Melomanía

Vicente García, el embajador viajero de la "candela" dominicana

En el año 2017 el dominicano Vicente García se alzó con tres Latin Grammy, incluyendo el de "Mejor nuevo artista". Desde entonces su trabajo ha evolucionado a partir de su profunda inmersión en los ritmos de su tierra natal y sus conexiones con otros sonidos. "Candela" es su más reciente disco -que también compite en los Grammy- y con él está recorriendo buena parte del mundo. UB conversó con Vicente en Buenos Aires

TEXTO: ANA CRISTINA FRÍAS @ANARTEFRIAS FOTOS: MAXIEL VÁSQUEZ @MAXIELPHOTO
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“Por ahí me escribieron y que gracias Vicente por traer el sol“, dirá sonriendo más tarde, a punto de salir al escenario, divertido por el comentario que le dejó alguna fan por Instagram. Pero es cierto, desde hace días en Buenos Aires no paraba de llover y el sol no quiso salir hasta el viernes 18 cuando finalmente el cielo amaneció despejado, sin nubes, sin humedad, sin lluvia.

Vicente García y su banda se instalaron y trajeron con ellos la primavera -por 24 horas- como parte del Candela Tour que ya lleva más de 20 conciertos alrededor del mundo en lo que va de 2019. Su paso por Buenos Aires ocurre después de presentaciones por Costa Rica y Perú que Vicente definió como “noches inolvidables“, en las que el público coreó con desenfreno toda su discografía.

En la entrada de Groove me recibe Pablo, su hermano y stage manager. Hay algo en la voz y en la mirada que es exactamente igual a Vicente. Saluda con simpatía y avanza rápido por la sala: “Vicente te está esperando“, dice, mientras me abre paso por un pasillo de múltiples puertas donde la banda descansa.

Camino hacia el camerino las voces del fondo se van desplegando en un abanico maravilloso de acentos y expresiones que traen el Caribe de vuelta a mí, lo hacen próximo y entrañable. La banda de Vicente es colombiana y dominicana, se les escucha contentos, en total complicidad. Hacen tiempo para empezar la prueba de sonido. Son esos minutos los que tengo para conversar con Vicente.

vicente

-Has hablado en varias entrevistas sobre un viaje que hiciste por República Dominicana donde conociste y exploraste los diferentes géneros y ritmos musicales de tu país. ¿Cómo fue ese viaje? ¿Conociste directamente a los cultores de cada región? ¿Tienes registro de lo que te enseñaron?
-De cierta forma inició con Melodrama, que fue mi primer disco, a través de la bachata y a través de la música latina en general. A pesar de que yo hago música tropical y ya la conozco muy bien, toda mi niñez y juventud no escuché música tropical. Entonces empezó a nacer un interés de ponerme al día. Empecé a oír a Cortijo y su Combo y toda la música de los años 60 y 70 latinoamericana y caribeña. Pero después, en Melodrama, yo tuve una situación con la disquera con la que estaba: querían que me fuera más para el lado de la bachata comercial, como el sonido de Aventura y Prince Royce y eso fue como un desencuentro y ahí yo pensé en dejar la música y dedicarme a componer para otros artistas.

Entre Melodrama y A la marpasaron cuatro años. Todo ese tiempo trabajé componiendo y también empecé a profundizar mucho más lo que había empezado en Melodrama y a hacerlo de una manera más directa, pero no fue como “voy a hacer un disco y necesito ir a viajar”. Fue simplemente interés. Hice talleres de etnomusicología en Santiago de Los Caballeros -que es la segunda ciudad más importante de República Dominicana- y ahí empecé a codificar la ruta de lo que quería hacer. Empecé a viajar y a conocer sobretodo la afrodescendencia y la música afrodominicana. Fui a Villa Mella, que es una región que está al norte de Santo Domingo, no muy lejos, como a media hora o 45 minutos. Pero cuando tú llegas ahí todo es distinto a Santo Domingo.

Me llamó muchísimo la atención tener contacto con las manifestaciones mágico-religiosas también y los toques de tambor, los cantos y empecé a cambiar de referentes. Aunque trabajé la bachata en el primer disco el estilo de cantar y todo tenía mucho de lo que era mi influencia anterior, del R&B, del soul, de Stevie Wonder. Y conocí unos cantos más sencillos pero que a la vez eran mucho más profundos. Y eso empezó a pasar en mí, ese cambio de chip. Y lo más bonito de todo es que comenzó con la música pero terminé amando a mi país y terminé entendiendo de dónde vengo y -suena cliché pero- realmente entendí por qué mi abuela es así, o por qué mi tíaabuela habla de esa forma o por qué se dicen tales cosas o por qué le rezan de tal forma…

Son cosas que trascienden lo musical y que a través de la música uno las entiende y que, de cierta forma, hacen que la música tenga una fuerza mucho más grande al mismo tiempo. Como que se retroalimenta una cosa de la otra: lo musical con lo no musical.

Fui a una fiesta que se llama «La fiesta de los hermanos Guillén»: ahí se juntan varias regiones del país, todas las manifestaciones folclóricas, mágico-religiosa, tambores, chuines, sarandunga de Baní, todos los rezos, las salve. Todo eso me empezó a encantar, sin saber si iba a seguir siendo intérprete o artista, digamos, más allá de componer pa otro.

Luego de un tiempo, a la par con los viajes, me ponía a buscar, compraba libros. Los talleres de etnomusicología afroantillana me ayudaron mucho a saber dónde y cómo buscar. Entonces siempre que podía compraba y buscaba libros de folklore afro-dominicano, orígenes de la bachata, orígenes del merengue. Y nada, así también empecé a hacer amigos que tenían el mismo interés.

Suena, ahora mismo, de atrás pa´lante, como si fuera una investigación pero nos íbamos a pasarla bien, a beber cerveza y a hablar con la gente, a preguntar muchísimo, a grabar videítos, qué se yo… Tú sabes, no era como una investigación, digamos… sí es seria, ahora que lo veo desde lo que sucedió y del resultado, pero en ese momento no era nada académico ni nada por el estilo.

-¿Y esa especie de saudade campesina que flota en tus canciones, también viene de allí?
-Sí, justo iba a ir ahora a ese punto. Mientras estuve haciendo esos viajes, me fui a Colombia y ahí fui a un mercado musical que se llama CIRCULART en Medellín. Yo había ido muchas veces antes a Colombia y sentía que la gente entendía bien lo que yo quería hacer o la música que yo hacía. En ese viaje encontré a muchísimos jóvenes abrazando el folklore de su país y eso fue importante pa mi verlo: desde la actualidad y entender que sí es posible. Después encontré un grupo de amigos de diferentes estilos de música pero con una vocación importante y yo en Santo Domingo ya estaba un poco como viciado de las comodidades: de vivir con mis padres, etcétera, etcétera. Y decidí irme a Colombia. Entonces todo ese material que había recopilado y que había investigado y buscado se convirtió en una nostalgia porque ya no estaba en Dominicana. Era mi manera de estar allá, componiendo estas cosas que me generaron esas experiencias y por eso hay mucha nostalgia.

-Es que uno conecta muchísimo con eso cuando…
-¡Cuando se va, claro!

-Para mí, precisamente estar en Buenos Aires implicó despertar un poco esa conciencia, aunque creo que en Venezuela igual lo tenía bastante claro.
-Claro y es que es algo tan básico como que en Venezuela tú eres Ana, aquí tú eres “la venezolana“. Allá en Colombia yo era “el dominicano“, “el antillano“, me dicen mis amigos. Entonces eso te va direccionando hacia allá y eso fue importante. Como que, ah, verdad, yo soy el dominicano aquí. En Dominicana tú no eres el dominicano. Claro, eres dominicano pero tu papá era medio español. Yo me sentí muy dominicano cuando me fui a Colombia.

-En un entorno musical que está dominado por una industria que marca mucho hacia dónde tienen que sonar los artistas, ¿cómo fue el proceso de hacer un disco como Candela?
-Bueno, yo creo que con A la mar -y tuvo mucho que ver porque toda esa parte de composición empezó a desarrollarse en Colombia- yo no sabía cómo hacer algo con eso, algo potable, digamos, en términos comerciales. Entonces duré mucho tiempo sin saber qué hacer y ahí conocí a Eduardo (Cabra). Y conocer a Eduardo me hizo identificar muy bien que sí se puede hacer música como uno quiere y que uno no tiene por qué comer mierda (risas). Con amor, sin agresividad: “es que esto es lo que yo soy, lo otro no me queda tan bien“. Entonces A la mar fue importante en ese sentido, y ya después de haber hecho el disco -que fue un trabajo muy sincero porque no era planificado, ni siquiera me planifiqué ser sincero, eso era lo que me había pasado y ya- el irme a Colombia, era el retrato o el reflejo de lo que me iba pasando.

No tenía ninguna expectativa con ese disco. Cero expectativa. Además de que la disquera no lo entendía, no me querían firmar, después que sí me querían firmar… Cuando oyeron el disco dijeron: no entendemos este disco. Entonces fue un proceso raro pero después de que lo terminé y vi el resultado que tuvo, no solo el de los premios, sino de la gente en Dominicana que me decía: “oye, gracias, estoy aquí, demasiado feliz oyendo esta música porque me siento orgulloso de ser de tu mismo país“. Pues, eso, ahí yo identifiqué qué era lo que quería hacer.

A partir de ahí ya no me importa la radio, no me importan los charts, no me importa nada. Yo salgo a tocar música y hago lo que amo. Y cuando tú lo tienes claro empiezan a funcionar las cosas en ese sentido.

Entonces, como había hecho A la mar y también tiene mucho que ver lo que tú dijiste: está todo tan raro que ya en las crisis es donde uno encuentra oportunidades. Bueno, no digo que una crisis pero si está todo tan igual, que yo dije: nada importa. Yo puedo hacer un disco de merengue entonces, y así fue que decidí: ya he hecho bachata, trabajé un poco la afrodescendencia y la música más de raíz.

Todo el trabajo de A la mar me iba enseñando el merengue porque si te vas al campo, a la fiesta de palo, tú oyes los tambores y están haciendo el patrón de la tambora y tocan con güira el patrón del merengue. Con lo cual es como el abuelo de todo eso. Me quedó ahí, bien planteado. Pero era un reto porque el merengue es muy específico en términos de la propuesta: una orquesta, tres bailarines, el sabor y la vaina, las coreografías y esas no son cosas que yo domino.

Lo que decidí fue empezar a buscar en el principio del merengue, antes de que pasara todo lo que hoy se entiende como merengue, y ahí encontré otros estilos y otras formas de hacer merengue: con armónica, con acordeón, con guitarra. En vez del típico tumbao, que sí lo uso también, reemplazar cosas como el acompañamiento, los metales, los arreglos de trompeta y saxofón. A veces eran muy distintas las estructuras de las canciones: las musicales y también las de la composición de las letras: llamado y respuesta. Ya no: verso, precoro, coro, re intro sino como otras cosas también que me empezaron a dar nuevas ideas. Y ahí no viajé tanto. Siempre que puedo viajo y vuelvo a esos lugares, pero ya no vivo allá.

Pero pa’ este disco no hice tanto ese trabajo de campo. Lo que hice fue irme al canal estatal y fui ahí a la discoteca donde tenían colecciones de 78, que son los discos más viejos, los pesaítos, chiquiticos. Ahí empecé a conocer muchos sonidos de merengue que no están hoy. Escuché merengue de Curazao, de Aruba, en papiamento, y ahí empecé a creer que sí podía hacer merengue pero que lo iba a hacer de otra forma.

vicente

-Para el resto del continente la figura de Juan Luis Guerra es un referente muy fuerte de la música dominicana. En algunos puntos uno percibe que conectas con esa herencia. ¿Tener a Juan Luis Guerra por delante hace las cosas más sencillas o más complicadas para hacerse un nombre propio?
-No, o sea, es que Juan Luis es el más grande. Tal vez es más difícil verlo de otra forma porque soy dominicano. Yo a él lo admiro, lo quiero, tú sabes. Sí veo mucha gente que piensa lo mismo, es uno de los exponentes más importantes de la música latinoamericana de todos los tiempos. Con lo cual el hecho de superarlo, igualarlo, queda muy lejos. Y eso me da mucha libertad.

De cierta forma, en un tiempo, sí me di cuenta que tenía que empezar a labrar mi propio camino y no por él, ni por mí sino por como lo veía la gente: “Ah, sí, él es el heredero de Juan Luis, ah, que Juan Luis es tu padrino“. Ah, sí, ok. Y claro, me enorgullece pero mi carrera no quería que se basara en eso, en que yo era el que Juan Luis ayudaba ¿tú me entiendes?

Entonces también tuvo que ver el hecho de que me fui a Colombia, a hacer mi propia cosa, ¿sabes? Desde la parte musical a la parte del manejo de esta carrera todo ha sido un aprendizaje constante y me siento muy afortunado de haber tenido esa oportunidad de viajar tanto tiempo con él, ver cómo funciona la cosa, ver lo esencial y ver cómo hay otros que no ven lo esencial, que andan en otra película. Identificarlos, respetarlos pero saber dónde está el lugar de uno.

Al frente

Llega Pablo García, su hermano y stage manager. “¿Qué – es – lo qués?”, dice, “Tamos readys aquí“. Vicente sube de vuelta al escenario para hacer la prueba de sonido. En un par de horas abrirán las puertas de Groove en el barrio de Palermo, para sumar una fecha más al Candela Tour que ya lleva cinco meses girando por todo el mundo.

La banda suena con fuerza. Empiezan con «Zafra negra» y luego se reparten sucesivamente temas de A la mar y Candela. La canciones cobran vida, el escenario se enciende con timidez. Vicente juega con una cajita que le distorsiona la voz para hacer «Ahí ahí». Hace énfasis en los finales de las frases. Produce un vibrato robótico sutil que retumba en el pecho, aunque solo seamos unos pocos los que vemos el espectáculo, la euforia crece.

Lo que veo es un anticipo de lo que sucederá un par de horas más tarde frente a una comunidad amplia y caribe que se sacudió un poco el frío y la nostalgia a son de palo y guira.

vicente

Candela revela un cambio en tu forma de composición. Si pensamos en Melodrama y luego en Candela, hay una línea común pero también hay como una sofisticación o afinación en las frases, las imágenes que construyes y en las historias que cuentas. ¿Qué produjo ese cambio?

-Yo creo que lo inicié de una forma muy tímida en A la mar, en algunas canciones. Lo desarrollé muchísimo más en el proyecto que tengo con Eduardo (Cabra), Trending Tropics, porque también fue como un taller para empezar a componer desde otra perspectiva, a partir de una idea, no a partir de la inspiración. Tuvo mucho que ver eso y también algo importante que pasa en este disco, que no pasa en el anterior, bueno, pasan muchas cosas porque si bien es una evolución, traté de diferenciarlo mucho de A la mar. En primer lugar, las composiciones son mucho más directas, las letras no son tan poéticas ni tan naif, al igual que la música.

En la música, además de buscar en el principio y en el origen del merengue, quise soltar como esa “pureza“ y empezar a experimentar con sintetizadores, con efectos de voz, con el autotune, como empezar también a soltar un poco eso de que la música es pura y blah, blah, blah porque al final yo estoy en esta generación y crecí en la música urbana y no soy ajeno a ella y hay muchas cosas que me gustan. Eso traté de llevarlo como una manera de diferenciar A la mar de Candela.

-El proceso de composición de Candela y de TT´s fue muy cercano, casi en paralelo. ¿Cuál fue la influencia de Trending en Candela?

-Son mecanismos. Fue un reto tan importante lo del merengue, yo empecé a cantar, no solo como canto yo sino de cierta forma como si fuesen personajes, con maneras de hablar distintas. La canción “Candela” pa mí, es como un tipo del Cibao, de la parte norte que habla con Laí: “y vuelve a quemar mi corazón“, como ese tipo de cosas, también las traje en este disco porque creo también en llenar otros lugares.

«Ahí ahí», por ejemplo, significa que algo está más o menos. Es una historia de amor que va y viene. Como que siempre está ahí ahí, nunca está bien, nunca está mal. Uno nunca sabe qué va a hacer. Me gusta tomar las frases y todas las expresiones dominicanas y a partir de ahí contar las mismas historias de amor y desamor que se han contado toda la vida pero de una forma distinta. «Murió con flores» también es una expresión que se usa cuando algo ya no tiene más continuación, cuando ya algo se jodió. Es algo que he escuchado desde pequeño, de toda mi vida. Ahora que vivo en otro lugar, me doy cuenta de que no es normal.

-¿Crees que una máquina puede crear mejores canciones que las que hacen los humanos?

-Yo no creo porque hay una parte importante de la música y del arte en general que es la susceptibilidad y un robot no la tiene. A nadie le interesa que alguien se pare a cantar y que todo esté perfecto, que no sienta miedo y que no padezca nada. A la gente le gusta ver que te da trabajo esa melodía o que te da trabajo decir una cosa porque te identifica mucho con un recuerdo o con una situación. El robot nunca va a sentir eso, puede emularlo pero yo siento que hay una carga importante de energía que el que la emite hace real y el otro lo recibe. Y lo que recibe no es la palabra, es el sentimiento que es etéreo y que no lo tiene el robot.

-¿Cuál es el futuro de TT´s? ¿Qué es lo que viene para la banda?

-Bueno, ahora queremos hacer canciones sueltas, empezar a trabajar con otros invitados. Desde hace algún tiempo hemos estado tratando de hacer algo con Tego Calderón. Ojalá se de. Y sí, yo creo que toca plantear bien, de nuevo, la propuesta. No repetirla y ver con qué otra cosa vamos a poner a la gente incómoda.

vicente

Paso a la candela

De un momento a otro Vicente aparece frente al público. El escenario relampagueaba sobre un fondo de fuego que dilata las pupilas de los espectadores. Su voz, ahora robotizada por el autotune, emerge y se abre paso para cantar Guatá, el rezo inicial con el que se invoca la Candela.

Vengo del horizonte / Donde el viento se esconde / Donde el tiempo sabe a sal.

La mecha queda encendida para el merengue acelerado con destellos electrónicos que -no solo le da nombre al disco- sino que además funciona como leit motiv del concierto. Las guitarras funkeras ilustran el camino de reinterpretación del merengue del que me habló Vicente, son el hilo -armónico y tenso- que trama el discurso que ha venido construyendo con los años y donde ha dejado de a poco los rasgos de su identidad y su investigación como músico.

Así va sonando «El Yeyo», luego «Espuma y arrecife» hasta llegar a «Cómo has logrado» y «Dulcito e coco», canciones que pertenecen a A la mar y Melodrama y que el público recuerda con especial cariño. Vicente y su banda han ido intercalando, dosificando y alterando la intensidad del público a lo largo de la noche. Con «Un conuco y una flor» el ambiente se hace sobrio e intenso, lo que parecía ser un órgano electrónico se apodera del espacio, transformando a Groove en un templo inmenso donde solo se le reza al palo y a la güira pa librarse del mal de amores.

Los metales, en una sincronía perfecta, van sosteniendo el beat de la batería, suavizando la llamarada que cocina el pecho lentamente, hasta convertirse en un impulso natural que se instala en los pies: bailamos como única respuesta, bailamos porque es la única salida posible para las penas y porque no hay mejor manera de sentirse vivo.

Vicente y su banda apelaron al sonido adherido a la memoria del cuerpo: el sonido que responde a las preguntas propias y colectivas sobre nuestro origen, nuestra identidad, nuestra idiosincrasia.

La consentida de la noche -desde que salió Candela- es «Ahí ahí» y no puede ser de otro modo: la armonía perfecta, la sincronía suave y sensual del trap con la bachata se instaló en las caderas del público sin distinción, hasta convertirlas en el epicentro del volcán pasional y emotivo de sus amores. Por un rato el cuerpo de los espectadores se sostuvo en la voz robotizada de Vicente, cerraron los ojos e imaginaron, una vez más, la secuencia de imágenes y la sensación en el cuerpo de ese amor que no está ni bien, ni mal.

Después siguieron otros temas como «Mal de amores», «Merengue de Enramada» y un solo de tambora que le midió el ritmo al público como previa a uno de los temas más sabrosos de Candela que es -precisamente- La tambora. La complicidad de la banda nos sumergió en un viaje colorido y cálido que partía desde lo más sólido y auténtico de la música dominicana, hasta alcanzar el clímax con elementos electrónicos acertados que componen el imaginario de Vicente.

De a poco se fue armando el trayecto de salida hasta «Murió con flores». Vicente bailó solo. Bailó con el público. Se mimetizó con las melodías, encendió la noche y todo, de pronto, estando tan lejos, cobró sentido.

En la puerta de Groove lo esperaron varias personas para hacerse fotos, para dedicar frases y canciones a los amantes que no llegaron. Vicente sonrió, posó, envió abrazos y besos a distancia. Miró de frente a la furia y bailó con ella hasta que cayó rendida.

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