Opinión

Amar a Olga, memoria y realidad

El escritor Fedosy Santaella reflexiona sobre la obra de Gustavo Valle que acaba de publicar la Editorial Pre-Textos: "Nos entrega una novela de lenguaje muy bien cuidado con una historia íntima, conmovedora pero también terrible"

Publicidad

En el cuento popular japonés «Urashima Taro», el pescador que lleva ese nombre pasa siete días en el palacio de la reina del mar. Allí vive momentos de felicidad plena en el esplendor y la maravilla, pero luego, de regreso a su tierra, se encuentran con que todo ha cambiado y que el lugar que había sido su casa no es más que un terreno rodeado de escombros. Descubre a poco, en una conversación con un anciano, que han pasado setecientos años y no siete días, como él había creído.

Me interesa de este cuento fijarme en la idea de la vuelta, en ese paso a través de la membrana del presente (sin importar cuál sea, bueno o malo) hacia ese otro presente que se anhela igual al de un recuerdo del pasado. Para Urashima Taro, la imagen de esa casa, de ese pueblo suyo, era la de un lugar intacto, su simbólico centro de mundo. Pero el pescador regresó, y se encontró con que la realidad era muy distinta a lo que guardaba en su mente. El tiempo no transcurre en vano, es una máquina de cambios; aunque hay, sin duda, lugares de la memoria que son paraísos, islas que nos sustentan, y que se mantienen intactas conformando nuestra alma, lo luminoso en nosotros. Es así como el hombre tiene siglos contándose historias para crear cultura, para saberse o recordarse sensible, hermoso y bueno. La memoria, se ha dicho, se mantiene fija; el presente en cambio se transforma, y no necesariamente para mejor. Con Amar a Olga (Editorial Pre-Textos, 2021), Gustavo Valle explora estos territorios y sale airoso, no con soluciones, sino con un gran relato que ha dejar en el lector una buena cantidad de preguntas importantes.

Así, Valle nos entrega una novela de lenguaje muy bien cuidado con una historia íntima, conmovedora pero también terrible, que se estructura en dos grandes partes.

La primera va regada de humor y reflexiones luminosas, en ocasiones a modo de brillantes aforismos en torno al amor juvenil, el despertar sexual, las relaciones de pareja y el matrimonio. La segunda, se adentra en terrenos más oscuros y se abre paso a través de una búsqueda obsesiva impulsada por el recuerdo de aquel pasado isla que ya no es.

En este primer tramo del libro, nuestro protagonista, sin nombre sino hasta el final de las últimas líneas de la historia, va alternando su presente de ruptura amorosa con el recuerdo de un amor juvenil que comienza a obsesionarle de tal manera que va dejando atrás la memoria en un avance empeñoso, de Sísifo casi, hacia el presente de Olga, la amada que ocupa las remembranzas de nuestro protagonista. Se hila, este primer momento de la novela, de un modo fresco y fragmentario. El ingenio, el lenguaje y el humor fino toman acá un puesto privilegiado, y uno va leyendo, disfrutando de la ocurrencia y del estilo aforístico de ciertas frases, en camino, casi sin percibirlo, hacia el otro gran bloque de la novela.

La segunda parte se presenta como la ruptura de la membrana. Nuestro protagonista pretende ir de manera física hacia su propia isla. Su alma está destruida y busca sanarla rompiendo, cual invasor, esa membrana que separa los universos de la memoria y la realidad. Se atreve así a volver al presente de su pasado, pero del otro lado esperan monstruos y tragedias, y el resultado no puede ser más catastrófico para él y para Olga.

Con frecuencia, la vida se encarga de arruinarnos los planes, o nos da algo que deseábamos pero a cambio de un costo muy alto. Con esto se encuentra el protagonista: con que la memoria no es igual a la vida (obvio es, pero él, en su obsesión no quiere verlo), con que Olga ha cambiado y que ella, su mujer/isla, es en realidad un campo minado.

En esta segunda parte de Amar a Olga está la Venezuela actual. De manera tangencial, o quizás, digamos, de un modo íntimo, más profundo y por ende más complejo. El antagonista surge justamente en la segunda parte y en relación directa con Olga. Este oficial de las fuerzas armadas venezolanas es un ser atroz y letal que se ha lucrado con el robo y el hambre del país. Él es nada más y nada menos que la dura realidad del presente de Olga —y de un país entero.

Con todo y que la Venezuela actual está allí presente, Valle no narra la tragedia con intenciones de una supuesta vistosidad comercial, sino desde la sutileza y como parte de un drama muy específico. Esto es un gran punto a favor de la novela, porque, si lo meditamos bien, sí narra un país, pero desde más adentro, de un modo más certero y sensato y no desde algo así como una politixploitation venezolana, si se me permite el juego de palabras a lo cine B.

En Amar a Olga encontramos finura, ingenio y creatividad en el estilo; amor y humor vistos dentro una historia de crecimiento (algo de bildungsroman lleva el texto), y un drama brutal tratado de una manera delicada que no apela a los facilismos del mercadeo. Como todo buen trabajo literario, Amar a Olga es una viaje exploratorio hacia una historia que se va construyendo en terrenos inexplorados, cargados de preguntas. La novela busca, tantea, se adentra en la memoria y el presente, explora lo que somos y lo contrasta con la promesa de lo que pudimos ser pero que fue aplastado por la oscuridad de los poderes, sean estos el azar, nuestros vicios, obsesiones, malas elecciones personales, la enfermedad, la guerra, o la política de un país, incluso todos o varios de ellos entrelazados, dependiendo de cada vida en particular.

Amar a Olga, la tercera novela de Gustavo Valle, da cuenta de la persistencia y del pulso correcto de un autor fundamental de la literatura venezolana contemporánea.

Publicidad
Publicidad