supervivencia del proyecto. Después de todo, su saga literaria se convirtió en una de las más leídas de la historia y la adaptación cinematográfica en un fenómeno generacional venerado por una audiencia que creció a la par de sus personajes favoritos. Por entonces, Rowling —y la marca que representaba— era sinónimo de éxito inmediato. Y existía un reconocimiento público de su talento, generosidad y capacidad para renovar el género de lo fantástico a un nivel más accesible a un público más amplio.

Pero luego de un lustro de incómodas discusiones y debates, la figura de la escritora se encuentra en un punto complicado. Buena parte de sus fanáticos son adultos que rechazan varias de sus posturas públicas, y los más jóvenes encuentran parte de su obra incompleta, inacabada y desarrollada a prisas para parecer inclusiva, sin serlo de origen. De alguna forma, Rowling se volvió incómoda.

La Rowling escritora lucha en la actualidad con una contradicción. La de convertirse en un peso que puede destruir su legado literario y tratar de sobrevivir a una diatriba que tiene poca relación con lo puntual de su herencia a futuro.

A esta presión añadida debe enfrentarse “Animales fantásticos: Los secretos de Dumbledore” de David Yates. El film llega después de casi cuatro años de retrasos, reescrituras del guion y un replanteamiento total de su historia. También, de una situación complicada que provocó que Johnny Depp saliera de la producción por su juicio de divorcio y maltrato. En mitad de algo semejante, el spin off de una de las sagas más rentables de la historia del cine, terminó por encontrarse en una grieta peligrosa.

Por un lado, debía responder a las expectativas de los fanáticos, a las exigencias de la controversia que rodea a Rowling e incluso, al sentido mismo de su permanencia. Al otro extremo, dirimir la cuestión sobre si esta serie de películas, que de alguna manera reescriben el universo original, podrían sostenerse por sí solas.

El film de Yates no lo hace. De hecho, vuelve a cometer los errores de las dos anteriores y la sensación general es que el argumento tiene reales problemas para superar sus baches de cronología y coherencia. Pero al menos cumple un propósito más simple y emocional: el de regresar al universo mágico de la escritura y rescatar, en la medida de lo posible, los últimos retazos de magia cinematográfica.

El derecho a la magia

“Animales fantásticos: Los secretos de Dumbledore” comienza en el mundo que está a punto de sucumbir a los encantos de Grindelwald. El villano, que hasta ahora había sido interpretado de forma extravagante y levemente perversa por Depp, regresa con el rostro del danés Mads Mikkelsen y un nuevo sentido de la maldad. Si el personaje creado por Depp tenía un aire fascista basado en la manipulación de un líder carismático, el reimaginado por Mikkelsen es mucho más extraño y malicioso. También más adulto y menos caricaturesco.

El golpe de efecto permite que el tono de la historia cambie y evolucione. De la sinceridad casi infantil de la primera película estrenada en el 2016, al tono desordenado y operático de su secuela del 2018, esta tercera parte de una improbable pentalogía es más oscura. Más densa, mejor construida. Elegante y sofisticada. Pero, aun así, es evidente que hay un cambio de ritmo al subtexto que hace que el argumento sea más depurado, pero menos emocional. Los guiños a la saga original se han convertido en vínculos consistentes que sostienen como pueden la historia que se anunció en las anteriores películas.

De nuevo, Dumbledore (Jude Law) es el centro de la acción, en la medida en que todo el argumento gira en torno a sus silencios, omisiones y su búsqueda de redención. Por otro lado, el Newt Scamander de Eddie Redmayne, ya no es el tímido adorable que lidia como puede con una responsabilidad que le sobrepasa. Como el resto de los personajes, su madurez es evidente, pero también, la pérdida de la inocencia, la fractura que le separa de su ingenua mirada sobre el mundo mágico y la percepción de lo extraordinario.

Por supuesto, David Yates, veterano en la mitología de Rowling en la pantalla grande, maniobra con mano firme con el compromiso de interpretar la magia desde la perspectiva de un adulto. Alejado de los guiños bondadosos y juguetones de las dos primeras películas de la franquicia, brinda un sentido casi épico a la nueva historia. Los efectos digitales subliman hechizos y conjuros, elevan a la categoría de criaturas inexplicables a los personajes. Mucho más que en cualquier otra entrega, la película profundiza en el hecho de que los magos en realidad tienen poca relación con el mundo humano y cualquier habitante del sustrato mágico lo comprende tan poco al punto de resultarle completamente ajeno.

En sus mejores momentos, el guion, de nuevo escrito por Rowling ahora junto a Steve Kloves, analiza la influencia de la magia como un derecho por encima de lo natural. Un privilegio que los magos exploran desde su consideración al resto de los seres humanos que ignoran su existencia.

“Esconder la magia es solo destruir un mundo más rico, en favor de seres más pobres”, dice Grindelwald en voz baja y enfurecida. Su obsesión por el poder tiene poca relación con una vanidosa codicia —la historia lo plantea así en sus primeros momentos— y está más emparentado con un retorcido sentido de la justicia.

Los oscuros lugares

La primera escena de la película —que muestra a Grindelwald y a Dumbledore en una tensa conversación— establece el ritmo y el tono del argumento. Recuerdan su historia en común, su pasión por el conocimiento y el pacto que los separa para, a la vez, unir a ambos en vínculo doloroso. Queda claro que amistad es una palabra no muy adecuada para describir el contexto que les une. Dumbledore es un personaje escindido por la pena, la tragedia y un trauma antiguo. Grindelwald tiene una postura concreta, dura y perversa. Ambos están destinados a chocar, un enfrentamiento que la magia podría evitar, pero que resulta inevitable.

Un antiguo hechizo lo impide, de modo que Dumbledore decide reclutar un equipo y crear las condiciones para evadir la vigilancia de Grindelwald, poderoso y casi invencible. Esta vez, el argumento enfoca su interés en el futuro director de Hogwarts y quizás, es una solución ideal para conducir la historia a lugares nuevos. Los animales fantásticos no son en realidad importantes (o al menos, solamente uno lo es), lo que permite a los personajes volverse símbolos de una lucha entre el bien y el mal. De la misma forma que en la saga Harry Potter, la batalla es por ideales, supremos, sin ambigüedades ni dobleces. Se extrañan un poco los grises, los espacios incómodos, los cuestionamientos. Pero el guion está mucho más interesado en sostener la condición del propósito de la bondad, que en permitir a sus personajes analizar sus lugares en un universo complejo.

Al final, la película refleja con dolorosa transparencia las vicisitudes que sufre el universo mágico de Rowling fuera de la pantalla. Parece por momentos muy interesada en recordar lo relevante de este estrato frágil de la fantasía, de los motivos por los cuales se entrecruzan los caminos de quienes intentan sostener su permanencia. Pero no logra del todo ser convincente. De hecho, para sus escenas finales, la gran pregunta sobre si un cuarto capítulo llegará a filmarse, es inevitable. Mucho menos, si veremos el final de esta historia de magos pesarosos, adultos, cansados, con demasiados secretos a cuestas y agotados de lidiar con una guerra que les sobrepasa.

¿Habrá espacio para el universo de Rowling en el futuro? Lo plantea la película sin querer. Y esa interrogante es, precisamente, la única que no tiene respuesta entre las docenas de cabos sueltos que el guion logra cerrar con habilidad.

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