Viciosidades

Rey Vecchionacce: “Es que los comediantes somos muy bellos”

A partir del 10 y cada jueves del mes de octubre Rey Vecchionacce presenta "Un tipo normal" en el BOD: su primer show de comedia en solitario. Amargado, calvo y vegetariano, conversamos con él antes de que la fama devore su belleza innata

FOTOS: DANIEL HERNANDEZ @DANIELIMAGENGRAFICA
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Como los perros de instinto feroz, el público percibe el miedo de quien se para en tarima. Esa misma jauría reconoce con igual rapidez el dominio del escenario: la presencia alfa que ocupa el espacio y que con su mirada y actitud corporal transmite que está en control, que ese es su territorio y sabe lo que está haciendo. La comedia en directo requiere eso -además de buenos chistes, claro- porque no hay otros artilugios para distraer al espectador: solo las luces necesarias, un micrófono y un banco de madera en el que casi nadie llega a sentarse.

Rey Vecchionacce lo logra de inmediato. Desde tu asiento captas su atenta serenidad, el brillo malicioso de su mirada y te relajas: este oficio lo tiene dominado. Y te dispones a prestar atención. Son cosas que da la experiencia, la preparación, el trabajo. Porque esto de hacer reír a 80, 100, 200 personas durante casi dos horas es un trabajo serio.

El interés por el humor se le despertó muy temprano. Hay lecturas que te cambian la vida: “Los dos primeros libros que leí completos fueron uno sobre budismo y ‘El hombre más malo del mundo’, de Otrova Gomas. Ahí se me abrió el apetito por consumir humor”. Tenía apenas 11 años.

No hubo precocidad en esto: no inventemos una épica. El niño Rey era un tipo normal que llegado el momento hasta quiso ser ingeniero. Pero había un interés que siempre estuvo presente. “En realidad nunca pensé en dedicarme al humor, en esa época era como ser astronauta. La única manera de hacer humor en el país era en la televisión y no me interesaba. Tampoco se hacía stand-up, eso comenzó después”.

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En el año 2008 otra lectura lo empezó a ubicar en el camino. En aquellos días quería aventuras y buscaba entrar como voluntario en alguna organización de rescate: salvar vidas, arriesgarse. Cosas así. Pero un día leyó sobre Doctor Yaso y aprendió con Domingo Mondongo y otros maestros el arte de ser payaso de hospital.

¿Salvar vidas, arriesgarse? Imagina lo que representa alegrarle el día a un niño internado en un hospital venezolano.

La experiencia con Doctor Yaso lo conectó con la improvisación teatral, una exigente disciplina humorística en la que tampoco está permitido el titubeo. Allí compartió escena con Nadia María, Ron Chávez, Julio Ramón Pérez y con otros improvisadores a quienes considera “maestros”.

Ya para entonces tuvo claro lo que buscaba: “Me gustaba la improvisación, pero entendí que quería hacer comedia”.

Y la hizo: su primer show “formal” fue “3 en 1 Stand-up Comedy”, en 2012, junto a Reuben Morales y Julio Ramón.

“La verdad es que no sabíamos nada de técnicas de stand-up así que Julio y yo le jalamos a Reuben para que nos enseñara. Y él, que no es pendejo, se inventó su primer taller de comedia”.

-¿Y aprendieron algo?
-No

Así que más tarde se inscribió en otro taller organizado por Water Brothers en el que los facilitadores eran Laureano Márquez, Luis Chataing, José Rafael Briceño y Bobby Comedia. Y ahí sí aprendió: “Ellos compartieron con nosotros la metodología de Judy Carter, autora del libro ‘The Comedy Bible’, y con eso finalmente conseguí una herramienta metodológica para escribir comedia. Ya yo hacía libretos para radio, pero no era lo mismo, la comedia tiene una estructura diferente”.

Tenía 36 años cuando decidió dedicarse a esto con seriedad. Así que no era un comediante bisoño: “Yo era mayor y sentía que no estaba para hacer chistes de teticas y jevitas. Tuve que entrompar de una y eso me hizo desarrollar un estilo que llamo de falso transgresor, abordar temas sobre los cuales tengo una opinión, de actualidad, y disfrazarlos para que la gente no se ladillara”.

Se fogueó en bares. A tal punto que en El molino lo conocían como “Cinco minutos”: “Ángel López era el host de las noches de stand-up en El molino y yo iba todos los martes a probar material durante cinco minutos”.

Fue, sin embargo, una crítica inesperada la que lo hizo dar el paso a otra cosa: “Mariana Egloff me invitó a participar en ‘El banquito’. Cuando vio mi rutina me dijo ‘no me gusta, pero creo que puedes hacer algo mejor’. Me pidió que la trabajara con Bobby Comedia y eso me llevó a encarar esto de una manera profesional y disciplinada. De otra manera no hubiera salido de los circuitos de bares. Y lo que hizo se lo agradezco profundamente porque fue como quitarme la mediocridad de encima”.

En esa condición de comediante profesional Rey Vecchionacce ha participado en shows exitosos como El banquito, Cambiando de tema, Es relativo y Malas ideas. Siempre acompañado de otros colegas. Pero esa etapa se vio forzosamente interrumpida: “Yo hubiera podido seguir haciendo comedia con Nanutria, Ale Otero y Verónica Gómez por siempre, pero la partida de Nanu y el embarazo de Ale nos obligaron a todos a tomar otras decisiones”.

Hoy forma parte del trío madrugador del programa “5 minutos más”, en la La Mega; y el pasado 20 de julio arrancó la primera tanda de doce funciones de su show personal “Un tipo normal” en la Sala Experimental del BOD, en el que combina algunas de sus mejores rutinas con otras de estreno. La nueva temporada es cada jueves de octubre a partir del 10 y en paralelo prepara una gira nacional que pronto anunciará fechas y ciudades.

-¿En qué consiste ser «un tipo normal»? ¿De qué «normalidad» estamos hablando?
-Por un lado, cuando uno empieza a hacer stand-up la norma general es que se haga rutina (chistes) de uno mismo: de sus miserias y las cosas que lo acongojan, de las cosas de su físico que le acomplejan; de las turbulencias emocionales y paradojas familiares. Muchos comediantes tienen un halo excéntrico de “chicos malos”, “chicos locos”, “chicos cool”. Cuando yo empecé a hacer comedia me di cuenta de que lo único “extravagante” era mi calvicie, pero yo amo ser calvo.

-«De cerca nadie es normal», es una película. También un taller de crónicas del peruano Julio Villanueva Chang tiene ese nombre. ¿Si te miramos de cerca, dejas de ser un «tipo normal»? ¿Cuál es la característica de ti mismo que consideras más «rara»?
-Hay muchas cosas que yo soy y hago que ningún otro comediante que conozco hace: sé hacerle los frenos a un carro (y otras cosas de mecánica ligera), sé cómo cazar y preparar una lapa y soy vegetariano. Crecí creyendo que tengo unos huesitos rarísimos detrás de las orejas hasta que tuve edad suficiente para tocar a alguien y darme cuenta de que no era el único.

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-Salir, finalmente,con un show solo, sin andar en combo, ¿es dejar la zona de confort o ya después de tantos años en esto también vas cómodo?
-El contra es que ahora todo depende de mí, desde la promoción hasta la calidad de la totalidad del show. Si un día me llega a ir mal o me enfermo, no habrá quien me salve la noche. El pro es que gano más plata porque la cochina no se pica y no porque sea vegetariano sino porque estoy solo.

-¿Cómo es tu proceso de elaboración de rutinas? ¿Es un asunto de disciplina a la hora de escribir o los temas van surgiendo como por su cuenta?
-Con los años he aprendido que el comediante novato hace chistes sobre lo que puede, mientras que el comediante que tiene ya la técnica controlada hace chistes sobre lo que quiere. Hoy en día construyo rutinas sobre las cosas de las que tengo algo qué decir. Por ejemplo, ahora estoy escribiendo sobre el impacto ecológico que tienen los maratones y todo el pollo que se consume para que 50.000 energúmenos corran el maratón de Nueva York sabiendo que jamás van a ganar.

-¿El «alimento» de los chistes es la cotidianidad o las situaciones fuera de lo común?
-Cada comediante tiene lo que Joselo decía “el cristal con que se mire”. Hay quienes se alimentan de la cotidianidad y quienes observan las cosas fuera de lo común. Yo creo que mi estilo es el de denunciar cosas muy estúpidas o fuera de lo común que damos por normales. En realidad todos los comediantes nos alimentamos de algo que sea real, una verdad que el público vea reflejada en sí mismo.

-¿Un buen chiste mejora con el tiempo o en la comedia tienen fecha de caducidad?
-Todo depende del sujeto. Un buen chiste sobre las drogas quizá caduque cuando la gente deje de usar drogas, pero imagínate que yo haga un chiste ahorita sobre la canción del Waka Waka de Shakira.

-Da la impresión de que estos últimos años la fascinación por los comediantes va en ascenso y cada vez más rápido. ¿Por qué será que está pasando esto? ¿Los comediantes son la nueva «farándula»?
-Es que somos muy bellos. Aparte de eso, como decía al principio, los comediantes nos basamos en las cosas que son verdad. Esa honestidad también la conjugamos de alguna manera en nuestra vida fuera de los escenarios y redes sociales. Creo que la gente aprecia mucho saber que no hay gran diferencia entre el calvo amargado que habla sobre lo asqueroso del friendzone en un escenario y el calvo que está en una cola amargado porque hay una doñita pagando una botella con siete tarjetas de débito.

-A propósito de ese éxito de la comedia, ¿ahora levantas más?
-Bueno, creo que mi belleza ahora está más expuesta. Cuando estoy en el escenario hay todo un sistema de iluminación diseñado para que el público me admire solamente a mí. Pero la fascinación se les quita cuando se enteran de que todavía vivo con mi mamá.

-Vivir con tu mamá podría convertirse en un gancho de atracción más: «este no me va a pedir que me mude con él, así que no hay peligro». ¿No?
-En una década, vivir con mi mamá pasó de ser una circunstancia económica a un acto de rebeldía. “Vivir solo” es un eufemismo para no decir que lo que quieres es andar tirando.

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-¿Hay algún tema sobre el cual tengas por norma personal -no impuesta por presiones- no hacer chistes?
-Una vez, conversando con Bobby Comedia llegué a la conclusión de que mi estilo de comedia es “falsa transgresión”. Me gusta hacerle sentir a la gente que estoy a punto de ponerme a decir cosas por las cuales podrían caerme a tomatazos, pero luego me gusta dar la vuelta y terminar con un súper remate que luego de reír les haga pensar: “¡eso es verdad! este calvo del coño me jodió”.
Me aburre la actual circunstancia del humor negro (o el ahora trendy “humor de choque”) la cual considero reaccionaria a la llegada de lo políticamente correcto. La verdad, no sé si la gente se ríe genuinamente de un chiste sobre personas con síndrome de Down o es solo porque el comediante transgredió la nueva norma de no decir la palabra “mongólico”.

-Entre el ego y la inseguridad, ¿cuál de los dos es peor enemigo del comediante?
-El ego es como el colesterol: hay uno bueno y uno malo, pero poca gente sabe eso. Pararse en un escenario, con toda la atención e iluminación puesta en uno y con la aspiración de que el público avale con risas tus puntos de vista requiere de un ego gigantesco sobre el cual proyectar la personalidad, carácter y estilo de tus chistes. Pero eso no es un permiso para creerte más inteligente ni más arrechito como para estar pidiendo toallas blancas en tu camerino. Un comediante tiene que mantenerse cerca de la gente para poder saber en qué andan. En otras palabras: los comediantes contamos chistes, no somos Luciano Pavarotti.

En cuanto a la inseguridad, decir un chiste por primera vez es un salto al vacío. Luego está el tema de la heterogeneidad y circunstancias del público. Un día un chiste produce aplausos y sientes que estás en Las Vegas, pero al día siguiente ese mismo chiste hace que la gente se ría “normal” y sientes que estás en Tucupita (alguien de Tucupita se va a ofender seguro).

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